Las primeras palabras de su pontificado han sido precisamente las mismas primeras palabras del Señor resucitado. Unas palabras proféticas eficaces en las que se fundamenta la esperanza de los cristianos en el triunfo final de la Paz, la más trascendental y urgente tarea de la humanidad. Unas palabras no solo revestidas de la autoridad del Jesús pre pascual, sino de la autoridad de aquel Señor de la Historia que acababa de vencer a la muerte, a la mentira y al odio.
Ya he oído y leído todo tipo de comentarios, la gran mayoría de ellos bastante interesantes, sobre el breve mensaje de León XIV frente a la multitud de fieles que llenaban la Plaza de san Pedro. Comentarios sobre su llamamiento a la unidad, sobre su invocación final a santa María la madre de Dios, etc. Y también otros muchos comentarios sobre su persona, sobre su currículo vital, sobre el mensaje contenido en la elección de su nombre papal, sobre el hecho de que se trata de un papa de consenso entre los diferentes sectores cardenalicios, etc.
Por mi parte, hoy quiero centrarme únicamente en sus primeras palabras. Así como en el hecho significativo, y para mí sumamente esperanzador, de que haya escogido precisamente esas, y no otras, entre las muchas que hubiese podido elegir:
“La paz esté con todos vosotros. Queridísimos hermanos y hermanas, este es el primer saludo del Cristo resucitado, el Buen Pastor que ha dado la vida por el rebaño de Dios. Yo también querría que este saludo de Paz entrase en vuestro corazón y llegase a vuestras familias, a todas las personas, estén donde estén. A todos los pueblos, a toda la Tierra: La Paz esté con vosotros. Esta es la Paz de Cristo resucitado. Una Paz desarmada y una Paz desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios. Dios, que nos ama a todos incondicionalmente.”
A lo largo de toda mi vida no ha dejado de sorprenderme el hecho de que sean pocos los cristianos que fundamentan su fe precisamente en las apariciones tangibles del Señor resucitado. Y también el hecho de que sean menos aún los cristianos que en esas sus primeras palabras, proféticas y eficaces, fundamenten no solo una fe genérica, sino una fe específica en que la Paz del Cristo resucitado, Señor de la Historia, triunfará finalmente.
Pero… ¿Cómo fundamentar dicha certeza en ese saludo profético de El resucitado (saludo que León XIV repite dos veces, al igual que Jesús resucitado en la sala en la que se encontraban sus temerosos discípulos), si ni tan solo estamos convencidos de que la corporeidad de sus apariciones forme parte del kerigma pascual (la primera formulación, escueta y estandarizada, de la fe pascual de los discípulos)?
Por otra parte, la Paz debería ser la más importante y urgente causa para toda la humanidad. Pero… ¿Cómo no olvidarnos de tal prioridad y urgencia de la Paz estando como estamos tan inmersos y absorbidos por las preocupaciones cotidianas de nuestras acomodades sociedades? ¡Nos olvidamos tan fácilmente de tal prioridad y urgencia cuando la destrucción y el terror de la guerra no afecta ya a nuestra generación o a nuestro territorio!
En todo caso, estos son los motivos por los que en el año 2018 publiqué el libro El “Shalom” del resucitado, que lleva por subtítulo “El saludo profético creador de un Universo Nuevo”. Un libro que, a diferencia de mis otros tres anteriores, ha interesado a pocas personas. De ahí que me haya conmovido el hecho de que el flamante León XIV haya pronunciado ese mismo saludo del Señor resucitado en el mismo momento en el que ha iniciado su primer mensaje en el balcón del Vaticano.
De ahí que me haya llenado de esperanza el hecho de que León XIV se haya centrado no solo en la Resurrección de Cristo, y ni tan siquiera en sus apariciones tangibles, sino específicamente en sus primeras palabras, en su saludo inicial. Un saludo creador de aquello que proclama. Se trata de una Nueva Creación tan admirable como la Primera Creación, surgida también de la Palabra de Dios.
Seis años después, sin desanimarme por la falta de interés sobre mi citado libro, en uno nuevo, titulado ¿La humanidad va hacia el Armagedón? ¿O hacia la plenitud del Punto Omega?, volvía a centrar todos mis análisis en las apariciones de Cristo resucitado y en su incomprensible poder transformador de la Historia. Un poder pacificador. Un poder que suele actuar a través de los “pequeños”. De ahí su subtítulo: “¿Los pequeños podremos provocar el derrumbe del actual Imperio de la Mentira?”
Incluso me atreví a afirmar que el universo ya está en aquel Punto Omega tan anhelado por Teilhard de Chardin. Me atreví a afirmar que el universo ya llegó a Él en el momento mismo en el que el Cristo crucificado/resucitado, apareciéndose de forma tangible a sus amigos, transmutó la materia y la espiritualizó para siempre en su cuerpo glorioso. Por tal motivo, en el título del libro no me referí a una marcha hacia el Punto Omega, sino hacia la plenitud del Punto Omega… ¡en el que ya estamos!
Porque si –tal como argumenté, a fin de tener una verdadera perspectiva científica– redujésemos la historia del universo a un periodo de 24 horas, solo haría tres o cuatro segundos que habrían sucedido aquellas apariciones, aquel trascendental salto evolutivo en el que ya estamos. Intenté unificar así la visión de Teilhard de Chardin y el kerigma original cristiano (El Señor ha resucitado y se nos ha aparecido a nosotros, sus amigos). Kerigma que fue, es y debe seguir siendo el misterio central de nuestra fe.
Acabo ya con una cita de El “Shalom” del resucitado. Una de las muchas que podría recoger de entre todas aquellas que en, dicho libro, se refieren a la importancia, centralidad y trascendencia del saludo del Señor al atardecer de aquel memorable día de su Resurrección:
“Este ‘Shalom’, creador y revelador a la vez, es el instante culminante de la escena culminante de la historia del Universo. Las apariciones del Señor Jesús, con su ‘Shalom’ sagrado en el centro de ellas, son para mí la verdadera clave que, transfigurada ya la materia/energía en el cuerpo glorioso del resucitado, un día nos permitirá comprender, reconciliar y recrear no solo la humanidad sino todo el Universo. Son la clave de bóveda que sostiene todo el Cosmos, en el centro mismo de él. Como proclamaron los apóstoles (radicalmente transformados por esas apariciones) al enfrentarse a las mismas autoridades que hacía tan solo unos días habían condenado a muerte a su maestro.”
El papa León XIV da su primer mensaje desde el Vaticano (Milenio, 08.05.2025)