Intervención de Pere Sampol.

«Los cinco principios superiores» es el tercer libro de una trilogía que Juan Carrero inició con «África, la madre ultrajada» y continuó con «La hora de los grandes filántropos». El primero fue un grito de denuncia de la manipulación que se ha hecho del genocidio ruandés de 1994, que sirvió de excusa para ocultar el genocidio mayor de millones de hutus y la ocupación del Este de Congo y el pillaje de sus recursos naturales.

En el segundo, «La hora de los grandes filántropos», Juan Carrero nos mostró las verdaderas causas de la crisis económica y las guerras que nos sacuden los últimos años, señalando a los culpables: una élite fanática que ha acumulado la mayor riqueza y poder de la historia de la humanidad y lo utiliza para hacer reales sus afanes de dominación mundial.

Y hoy, presentamos «Los cinco principios superiores», con un subtítulo que ya nos da una pista de lo que quiere ser este nuevo trabajo: «Cómo reconducir la gran transformación en la que se encuentra inmersa la especie humana». ¡Casi nada!

El verano pasado leí el primer borrador, que Juan me dejó en soporte digital. Cuando nos encontramos me pidió cómo lo había encontrado: ¡desconcertante! Fue mi respuesta,… que creo que dejó a Juan desconcertado. Después de un año he podido leer, y estudiar el resultado final y os puedo decir cómo lo he encontrado: el libro es sorprendente, revelador y esperanzador. Estas son las tres sensaciones que me ha producido: sorpresa, revelación y esperanza.

En esta obra, Juan nos propone cinco principios, cinco leyes que deben salvar a la humanidad. Quien lo ha escrito es una persona mística, religiosa, cristiana, con una vida llena de experiencias que podríamos decir «sobrenaturales». Pero, a lo largo del libro insiste en que «el descubrimiento de un horizonte más amplio y luminoso no debe hacerse necesariamente en el ámbito de las religiones». «Este descubrimiento se juega fundamentalmente en el ámbito de la empatía con el sufrimiento de cualquier criatura, en el de la fascinación ante la belleza esencial de todo cuanto existe, en el de la sensibilidad ante la justicia, la verdad y la bondad». «Es indiferente que se exprese en un contexto religioso o no».

Tal vez sea por eso que ha elegido un agnóstico como yo para presentarle el libro, aparte de la amistad que nos une desde hace veinticinco años. Que no quiere decir que yo sea un descreído. De hecho, creo en un mundo en paz, en la igualdad, en la soberanía de los pueblos. Y creo en la verdad. Curiosamente Juan a Dios le dice La Verdad.

Seguramente esta voluntad integradora, «el anhelo de unir fuerzas en la búsqueda de un mundo mejor», ha hecho que Juan se haya servido, entre otros, de tres grandes figuras de la humanidad como hilo conductor de su obra: Einstein, científico ateo; Ghandi, místico no teísta; y Luther King, religioso.

Y, de manera sorprendente, Joan Carrero inicia un viaje que va desde las partículas elementales a las galaxias, de la física cuántica a la teoría de la relatividad. Nos pone delante un mundo de partículas en que el observador modifica la realidad, incluso la realidad pasada. Y un universo distorsionado por la curvatura del espacio tiempo, de nuevas dimensiones que superan nuestra percepción tridimensional, en el que, mucho de lo que vemos en el cielo en las noches estrelladas ya ha dejado de existir hace miles de años. Un viaje en que se encuentran la ciencia, la mística y la religión. Con un elemento común, la necesidad de entender, de conocer, de abrir la mente a nuevos horizontes, y una voluntad: luchar por un mundo más justo y en paz.

Pero, como hizo en «La Hora de los grandes filántropos», Joan Carrero nos sacude y nos pone delante la gran amenaza que pone en peligro a la humanidad: «menos de un centenar de personas poseen la misma riqueza que media humanidad». «Nunca en la historia existió un imperio tan global y poderoso, aunque, sorprendentemente, sus centros de poder y decisión, así como sus tentáculos sean notablemente difusos y opacos». «El poder de las finanzas es cada vez más abrumador; el expansionismo militar de Occidente es cada vez más torpe y criminal; el control de la opinión pública es cada vez más sutil pero más férreo». Los mismos oligarcas afirman «ha llegado la hora de la soberanía supranacional de una élite intelectual y de banqueros mundiales».

En muchos momentos de la lectura se tiene la sensación de pequeñez, de impotencia ante la magnitud de tal poder global. Juan es consciente de ello y dice «la abrumadora realidad mundial nos hace sentir unos pequeñísimos seres perdidos en un inmenso e inhóspito Universo, unos seres insignificantes aparentemente incapaces de influir en las decisiones que se toman cada vez más lejos de nosotros. El reto es superar nuestra comprensible sensación de impotencia «.

Y aquí es cuando surgen los testimonios vitales de Ghandi, Luther King, y yo pondría, también, el testimonio de Juan Carrero, y nos da esperanza. Pero no una esperanza basada en una ilusión, ni en la fe en que todo está predestinado. «Nada está escrito», escribe, recordando las palabras de Lawrence de Arabia cuando se enfrenta al terrible desierto. Su esperanza es en que «la empatía, la dignidad y la generosidad son fuerzas más poderosas que la adicción enfermiza a la riqueza y al poder». Y nos recuerda las palabras de Gandhi: «si una sola persona da un paso adelante en la vida, toda la humanidad se beneficia». Y nos invita a dar este paso recordando las palabras de Stéphane Hessel en su libro «Indignaos»: «es indispensable indignarse como escalón previo hacia el compromiso social y político». A que parece el eslogan que nos dice: Indignarse no basta …

Y es cuando reivindica la política: «… hay demasiada gente que no es consciente de lo grave que sería el desprecio de la política, que la abandonaran en manos de la élite que tanto sufrimiento está provocando en nuestro mundo y que nos limitásemos exclusivamente a tareas asistenciales, humanitarias o de cooperación internacional… Tenemos ante nosotros una ardua tarea: recuperar la dignidad de la política». Y añade: «Si los ciudadanos nos desentendemos de la política, otros ocuparán este vacío. O, peor, otros seguirán utilizándola, como ya lo hacen, única y exclusivamente para su propio provecho».

Esta es la filosofía que ha marcado la lucha de Juan Carrero a lo largo de su vida. No conozco ninguna otra persona dedicada al mundo de la cooperación que haya sabido leer las claves políticas que son la causa de las guerras y la pobreza. Porque Juan es la persona que ha alcanzado un hito histórico: conseguir que un magistrado de la Audiencia Nacional Española, en aplicación del principio de Justicia Universal, dicte una orden de búsqueda y captura y encarcelamiento contra cuarenta miembros del Frente Patriótico Ruandés, acusados de genocidio, crímenes de guerra, terrorismo, violaciones, pillaje … Los Juicios de Nuremberg procesaron a un gobierno derrocado que había perdido la guerra, pero, hasta la fecha, nunca se había procesado a un gobierno en activo. Para llegar hasta aquí, Joan protagonizó marchas a pie de mil kilómetros, huelgas de hambre, diálogos por la reconciliación y la paz,… Convenció a decenas de premios Nobel que firmasen pidiendo una intervención de la ONU para proteger a los refugiados de los Grandes Lagos, convenció al Parlamento europeo,… hechos que provocaron los intentos desesperados de desprestigiarlo por parte de los gobiernos españoles, ruandés y norteamericano, y el propio Consejo de Seguridad de la ONU, como demostraron cinco cables que hizo públicos Julian Assange. Como dice Juan «la verdad es que siempre ha sido más fácil dar limosna que enfrentarse al poder e ir a la raíz del problema: las causas económico-políticas de tanta pobreza y sufrimiento».

En los cinco principios superiores que deben reconducir la gran transformación en la que se encuentra inmersa la especie humana, Joan Carrero nos invita a practicar la generosidad, a buscar la verdad, a recuperar la dignidad, independientemente de nuestras creencias particulares. Él, como cristiano, afirma que ha vivido experiencias que no encuentran explicación en las leyes de la naturaleza que hasta ahora conocemos. Yo, como agnóstico, confieso que también he vivido experiencias que me han hecho percibir una fuerza, una energía invisible. A veces empatizando con una persona que me ha transmitido sus emociones. Otras, compartidas con más gente. En este sentido, la experiencia más importante de todas las que he vivido, seguro que muchos de vosotros también la sentisteis: fue el día de la gran manifestación de más de cien mil personas en favor de la educación, de la lengua… Ese día nos mirábamos unos a otros, abrazábamos conocidos, sorprendidos de encontrarnos y compartir los mismos anhelos. Sentíamos que nos unía una causa noble, justa, por la que valía la pena luchar. Creo que este es el camino que nos propone Juan.

«Los grandes cambios siempre los inician unas pocas personas, hasta que se convierten en una masa crítica que produce verdaderas revoluciones», nos dice Juan. Seguramente nosotros no veremos culminada esta gran revolución, esta gran transformación de la humanidad. Pero sé una cosa cierta, siguiendo este camino encontraremos la felicidad.

Intervención de Joan Carrero.

Un día recuperaremos lo que la humanidad perdió  la noche del 22 al 23 de diciembre de 1913

A fin de complementar el título (Los cinco principios superiores) y el subtítulo (Cómo reconducir la gran transformación en la que se encuentra inmersa la especie humana) del libro que hoy presentamos, esta sería la afirmación con la que iniciaría o resumiría mi intervención de hoy: un día recuperaremos lo que la humanidad perdió la noche del 22 al 23 de diciembre 1913.

Pero ¿qué perdió la humanidad en la oscura noche del 22 al 23 de diciembre de 1913? ¿Qué perdió que nosotros podamos un día recuperar?

En el libro expongo que aquella noche fue clave en el inicio de la gran transformación que nos está llevando al desastre.

1

Es posible que muchos de ustedes hayan hecho sus deducciones sobre cuál es esa transformación y que estén ya sobre la buena pista.

Posiblemente han pensado en la gran revolución científica y tecnológica que se ha producido en los últimos cien años, así como en sus consecuencias indeseables: las armas, en especial las atómicas; los daños medioambientales; etc.

Pero la bomba de uranio llamada “Little Boy” fue lanzada por el mítico avión Enola Gay sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Es decir, más de tres décadas después de ese 1913 que considero el punto de inflexión.

Y en 1913 tampoco podían ser ni imaginados aún los graves problemas medioambientales que en estos últimos años se ciernen sobre nuestro planeta por causa de dicha revolución científica y tecnológica.

Los más formados sobre cuestiones científicas puede que hayan recordado que en 1913 Albert Einstein estaba inmerso de lleno en la búsqueda de aquella teoría que realmente significaría una profunda revolución científica y tecnológica: la relatividad general.

Pero no llegaría a formularla públicamente hasta un par de años más tarde. Así que tampoco me estoy refiriendo a esta búsqueda del padre de la física actual.

Quizá, algunos de ustedes también hayan pensado en otra gran revolución, totalmente ligada a la anterior: la llamada globalización, con sus indeseables y graves consecuencias.

Efectivamente, estas dos grandes revoluciones, la científica-tecnológica y la de la globalización, son dos de los tres procesos en los que nuestra especie está inmersa a los que me refiero en mi libro.

Pero nos falta el tercero, el que se inició en aquella terrible noche cercana a la Navidad de 1913. El tercer y más peligroso proceso en el que se encuentra inmersa nuestra especie creo que no es otro que el de la concentración cada vez mayor del capital y del poder en muy pocas manos.

Y para fundamentar tal tesis, en mi libro no he recurrido a los certeros análisis políticos, sociales y económicos de Karl Marx, cosa que abriría demasiada polémica debido a los reflejos condicionados que la palabra marxismo provoca.

Fue el mismo Albert Einstein, tan consciente de la enorme capacidad destructiva del monstruo atómico que él había ayudado a crear (por su temor a que los nazis dispusieran pronto de él) pero que tanto luchó por el desarme nuclear, quien consideró que, sin embargo, la verdadera fuente del mal de nuestra época es esta concentración del capital y del poder.

Más temibles aún que las armas nucleares son los altos cargos políticos que tienen el control de ellas, ninguno de los cuales creo que tenga actualmente en Occidente la talla de estadista necesaria para enfrentarse a los intereses de aquellos poderosos lobbies económicos que los llevaron al cargo que ocupan.

Ahora, con cuatro décadas de retraso, tenemos las grabaciones de las terribles conversaciones en las que el presidente Richard Nixon y Henry Kissinger expresaban el mayor desprecio por la vida de cientos de miles de civiles vietnamitas y en las que Richard Nixon le llegaba a pedir a Henry Kissinger que fuese capaz de pensar por una vez a lo grande, de pensar en la bomba atómica.

Creo que actualmente el Gobierno de Estados Unidos y el futuro de la humanidad están en manos de gentes como ellos. Son los herederos no de los militares profesionales del desembarco en Normandía, que se levantaron contra el nazismo y lo vencieron, sino de quienes fueron capaces de decidir fríamente que Hiroshima y Nagasaki, dos ciudades sin una especial relevancia militar, debían ser arrasadas.

El general Eisenhower, futuro presidente de Estados Unidos, el general Curtis LeMay, el general MacArthur, el almirante Nimitz, el almirante de cinco estrellas Wil Leahy… consideraban innecesario el lanzamiento de las dos bombas, ya que se sabía que Japón se rendiría en breve. Pero algunos querían dar un aviso a la Unión Soviética.

Estas gentes siempre tiene un motivo suficientemente grave, según ellos, como para considerar la oportunidad o incluso la necesidad de iniciar guerras y de usar armas de devastación masiva.

Seguramente hay una única diferencia entre aquellas conversaciones desclasificadas de Richard Nixon y Henry Kissinger y las que ahora deben estar teniendo lugar: de estas últimas aún no tenemos las grabaciones.

Aunque algo va trascendiendo. Así por ejemplo, en su libro Periodistas comprados, el conocido periodista Udo Ulfkotte, ex corresponsal del Frankfurter Allgemeine Zeitung, uno de los principales periódicos alemanes, describe cómo políticos estadounidenses y alemanes influyen en los medios alemanes, para que los periodistas den el sesgo deseado a los eventos mundiales.

Y respecto al tema nuclear afirma textualmente: “Ahora los estadounidenses incluso consideran que se haga volar una planta de energía nuclear en Ucrania y que se insista en que los culpables sean separatistas o rusos.”

Otro dato que confirma el análisis de Albert Einstein, dato que también podrán encontrar en el libro, es el de las cantidades de dinero utilizadas en el llamado “rescate” bancario occidental: son incomparablemente mayores que los dos billones de dólares anuales invertidos en armamento en todo el mundo. Los beneficios de la industria armamentística, aun siendo cuantiosos, no se pueden comparar a los beneficios financieros.

La única auditoría que el Congreso estadounidense ha podido hacer nunca a la Reserva Federal da una cantidad superior a los 16 billones de dólares inyectados por ella a los grandes bancos en solo dos años y medio. Aunque otros expertos hablan incluso del doble.

En todo caso, se trata de 50.000 millones de dólares multiplicado por unas 365 veces. He elegido esa cantidad de 50.000 millones porque son los que se necesitan para acabar con el hambre en el mundo, pero de los que nunca se dispone. Aunque, eso sí, la Reserva Federal los ha fabricado cada uno de los días del año para fortalecer a los mayores bancos occidentales.

Son más de 16 billones de los que los periodistas y economistas del sistema nunca hablan, a pesar de que semejante cantidad supera el presupuesto estadounidense de cuatro años.

2

Medio desvelado ya el enigma que se esconde en la mitad posterior del título de esta intervención, un enigma que tiene que ver con la concentración del dinero y el poder en muy pocas manos, me quiero centrar ahora por un momento en la primera parte de ese título: “Un día recuperaremos…”.

Está escrita en primera persona del plural. Se refiere a todos nosotros. Noam Chomsky se refiere con frecuencia a una segunda superpotencia mundial, tras la estadounidense. ¿Se refiere acaso a la gran potencia militar que es Rusia, o a la gran potencia económica que es China…? Pues no. Se refiere a la opinión pública. A usted y a mí…

Así que nos encontramos de nuevo frente a otro enigma. Como en tantos relatos míticos o legendarios sobre búsquedas de un tesoro o sobre el descubrimiento de un arcano, nos encontramos frente a otra puerta cerrada: ¿cómo es posible que unos seres humanos tan insignificantes como usted y yo, podamos ser la segunda superpotencia mundial? ¿cómo podemos serlo y, sin embargo, ser tan impotentes frente a tanto mal?

Para franquear esa nueva puerta, de nuevo recurriré a categorías míticas. Más tarde explicaré por qué. Creo que tiene razón Noam Chomsky: somos como un poderoso rey, pero… ¡estamos como hechizados!

Vivimos fuera de la realidad, en otra especie de realidad mucho más ficticia de lo que somos conscientes, una realidad virtual que unos poderosos imperios mediáticos nos inculcan cada hora.

¿Se acuerdan del rey Théoden, en El señor de los anillos, hechizado por el mago Sarumán gracias a la ayuda del consejero del rey, Grima, que trabaja en secreto para el mago? Pues algo semejante nos está ocurriendo.

Lo califico de hechizo porque se trata de algo más complejo que la mera ignorancia o desinformación. Un hechizo solo es posible por nuestras propias debilidades emocionales y espirituales, por nuestros propios sentimientos inadecuados y nuestras propias proyecciones: miedo, conformismo, pequeños intereses personales pero insuficiente interés por cuestiones verdaderamente importantes, ambición…

Por eso me gusta decir que “el antónimo de la bella palabra utopía no es realismo sino mezquindad”. Y sus sinónimos, igualmente hermosos, son empatía, magnanimidad, fe y coraje. La realidad no es algo que esté “ahí afuera”, sólida e inamovible. No solo lo afirman numerosas tradiciones espirituales milenarias sino también, ya en el Siglo XX, la física: el observador altera siempre lo observado, lo altera incluso solo por el hecho de observarlo. La dignidad y la generosidad aún cuentan. No hay observadores externos a la realidad: todos somos actores que configuramos la historia con nuestra lucidez o nuestra inconsciencia, pero sobre todo con nuestra generosidad o nuestra mezquindad.

Posiblemente algunos piensen que esta valoración tan negativa de las grandes agencias de “información” y de las grandes cadenas de televisión es demasiado “radical”.

En tal caso, les reboto ahora la carga de la prueba. Les reboto algunas de las preguntas que hago a lo largo del libro:

  • ¿Por qué ninguno de los gurús oficiales sobre economía nunca se refieren en los grandes medios a esos 16 billones, a los que yo he aludido antes, ni a las graves presiones y amenazas que sufrieron los congresistas para que fuese posible semejante estafa?
  • ¿Por qué no se puede ver en esas grandes cadenas de televisión al general estadounidense Wesley Clark revelando y denunciando con años de antelación el plan de su propio Gobierno para atacar Irak, Libia, Somalia, Siria, etc.
  • ¿Por qué no nos hablan de los 10 millones de víctimas mortales que Occidente ha ocasionado en Ruanda y Congo, ni de los cientos de miles de violaciones que se siguen produciendo en Congo mientras las cuatrocientas jóvenes secuestradas por Boko Haram ocupan buenos espacios en primeras páginas.
  • ¿Por qué nadie conoce a la líder de la oposición ruandesa Victoire Ingabire Umuhoza, en prisión desde hace cinco años por haberse negado a colaborar en el proyecto estadounidense de pillaje y división del Congo?
  • ¿Por qué casi nadie conoce el auto por el que el juez Fernando Andreu imputa por los más graves crímenes posibles a cuarenta máximos cargos del actual régimen ruandés y a su presidente Paul Kagame, al que la ONU ha convertido en el copresidente (junto a José Luís Rodríguez Zapatero) de los nobles Objetivos del Milenio?

Yo mismo he vivido en primera persona demasiados acontecimientos que me han evidenciado que nuestra sociedad vive inmersa en una gran farsa:

  • En febrero de 1997, el día en el que entregaba en Bruselas al ministro español de Exteriores Abel Matutes una carta en la que responsabilizaba a Bill Clinton de la masacre de cientos de miles de refugiados hutus en el este del Congo (entonces Zaire), carta que escribí durante un ayuno de cuarenta y dos días y que firmaron los premios Nobel más conocidos así como los presidentes de los diferentes grupos políticos europeos, la corresponsal de TVE en Bruselas me pidió disculpas por no poder filmar, a su pesar, el encuentro con el ministro, ya que le habían prohibido cualquier imagen sobre él.
  • En aquellos mismos días se negaba la existencia misma de esos muchos cientos de miles de refugiados, hasta que la comisaria europea Emma Bonino se desplazó a la zona y sus colaboradores filmaron las escenas dantescas de esa marea humana que no existía.
  • En noviembre de 2009, un informe de la ONU sobre el Congo, informe que fue tratado ampliamente por los diarios “progresistas” El País y Público, me acusaba de ser el principal financiador de los “genocidas-terroristas hutus” de las FDLR. La única prueba consistía en una subvención de 50.000 € para la acogida de niñas violadas… ¡que nuestra fundación no llegó a recibir nunca! Posteriormente, cinco cables de Wikileaks desvelaban el complot para acabar con la querella criminal que habíamos iniciado en la Audiencia Nacional.

Estoy convencido de que ciertamente estamos como hechizados. Podría enumerar algunas de las estrategias que son usadas para conseguirlo, pero la principal es la del silencio y ocultación de todo aquello que cuestiona la gran farsa que es el Sistema occidental.

Está también la presentación “conveniente” de aquellos hechos que no pueden ser ocultados, presentación en la que nosotros siempre somos “los buenos”. O la creación de toda la confusión posible. O las operaciones de distracción.

Y es que al Imperio Occidental no le basta un enorme poder financiero junto a un poderío militar aplastante. Necesita además una tercera pata sobre la que edificar su dominación global: la legitimación moral. Pero la legitimidad es precisamente su gran debilidad, aunque pretendan ser los adalides de la democracia y los derechos humanos en el mundo. De ahí la fuerza del movimiento de la no violencia, que mahatma Gandhi fundamentaba en el poder de la verdad.

3

Pues bien, aclarado ya que en el título estoy hablando de nosotros mismos, lo que en el inicio de él se afirma con rotundidad es que un día recuperaremos algo muy importante que perdimos aquella triste noche de hace un siglo.

Es decir, afirmo que un día se romperá el hechizo. Afirmo que la verdad, la justicia y la misericordia tendrán la última palabra en la historia. Afirmo que los que llegarán a poseer la tierra serán los compasivos y los pacíficos, y no los que controlan y dirigen “los mercados”, el poder y los ejércitos.

Mahatma Gandhi y Martin Luther King llegaron a esa sabia pero sorprendente y hasta paradójica conclusión porque a lo largo de su vida habían aprendido que la sabiduría y el proyecto de Dios superan infinitamente nuestros pensamientos. Y que sus tiempos no son los nuestros.

Pero esa profunda intuición no fue solo una visión espiritual sino que también contenía una clave científica, válida incluso desde la no creencia. Es la misma clave que permitió que, en sus investigaciones, James Hutton o Charles Darwin desbloqueasen toda una serie de problemas irresolubles hasta entonces y llegasen a sus geniales teorías: la edad de la tierra y de sus procesos así como la edad de la vida sobre ella es mucho más dilatada de lo que se consideraba hasta entonces.

La comprensión de cómo se elevaron las cordilleras por causa de la deriva de los continentes según la tectónica de placas o el descubrimiento de la evolución de las especies solo fueron posibles una vez que James Hutton y, un poco después, Charles Darwin intuyeron que los periodos durante los que se produjeron semejantes procesos eran inmensamente más prolongados en el tiempo que lo que se creía según los conocimientos convencionales propios del momento.

De modo semejante, solo podremos comprender correctamente la veracidad y la fuerza de la doctrina y el movimiento de la no violencia cuando abandonemos nuestros limitados horizontes sobre la duración de los procesos propios de la historia humana y sobre a la supuesta ineficacia de nuestras acciones a favor de un mundo mejor.

Los tiempos de la tierra, de la vida sobre ella y de la humanidad son mucho más dilatados de lo que solemos tener en cuenta. Y todo acabará bien.

Pero la reducida elite que en estas cuatro últimas décadas llevó al mundo a una financiarización que los hizo a ellos mismos inmensamente ricos y poderosos pero que originó una enorme masa empobrecida, que impuso el sistema del petrodólar, que es la responsable de tantas guerras de agresión… no debe creer que, entre tanto, su dominio es incuestionable.

No debemos permitírselo: sus días están contados, la humanidad está llegando a un punto de inflexión, los pueblos están abriendo los ojos, el Sistema occidental se está autodestruyendo lentamente, otras potencias están emergiendo al margen de él…

Como Marina Rosell nos decía ayer en palabras de su amigo Paco Ibáñez: “A por ellos. Son pocos y cobardes”. Gracias Marina, una vez más, no solo por tu presencia y por tu apoyo con tu música y tu canto sino también por tu ideología y tus posicionamientos siempre a favor de los pequeños y las víctimas.

Estos pocos y cobardes pretenden que no hay alternativas a su sistema. Pretenden, por ejemplo, que la Islandia que se ha liberado ya de su yugo y que está floreciendo, es demasiado pequeña y que su experiencia no es extrapolable a otros países.

Siempre se ingenian para silenciar, confundir, etc. Lo que nunca dicen es que muchas alternativas no llegaron a serlo porque ellos ya se cuidaron de hundirlas. Pero la realidad es tozuda. Claro que lo que está sucediendo en Islandia es extrapolable a España, pero a algunos les da pánico el solo hecho de hablar de ello.

Porque una cosa es cierta, y en esto tienen razón los dueños del dinero, hay una gran diferencia entre Islandia y España: el tamaño. Si España siguiese los pasos de Islandia, el sistema occidental tendría un enorme problema.

Y ya concretando más, creo que para encontrar la solución a este terrible laberinto en el que la humanidad se encuentra perdida hay que tomar una medida clave: retornar a la ley suprema de Estados Unidos.

Es decir, retornar a su Constitución. Sí, tal y como acaban de oír.

Lo afirmo porque así lo creo, pero, además, para darles un poco de dolor de cabeza a quienes me puedan calificar de antiestadounidense. En realidad, perdonen la broma, es más bien para tranquilizarlos.

¿Qué quiero decir con tales afirmaciones? Vayamos ya desvelando el enigma que se esconde tras el título de esta intervención.

En la noche del 22 al 23 de diciembre de 1913, las grandes familias financieras anglosajonas, contraviniendo la Constitución de Estados Unidos, crearon la Reserva Federal.

Y aquella noche se empezó a torcer todo. Crearon un banco central de propiedad privada. Así como suena, absoluta contradicción, total farsa: estatal pero privado.

A partir de aquella noche, hasta el día de hoy, se fue imponiendo la voluntad y el poder de unas pocas “familias” sobre las decisiones democráticas mayoritarias de las sociedades occidentales. Porque no estoy hablando solo de Estados Unidos sino también de aquí.

A lo largo de las siguientes décadas, aquellos presidentes y altos cargos políticos estadounidenses que intentaron devolver al Estado el control de la Reserva Federal y del flujo del dinero, fueron casualmente asesinados o “desaparecidos” de la escena pública.

Pero ya no voy a desvelar cómo esos grandes financieros se las han ingeniado desde entonces para controlar o intentar controlar el mundo, porque si lo hiciese ya no tendrían necesidad de comprar el libro que hoy presentamos.

Bromas aparte, ya es hora de referirme a lo que podrían ser las vías de solución al grave problema en el que se encuentra sumida la humanidad.

4

Voy a apuntar ya el modelo que nos ofrecen los maestros de la no violencia, fracasados pero vencedores, asesinados pero bien vivos entre nosotros.

Ellos nos demostraron que siempre hay alternativas, que siempre se puede hacer algo para cambiar el curso de los acontecimientos.

Es verdad que los problemas actuales son de una dimensión que nos supera totalmente, que su origen está muy por encima de nuestro ámbito cotidiano, que revisten una urgencia extrema para millones de víctimas de aquí y de los países empobrecidos…

Pero el mensaje de estos maestros es que en las situaciones límite suele aparecer una fuerza misteriosa pero poderosa que nos aporta soluciones no imaginadas.

Los cinco principios superiores que he elaborado a partir de sus vidas y mensaje son unas leyes capaces de producir el “milagro” de la multiplicación desproporcionada de nuestros pequeños esfuerzos; el “milagro” de la multiplicación del bien frente al mal; el “milagro” de encontrar paradójicamente nuestra propia felicidad en el momento mismo de condicionarla a la felicidad de los más desvalidos; el “milagro” de que el más pesado de los yugos, la renuncia a nosotros mismos (una carga que es superior a nuestras propias fuerzas), se vuelva suave y ligero en el mismo momento en el que lo aceptamos y confiamos en que una Fuerza superior nos ayude a llevarlo.

Son unas leyes capaces incluso de producir el “milagro” de que hasta el más pequeño de todos nosotros pueda cambiar el curso de la historia.

Sin su ayuda no habrá manera de enfrentarse a aquellos otros poderes (económicos, mediáticos y militares) que parecen dominar nuestro mundo de un modo abrumador.

Son unas leyes poderosas con una lógica superior que integra la lógica cotidiana de la eficacia y los resultados en un marco más amplio. Por eso no deben preocuparnos tanto las mayorías. ¿Quién se acuerda de los cien autores que escribieron un libro contra Albert Einstein y sus teorías? Como él mismo dijo: “¿Por qué cien? Si están en lo cierto, bastaría uno solo.”

Algunos les debemos recordar a nuestros líderes políticos aquellas palabras de Martin L. King: El verdadero líder o estadista no es alguien que dependa de las mayorías de opinión sino alguien capaz de crear opiniones mayoritarias.

Ya basta de líderes “socialistas” que cambian para mal la Constitución española en cuanto reciben una carta del presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, un hombre al servicio de las grandes familias que controlan la Reserva Federal.

Ya basta de líderes “populares” que rescatan Bankia con el dinero de todos en cuanto reciben una llamada del secretario del Tesoro estadounidense, Timothy Geithner, que no tiene otros jefes que los mismos de Jean-Claude Trichet.

Ya basta de grandes partidos que cambian la ley de jurisdicción universal en cuanto reciben una regañina del embajador estadounidense en Madrid, otro más al servicio de los grandes poderes económicos de su país. O que les ofrecen las bases de Rota y Morón para continuar el pillaje de África, llevando desolación y hasta genocidios a los pueblos africanos.

Ya basta de “líderes” que están siempre pendientes de las encuestas sobre la opinión de un centro sociológico que no estoy muy seguro de que se entere bien de lo que en realidad está sucediendo en nuestro mundo.

5

Estoy intentando llevar al lector de mi libro más allá de la lógica convencional de la eficacia y los resultados, una lógica demasiado chata. Estoy intentando introducirlo en la lógica de los grandes maestros de la no violencia y de la ciencia.

Pero estamos a tres días de las elecciones. Sí. No podía dejar de salir el tema de las elecciones. Porque precisamente el reto que nos proponen mahatma Gandhi y Martin L. King es el de integrar toda esta lógica superior en el ámbito de la política.

A muchos, seguramente inducidos por los medios de comunicación, les da miedo, lo que llaman la ingobernabilidad. A mí, lo que me preocupa no es la ingobernabilidad sino todo lo contrario: la concentración del poder.

Entre otras muchas manipulaciones, electoralmente se nos impone la ley de Hont, en la que una persona no significa ni mucho menos un voto. Se nos impone, según dicen, para favorecer la gobernabilidad.

Pero el hecho es que, sin esa ley, los grupos minoritarios tendríamos muchos más representantes y decidiríamos más rápidamente mayorías de gobiernos estables que ahora, con la ley de Hont, cuesta lograr. Pero, claro, sería la mayoría estable que no interesa a los poderosos.

Si tuviese que ir apuntando, ya para acabar, algunas vías de solución, estas irían todas en una misma dirección: el acercamiento al ámbito local de toda la capacidad de decisión que podamos. Eso, creo que, en última instancia, nos obliga a ir preparando a nuestra sociedad a un independentismo para el que aún no está preparada.

Después de varios años de “sequía emocional”, hace un par de semanas por fin llegaron a conmoverme las palabras de un político. Escuché a Biel Barceló expresarse con convicción y fuerza en los mismo términos en los que se manifestaban los maestros de la no violencia.

Por eso quiero acabar con aquellas palabras con las que cerró su mitin del pasado día de San Jordi al que tituló “Com es fa una revolució”. Tras exponer un programa de gobierno realmente ilusionante, dijo así:

“Tot això seria molt guapo si fos possible. Si guanyassim. Però noltros, hem guanyat alguna vegada? Idò sí. Hem guanyat sempre. Les nostres idees han guanyat sempre.

Si Cala Mondragó, Es Trenc, Es camí de cavalls, Sa Dragonera, Cabrera o Son Real són platges i paisatges protegits és gràcies a nosaltres. Noltros hem protegit Es Jonquet, el centre històric de Sineu, Ruberts, el Teatre Mar i Terra, la ruta de pedra en sec o la Sibil·la.

Sempre ens hem avançat als temps; hem fet avançar la història; i no ens ha faltat mai la raó. A vegades, ens ha faltat la força. Això sí. I per això ens ha duit més temps aconseguir-ho. Però igualment, ho hem aconseguit.

Defensàvem tot sols el reciclatge i no la incineració i avui som dels que més reciclam de tot l’Estat. Defensàvem el tren, el transport públic i un major ús de la bicicleta, i avui totes les ciutats europees ho estan fent.

El 1993 érem els únics que demanàvem un finançament autonòmic just i avui tots els partits ja ho duen al programa. Proposàvem tenir mitjans públics en la nostra llengua, i tothom se’ns tirava damunt. I avui ja ho tenim. I amb l’ajuda de milers de mallorquins, vàrem dur TV3 a les Illes. I la tornarem a dur.

N’Emili Darder, va guanyar? Sí. El gran batle republicà i mallorquinista de Palma, afusellat pels feixistes una matinada, va guanyar.

Perquè n’Emili Darder deia el 1936: ‘Qui tengui molt que pagui molt. I qui tengui poc que contribueixi com pugui’. I això és el que fan les socialdemocràcies avançades del nord d’Europa.

Darder va creure en l’educació fins a l’obsessió, i va treballar incansablement per dignificar-la i estendre-la. Devegades em deman: Què hauria pensat Emili Darder, si hagués vist 100.000 persones al carrer, en defensa de l’educació i de l’escola pública? Pareixia un visionari, però ja ho veis: ara és tot un país el que defensa la seva escola.

És vera que aquest país té molts d’enemics, però també és vera que té una arma infal·lible: la seva gent. Una gent de cada vegada més conscient i més segura del país que volem i que mereixem.”

Y es que, como mahatma Gandhi creía, la verdad es poderosa, la realidad es inamovible. La raíz de Satya (el término en sanscrito que él tanto amaba y usaba), Verdad, no es otra que Sat, que significa Ser. Por eso él y Albert Einstein, el gran físico apasionado por el Universo y la naturaleza última de la materia, se entendían tan bien.

La verdad solemos referirla a los hechos mientras que pensamos que la materia solo tiene que ver con “las cosas”. Pero, al unificar espacio y tiempo en un continuum espaciotemporal cuatridimensional, Albert Einstein unificó la verdad y la materia en una única realidad constituida por una especie de “tejido” de acontecimientos estrechamente entrelazados.

Por todo eso la física es una de las tres grandes temáticas de mi libro, junto con el análisis político-económico y con la espiritualidad. En estas otras dos grandes cuestiones ambos son también un referente universal e intemporal.

Formulándola con categorías aceptables para los no teístas e incluso para los ateos, mahatma Gandhi hizo de la no violencia un método con unos objetivos sociopolíticos bien definidos. Objetivos que principalmente tienen que ver con algo de suma actualidad y de gran trascendencia para nuestro mundo: el imperialismo con sus desmanes y la “lucha” contra él.

Como Albert Einstein alertaba, ahora se trata de un imperialismo fundamentalmente financiero, pero que utiliza también las agresiones militares. Un imperialismo que es más dañino que las mismas armas nucleares, que el Imperio británico contra el que Mahatma Gandhi luchó y que todos los imperialismos anteriores.

Y lo que más estrechamente unía a estas dos personalidades excepcionales es aquello que constituye la esencia misma del fenómeno religioso: la admiración, la empatía y el respeto reverente hacia el Universo, hacia el misterio de la Vida y hacia la más pequeña de todas las criaturas.