La desconexión entre las narrativas occidental y rusa en el conflicto actual podría resultar fatal para el mundo, escribe Scott Ritter.
Vladimir Putin es un loco. Se ha vuelto loco. Al menos eso es lo que los líderes de Occidente quieren hacer creer. Según su narrativa, Putin –aislado, solo, confundido y enfadado por el desastre militar que Rusia estaba sufriendo en Ucrania– arremetió, amenazando ostensiblemente al mundo entero con la aniquilación nuclear.
En una reunión con sus principales generales el domingo, el atribulado presidente ruso anunció: «Ordeno al ministro de defensa y al jefe del estado mayor de las fuerzas armadas rusas que pongan las fuerzas de disuasión del ejército ruso en un modo especial de servicio de combate».
La razón de esta acción, señaló Putin, se centró en el hecho de que «los países occidentales no sólo están llevando a cabo acciones inamistosas contra nuestro país en la esfera económica, sino que altos cargos de los principales miembros de la OTAN hicieron declaraciones agresivas con respecto a nuestro país» en relación con la situación actual en Ucrania.
Las «fuerzas de disuasión» de las que habló Putin se refieren al arsenal nuclear de Rusia.
Lo que hizo que las palabras del presidente ruso resonaran aún más fue que el jueves pasado, al anunciar el inicio de la «operación militar especial» de Rusia contra Ucrania, Putin declaró que «nadie debería tener dudas de que un ataque directo a nuestro país llevará a la destrucción y a horribles consecuencias para cualquier agresor potencial». Hizo hincapié en que Rusia es «una de las potencias nucleares más avanzadas y también tiene una cierta ventaja en una gama de armas de última generación».
Cuando Putin lanzó esa amenaza, The Washington Post la describió como «vacía, un mero enseñar los colmillos». El Pentágono, involucrado como estaba en su propia revisión de la postura nuclear de Estados Unidos, diseñada para hacer frente a amenazas como ésta, parecía no estar sorprendido, y un funcionario anónimo señaló que los responsables de la política de Estados Unidos «no ven un aumento de la amenaza en ese sentido».
La respuesta de la OTAN
Por su parte, la alianza militar transatlántica, que se encuentra en el centro de la crisis actual, emitió un comunicado en el que señaló que:
«Las acciones de Rusia suponen una grave amenaza para la seguridad euroatlántica y tendrán consecuencias geoestratégicas. La OTAN seguirá tomando todas las medidas necesarias para garantizar la seguridad y la defensa de todos los Aliados. Estamos desplegando fuerzas terrestres y aéreas defensivas adicionales en la parte oriental de la Alianza, así como activos marítimos adicionales. Hemos aumentado la preparación de nuestras fuerzas para responder a todas las contingencias.»
Sin embargo, al final de esta declaración había un pasaje que, si se examina con detenimiento, explica el razonamiento que subyace al despliegue de fuerzas nucleares de Putin. «Hemos celebrado consultas en virtud del artículo 4 del Tratado de Washington», señalaba la declaración. «Hemos decidido, en línea con nuestra planificación defensiva para proteger a todos los Aliados, tomar medidas adicionales para reforzar aún más la disuasión y la defensa en toda la Alianza».
En virtud del artículo 4, los miembros pueden poner sobre la mesa cualquier asunto que les preocupe, especialmente relacionado con la seguridad de un país miembro, para su discusión en el seno del Consejo del Atlántico Norte. Los miembros de la OTAN Estonia, Letonia, Lituania y Polonia activaron la consulta del artículo 4 tras la incursión rusa en Ucrania. En una declaración emitida el viernes, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, amplió la declaración inicial de la OTAN, declarando que ésta se comprometía a proteger y defender a todos sus aliados, incluida Ucrania.
Tres cosas de esta declaración destacaron. En primer lugar, al invocar el artículo IV, la OTAN se estaba posicionando para una posible acción militar ofensiva; sus anteriores intervenciones militares contra Serbia en 1999, Afganistán en 2001, Irak en 2004 y Libia en 2011, se hicieron todas al amparo del artículo IV de la Carta de la OTAN. Visto así, la premisa de que la OTAN es una organización exclusivamente defensiva, comprometida con la promesa de autodefensa colectiva, carece de fundamento.
En segundo lugar, mientras que las medidas de protección del artículo V (defensa colectiva) sólo se extienden a los miembros reales de la OTAN, que no es el caso de Ucrania, el artículo IV permite que el paraguas de protección de la OTAN se extienda a aquellos miembros no pertenecientes a la Alianza a los que ésta considera aliados, una categoría en la que Stoltenberg situó claramente a Ucrania.
Por último, el nombramiento de Ucrania como aliado de la OTAN por parte de Stoltenberg se produjo al mismo tiempo que anunció la activación y el despliegue de la Fuerza de Respuesta de la OTAN, compuesta por 40.000 efectivos, algunos de los cuales se desplegarán en el flanco oriental de la Alianza, colindante con Ucrania. La activación de la Fuerza de Respuesta no tiene precedentes en la historia de la OTAN, un hecho que subraya la seriedad que una nación como Rusia podría atribuir a la acción.
Visto así, los comentarios de Putin del pasado jueves fueron comedidos, sensatos y responsables.
¿Qué pasa si los convoyes de la OTAN o los aviones de la Unión Europea son atacados?
Desde que comenzaron las consultas del artículo IV, los miembros de la OTAN han comenzado a suministrar a Ucrania ayuda militar letal, con la promesa de más en los próximos días y semanas. Estos envíos sólo pueden acceder a Ucrania a través de una ruta terrestre que requiere el transbordo a través de los miembros de la OTAN, incluyendo Rumania y Polonia. No hace falta decir que cualquier vehículo que lleve equipo militar letal a una zona de guerra es un objetivo legítimo según el derecho internacional; esto se aplicaría en su totalidad a cualquier envío o entrega realizada por un miembro de la OTAN por su propia voluntad.
¿Qué ocurrirá cuando Rusia empiece a atacar los envíos de armas de la OTAN/UE/EEUU/Aliados cuando lleguen a suelo ucraniano? ¿Creará la OTAN, actuando en virtud del artículo IV, una zona de seguridad en Ucrania, utilizando la nunca antes movilizada Fuerza de Respuesta? Una cosa sigue naturalmente a la otra…
El escenario se vuelve aún más grave si la Unión Europea cumple su promesa de proporcionar a Ucrania aviones y pilotos para luchar contra los rusos. ¿Cómo se desplegarían éstos en Ucrania? ¿Qué sucede cuando Rusia comience a derribar estos aviones tan pronto como entren en el espacio aéreo ucraniano? ¿Crea ahora la OTAN una zona de exclusión aérea sobre el oeste de Ucrania?
¿Qué sucede si una zona de exclusión aérea (que muchos funcionarios en Occidente están promoviendo) se combina con el despliegue de la Fuerza de Respuesta para crear un territorio de facto de la OTAN en el oeste de Ucrania? ¿Y si el gobierno ucraniano se establece en la ciudad de Lvov, operando bajo la protección de este paraguas aéreo y terrestre?
La doctrina nuclear de Rusia
En junio de 2020, Rusia publicó un nuevo documento, titulado «Sobre los principios básicos de la política estatal de la Federación Rusa en materia de disuasión nuclear», en el que se exponían las amenazas y circunstancias que podrían llevar a Rusia a utilizar armas nucleares. Aunque este documento declaraba que Rusia «considera las armas nucleares exclusivamente como un medio de disuasión», esbozaba varios escenarios en los que Rusia recurriría al uso de armas nucleares si la disuasión fallara.
Aunque el documento de la política nuclear rusa no pedía el uso preventivo de las armas nucleares durante los conflictos convencionales, sí declaraba que «en caso de conflicto militar, esta política prevé la prevención de una escalada de las acciones militares y su terminación en condiciones aceptables para la Federación Rusa y/o sus aliados».
En resumen, Rusia podría amenazar con el uso de armas nucleares para disuadir «la agresión contra la Federación Rusa con el uso de armas convencionales cuando la propia existencia del Estado esté en peligro».
Al definir las preocupaciones de Rusia en materia de seguridad nacional tanto a Estados Unidos como a la OTAN el pasado mes de diciembre, Putin fue muy claro en cuanto a su posición respecto a la adhesión de Ucrania a la OTAN. En un par de borradores de documentos del tratado, Rusia exigió que la OTAN ofreciera garantías por escrito de que detendría su expansión y asegurara a Rusia que ni Ucrania ni Georgia recibirían jamás una oferta de ingreso en la alianza.
En un discurso pronunciado tras la entrega de las demandas de Rusia, Putin declaró que si Estados Unidos y sus aliados continúan con su «postura evidentemente agresiva», Rusia tomará «medidas técnico-militares de represalia apropiadas», y añadió que tiene «todo el derecho a hacerlo».
En resumen, Putin dejó claro que, cuando se trataba de la cuestión del ingreso de Ucrania en la OTAN, el estacionamiento de misiles estadounidenses en Polonia y Rumanía y los despliegues de la OTAN en Europa del Este, Rusia sentía que su propia existencia estaba amenazada.
La desconexión
La invasión rusa de Ucrania, vista desde la perspectiva de Rusia y de sus dirigentes, fue el resultado de una larga invasión por parte de la OTAN de los legítimos intereses de seguridad nacional del Estado y del pueblo ruso. Occidente, sin embargo, ha interpretado la incursión militar como poco más que la acción irracional de un dictador furioso y aislado que busca desesperadamente relevancia en un mundo que se le escapa de las manos.
La desconexión entre estas dos narrativas podría resultar fatal para el mundo. Al restar importancia a la amenaza que percibe Rusia, tanto por la expansión de la OTAN como por la provisión de ayuda militar letal a Ucrania mientras Rusia está comprometida en operaciones militares que considera críticas para su seguridad nacional, Estados Unidos y la OTAN corren el riesgo de no comprender la mortal seriedad de las instrucciones de Putin a sus líderes militares respecto a la elevación del nivel de disponibilidad de las fuerzas nucleares estratégicas rusas.
Lejos de reflejar el capricho irracional de un hombre desesperado, las órdenes de Putin reflejan la extensión lógica de una postura concertada de seguridad nacional rusa que lleva años elaborándose, en la que la oposición geopolítica a la expansión de la OTAN en Ucrania se casó con la postura nuclear estratégica. Todas las declaraciones de Putin en el transcurso de esta crisis han estado vinculadas a esta política.
Aunque Estados Unidos y la OTAN pueden debatir la legitimidad de las preocupaciones rusas, desestimar la estrategia de seguridad nacional de una nación que ha sido sometida a un detallado escrutinio burocrático como si no fuera más que la rabieta de un autócrata desubicado representa una peligrosa falta de atención a la realidad, cuyas consecuencias podrían ser fatales para Estados Unidos, la OTAN y el mundo.
El presidente Putin se ha quejado a menudo de que Occidente no le escucha cuando habla de cuestiones que Rusia considera de importancia crítica para su seguridad nacional.
Occidente está escuchando ahora. La cuestión es si es capaz de comprender la gravedad de la situación.
Hasta ahora, la respuesta parece ser no.
Scott Ritter es un antiguo oficial de inteligencia del Cuerpo de Marines de Estados Unidos que sirvió en la antigua Unión Soviética implementando tratados de control de armas, en el Golfo Pérsico durante la Operación Tormenta del Desierto y en Irak supervisando el desarme de armas de destrucción masiva.
Fuente: Consortium News