Es una mujer luchadora, valiente y sacrificada, rayando en el heroísmo. Tanto como puedan serlo Aminatou Haidar, las madres argentinas de la Plaza de Mayo o la birmana Aung San Suu Kyi. Se llama Victoire Ingabire y hace cinco meses tuvo la osadía de volver a su país natal, Ruanda, para presentarse como candidata a las próximas elecciones presidenciales que tendrán lugar en agosto, y entonces empezó su calvario. El actual presidente, Paul Kagame, que aspira a conseguir otro mandato de siete años, no la puede ver ni en pintura y ha desplegado toda la maquinaria de odio de su régimen dictatorial para evitar que pueda retarle en los comicios.
Cuando Ingabire llegó a Ruanda en enero de este año, como líder del Frente Democrático Unido, se atrevió a decir en público lo que la mayoría de los ruandeses piensa pero todos tienen miedo de manifestar: que además del genocidio contra los tutsis que tuvo lugar entre abril y junio de 1994 hubo también matanzas perpetradas contra la mayoría hutu por parte del Frente Patriótico antes de esa fecha, durante y después, y que el régimen en el poder es responsable también de muchas otras masacres cometidas en la vecina República Democrática del Congo. Como parte de su programa electoral, su partido propone la creación de una Comisión de la Verdad y la Reconciliación para poder sanar las heridas del pasado, algo que mientras no se consiga seguirá manteniendo a Ruanda en un estado de olla a presión.
Poco tuvo que esperar esta mujer antes de ser objeto de los ataques más infames. Como suele ocurrir en Ruanda cuando alguien se atreve a poner el dedo en la llaga, inmediatamente los medios de comunicación del régimen –que, por increíble que parezca, gozan de gran aceptación en la prensa internacional, sobre todo en países anglófonos- empezaron una campaña de desprestigio llamándola “negacionista”, “revisionista” e incluso acusándola de haber participado en el genocidio de 1994, cosa bastante improbable si se tiene en cuenta que por aquellas fechas Victoire Ingabire se encontraba en Holanda, país donde ha residido los últimos 16 años. Por cierto, el embajador ruandés en este país tuvo que huir y pedir asilo político porque el gobierno de Kigali le recriminó el haber concedido un pasaporte a la líder opositora.
Victoire estuvo a punto de ser linchada a primeros de febrero cuando acudió a una oficina gubernamental a presentar la documentación necesaria para registrar su candidatura. Un grupo de adeptos al régimen la atacó sin piedad mientras hacía cola. Escapó por los pelos. Peor suerte corrió su asistente personal, que tuvo que ser ingresado en un hospital como consecuencia de la paliza que recibió. Pero ella no se achantó y siguió adelante. El pasado 21 de abril fue detenida y pasó la noche en prisión mientras su domicilio era registrado de arriba abajo. Fue puesta en libertad provisional al día siguiente y ahora se le ha impuesto la obligación de presentarse a la policía dos veces al mes. Todavía no ha conseguido registrar su partido, y Kagame ha dicho abiertamente que hará todo lo que pueda para que esto no suceda. Mientras tanto, la prensa adicta al régimen continúa levantando acusaciones falsas contra ella, intentando vincularla con el FDLR, la guerrilla hutu que realiza ataques en el Este de la República Democrática del Congo.
Acabo de leer una carta que esta mujer ha dirigido a todos los ruandeses y amigos del pueblo de Ruanda, y que sorprende por la serenidad con que está escrita. No hay en ella ni un ápice de odio ni de deseo de revancha. “Sabéis sin duda –empieza diciendo- que con el objetivo de bloquear nuestras actividades políticas y de aniquilar todas las veleidades democráticas, el gobierno ha decidido encadenarme, pero es un vano esfuerzo, ya que mi determinación sigue intacta. Aunque en toda dictadura cualquier persona que milita pacíficamente por la democracia esté siempre preparada para ser encarcelada, siempre es trágico verse privado de la libertad”
“Queremos la reconciliación del pueblo ruandés y sabemos que ninguna reconciliación será posible en tanto el sufrimiento de todas las víctimas no sea reconocido. Animamos a todos los ruandeses a hablar sin tabú de la tragedia. Deberán sentarse juntos para sentar bases sólidas para una solución duradera. La justicia debe ser equitativa y no selectiva. Soy una hija, una madre que regresa a su país; regreso para llevar a cabo un combate pacífico, regreso para que juntos nos liberemos del yugo del miedo y de la pobreza”.
El presidente Paul Kagame tiene miedo de esta mujer. Sabe que si se presentara a las elecciones podría ganar sin muchas dificultades ya que su régimen se apoya sobre el miedo y la represión. Por eso durante los últimos meses han sido encarcelados numerosos opositores y toda la prensa independiente ha sido silenciada. Yo me albergo pocas ilusiones. El tiempo va pasando y pronto llegará el mes de agosto, tendrán lugar las elecciones y Kagame conseguirá otro mandato. Seguramente los observadores internacionales dirán que los comicios han sido libres y democráticos y pasarán página a toda prisa. El régimen de Kigali es la pieza principal del engranaje de explotación mundial de minerales estratégicos como el coltán y la casiterita, indispensables en la industria electrónica de última generación, y que son sistemáticamente saqueados del Congo por empresas transnacionales que los llevan por transporte aéreo a Kigali y de allí al resto del mundo. La comunidad internacional, en particular Estados Unidos e Inglaterra, han elegido ocultar cuidadosamente los crímenes cometidos por el régimen que preside Paul Kagame, los mismos que Victoire Ingabire quiere que salgan a la luz. Por eso me extraña poco que la prensa internacional, siempre bajo órdenes de sus amos, no preste la debida atención a esta mujer y a la causa que representa.