En la primera parte de este artículo intenté dejar en evidencia los falsos aprioris utilizados durante estos últimos años para deslegitimar y derrocar al legítimo Gobierno sirio. Aprioris incuestionables según los grandes medios de información occidentales. En la segunda traté sobre la sorprendente concordancia y simultaneidad entre, por una parte, la agenda imperial de dominación y, por otra, las agendas de ciertos intelectuales de izquierdas o de las grandes ONG anglosajonas de derechos humanos. En la tercera me extendí sobre otros hechos igualmente perturbadores: el hecho de que destacados miembros de la élite imperial sean a la vez directivos de dichas ONG (erigidas en una especie de agencias de calificación de la legitimidad de los “regímenes” que deben ser derrocados) y el hecho de que estas estén financiadas por entidades que ni son imparciales en este conflicto ni son filantrópicas (por más que pretendan engañar a la opinión pública al respecto). En esta cuarta trataré sobre los métodos y estrategias de dichos intelectuales de izquierdas y de los dirigentes de dichas ONG, a los que califiqué de alfiles del establishment. Unos alfiles que no avanzan de frente sino, al igual que estas piezas sobre el tablero, de un modo torcido. Unos alfiles, que se presentan como guardianes de los más nobles valores pero cuya verdadera función es la de lograr que la opinión pública acabe asumiendo aquella falsaria visión que debe ser impuesta.
La principal estrategia de estas gentes es la de callar sobre lo fundamental: el crimen de agresión internacional o crimen contra la paz. Quienes lean o escuchen a estos “ilustres” analistas y expertos “no gubernamentales” solo leerán o escucharán referencias a revoluciones democráticas, clamor popular contra el tirano, etc. Sus análisis y documentos nunca abandonan tal retórica, a pesar de que incluso sean generales estadounidenses con información de primera mano, como es el caso del general Wesley Clark, quienes alerten sobre el hecho de que en realidad se trata de agresiones planificadas con años de antelación por el Gobierno estadounidense… En este sentido, las grabaciones hechas públicas el pasado día 1 de enero en The Last Refuge, en las que el secretario de Estado John Kerry habla con la mayor naturalidad el 21 de septiembre de 2016 sobre la utilización de decenas de miles de terroristas del Daesh, de las más diversas nacionalidades, a los que proporcionó el armamento necesario para derrocar el legítimo Gobierno sirio, deberían zanjar definitivamente esta cuestión: los supuestos rebeldes son en realidad terroristas mercenarios extranjeros.
Pero seguro que nuestros “insobornables” analistas y expertos ni tan solo se referirán jamás a dichas grabaciones y seguirán adoctrinándonos sobre las heroicas rebeliones democráticas de Libia, Ucrania, Siria, etc. Es verdad que, ante las cada vez más numerosas e incontestables pruebas que desmienten sus tesis, se han visto obligados a retroceder un poco en sus falaces análisis: ahora todo es muy complicado -dicen-, pero inicialmente eran verdaderas primaveras democráticas. Así que tampoco parece importarles la gran cantidad de información y testimonios directos existentes sobre el inicio de tales “rebeliones”, testimonios e información que no dejan lugar a dudas: “Las revueltas en Siria no son ni fueron una rebelión popular ni pacífica”. Entrecomillo esta frase porque se trata precisamente del título de otro magnífico artículo de Mikel Itulain. Y sin salirnos del ámbito hispano, merece igualmente ser leído otro artículo reciente lleno de datos concretos sobre el inicio mismo de tales “revueltas”: “Daraa, el origen censurado de la guerra terrorista contra Siria”. Esclarecedor artículo que puede encontrase en el blog de Adolfo Ferrera, El Mirador global.
Indisolublemente ligada a esta estrategia de ocultamiento del crimen de agresión internacional está la otra cuestión, sobre la que ya me ocupé en la primera parte de este artículo: el apriori de la supuesta ilegitimidad del Gobierno sirio. Un “régimen ilegítimo” que -según nos cuentan- aplastó, con una sangrienta represión, a los admirables manifestantes y activistas que clamaban por derechos y libertades. Represión que a su vez hizo necesaria la liberadora “intervención” internacional, una “intervención” (no una agresión) que tan solo fue un ejercicio de responsabilidad, un ejercicio de protección de los pueblos oprimidos. En realidad, son todas las estrategias de las que hoy me ocupo las que están estrechamente entrelazadas entre sí y entrelazadas también con todos los falsos aprioris que traté en la primera parte de este artículo. Hoy simplemente estoy intentando exponer desde un ángulo nuevo algunos acontecimientos y cuestiones ya tratados.
El silenciamiento de la clave fundamental de estas últimas guerras, el silenciamiento del hecho de que se trata de verdaderos crímenes contra la paz, es el mismo silenciamiento que ya antes se practicó respecto a otro terrible crimen de agresión internacional: la gravísima agresión a Ruanda del 1 de octubre de 1990, llevada a cabo por Uganda. Más concretamente, llevada a cabo por el núcleo duro del Ejército regular ugandés, la NRA (National Resistance Army). Núcleo duro compuesto por descendientes de la antigua aristocracia feudal tutsi ruandesa, unas gentes que jamás se resignaron a la pérdida de su poder y privilegios tras el referéndum organizado por la ONU en el año 1961. Un nutrido equipo de expertos “doctores” en derechos humanos -de muzungu (blanquitos), por supuesto- decidió que lo importante en la gran crisis “humanitaria” ruandesa (como si de una catástrofe natural se tratase), iniciada en realidad en 1990 y no en 1994 como ellos pretenden, no eran las causas, sino los síntomas; que lo importante no era estudiar y tratar el cáncer sino denunciar el dolor; que lo importante no son los crímenes contra la paz, las guerras de agresión, sino las violaciones de los derechos humanos que de ellos se derivan.
La gran dama de la doctrina oficial, la gran experta de Human Rights Watch para el dossier ruandés, Alison Des Forges, que nunca dedicó mucho tiempo a los crímenes de los agresores, lo formulaba muy claramente: “Nosotros no investigamos sobre quiénes desatan la guerra. Vemos la guerra como un mal, e intentamos impedir que la guerra sirva de excusa para las violaciones de los derechos humanos”. Y por añadidura -y esta es otra de las estrategia de estas gentes-, siempre ha habido un motivo especial por el que las violaciones cometidas por los agredidos eran las más reprobables y las que exigían ser más investigadas. Así que, como se atreve a afirmar esta gran dama, no les importa quienes son los agresores, solo les importa que los agredidos no utilicen la guerra como excusa para violar los derechos humanos. ¡Sorprendente!
Esta estrategia de ocultamiento de la clave fundamental que nos permite entender realmente estas guerras es la misma estrategia que otros especialistas llevan a cabo en la otra cuestión comparable en importancia a la de la dominación militar, la del control de la economía. Ya me he referido alguna otra vez a aquella apreciación del Che: “Pueden [los banqueros internacionales] darse el lujo hasta de financiar una ‘izquierda controlada’ que en modo alguno ni denuncie ni ataque el corazón del Sistema: el Banco Central y los ciclos de expansión-inflación / recesión-deflación.” Podríamos decir lo mismo respecto a estos crímenes contra la paz, tan característicos del estadio superior del capitalismo, el imperialismo: “Pueden [los banqueros internacionales] darse el lujo hasta de financiar unos medios de izquierda controlados, que en modo alguno ni denuncien ni ataquen el corazón de los últimos grandes conflictos internacionales: su condición de gravísimas agresiones internacionales”.
Se entiende así el hecho de que hasta un programa “de izquierdas”, como es el caso de Salvados, trate la terrible cuestión de las masivas violaciones en el Congo y el pillaje allí del coltan y otros minerales preciosos sin hacer la menor alusión a la responsabilidad fundamental en tales crímenes del país agresor, Ruanda. Sin la menor alusión tampoco al hecho de que exista un auto del juez Fernando Andreu en el que se imputa este crimen de pillaje al presidente ruandés Paul Kagame y se dicta orden de captura contra cuarenta de sus más importantes generales y otros responsables de su Gobierno. Algo parecido podría decirse de otro capítulo dedicado a los refugiados que intentan cruzar el Mediterráneo.
Otra importante estrategia de la élite que decide todos estos crímenes contra la paz es la de autoerigirse en “la Comunidad Internacional”, lo que le concede la mayor de las legitimidades. Estrategia que ejecutan sin descanso nuestros analistas y expertos, denominando siempre a sus patronos con tan pomposo calificativo. Una reducidísima élite se convierte así en… ¡La Comunidad Internacional! ¿Cuántos gobiernos constituyen el primer círculo en torno al Gobierno de Washington, apoyándole en todas sus aventuras imperiales: doce, quince a lo sumo? España es seguramente uno de ellos. Pero, el 98% de los españoles que estaba en contra de la Guerra de Irak, ¿son comunidad internacional? Porque, en caso de no serlo, solo podríamos llamar comunidad internacional a la reducida élite que acompañó moralmente al inefable presidente Aznar en su histórico viaje a las Azores. Y los millones de españoles que no se enteran de lo que está pasando, que no entienden que las últimas guerras son tan imperiales como la agresión a Irak, aunque sean guerras de nueva generación en las que se actúa por medio de terceros, ¿son comunidad internacional? O los millones de españoles que sencillamente “pasan” de todo eso, ¿son comunidad internacional? Pero además de la docena de países aliados incondicionales de Estados Unidos, en nuestro mundo existen otros muchos países. Son en total unos doscientos. La mayoría de ellos son incapaces de enfrentarse al poderoso y criminal Occidente imperialista, pero no parece que estén demasiado conformes con tantos crímenes contra la paz. ¿Qué son esa mayoría de países, si no son Comunidad Internacional?
Solo el Movimiento de Países No Alineados está compuesto por 120 Estados miembros y otros 15 países observadores. Es decir, esos 120 estados representan casi dos tercios de los países miembros de la ONU. Sin contar aquellos que forman el bloque que es calificado como el bloque opuesto al occidental. Pero la agobiante propaganda de los grandes medios occidentales parece haber reducido nuestra perspectiva hasta el punto de que esa gran mayoría de países ni cuentan para nada ni casi existen. Sus reivindicaciones más importantes son la independencia política y la soberanía de los Estados, la no intervención en asuntos internos de los países, la solución de los conflictos sin recurrir al uso de la fuerza y la defensa de las bases fundacionales de las Naciones Unidas (el Artículo 2, párrafo 4, de la Carta de las Naciones Unidas prohíbe recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza e insta a todos los miembros a que respeten la soberanía, la integridad territorial y la independencia política de cualquier Estado).
Finalmente están las miserables y continuas estrategias del día a día: la constante adjudicación al “régimen” de atentados y asesinatos que no son de su responsabilidad o que son directamente de falsa bandera; la reiterada utilización falsaria de fotos que nada tiene que ver con la interpretación que se hace de ellas, o que son directamente un montaje, etc. En estos métodos, el personaje Santiago Alba Rico, un histórico de la izquierda española, podría ser considerado un personaje paradigmático. No es extraño que circulen en Internet diversos artículos con un mismo o parecido título: “¿Para quién trabaja Santiago Alba Rico?”. Ya en 2011, atónito ante las descaradas distorsiones de Alba Rico en sus análisis en torno a la agresión a Libia y atónito sobre todo ante la amplia difusión de semejantes desvaríos en medios de izquierda que hasta entonces habían merecido mi respeto, escribí un artículo titulado “Barra libre para el terrorismo y los crímenes masivos”. En él expresaba mi indignación frente a manipulaciones de Alba Rico tan perversas como la de ignorar manifestaciones masivas a favor de Muamar Gadafi, como la del 1 de julio en Trípoli, al tiempo que se atrevía a afirmar que lo que el pueblo sirio quiere es la desaparición del tirano.
Pero la cuestión que empieza a perturbarnos a algunos, con la que acabo este artículo de hoy, es esta: ¿cómo semejante personaje puede ser un relevante miembro de Podemos? Con varias décadas de retraso estamos descubriendo cómo la CIA dirigió y tuteló nuestra Transición. Tendremos que empezar a preguntarnos si ahora no estará sucediendo algo semejante. A juzgar por la mucha y grave información que se ofrece al respecto en diversos informes publicados en el blog La verdad oculta, eso mismo podría ser lo que ahora esté ocurriendo.