Por todo lo que he explicado en la primera parte de este artículo, es claro que Miquel Parets transitó por los mismos caminos por los que transitaron tantos eclesiásticos luchadores en favor de la paz, la verdad y la justicia. Entre muchos otros, podríamos citar, en América Latina, al arzobispo brasileño Helder Cámara, que se lamentaba así: “Cuando alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuando pregunté por qué hay gente pobre me llamaron comunista”. O a monseñor Oscar Romero, asesinado por causa de sus enérgicas denuncias de la sangrienta represión llevada a cabo por el ejército salvadoreño y beatificado hace ahora un año. O a otros menos conocidos como el obispo de La Rioja, Enrique Angelelli, asesinado también por la dictadura argentina.
En África, podríamos citar al arzobispo de Bukavu (este del Zaire, ahora Congo) Christophe Munzihirwa. Asesinarlo fue lo primero que hizo el Frente Patriótico Ruandés (liderado por el gran criminal Paul Kagame, gendarme de Estados Unidos en aquella región) al invadir el Zaire en octubre de 1996. Eran demasiado inequívocas sus denuncias sobre la manipulación de la opinión internacional por parte de los lobbies tutsis de Ruanda y Burundi. Sus cartas a la ONU, a Jimmy Carter, etc. denunciando también la ayuda económica y militar de Estados Unidos al Frente Patriótico Ruandés eran demasiado incómodas. O podríamos citar también a su sucesor, Emmanuel Kataliko, que siguió la misma línea de su predecesor y que fue mantenido en arresto domiciliario durante meses hasta fallecer en extrañas circunstancias poco después de su liberación.
Sin referirme a tantos otros miembros del clero que no desempeñaron el papel jerárquico de aquellos que acabo de enumerar pero que entregaron también sus vidas con la misma generosidad. Y sin referirme tampoco al maestro y señor de todos ellos, que en el momento culminante de su vida sacrificó, en aras de la verdad, todos sus propios anhelos y proyectos de servicio y liberación a favor de sus semejantes. En el momento más decisivo de su vida, en su diálogo con el procurador romano Poncio Pilato, que tenía poder para liberarlo o condenarlo, optó por la proclamación de la verdad y no por el silencio prudente. Más aun, afirmó que tal proclamación de la verdad era la misión para la que había venido al mundo: “Yo he nacido para esto y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad (Evangelio de san Juan, capítulo 18, versículo 37 ).”
Sus palabras atraviesan la historia y, dos milenios después, interpelan radicalmente a todos los que nos consideramos sus seguidores, desde Francisco I al último laico de la más recóndita comunidad cristiana. La denuncia de la verdad es una cuestión evangélica tan fundamental que merecería por sí sola un artículo. Es decisivo enfrentar, desde la mirada de Dios y no desde la nuestra, esta grave cuestión que ha marcado y seguirá marcando no solo la credibilidad de las Iglesias ante el mundo sino incluso, en mi opinión, su seguimiento mismo al Cristo muerto y resucitado por ser fiel a su misión. Aquella misión por la que dijo a Poncio Pilato que había venido a este mundo. Esa grave cuestión no es otra que la del silencio “prudente” ante los genocidios y otros grandes crímenes o, por el contrario, la denuncia de ellos con todas las consecuencias.
Miquel supo comprender y practicar todo esto. Por eso no solo permaneció junto a las víctimas sino que enviaba continuamente a Mallorca sus artículos y denuncias. Al igual que permanecieron junto a esas mismas víctimas los seis misioneros españoles asesinados (además de tres miembros de Médicos del Mundo) por las huestes del Frente Patriótico Ruandés. Todos ellos fueron testigos incómodos de unos crímenes masivos que se quería silenciar. Todos ellos permanecieron junto a las víctimas (unas víctimas criminalizadas como “genocidas” antes de ser asesinadas con total alevosía e impunidad).
Todo lo contrario de lo que hizo Médicos sin Fronteras, que abandonó los campos en los que estos refugiados malvivían. Los abandonó en “casual” coincidencia con los grandes intereses mineros internacionales ávidos de los riquísimos recursos del este del Zaire. Y más en concreto, en “casual” coincidencia con el plan que buscaba hacer desaparecer de allí a los testigos internacionales que acompañaban a los refugiados hutus (plan dejado en evidencia por el abogado canadiense Christopher Black).
Y, lo que es más grave aún, los abandonó con la excusa de que no quería seguir atendiendo a genocidas. Posicionándose así junto a la versión oficial de “el genocidio de Ruanda” que criminaliza colectivamente a la etnia hutu y al Gobierno de mayoría hutu. Un gobierno que se negó a que Ruanda sirviese de base estadounidense para la conquista del Zaire y sufrió por ello unas terribles consecuencias. Pocos días después de la marcha de Médicos sin Fronteras, los “genocidas” (cientos de miles de mujeres, niños y ancianos, tan “peligrosos” como aquellos a los que se refiere Miquel en su artículo) eran bombardeados con armas pesadas con el beneplácito estadounidense y occidental. Y un par de años después Médicos sin Fronteras recibiría el Premio Nobel de la Paz. Lo cual no es nada extraño conociendo el listado de sus benefactores y financiadores. Como ya escribió Tony Cartalucci en 2013:
«Para empezar, MSF está financiada íntegramente por las mismas instituciones financieras que hay detrás de Wall Street y la política exterior común de Londres [y otras potencias occidentales] incluyendo el cambio de régimen en Siria y en el Irán vecino. El mismo informe anual de MSF menciona como donantes a Goldman Sachs, Wells Fargo, Citigroup, Google, Microsoft, Bloomberg, Bain Capital, la empresa de Mitt Romney y una miríada de otras empresas financieras. Médicos sin fronteras también presenta a banqueros en su Comité de Apoyo, entre los cuales Elizabeth Beshel Robinson, de Goldman Sachs».
Y como apostilla Marie-Ange Patrizio en un reciente artículo de Manlio Dinucci:
“A partir de la página 36 del informe financiero de 2010 (por no haber encontrado los siguientes en la página web de MSF), se ve en la larga lista de donantes a algunos otros contribuyentes como, por tan sólo citar a los más conocidos, la Fundación Bill Clinton y Richard Rockefeller, tan generosos (partidas de 100.000$ y 499.999$ respectivamente) como políticamente independientes.”
Pero lo que estos poderosos ignoran y no controlan (ellos que tienen tanta información privilegiada y que creen controlarlo todo) es precisamente lo que realmente importa en esta vida: la fraternidad, la verdad, la justicia, la misericordia… Miquel, con todas las penalidades que tuvo que soportar, vivió una vida tan plena que estos poderosos son incapaces ni tan solo de atisbar. ¡Gracias Miquel!