Hace tan solo unas semanas dedicaba mi artículo semanal en Mallorcadiario a nuestro querido amigo Josep Noguera con motivo de su fallecimiento. Esta semana ha sido a otro estimado amigo, también sacerdote, al que le ha llegado la hora de pasar de este mundo al Padre: el misionero Miquel Parets. Ha fallecido en la parroquia de Sant Cristobal, diócesis de Chosica, Perú, en la que desde 1999 se entregó generosamente, como siempre hacía, a los reclusos de los penales de Lurigancho y Castro.
Josep simbolizaba para mí algo tan urgente y necesario como el integrar armónicamente el servicio a los más vulnerables de nuestra sociedad mallorquina (al igual que Miquel, también en sus últimos años asistió aquí a los presos) con la lucha, desde Drets Humans de Mallorca, contra tanta mentira e injusticia en el ámbito internacional. De modo parecido, Miquel, misionero durante más de medio siglo, es para mí un icono de otra integración igualmente apremiante e importante: la integración del acompañamiento personal a los últimos de nuestro mundo (que él realizó desde 1961 en África y América Latina) con la denuncia clara, inequívoca, concreta, frontal… de las causas que provocan tanta miseria y tantas guerras.
Ya en 1973 las autoridades de Gitongo (Gitega), Burundi, lo acusaron de supuestas acciones políticas. Aunque en el juicio se demostró la falsedad de las acusaciones, se vio obligado a abandonar la provincia de Gitega, hasta su expulsión del país en octubre de 1979, junto a otros cincuenta y dos misioneros. En 1990 Miquel pudo volver a Burundi, aunque por poco tiempo: en octubre de 1993, tras el golpe de Estado que se inició con el perverso asesinato del primer presidente hutu, el extraordinario Melchior Ndadaye, el obispo de Mallorca, don Teodoro Úbeda, ordenó a los misioneros mallorquines que abandonasen el país. Sin embargo Miquel se las ingenió para seguir acompañando a las víctimas en aquella región. De modo que, a inicios de 1997, durante nuestro ayuno de cuarenta y dos días en el Parlamento Europeo, montó en el campo de refugiados de Luxole, Tanzania, una especie de mural sobre nuestras acciones y denuncias. Lo explicaba en un artículo publicado en Diario de Mallorca y El Día del Mundo del 14 de abril de 1997, artículo al que tituló “El mos ha dit germans nostres”. Aunque el incluir su artículo en este mío pueda malinterpretarse (no sería la primera vez que me ocurra), creo que en él se expresa magníficamente la generosidad, el coraje y el estado de ánimo de Miquel, así como el de los “genocidas hutus”:
“El buen amigo Cecili Buele, la semana pasada me envió (mejor, recibí) cuatro recortes de la prensa mallorquina que hablan de la huelga de hambre que han hecho por Europa los dos mallorquines Joan Carrero y Francesc Martorell. Con ellos, los recortes, he hecho un mural que paseo dentro del campo de Luxole, en Tanzania. Un campo que tiene más de cien mil refugiados barundi y no pocos ruandeses. Por cierto que la semana pasada (del nueve de marzo) cuando empecé a mostrar el mural no sabía responder a una de sus preguntas: ¿siguen aún?
Me gustaría que vierais con que admiración contemplan las cuatro fotos. Cuando se cambian por grupos para verlas más de cerca, la pregunta es siempre la misma: ‘¿Quién es el que nos llama hermanos nuestros’? Y el que lo sabe, comenta: ‘Este de la cara llena de barba’. Esta es la buena nueva de los recortes de vuestra huelga, Francesc y Joan, que os quiero comentar y agradecer. Admirados, no acaban de saborear: ‘¡Nos llama hermanos!’. En Kirundi, literalmente, bavandimwe, que significa: ‘salidos de un mismo vientre’. Otros añaden: ‘No tan solo nos lo dice, sino que lo sienten, ¡tantos días sin comer… por nosotros!’. Los más viejos añaden: ‘En Burundi, cuando el Rey moría, éramos nosotros los pobres los que teníamos que ayunar como signo de duelo. Si el rey había muerto ¿por qué teníamos que vivir nosotros? Ahora, estos son dos ricos, dos blancos ¡que ayunan por nosotros los pobres que no servimos para nada, que nadie quiere!’. No se lo pueden creer.
Y quieren que se lo cuente todo. El mural lo he paseado por cinco lugares de encuentro que tenemos los cristianos dentro del campo. Os aseguro que habéis tenido un éxito extraordinario. Los sitios están abiertos a todo hombre y a toda mujer. Son lugares abiertos. Han querido saber aquello del Parlamento Europeo y de su presidente. Y ver a la Sra. Bonino, a quien muchas y muchos han oído gritar en su favor por las radios. De ella dicen: ‘¡Esta sí que es una madre que sabe gritar por los que sufren!’. Los más críticos añaden: ‘¡Sí, pero antes había gritado también a favor del vicepresidente de Rwanda, causante de tantas miserias’. Os miran y remiran. ‘¿Y este que está en medio?’, preguntan, mientras señalan a Pere Sampol. Añaden que también tiene barba larga, cosa rara para nuestras latitudes. Añaden: ‘También hace cara de buena persona. No habrá ningún diputado de Rwanda ni de Burundi que los haya ido a ver’. Me han dicho que os preparan una carta.
Después de la contemplación de las fotos venían las preguntas. La más repetida: ‘¿Por qué tienen que ser los EE.UU. los que se opongan al plan que estos señores piden para ayudarnos?’. Siempre contesto en kirundi, repitiéndoles la misma pregunta: ‘¿Y por qué será que no lo quieren?’. Y me suelen contestar: ‘¿No será porqué los de los EE.UU. (os lo escribo en kirundi) kuko batunze kuruta (Kuko=por qué, batunze=tienen muchas cosas, kuruta=más que los otros)?’. Y siguen: ‘¡Tantas cosas les tapan los ojos, las orejas y el corazón! Tanto Joan como Francesc ¿no tienen tantas?’. Y sin esperar mi respuesta añaden: ‘¡Por eso nos ven, nos escuchan, nos quieren y nos llaman hermanos, de todo corazón!’.
Porque lo que más comentan es que hayáis dicho ‘estos cientos de miles de hermanos nuestros’. Lo admiran más que la misma huelga. Muchos de ellas y ellos, para no volver a Rwanda, se han escondido dentro de la selva con las bestias, comiendo hierbas. Lo que más admiran es vuestra fraternidad. Lo repiten una vez y otra: ‘No nos lo dicen por compromiso, o para alejarnos más aún; sino que nos lo dicen con lo que más nos hermana, que es el hambre’.
Y aquí las peticiones que os hacen: ‘Que no abandonéis a los refugiados que lo pasan peor aún: los del Zaire, los ruandeses y burundeses que desearían refugiarse y no pueden, los que han vuelto a Rwanda sin querer…’ Para ellos mismos no piden nada. Y se lo he hecho ver. Me han respondido: ‘Si ayudan a los del Zaire la ayuda nos llegará a nosotros’. Más aún: ‘Dentro de los campos todos sufrimos, pero siempre los hay que lo pasan peor. Si los ayudas, siempre, al menos, ¡recibirás las migajas!.
También, principalmente los jóvenes, agradecen la carta de los universitarios menorquines, que se reúnen en l’Encarnació. No digamos los estudiantes (nuestros refugiados) que no pueden seguir los estudios. Han aplaudido la frase: ‘La hipocresía de los poderosos del mundo, que dejan que se esté perpetuando una situación de muerte que nos debería estremecer a todos’.
Como misionero que soy, os quiero dar las gracias porqué habéis encendido la esperanza en muchas y muchos refugiados. En estos días de Cuaresma, me comentaban que lo que más necesitan es la esperanza. Y por eso, más que nunca, pedimos la Palabra de Dios que nos lleva a la resurrección. Nosotros también en todas les reuniones empezamos preguntándonos: ‘¿Cuál es el refugiado por quien Dios más llora dentro de nuestro sector?’.
Y escuchamos la Palabra mientras preparamos o ayudamos a dicha persona. Después de veros, añaden: ‘Tal como lo han hecho Joan y Francesc y los estudiantes de ca’l pare Miquel’. Y tantos otros. A todas y a todos ¡muchas gracias!”.
Poco después, durante un fuerte enfrentamiento dialéctico con uno de los militares responsables del campo, Miquel sufrió un infarto. Tuvo que ser repatriado a Mallorca sin recibir el tratamiento adecuado en un viaje que duró varios días.