La primera clave que debemos tener en cuenta al analizar el conflicto de Mali es que actualmente Francia forma parte del Sistema imperial occidental, liderado por los anglosajones. En él se da ciertamente un reparto de papeles, pero ningún miembro puede ir a su aire sin el visto bueno del núcleo duro de ese Imperio: las grandes “familias” de financieros que crearon y controlan la Reserva Federal estadounidense, la Unión Europea, el Banco Central europeo, el euro… François Hollande es, desde hace muchos años, miembro de la French American Foundation, constituida en 1976 por estas poderosas “familias”, a la que Pierre Hillard califica como “El Caballo de Troya estadounidense en Francia”. Tanto Nicolas Sarkozy como François Hollande son “criaturas” de los poderosos clubes fundados hace muchas décadas por esas “familias” que se ríen de nuestras categorías “izquierdas-derechas” (de hecho financian a ambas), de la visión de un mundo dividido en estados soberanos y de toda la ignorancia de “la gente ordinaria”. Su poder es tal que la Administración estadounidense y su impresionante Ejército (con un presupuesto militar que iguala al del resto del mundo) son solo instrumentos para ejecutar sus proyectos. Se acabaron los tiempos en los que la Francia de Mitterrand no se plegaba a los designios imperiales y había que doblegarla en Ruanda y el Zaire (hoy RD de Congo), aunque fuese a costa de carnicerías con millones de muertos.
La segunda clave que no podemos olvidar es que los recientes conflictos en Costa de Marfil, Libia, Siria, Mali… no son accidentes aislados que llegan uno tras otro en una secuencia casual. Ya en 1997 Zbigniew Brzezinski, seguramente el más importante estrategas de estas grandes “familias”, exponía en su libro El gran tablero de ajedrez que el dominio de Eurasia (Europa y Asia) es la garantía de la supervivencia y la prosperidad del Imperio. Y que, por tanto, el mayor y más urgente interés de Estados Unidos, como primera potencia verdaderamente global, es asegurar que ninguna potencia rival llegue a controlar Eurasia. Según Zbigniew Brzezinski, este dominio conlleva también el del Continente Africano, que está ligado y subordinado al Euroasiático. Quien los domine controlará el mundo. África es para estas gentes la más valiosa de las “regiones” consideradas como “periféricas” y “poco evolucionadas”, pero poseedoras de enormes recursos naturales, energéticos y de todo tipo. Para todo ello se creó recientemente el AfriCom, el mando unificado estadounidense para África. La influencia de la doctrina Brzezinski es grande, tanto entre demócratas como entre republicanos. El mismo David Rockefeller, el “gran hombre” de los poderosos y discretos clubes en los que se aglutinan “las familias”, quedó tan deslumbrado por él que le encargó la creación de la Comisión Trilateral.
Solo cuando hayamos encuadrado el actual conflicto de Mali en este amplio marco, podremos entenderlo en su especificidad. El hecho es que, una vez más, la vida parece empeñarse en premiar la “desinteresada generosidad” imperial haciendo que en los países “liberados” surjan posteriormente, como por arte de magia, todo tipo de recursos excepcionales que quedan en manos occidentales. En el caso de Mali, oro, uranio, coltan, litio, gas, petróleo… y todos los otros recursos que iremos conociendo en los próximos años (como ha sucedido en las otras “generosas intervenciones” anteriores), pero cuya existencia ya conocían desde hace años nuestros “heroicos” líderes. Y además está la cuestión geoestratégica: Mali está en el centro de una región de altísimo interés. Tiene fronteras con siete países, todos ellos estratégicos por uno u otro motivo. Mauritania, Senegal, Guinea y Costa de Marfil, se abren, con sus recursos, al Atlántico; Níger, al que Francia también ha enviado fuerzas especiales, es uno de los mayores exportadores de uranio, que está controlado por la transnacional francesa Areva; Argelia, potencia mundial en la producción de gas, merece un lugar especial en el análisis de este conflicto. Algunos analistas tan bien informados como el francés Thierry Meyssan creen que todo esto “abre la vía a la desestabilización de Argelia” en la llamada guerra del gas y analiza también en tal contexto el extraño y “casual” ataque a la planta de gas de Amenas. Ataque realizado por la brigada Khaled Abu Al-Abbas, rama de los yihadistas del AQMI que fue coordinada por un canadiense apodado Chedad, según reveló el The Jerusalem Post.
Por lo demás, en este dossier encontramos los reiterados y consabidos elementos criminales y propagandísticos de siempre: la toma del poder por un “hombre fuerte” y sus compañeros golpistas formados militarmente en Estados Unidos (en este caso, el capitán Amadou Sanogo y los oficiales del CNRDRE, cuyo golpe de Estado fue legalizado por la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, presidida por Alassane Ouattara, puesto por Occidente en el poder un año antes en Costa de Marfil); la financiación y el apoyo militar a los diferentes grupos que tanto pueden ser considerados “heroicos luchadores por la libertad” o “terroristas” según convenga (en este caso, las tribus tuaregs y las diversas unidades militares del país a cuya formación se han dedicado cerca de seiscientos millones de dólares en los últimos cuatro años según informa el New York Times); la utilización de tales grupos para crear conflictos y la posterior intervención bajo el pretexto de resolverlos, de la lucha contra el terrorismo, de las motivaciones humanitarias o de la defensa de los derechos humanos; la rapidez en el despliegue de las fuerzas imperiales (rapidez tras la que es muy difícil el no ver una planificación) en el mismo momento en el que suena el disparo de salida, que suele ser siempre un “evento” que justifica tan “generosa intervención” (rapidez que contrasta fuertemente con el abandono desde hace diecisiete años de la sociedad congoleña en manos de los agresores ruandeses)…
Así que, como muy bien afirma Manlio Dinucci, “Lo que ha comenzado en Mali, con las tropas franceses como punta de lanza, es por lo tanto una operación de gran envergadura que, desde el Sahel, se extiende hacia el África occidental y oriental. Esta operación se conjuga con la que comenzó, en el norte de África, con la destrucción del Estado libio y las maniobras para ahogar, en Egipto y otros países, las revueltas populares. Una operación a largo plazo que forma parte del plan estratégico tendiente a poner todo el continente africano bajo el control militar de las ‘grandes democracias’, que hoy vuelven a África con casco colonial pintado con los colores de la paz.”