Estos últimos años, poco a poco,
una palabra se me ha ido haciendo odiosa: la ley.
Respeto y aprecio la ley y la justicia,
el derecho, la jurisprudencia, la protección del vulnerable,
pero cuando la ley se desfigura, combinándola con la mentira,
para hacer de ella un instrumento de escarmiento y represalia,
una barricada para no escuchar,
un arma de una mafia criminal de salvapatrias,
¡qué asco me da la ley! ¡Como temo a la arbitrariedad!
«La ley está por encima de la convivencia»
dice un franquista que nos vino a golpear.
«La ley está por encima del diálogo»,
dice un progresista –progresismo hispano–:
sólo saben hablar de la ley que ellos hacen y deshacen,
interpretan, burlan, vulneran, retuercen y desfiguran.
Mentiras, montajes policiales, acusaciones infundadas,
prisiones preventivas, penas exageradas,
manipulaciones sistemáticas de los medios,
asedio al Parlamento y a la libertad de palabra…:
cuando la justicia se vuelve una parodia trágica,
cuando se hunde el estado de derecho y el poder no quiere escuchar,
y sólo amenaza, desprecia, insulta y castiga,
¡como se degrada todo! ¡Qué inmensa herida!