El resultado electoral del PP sólo se puede calificar de calamitoso. Perder más de la mitad de los diputados en unas elecciones generales merecería una reflexión más profunda de la que hizo Pablo Casado, quien, a pesar de haber reconocido los malos resultados, sigue exhibiendo su característica altivez. La verdad es que el nuevo líder no lo tenía nada fácil después de la caída de Mariano Rajoy, provocada por una moción de censura que encontró los apoyos parlamentarios a causa de la condena por corrupción del PP. Mostrar modestia, humildad y arrepentimiento habría sido lo más conveniente al iniciar una nueva etapa, e intentar dejar en el pasado más de novecientos imputados por corrupción. Pero este no es el estilo del padre espiritual de la nueva derecha, José María Aznar, instigador de una manera de hacer política que hizo fortuna con el lema «sin complejos».

Asimismo, por influencia de los barones del PP que aún conservan algún poder autonómico o municipal, la Dirección del PP ha anunciado un viraje hacia el centro y la moderación. Como resultado, ha salido el eslogan de la campaña municipal y autonómica «lo haremos bien», que suena como la tímida expresión de un niño tras una buena regañina por haber hecho una travesura.

Pero, no hemos sentido cómo se concreta este viraje al centro, ni cuáles son las cosas que el PP hará bien a partir de ahora. Por ejemplo, ¿seguirán abrazándose a la extrema derecha para obtener el poder en las autonomías y los municipios?, –porque Vox ya es de extrema derecha, según Casado. ¿Es compatible ser moderado y de centro mientras se pactan con la extrema derecha políticas regresivas contra las mujeres, contra los trabajadores o contra la diversidad cultural del Estado? ¿Continuará la escalada de insultos y de crispación que ha contaminado la convivencia política en las instituciones? ¿Es compatible para una organización moderada, en cada intervención pública, crispar la sociedad con arrogancia y con desprecio a los adversarios? Y, sobre todo, una opción centrada y moderada ¿puede ofrecer una salida al conflicto entre Cataluña y España que no sea la supresión de la autonomía, el encarcelamiento de los dirigentes políticos y sociales del independentismo y la represión de las lenguas y culturas diferentes de la castellana?

Por desgracia, la derecha española, por muy moderada y de centro que se quiera decir, es prisionera de la tradición de la «hidalguía castellana», para la cual la negociación es un signo de debilidad. Para ellos, España sólo es concebida a imagen y semejanza de Castilla y todo aquel que cuestione este modelo es tachado de anticonstitucional.

Por todo ello, el viraje al centro no es creíble, porque los pimpollos de Aznar, entre los que podemos incluir a Rivera, se encuentran en su elemento alzando la voz, amenazando, otorgándose la verdad absoluta. Porque, ¿como son ellos realmente? ¿Son como cuando se proclaman moderados y centristas o como cuando arengan a sus seguidores mostrándose los más implacables contra «los golpistas»?

Ahora, unos y otros, reconocen que hablaron demasiado de Cataluña durante la pasada campaña electoral, olvidándose de los problemas de la gente. Y uno piensa que, si hablan tanto de Cataluña, es porque realmente no tienen propuestas para solucionar los problemas de la gente. Y es que, cuando sólo se genera crispación, rencor y odio entre los ciudadanos a los que se aspira a gobernar deja de ser percibido como una solución para convertirse en el principal problema. Y esto lo ha empezado a percibir la mayoría de la población que ya les ha dado la espalda.