«El capital no tiene corazón,
el capital no tiene entrañas,
ahora mandan las finanzas,
ahora manda quien tiene el oro»
EL RETABLO DEL FLAUTISTA

Hace unas semanas, en una de las tardes tropicales que este verano han abundado, coincidí con un conocido mío, ciudadano centro europeo. Tras los saludos de rigor, inevitablemente, la conversación derivó hacia la ola de calor que sufríamos aquellas semanas. «En mi país, estos días hemos llegado a los cuarenta grados», me dijo, unas temperaturas extraordinariamente altas. Y reconoció: «vais a tener razón». En nuestros breves encuentros siempre hemos discutido amablemente de política. Él es conservador, y nunca habíamos coincidido ideológicamente. Por eso di valor a esta claudicación ideológica, ante la evidencia del calentamiento global que se está produciendo.

He pensado reiteradamente en estas palabras, porque implícitamente suponen un reconocimiento de la negación del cambio climático. Hasta ahora… No sé si la conversión de este conservador ya será definitiva, como la de Santo Tomás, después de haber sufrido el calor veraniego, o si al llegar la frialdad invernal volverá a los dogmas conservadores que atribuyen el incremento de temperaturas a fenómenos naturales, como hacía el primo de Rajoy.

Bromas aparte, deberíamos preguntarnos por qué los conservadores se empeñan en no aceptar las conclusiones de casi toda la comunidad científica, que coincide en alertar de las fatales consecuencias que tendrá sobre el planeta el vertiginoso incremento de las temperaturas, provocado por la emisión de gases culpables del efecto invernadero. El escepticismo conservador no tiene ninguna justificación, mucho más cuando los estudios científicos van acompañados de espectaculares imágenes del deshielo en las zonas polares, de la disminución de los glaciares y del incremento de las aguas del mar. No tiene ninguna explicación que del cambio climático se haya hecho una cuestión ideológica, a no ser que detrás de la negación se escondan poderosos intereses económicos, los mismos intereses que presionan a los gobiernos para poner trabas a las energías renovables o las restricciones a los vehículos y medios de transporte más contaminantes. Lo peor de todo, es que estas presiones operan a derecha e izquierda. Unos polemizan abiertamente, otros, aunque en sus programas hayan incorporado la lucha contra el cambio climático, siguen protegiendo, más o menos directamente, los combustibles fósiles.

Un ejemplo lo encontramos en las políticas erráticas del Gobierno español. En tiempos de Rodríguez Zapatero se redujeron drásticamente las primas a la energía solar fotovoltaica. El actual presidente, Pedro Sánchez, con una mano derogó el «impuesto al sol» que penalizaba la energía solar, pero con la otra presenta recursos de inconstitucionalidad contra las leyes autonómicas que protegen el medio ambiente. Es el caso de las Islas Baleares, pioneras en leyes tan avanzadas como la del cambio climático, que prohíbe la comercialización de vehículos de gasóleo a medio plazo; o la ley de residuos, que prohíbe las bolsas de plástico…, leyes paralizadas hasta que resuelva el Tribunal Constitucional.

Sea por intereses económicos o por un exceso de celo centralizador, el hecho es que el Gobierno, y la gran mayoría de gobiernos del mundo, no acaban de tomar medidas decididas para afrontar el mayor reto al que se enfrenta la humanidad. Y sólo nos faltaban liderazgos como el de Trump en Estados Unidos, o Bolsonaro en Brasil. Incluso parece que celebran la quema de la Amazonia. Ya lo decía la canción…