«No escuchar a los mercados financieros, sino al pueblo» (Olaf Ragnar Grimsson, presidente de Islandia)
El gobierno de Islandia anunció recientemente a la Comisión Europea y al Consejo Europeo el retiro de su pedido de adhesión à la Unión Europea.
El gobierno de los socialdemócratas y los verdes había solicitado dicha adhesión en abril de 2009, después de que la crisis financiera de Estados Unidos afectara catastróficamente a los bancos islandeses. Pero las negociaciones fueron congeladas luego del restablecimiento –sorprendentemente rápido– de Islandia de esa crisis y a raíz de la elección de un nuevo gobierno.
El ministro de Relaciones Exteriores, Gunnar Bragi Sveinsson, señaló en su sitio web que: «Los intereses de Islandia están mejor fuera de la Unión Europea.» Y la población islandesa no aprobaría la incorporación del país a la Unión Europea ya que los últimos años le han permitido darse cuenta de lo que ha sido capaz de lograr por sus propios medios.
Islandia es una isla con 350 000 habitantes situada en el Océano Atlántico. Dispone de abundantes zonas de pesca. Su población practica algo de agricultura con mucha cría de ovejas y el país está recibiendo cada vez más turistas, que llegan al país atraídos por sus bellezas naturales y sus fuentes de aguas termales. Una vida agradable.
En muchos sentidos, Islandia ocupó un lugar importante en los titulares durante la última crisis. La crisis golpeó a ese país con mucha más fuerza que a otros. En 2008, la acumulación de deudas –en el apogeo de la crisis– era mucho más grande que en los países del sur de la Unión Europea. Mientras que en Grecia las deudas se elevaban al 175% del Producto Interno Bruto (PIB), las deudas de Islandia –principalmente las de los bancos– eran 10 veces superiores al PIB, o sea 1000%, conformando un escenario realmente catastrófico. Sin embargo, 7 años después, Islandia presenta nuevamente una economía relativamente saludable. ¿Cómo se explica eso?
Durante los años finales del anterior milenio, Islandia se caracterizaba por sus muy altas tasas de crecimiento. Aquello no tenía nada que ver con los resultados de la pesca sino con los tres grandes bancos de Islandia, que se habían implicado en un arriesgado juego y habían convertido la isla en una plaza financiera global. Estos tres grandes bancos islandeses atraían, por ejemplo, diversos fondos de ahorros extranjeros proponiéndoles tasas de interés elevadísimas y con aquel dinero emprendían inversiones de alto riesgo en el mundo entero. Al principio, lo hicieron con éxito. Los responsables de aquellos bancos asumieron una imagen de «modernos» y «abiertos» y rompieron con las tradiciones de sus propios bancos y de la profesión bancaria, hasta que se cumplió el proverbio que dice que «tanto va el cántaro a la fuente hasta que se rompe».
La ruptura y la caída se produjeron hace 7 años, desembocando rápidamente en la quiebra de los tres grandes bancos de Islandia.
El pueblo mostró el camino a seguir frente al problema de la deuda
Existía una controversia en cuanto a la manera de enfrentar las deudas exteriores de los tres bancos islandeses. Según la doctrina occidental, el Estado y los contribuyentes tenían que asumir la responsabilidad, al menos en parte. Se trataba principalmente de los fondos llamados Icesave. Como filial online de la nacionalizada Landsbanki, durante años Icesave había atraído con elevadas tasas de interés a numerosos pequeños ahorristas extranjeros cuyo dinero no estaba cubierto por el seguro de depósitos islandés.
Principalmente Gran Bretaña y los Países Bajos, de donde venían la mayor parte de los fondos extranjeros, exigieron que el Estado islandés reembolsara esos fondos. Eran unos 4 000 millones de euros: alrededor de 12.000 euros por cada habitante de Islandia. El gobierno islandés negoció con ambos países y estos concedieron tasas bajas y alargaron los plazos para el reembolso. El Parlamento islandés aceptó el resultado de las negociaciones y adoptó, el 30 de diciembre de 2009, una ley que regulaba las modalidades de reembolso.
Pero entonces el pueblo islandés salió a las calles con sus cacerolas y expresó su inconformidad por tener que echarse a cuestas una responsabilidad que no era suya. Los especuladores extranjeros tenían que enfrentar las consecuencias de sus propios actos. En definitiva, esos especuladores habían obtenido como mínimo un 10% de su dinero.
Las pancartas y pasquines de los manifestantes planteaban la siguiente interrogante: «¿Es moral y jurídicamente justificable atribuir simplemente el riesgo al Estado y los contribuyentes?». La inicitiava ciudadana Defence organizó manifestaciones oponiéndose a la medida. Recogió más de 60 000 firmas –entre 350.000 habitantes– y exigió un referéndum popular. La ciudadanía asedió la residencia presidencial encendiendo bengalas rojas, para dar de la manera más visible posible una señal de «Alto» a aquella política.
El presidente de la República de Islandia, Olaf Ragnar Grimsson
El presidente de la República, Olaf Ragnar Grimsson, oyó la voz del pueblo y ordenó la organización del referéndum. «La base de nuestro Estado islandés consiste en que el Pueblo es el juez supremo de la validez de las leyes. Por tanto he decidido, de conformidad con la Constitución, transferir la decisión sobre la ley en cuestión al pueblo», anunció el presidente de la República. En marzo de 2010, el 93% de los votantes dijeron «No» al pago de las deudas bancarias por el Estado islandés.
Gran Bretaña y los Países Bajos aceptaron entonces, a falta de algo mejor, la renegociación del pago de las deudas de los bancos. En un nuevo acuerdo, Islandia obtuvo concesiones suplementarias y mejores condiciones de pago. El pago se alargó hasta 2046, lo cual implicaba que la próxima generación también tendría que asumirlo. El Parlamento islandés aceptó, el presidente de la República convocó un nuevo referéndum popular. En abril de 2011, el pueblo rechazó también la nueva proposición. ¿Qué hacer?
Los islandeses resolvieron el problema de los bancos de la siguiente manera: los 3 grandes bancos tuvieron que anunciar su quiebra; Landsbanki y su banco online fueron nacionalizados; los dos otros bancos fueron divididos en un «Nuevo Banco» y un «Viejo Banco»; el «Nuevo Banco» –dotado de nuevos capitales– asumió actividades necesarias dentro del país, como las operaciones de pago, el funcionamiento de los cajeros automáticos (ATM), un servicio de otorgamiento de créditos, etc.; el «Viejo Banco» heredó montones de deudas y todos los negocios extranjeros con una gran cantidad de activos tóxicos, cuya liquidación se concretó mediante un procedimiento de quiebra.
De esa manera, se mantuvo el acceso de la población a sus ahorros y los cajeros automáticos siguieron funcionando en todo momento. Los bancos fueron rebautizados. El banco Kaupthing hoy se llama Arion y el banco Glitinir ahora se llama Islandsbanki. Los tres bancos, hoy parcialmente en manos extranjeras, ahora se limitan a la realización de operaciones bancarias tradicionales dentro del país.
Este proceso de bancarrota nos recuerda el desastre de Swissair, que dio lugar a la rápida fundación de una nueva pequeña empresa –Swiss–, hoy bajo control de Lufthansa, mediante la cual los activos que quedaban de la primera compañía y la importante acumulación de deudas fueron objeto de una liquidación total durante el proceso de quiebra.
Garantizar la normalidad y el proceso de recuperación
La vida se había hecho difícil en Islandia desde el inicio de la crisis. La corona islandesa perdió su valor. Aumentaron los precios y disminuyó el salario real. Se disparó el costo de la vida. Aumentó el desempleo. Los resultados económicos ya habían disminuido en un 7% en 2009. El gobierno necesitó un préstamo del FMI, ascendente a 10.000 millones de dólares, para sobrevivir en aquellos tiempos difíciles. Y, como de costumbre, el FMI puso condiciones. Pero el gobierno de los socialistas y verdes rechazó una política de liquidación en el sector social. A pesar de ello logró cumplir el programa del FMI.
Países amigos, como Noruega y Suecia, ayudaron aportando dinero. Hubo aumentos de los impuestos para la población, se acentuó la progresión del impuesto sobre los ingresos y se aplicó una serie de medidas poco ortodoxas para reducir las deudas. Por ejemplo, todos los créditos vinculados a monedas extranjeras fueron declarados ilegales. El gobierno ofreció a las empresas programas especiales de restructuración de sus deudas. Hubo reducciones de deudas para los créditos inmobiliarios. Los pequeños propietarios obtuvieron reducciones de los pagos que debían realizar. Para proteger la moneda e impedir la fuga de capitales, el gobierno introdujo controles de la circulación de los capitales, controles que aún se mantienen en vigor. Las personas que salen del país sólo pueden cambiar una cantidad limitada de euros.
El FMI respetó las medidas que el gobierno islandés adoptó. Incluso propuso al ministro islandés de Finanzas, Steingrimur Sigfusson, convertirse en principal responsable del FMI para la cuestión griega, proposición que Sigfusson rechazó.
La crisis no duró mucho en Islandia. La política enérgica, respaldada por el pueblo, arrojó resultados rápidamente. El turismo y la industria pesquera se beneficiaron grandemente con la reducción de la moneda islandesa. Islandia se volvió barata. Importó menos bienes de consumo caros pero aumentó la producción nacional. Tres años después de la caída en un 7% que se había registrado en 2009, se produjo un aumento de 3% –más que la media de la Unión Europea. Desapareció la inflación y la tasa de desempleo es hoy de un 4% –como en Suiza. Ya no hay desempleo entre los jóvenes, contrariamente a lo que sucede en otros países. La agencia Fitch aumentó de nuevo la nota de solvencia de Islandia, lo cual justificó resaltando «el éxito alcanzado mediante respuestas poco ortodoxas a la crisis».
Por otro lado, la decisión tomada en 2013 por el Tribunal de la Asociación Europea de Libre Comercio –que por una vez se pronunció a favor del pueblo– fue de gran utilidad ya que fue rechazada la responsabilidad del Estado en las deudas bancarias extranjeras.
Un éxito de la soberanía y de la democracia directa
¿Por qué Islandia se recuperó con tanta rapidez? La voz del pueblo fue un factor decisivo. Los islandeses no sólo tomaron las decisiones correctas en los dos referendos. La población también participó activamente en los acontecimientos y siempre lo hizo de forma no violenta. Creando sitios web originales, la ciudadanía se defendió de los intentos de Gran Bretaña tendientes a presentar a los islandeses como terroristas para poder congelar sus cuentas bancarias en territorio británico. Además, los islandeses pusieron manos a la obra y lograron meter en cintura su economía nacional.
Los tres «nuevos» bancos, drásticamente reducidos, ahora cumplen en el país su tarea tradicional.
La población también impidió que los responsables de los malos manejos de los bancos recibiesen, como en otros países, enormes sumas de dinero al dejar sus cargos. Muchos de ellos hoy enfrentan graves acusaciones ante los tribunales. Una comisión investigadora del Parlamento publicó un informe de 2 000 páginas que señala a una treintena de dirigentes de bancos, miembros del gobierno y del Banco Central como principales responsables de la debacle financiera. La Corte Suprema juzgó recientemente a 4 de ellos condenándolos a penas de entre 5 y 6 años de cárcel por haber realizado manipulaciones fraudulentas del mercado y por abuso de confianza, siendo estos los castigos más duros que se hayan pronunciado nunca antes en Islandia en materia de criminalidad económica.
La propia moneda fue decisiva en el salvamento del país. El drástico descenso de la corona islandesa no condujo al naufragio que auguraban algunos profetas financieros sino que fue la condición previa decisiva para el rápido restablecimiento. Actualmente, la corona islandesa se ha estabilizado en alrededor de un 30% por debajo de su valor anterior a la crisis. ¡Otros países podrían inspirarse en ese resultado! Para un miembro de la eurozona, abandonar la moneda común europea abriría un camino similar.
El éxito de la vía islandesa para salir de la crisis bancaria se diferencia radicalmente de la vía centralista de la Unión Europea, dirigida desde arriba, que consiste en salvar los bancos y «administrar las deudas» y que mantiene artificialmente vivos los bancos quebrados y hace caer la responsabilidad sobre los hombros de los contribuyentes.
Islandia contradice claramente la idea de que no existe otra alternativa que el salvamento de los grandes bancos, considerados como «Too big to fail» [Demasiado grandes para quebrar]. Pero si otros países no pueden copiar exactamente la vía de Islandia, esta los inspira a buscar valientemente nuevos caminos. Y también muestra cómo un pequeño país puede, con su propia moneda, conservar con orgullo su lugar en el mundo globalizado de la finanza.
Los problemas financieros no pueden ser resueltos por una pequeña élite y a puertas cerradas. La población y los contribuyentes pueden ayudar de manera constructiva a encontrar el camino del éxito. El hecho que el FMI haya pedido al ministro islandés de Finanzas que ayude a controlar la crisis de la deuda en Grecia habla por sí mismo.