Hace tan solo unos días Julian Assange afirmó con pleno conocimiento de causa (son 33.000 los últimos correos de Hillary Clinton publicados por WikiLeaks): “Los bancos, las agencias de inteligencia, las empresas armamentísticas… todos apoyan a Hillary Clinton”. Por su parte Noam Chomsky insiste en su último libro, titulado ¿Quién domina el mundo?, en la tesis que expuso en otro anterior, un clásico ya, titulado Hegemonía o supervivencia: el empecinamiento de una élite estadounidense en mantener su pretensión de una dominación mundial pone en grave peligro a nuestro planeta. A pesar de la enorme farsa en la que “nuestros” grandes medios mantienen cautiva a la sociedad occidental y en la cual han convertido a Donald Trump en un gran peligro para la paz, lo cierto es que Hillary Clinton era sin duda alguna una pieza clave en el proyecto de dominación mundial de la reducida pero poderosa élite financiera anglosajona que está llevando a la humanidad hacia el desastre.
La candidata de esa élite no tiene reparo alguno en proclamar su disposición a llegar “más allá” que Barack Obama contra Bashar al-Ásad y Vladimir Putin (un “más allá” que ciertamente conduciría a lo nuclear). Donald Trump, por el contrario, viene criticando el ruinoso e indiscriminado militarismo intervencionista y el acoso a Rusia. En el primer debate con Hillary Clinton, incluso se comprometió a no ser el primero en introducir armas nucleares en un conflicto: «Yo ciertamente no lo haría primero. Una vez que la alternativa nuclear ocurre, se acabó todo». Pero, como destaca John Pilger, esta declaración no fue noticia. Tan solo son noticias las extravagancias de Trump. O incluso la figura de su esposa, la eslovena Melania Nvnaks, a la que curiosamente critican y ridiculizan muchos de los mismos medios “serios” que atacan la xenofobia de su esposo.
Y en el ámbito interno, mientras la candidata confesaba en sus conferencias para estas élites financieras (conferencias a puerta cerrada y con honorarios millonarios, publicadas por WikiLeaks) que “Hace falta tener una posición pública y otra privada”, Donald Trump, con su frontal discurso contra Wall Street, viene afirmando que “es primordial auditar a la Reserva Federal” y que “es necesario restablecer la Ley Glass-Steagall” (cuya derogación hizo posible la burbuja inmobiliaria y la gran crisis). En todo caso, era necesaria mucha prepotencia por parte de esas élites para pretender que la sociedad estadounidense concediese de nuevo su confianza a la lacaya de una “industria financiera” que “dio la espalda a la sociedad, corrompió nuestro sistema político y hundió a la economía mundial en una crisis” (términos con los que finaliza el magnífico y laureado documental Inside Job). Tantos expertos a su servicio y tan bien remunerados, ¿y no fueron capaces de ver que la gente está llegando al límite del hartazgo?
Ciertamente Donald Trump es imprevisible. No es fácil saber qué decisiones tomará finalmente. Con su ambición de triunfo y su afán de pasar a la historia, es imprevisible. Con sus inaceptables posicionamientos respecto a cuestiones muy importantes (tan importantes como lo es la del cambio climático) pero que no se refieren directamente ni a la grave crisis mundial creada por las grandes familias financieras que controlan la Reserva Federal ni tampoco a los graves conflictos internacionales que han provocado sirviéndose de los últimos gobiernos estadounidenses (conflictos que han llevado a la humanidad mucho más cerca del precipicio de lo que nuestra sociedad occidental es consciente), Donald Trump es imprevisible. A pesar de sus incalificables exabruptos xenófobos o machistas y a pesar de algunas de sus absurdas opiniones, no es un sirviente completamente previsible de la élite financiera como lo es Hillary Clinton. A diferencia de esta élite, que tan solo necesita políticos lacayos que ejecuten sumisamente sus dictados, él se está rodeando de colaboradores algunos de los cuales son mucho más sensatos que él mismo. Así, entre los generales que le asesoran está Michael T. Flynn, quien trató de oponerse a que la Casa Blanca creara el Emirato Islámico (Daesh) y dimitió de su cargo de director de la Defense Intelligence Agency (DIA, la Agencia de Inteligencia del Departamento de Defensa) en señal de protesta. Por tanto, ¡aún hay tiempo y margen para la esperanza! Un tiempo que muy probablemente no habríamos tenido con la belicista, servil e insensata Hillary Clinton.
Por otra parte, como ha destacado Thierry Meyssan, la reactivación de la investigación del FBI sobre los mensajes privados de Hillary Clinton ya no ha tenido que ver con un problema de seguridad sino con una serie de manejos para ocultar las pruebas de delitos que pudieran llegar incluso a caracterizarse como crímenes de alta traición: los de financiación ilegal o los de corrupción de terceros vinculados a las relaciones del matrimonio Clinton con los yihadistas y la Hermandad Musulmana (de ella y de la orden sufí de los Naqchbandis vienen todos los yihadistas del mundo). Hillary Clinton usó el servidor privado de su domicilio a fin de no dejar rastros de tales crímenes en los sistemas gubernamentales. De ahí que su técnico privado limpiase ese servidor antes de la llegada del FBI. Pero muchos de esos correos volvieron a ser encontrados más tarde en el ordenador de Anthony Weiner, ex miembro del Congreso estadounidense y ex esposo de la jefa del equipo de Hillary Clinton, Huma Abedin, educada en Arabia Saudí y muy cercana a la Hermandad Musulmana. El FBI ya se había enfrentado en otras ocasiones con la CIA por estas cuestiones. En 1991, el FBI y el senador John Kerry provocaron la quiebra del BCCI, banco pakistaní registrado en las Islas Caimán y ampliamente utilizado por la CIA en todo tipo de operaciones secretas con la Hermandad Musulmana.
Hay que recordar que la misma Arabia Saudí que es el mayor financiador de los yihadistas y de las madrazas en las que se les forma y adoctrina, es también el mayor financiador de la campaña de la candidata demócrata. Financiación ilegal que llega hasta el 20%, como declaró el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed Ben Salman. Por si todo esto fuese poco, el director de campaña de Hillary Clinton, John Podesta, es además el agente encargado de promover los intereses de Arabia Saudita en el Congreso de Estados Unidos, tarea por la cual percibe mensualmente la suma de 200.000 dólares. Sin referirnos al hecho de que la casi totalidad de los terroristas del 11S eran también saudís. Ni a las estrechas relaciones comerciales de la familia Bush con la familia Bin Laden. Ni tampoco al hecho de que el hermanastro del presidente Barack Obama, Abon’go Malik Obama, es el presidente de la Fundación Barack H. Obama y a la vez el tesorero de la Obra Misionaria de la Hermandad Musulmana en Sudán.
En varios de mis artículos más recientes intento alertar sobre lo extremadamente peligrosa que es esta hora en la que las nuevas armas nucleares, el deterioro medioambiental, la agresión a Siria o el acoso a Rusia siguen su curso inexorablemente. El general Lee Butler, mando último del Comando Aéreo Estratégico estadounidense, llegó a afirmar que hasta ahora la humanidad ha sobrevivido a la era nuclear gracias a una combinación de habilidad, suerte e intervención divina. Aunque añadía a continuación: “Y sospecho que sobre todo gracias a esto último”. Personalmente sitúo también el fracaso de la apuesta del establishment estadounidense por Hillary Clinton en este mismo marco: el de la prodigiosa supervivencia de nuestra especie. Supervivencia que a su vez hay que situar en otros marcos cada vez más amplios e igualmente prodigiosos: el de la emergencia de la vida sobre nuestro planeta y el del origen de universo.
Y anteriormente escribí, tras el triunfo del brexit, un artículo en el que en forma metafórica ponía en boca de un historiador del siglo XXII un análisis centrado en el brexit como acontecimiento histórico trascendental: con él acabó el ciclo histórico iniciado en 1913 con el robo al pueblo de Estados Unidos por parte de las grandes familias financieras de la más importante de las prerrogativas estatales, la de la creación y el control del dinero. Ahora, la derrota de su candidata ha sido un golpe, mayor aún que el del brexit, al afán de dominación de esta reducidísima oligarquía financiera. Ha llegado a su fin el siglo durante el que esta peligrosa élite consiguió mantener oculto su proyecto. Los estragos de la desigualdad (la increíble concentración de la riqueza y el poder de decisión en unas decenas de “elegidos” frente al galopante empobrecimiento de una inmensa mayoría) son ya demasiado descarados. Ciertamente tienen todo tan atado y bien atado que aún quedan muchas lágrimas y sangre por derramar. Pero ha acabado un tiempo y otro amanece ya.