John Pilger invoca a George Orwell al pedir a sus compatriotas que defiendan la libertad de «un australiano distinguido», el fundador y editor de WikiLeaks, Julian Assange, y de “un periodismo real de un tipo que ahora se considera exótico”.
Siempre que visito a Julian Assange, nos encontramos en una habitación que él conoce muy bien. Hay una mesa vacía y fotos de Ecuador en las paredes. Hay una librería donde los libros nunca cambian. Las cortinas siempre se cierran y no hay luz natural. El aire está quieto y es fétido.
Es la habitación 101.
Antes de entrar en la habitación 101, debo entregar mi pasaporte y mi teléfono. Mis bolsillos y posesiones son examinados. La comida que traigo es inspeccionada.
El hombre que vigila la habitación 101 se sienta en lo que parece una cabina telefónica anticuada. Mira una pantalla, mira a Julian. Hay otras personas invisibles, agentes del estado, mirando y escuchando.
Hay cámaras por todas partes en la habitación 101. Para evitarlas, Julian me lleva a una esquina, uno al lado del otro, contra la pared. Así es como nos ponemos al día: susurrando y escribiendo en un bloc de notas, que él protege de las cámaras. A veces nos reímos.
Tengo mi horario designado. Cuando expira, la puerta de la habitación 101 se abre y el guardia dice: «¡Se acabó el tiempo!» En la víspera de año nuevo, me permitieron 30 minutos extras y el hombre de la cabina telefónica me deseó un feliz año nuevo, pero no a Julian.
Por supuesto, la habitación 101 es la habitación de la novela profética de George Orwell, 1984, donde la policía del pensamiento observa y atormenta a sus prisioneros, y peor aún, lo hace hasta que la gente entrega su humanidad y sus principios y obedece al Gran Hermano.
Julian Assange nunca obedecerá al Gran Hermano. Su resistencia y coraje son asombrosos, a pesar de que su salud física se esfuerza por mantenerse a la par.
Julian es un distinguido australiano que ha cambiado la forma de pensar de mucha gente sobre los gobiernos arteros. Por ello, es un refugiado político sometido a lo que las Naciones Unidas llaman «detención arbitraria».
La ONU dice que tiene el derecho de libre tránsito a la libertad, pero esto se le niega. Tiene derecho a recibir tratamiento médico sin temor a ser arrestado, pero se le niega. Tiene derecho a una indemnización, pero se le niega.
Como fundador y editor de WikiLeaks, su crimen ha sido dar sentido a los tiempos oscuros. WikiLeaks tiene un registro impecable de exactitud y autenticidad que ningún periódico, ningún canal de televisión, ninguna emisora de radio, ninguna BBC, ningún New York Times, ningún Washington Post, ningún Guardian puede igualar. De hecho, los avergüenza.
Eso explica por qué está siendo castigado.
Por ejemplo:
La semana pasada, la Corte Internacional de Justicia dictaminó que el Gobierno británico no tenía poderes legales sobre los habitantes de las islas Chagos, que en los años sesenta y setenta fueron expulsados en secreto de su tierra natal en Diego García, en el Océano Índico, y enviados al exilio y a la pobreza. Innumerables niños murieron, muchos de ellos de tristeza. Fue un crimen épico que pocos conocían.
Durante casi 50 años, los británicos han negado a los isleños el derecho a regresar a su patria, que habían dado a los estadounidenses para una importante base militar.
En 2009, el Ministerio de Asuntos Exteriores británico creó una «reserva marina» alrededor del archipiélago de Chagos.
Esta conmovedora preocupación por el medio ambiente quedó expuesta como un fraude cuando WikiLeaks publicó un cable secreto del Gobierno Británico que aseguraba a los estadounidenses que «a los antiguos habitantes les resultaría difícil, si no imposible, continuar con su reclamo de reasentamiento en las islas si todo el archipiélago de Chagos fuera una reserva marina».
La verdad de la conspiración influyó claramente en la trascendental decisión de la Corte Internacional de Justicia.
WikiLeaks también ha revelado cómo Estados Unidos espía a sus aliados; cómo la CIA puede observarte a través de tu iPhone; cómo la candidata presidencial Hillary Clinton recibió vastas sumas de dinero de Wall Street por conversaciones secretas que aseguraron a los banqueros que si era elegida, sería su amiga.
En 2016, WikiLeaks reveló una conexión directa entre Clinton y el yihadismo organizado en Oriente Medio: terroristas, en otras palabras. Un correo electrónico reveló que cuando Clinton era secretaria de Estado de los Estados Unidos, sabía que Arabia Saudita y Qatar estaban financiando al Estado Islámico, sin embargo, aceptó enormes donaciones de ambos gobiernos para su fundación.
A continuación, aprobó la mayor venta de armas del mundo a sus benefactores saudíes: armas que se están utilizando actualmente contra el pueblo yemení afectado.
Eso explica por qué está siendo castigado.
WikiLeaks también ha publicado más de 800.000 archivos secretos de Rusia, incluido el Kremlin, que nos cuentan más sobre las maquinaciones del poder en ese país que sobre las engañosas histerias de la pantomima rusa en Washington.
Esto es periodismo real, un tipo de periodismo que ahora se considera exótico: la antítesis del periodismo de Vichy, que habla en nombre del enemigo del pueblo y toma su sobrenombre del gobierno de Vichy que ocupó Francia en nombre de los nazis.
El periodismo de Vichy es la censura por omisión, como el incalculable escándalo de la colusión entre los gobiernos australiano y de Estados Unidos para negar a Julian Assange sus derechos como ciudadano australiano y silenciarlo.
En 2010, la primera ministra Julia Gillard llegó a ordenar a la Policía Federal Australiana que investigara y, con suerte, enjuiciara a Assange y WikiLeaks, hasta que la AFP le informó de que no se había cometido ningún delito.
El pasado fin de semana, el Sydney Morning Herald publicó un espléndido suplemento promocionando la celebración de «Me Too» en la Ópera de Sydney el 10 de marzo. Entre los principales participantes se encuentra la recientemente retirada ministra de Asuntos Exteriores, Julie Bishop.
Últimamente, Bishop ha aparecido en los medios de comunicación locales, alabada como una pérdida para la política: un «icono», alguien la llamó, para ser admirada.
La elevación a celebridad feminista de una persona tan políticamente primitiva como Bishop nos dice como las llamadas políticas identitarias han subvertido una verdad esencial y objetiva: que lo que importa, por encima de todo, no es tu género sino la clase a la que sirves.
Antes de entrar en la política, Julie Bishop era una abogada que sirvió al notorio minero de amianto James Hardie, que luchó contra las reclamaciones de hombres y sus familias que morían horriblemente con la enfermedad pulmonar negra.
El abogado Peter Gordon recuerda que Bishop «preguntó retóricamente al tribunal por qué los trabajadores deberían tener derecho a saltarse las colas de los tribunales sólo porque se estaban muriendo».
Bishop dice que ella «actuó siguiendo instrucciones… profesionalmente y éticamente».
Quizás estaba simplemente «actuando bajo instrucciones» cuando el año pasado viajó a Londres y a Washington con su jefe de gabinete ministerial, quien había indicado que el ministro de Asuntos Exteriores australiano plantearía el caso de Julian esperando que se iniciase el proceso diplomático de traerlo a casa.
El padre de Julian había escrito una conmovedora carta al entonces primer ministro Malcolm Turnbull, pidiendo al gobierno que interviniera diplomáticamente para liberar a su hijo. Le dijo a Turnbull que le preocupaba que Julian no saliera vivo de la embajada.
Julie Bishop tuvo todas las oportunidades en el Reino Unido y los Estados Unidos para presentar una solución diplomática que llevase a Julian a casa. Pero esto requería el valor de alguien orgulloso para representar a un Estado soberano e independiente, no a un vasallo.
En cambio, no hizo ningún intento de contradecir al ministro de Asuntos Exteriores británico, Jeremy Hunt, cuando dijo escandalosamente que Julian «se enfrentaba a graves cargos». ¿Qué cargos? No hubo cargos.
La ministra de Asuntos Exteriores de Australia abandonó su deber de hablar en nombre de un ciudadano australiano, perseguido por nada, acusado de nada, culpable de nada.
¿Se recordará a las feministas que adulan a este falso icono en el Teatro de la Ópera el próximo domingo su papel en la conspiración con fuerzas extranjeras para castigar a un periodista australiano, cuyo trabajo ha revelado que el militarismo rapaz ha destrozado la vida de millones de mujeres normales y corrientes en muchos países: sólo en Irak, la invasión de ese país encabezada por Estados Unidos, en la que participó Australia, dejó 700.000 viudas?
Entonces, ¿qué se puede hacer? Un gobierno australiano que estaba preparado para actuar en respuesta a una campaña pública para rescatar al futbolista refugiado, Hakeem al-Araibi, de la tortura y la persecución en Bahrein, es capaz de llevar a casa a Julian Assange.
Sin embargo, la negativa del Departamento de Asuntos Exteriores de Canberra a cumplir la declaración de las Naciones Unidas de que Julian es víctima de «detención arbitraria» y tiene un derecho fundamental a su libertad, constituye una vergonzosa violación del espíritu del derecho internacional.
¿Por qué el gobierno australiano no ha hecho ningún intento serio de liberar a Assange? ¿Por qué Julie Bishop se inclinó ante los deseos de dos potencias extranjeras? ¿Por qué esta democracia se traduce en relaciones serviles y se integra con un poder extranjero sin ley?
La persecución de Julian Assange es la conquista de todos nosotros: de nuestra independencia, de nuestro respeto por nosotros mismos, de nuestro intelecto, de nuestra compasión, de nuestra política, de nuestra cultura.
Así que deja de dar vueltas. Organízate. Ocupa. Insiste. Persiste. Haz ruido. Actúa. Sé valiente y mantente valiente. Desafía a la policía del pensamiento.
La guerra no es paz, la libertad no es esclavitud, la ignorancia no es fuerza. Si Julian puede enfrentarse al Gran Hermano, tú también puedes: todos nosotros también.
John Pilger pronunció este discurso en un mitin en Sydney por Julian Assange, organizado por el Partido Socialista por la Igualdad. Sigue a John Pilger en twitter @johnpilger
Fuente: John Pilger
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