Hace dos mil años el Sanedrín Judío y el Imperio Romano acabaron con un tal Jesús, el de Nazaret. Creyeron que con ese punto final habían ganado la batalla. Pero su chata visión, de cerrados horizontes, les impedía ver que en realidad se trataba solo de un punto y aparte. Les impedía ver la gravedad para ellos mismos de lo que en realidad sucedía: “ganando” esa batalla, habían comenzado a perder la guerra. Eran incapaces de ver que con sus miserables y fanáticos intereses particulares, con sus distorsiones de la realidad, con su injusta y cruel sentencia hacían nacer algo nuevo: todo comenzaba ahora.

No hace falta ser muy perspicaz para ver la cantidad de paralelismos entre aquel acontecimiento histórico y lo que estamos viviendo este 14 de octubre, víspera del fusilamiento del president Companys, entregado por los nazis al dictador español -hay días en los que uno siente vergüenza de ser español. Con la aquiescencia del imperio de turno -el de los grandes financieros atlantistas que controlan el Consilium y el Banco Central europeo-, los cada vez más fanáticos españolistas -exaltados porque el procès catalán les está cuestionando los dogmas patrios a los que se aferran-, creen haber ganado una importante batalla. Pero su ceguera les impide ver que todo comienza ahora.

¿Acaso creen que con la ayuda de los neoaznarianos -los hijastros del Aznar criminal de guerra que, en su arrogante delirio, se pasea y pavonea por los foros hispanos- o las huestes de un acomodaticio Sánchez van a detener tan fácilmente la marea catalana que esta histórica injusticia va a provocar? Nos subleva a muchos que ni tan solo somos catalanes. Pero ahora no vale la pena ni dirigirse a ellos. Ya les llegará su hora. De momento no entienden de libertad ni de democracia, puesto que no entienden de referendos, que tantas fobias parecen provocarles. Por ahora todo lo siguen solucionando con aquello de que la soberanía reside en la totalidad de España -pobre España, con semejantes defensores. Con frecuencia los procesos históricos son lentos… pero, como escribía Miquel Ferrá: “Un buf d’aire esfondrà els castells de la mentida i la nua veritat brillarà de llum vestida.”