Aquellos que no pretenden otra cosa que el afianzamiento y la perennización de un sistema criminal de dominación global confunden sistemáticamente la legalidad con la legitimidad. Obvian que a todo lo largo de la historia han existido multitud de leyes injustas, cuya desaparición incluso puede servir de certero índice del progreso ético y espiritual de la humanidad. Según tan malévola confusión, yo aún estaría en prisión desde 1974, fecha en la que me declaré el tercer objetor de conciencia (no testigo de Jehová) al servicio militar obligatorio: la ley prescribía una condena de ocho años, condena que era reiterada si al cumplirse la pena y ser de nuevo llamado a filas el objetor persistía en su rebeldía.
Dicen que, al hacer públicos miles de documentos secretos sobre terribles Crímenes de Estado contra la Humanidad, Julian Assange ha violado la legalidad y debe ser por ello condenado. O incluso asesinado, como afirmó, entre otros muchos, el asesor del primer ministro canadiense Tom Flanagan. Sin embargo ellos mismos violan sistemáticamente el derecho a la intimidad de cualquier ciudadano que empieza a convertirse en alguien molesto para sus intereses criminales. Lo sé por propia experiencia, como a continuación relataré. Lo sé por una experiencia propia en la que podría haber sufrido graves consecuencias, pero en la que fue providencial la publicación por WikiLeaks de cinco cables intercambiados entre el embajador de Estados Unidos en Madrid y el Departamento de Estado. Yo creía, por añadidura, que era un delito el no denunciar un crimen del que se es conocedor. Pero no debo saber de leyes. ¿O es que eso no vale para los grandes crímenes de aquellos “líderes” mundiales que, en nuestro mundo globalizado, han tomado la responsabilidad de “proteger” a los pueblos de los “tiranos”?
En tal caso, sigue habiendo una gran diferencia entre lo que hace Julian y lo que hacen ellos: las motivaciones. Julian publica documentos secretos buscando la verdad, buscando que acaben tan graves crímenes (financiados con el dinero de nuestras sociedades) y cualquier tipo de impunidad. Ellos, por el contrario, violan nuestra intimidad para poder proseguir con sus mentiras, su pillaje y sus crímenes. No eran lo mismo los robos de Robin Hood, que entregaba su botín a las víctimas empobrecidas, que el pillaje y los crímenes del príncipe Juan sin Tierra. Podríamos comentar cuestiones como la de la libertad de prensa; el derecho a la información (sin la cual unas sociedades no pueden ser consideradas realmente democráticas); la trascendencia de la verdad; el hecho de que tales documentos fueron solo publicados por WikiLeaks pero filtrados por otros; o la decisiva colaboración, y por tanto corresponsabilidad, de los cincos grandes diarios que fueron los que finalmente sirvieron de potentes altavoces para el conocimiento mundial de los hechos revelados (aunque, como son parte esencial de ese sistema criminal, dichos diarios seleccionaron muy bien lo que se debía publicar y lo que debía silenciarse; como El País, que tenía en su poder, pero ocultó, los cinco cables a los que me acabo de referir)…
Podríamos recordar que el periodista de investigación John Pilger y el director de cine Ken Loach, entre otros, se ofrecieron a pagar la fianza exigida a Julian. John Pilger declaró: “ha estado realizando la labor propia de un periodista y merece el apoyo de las personas que creen que la democracia se sustenta en el libre flujo de la información”. A su vez el congresista republicano Ron Paul también declaró: “En una sociedad donde la verdad se convierte en traición a la patria, estamos en graves problemas”. Podríamos recordar también que el ministro australiano de Exteriores le exculpó y afirmó que el responsable legal en este caso es el autor inicial de las fugas, así como el propio gobierno de Estados Unidos que perdió las informaciones, no el emisario ni los periodistas. Podríamos debatir sobre todo eso, pero no vale la pena. Aceptemos que Julian ha cometido ilegalidades. Pero ellos no solo las cometen también, y sistemáticamente, sino que son responsables de los peores y más masivos crímenes, incluido el de genocidio.
En noviembre de 2009 los diarios Público y El País (que presumen de progresistas y el segundo además de globalista) publicaron en primera página unas acusaciones realizadas por la ONU contra mí. Un informe firmado por cinco supuestos expertos (en realidad guiados por la militante tutsi Rakiya Omaar, agente a sueldo de Paul Kagame) me acusaba de ser el principal financiador de los terroristas genocidas hutus que hacen necesaria en el Congo la mayor misión de la historia de la ONU (en torno a 20.000 cascos azules). La principal prueba: unos correos electrónicos que en su momento intercambié con la Dirección General de Cooperación del Govern Balear, referentes a una posible subvención de 50.000€ para una casa de acogida en Bukavu, el este del Congo, para jóvenes que habían sufrido violencia sexual. Se me acusaba de haberlos desviado hacia las milicias hutus, a pesar de que dichos expertos accedieron también a los últimos correos en los que se nos comunicaba la denegación de tal subvención por falta de fondos.
No pudimos denunciar a ambos diarios porque sus calumnias se basaban en un informe de la ONU y esta a su vez es intocable, como nos confirmó el juez Fernando Andreu Merelles de la Audiencia Nacional. Absoluta impunidad de una gran organización infiltrada y controlada. El juez nos comentó que precisamente no le interesan nunca los documentos de la ONU porque siempre son informes de parte. Posiblemente, aunque no hubiesen podido seguir adelante mucho más contra nosotros, dada la insostenibilidad de sus graves acusaciones, hubiesen entorpecido nuestras tareas por la verdad y la paz descreditándonos, asustando a las instituciones que nos financian, etc. Pero fue entonces cuando el diario 20minutos publicó los cinco cables citados. En ellos quedaba en evidencia el complot para desactivar la querella que habíamos presentado en la Audiencia Nacional y que había llevado a un mandato internacional de arresto -emitido por el juez Fernando Andreu- de los cuarenta principales colaboradores de Paul Kagame por los mayores crímenes internacionales tipificados, incluido el de genocidio. Un complot en el que estaban implicados el Departamento de Estado de Estados Unidos, el Gobierno de Ruanda, la ONU, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y los dos citados diarios “progresistas”.
Todo lo cual, para acabar ya, confirma la gran intuición de maestros como Jesús de Nazaret o mahatma Gandhi: la verdad y la misericordia son las más poderosas fuerzas de la Historia. Y confirma también nuestra opción por la No violencia como un eficaz instrumento en la “lucha” por la justicia y la paz. No en vano el Pentágono ha dispuesto un equipo de 120 personas para frenar los efectos de las filtraciones de WikiLeaks y está tan empeñado en destruir a Julian Assange. No en vano los grande especialistas de los medios de “información” no nos hablan nunca de alguien excepcional que precedió a Julian Assange: el analista de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos Daniel Ellsberg. Con un arcaico ciclostil y la ayuda de sus pequeños hijos hizo públicos los llamado Papeles del Pentágono en los que quedaban en evidencia los grandes crímenes de su Administración en el Vietnam. No en vano Richard Nixon, en conversaciones telefónicas -ya desclasificadas- con el criminal al que más tarde le sería concedido el Premio Nobel de la Paz, Henry Kissinger, calificaba a Daniel Ellsberg como “el hombre más peligroso de América”. No en vano encarcelaron tantas veces a este auténtico héroe. Querido Julian -sabemos que te han hablado de nosotros y nos conoces-, en estos momentos tan difíciles, recuerda a estos grandes referentes humanos. Recuerda que somos muchos los que estamos contigo y te damos sentidamente las gracias de todo corazón. Recuerda que todo y todos estamos profundamente interrelacionados. Y que, como afirmaba mahatma Gandhi, cuando un ser humano da un paso, es toda la humanidad la que avanza.