El otro día, bien temprano, al conectar la radio, me sucedió algo curioso. Todos los comentarios que oía, comentarios que precedían o seguían a las respuestas del “barón” del PSOE que era entrevistado, me hicieron pensar que, seguramente, yo mismo habría movido sin querer la posición del dial. Pero no. No estaba escuchando a quienes algunos llaman la caverna mediática. Estaba escuchando a la SER. Y es que nuestro particular establishment parece estar muy nervioso. No hablo del gran establishment financiero anglosajón, para el que nació este término. Un poderoso establishment globalista para el que el referéndum en Catalunya, exigido por Podemos, no creo que tenga demasiada trascendencia. Un poderoso establishment que de momento está ganando todas las batallas. Un poderoso establishment que en Occidente, un Occidente que controla desde hace mucho tiempo, está dejando todo cada vez más “atado y bien atado”. Es precisamente ese mismo control el que nuestro particular establishment postfranquista había logrado aquí… hasta ahora. Pero tras el 20D parece que quienes lo componen están muy nerviosos.
En el PSOE en concreto, los defensores a ultranza de “la unidad de destino en lo universal” no se andan ahora con chiquitas, aunque sea a costa de romper el partido. Hasta el mismo exlehendakari y actual secretario de Acción Política del PSOE, Patxi López, tuvo que decir esta semana: “El espectáculo que estamos dando es lamentable”. Tras la condición impuesta por Podemos, hemos oído y leído con frecuencia: “Jamás pactaremos con quienes quieren destruir España”. ¿Quién no se ha dado cuenta de que en los procesos de separación ese calificativo, el de “destruir” una relación, tan solo sale de la boca de los que ocupan la posición dominante? En los matrimoniales, por ejemplo, tan solo sale de la boca de los maltratadores. Pero en tales situaciones, cualquier observador exterior neutro tan solo suele ver a una esposa que no desea otra cosa que alejarse lo suficiente de su conyuge maltratador. Lo cual es muy diferente de la intención de destruir el matrimonio. Más penoso aún es que tales formulaciones las haga una mujer, como la presidenta andaluza, Susana Díaz. Aunque en su caso quizá haya que ver mucho más de lucha por el liderazgo en el PSOE que de cerrazón españolista.
Lo siento por todas las buenas personas que hay en este histórico partido, a muchas de las cuales aprecio personalmente e incluso debo gratitud. Personas como Mercè Amer, quien, siendo consellera y en representación del Consell de Mallorca, viajó a Bruselas a comienzos de 1997 para apoyar nuestras reivindicaciones en los últimos días de un ayuno que duró cuarenta y dos. O como Teresa Riera, que, siendo diputada en Madrid, consiguió el apoyo de todo el Congreso de los Diputados para nuestra candidatura al Nobel de la Paz. O como la presidenta Francina Armengol, que nos apoyó incluso en el delicado momento del complot para desactivar el caso Ruanda-Congo en la Audiencia Nacional, acusándonos para ello de financiar a las FDLR del este del Congo, compuestas supuestamente por genocidas hutus (complot del que formaba parte el ministerio de Exteriores de Miguel Ángel Moratinos junto al Departamento de Estado estadounidense, la ONU y el Gobierno de Ruanda, como quedó revelado en cinco cables de WikiLeaks). O como tantos otros miembros del PSOE que podría seguir enumerando. Por todo esto, mucho me alegraría que el PSOE encontrase el camino de una regeneración verdadera, no el de una regeneración ficticia ideada de cara a la galería.
Ayer pensaba tratar en este artículo tan solo esa puntual crisis de nuestro particular establishment. Pero hoy, al tomar conciencia de que estaba escribiendo en un día de alto contenido simbólico, el 1 de enero, he decidido que sería más oportuno el centrarme en the establishment en sí mismo y en la soberbia del poder, así como el permitirme, por esta vez al menos, unas reflexiones mucho más intemporales y escatológicas. Y en eso estaba cuando, en este día mundial de la paz, he oído al papa Francisco lamentando “la arrogancia” de los poderosos y afirmando que, sin embargo, “la multitud de formas de injusticia y de violencia que hieren cada día a la humanidad […] y el creciente rio de miseria […] nada pueden contra el océano de misericordia que inunda nuestro mundo». Yo no podría describir mejor y con menos palabras la esencia misma del mal que se extiende actualmente por nuestro mundo así como la esencia de las poderosas certezas que movieron a los maestros de la no violencia a dar su vida por esa fraternidad universal.
Si hay algo cierto en la esfera del poder, es el hecho de que la arrogancia y prepotencia acaban provocando la pérdida del sentido de la realidad. Para constatar semejante desvarío no importa retroceder muchos siglos atrás. Ni tan siquiera remontarse al delirio nazi. Recordemos que hace tan solo unos años Francis Fukuyama, en su famoso libro El fin de la historia, proclamaba la tesis de que el liberalismo democrático, basado en la economía de libre mercado, había acabado con las ideologías y con el marxismo comunista, emplazando a la economía y a los Estados Unidos en el centro de… ¡un mundo sin guerras ni revoluciones sangrientas! No es extraño que Ernesto Cardenal, en uno de sus últimos libros, Este mundo y otro, tras referirse tanto a la actual rebelión ciudadana “contra la guerra, el neoliberalismo y la globalización” como a la confianza en que “otro mundo es posible”, y tras incluir a ambas en el dilatado marco de la evolución de las especies, finalizase así el capítulo titulado “Somos polvo de estrellas”:
“Es la evolución la que está haciendo aparecer a todos estos hombres y mujeres con una preocupación por mejorar el mundo como nunca se había tenido antes. Es una aceleración de la evolución, y es la evolución haciéndose cada vez más y más consciente. Todos somos productos de un mismo Big Bang, desde las sub-partículas más simples que fueron las primeras en juntarse hasta las sociedades humanas más complejas que se siguen juntando. Y no sería científico pensar que nosotros somos ya el final de la evolución. El caballo tiene sesenta millones de años. Mientras que el hombre sólo tiene como dos millones de años, el Homo sapiens menos de cien mil años, y la civilización –con el invento de la agricultura y la domesticación de los animales- apenas diez mil años. ¿Podemos imaginar lo que será la humanidad dentro de diez mil años? ¿Y dentro de cien mil años? ¿Y dentro de un millón de años? ¿Cómo se puede decir entonces que estamos en el fin de la historia, o que ya llegamos al final de las utopías? La evolución tiene reversibilidades y retrocesos, pero después sigue el avance aunque sea por otros caminos.”
Para las gentes del establishment lo importante es la riqueza, el poder, la inteligencia y la arrogancia, los mismos objetivos y “cualidades” de la Alemania nazi, o de la aristocracia feudal tutsi de Ruanda. Pero esas gentes no saben qué es la sabiduría. Disponen de una extraordinaria capacidad tecnológica para construir “inteligentísimos” artefactos capaces de arrasar miles de veces nuestro precioso planeta. Así como de una extraordinaria capacidad para desarrollar una “ingeniería” financiera tan alejada de la riqueza real del planeta que han creado una increíble burbuja que los ha hecho inmensamente ricos. Sin embargo, a tal derroche de inteligencia, los ancestrales mitos de todas las culturas que nos han precedido lo llamaron necedad. Y anunciaron que, antes o después, semejantes construcciones insostenibles se derrumbarán estrepitosamente. Y que, a una escala temporal menor, a escala humana, tales necios se enfrentarán mucho antes de lo que piensan con todo el mal que han hecho: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma. ¿Y para quién será todo lo que has acumulado?” (Lucas 11,20).
¿Algo de todo esto podríamos aplicarlo al establishment español? ¿Se han creído realmente la ficción de una prodigiosa Transición que instauró un sistema incuestionable, inmejorable e imperecedero? ¿No tuvieron en cuenta que la evolución es un increíble proceso en el que nada hay permanente y menos aún todas aquellas mutaciones que no van a conducir a nada? Aunque algunos se pongan como se pongan, parece que al actual sistema español le ha llegado la hora. Los barones del PSOE podrían haber contemplado el caso de las Islas Baleares: Francina Armengol preside un gobierno que está llevando a cabo unas dignas políticas progresistas. Pero, claro está, aquí no se decide nada realmente importante a nivel nacional y mucho menos internacional. En Catalunya ya se cuidaron de acabar con Pasqual Maragall. Aunque así les ha ido allí desde entonces.