Cuando el estado se vuelve escalofriantemente malvado promulgando una Ley de Esclavos Fugitivos para criminalizar a aquellos que ayudan a liberar a los esclavos, o financiando cárceles y guerras en beneficio de los especuladores sociópatas, y cuando la disidencia es impotente y se requiere desafío, necesitamos a los sublimemente locos. En su articulo de 2013 «A Time for ‘Sublime Madness'» (y su libro de 2015 Wages of Rebellion), Chris Hedges invoca a William Shakespeare, William Faulkner, James Baldwin, James Cone, Black Elk y Crazy Horse. Hedges cita a Reinhold Niebuhr, quien explicó por qué «una sublime locura en el alma» es esencial cuando las fuerzas de la represión son tan poderosas que el intelectualismo liberal da lugar a la capitulación.
Personalmente conozco dos grupos diferentes cuyos miembros captan instintivamente el poder de la locura tanto para destruir como para crear, y estos dos grupos me parecen tan similares que cuando hablo con uno, trato de familiarizarlo con el otro.
Recientemente me dirigí a uno de estos grupos en la 10ª Feria del Libro Anarquista de Humboldt el 14 de diciembre de 2019, organizada por Humboldt Grassroots en el área de Arcata/Eureka en el norte de California. Lo que me llamó la atención fue lo similares que eran los anarquistas asistentes en temperamento y valores a otro grupo con el que estoy más familiarizado personalmente: los activistas autoidentificados como «supervivientes psiquiátricos», que he conocido en conferencias organizadas por la Asociación Nacional para la Protección y Defensa de los Derechos, el National Empowerment Center, la Sociedad Internacional de Psicología Ética y Psiquiatría, y MindFreedom.
Los anarquistas generalmente están de acuerdo en que el gobierno y el estado impuestos externamente son autoridades ilegítimas; y los activistas de los supervivientes psiquiátricos generalmente están de acuerdo en que la institución de psiquiatría impuesta externamente es una autoridad ilegítima. Ambos grupos se oponen con vehemencia a la coerción y la jerarquía, y ambos abogan apasionadamente por la libertad de elección y la ayuda mutua. Más allá de estos acuerdos ideológicos, mi experiencia es que muchos miembros de cada uno de estos grupos no sólo han alcanzado el estado sublime de que no les importan un comino las convenciones y las autoridades, sino que, a veces, han actuado con esa sensibilidad.
Los miembros de ambos grupos sienten rabia por la opresión y las injusticias que se les imponen a ellos y a sus amigos. Entre los anarquistas que asistieron a mi última charla, algunos han sido golpeados por policías, interrogados por el FBI y encarcelados. Entre los supervivientes psiquiátricos que he conocido, es común que se les haya forzado a seguir «tratamientos» que incluyen drogas, electrochoques y largas hospitalizaciones psiquiátricas en contra de sus deseos.
Con ambos grupos, hablo habitualmente de la anarquista Emma Goldman (1869-1940), que vivió una vida cinematográfica que incluía viajes internacionales, discursos públicos, múltiples encarcelamientos y deportaciones; mientras construía un envidiable currículum de enemigos que incluía a J. Edgar Hoover y Vladimir Lenin. En las conferencias de activistas de los supervivientes psiquiátricos, me encuentro habitualmente con mujeres que, aunque no se identifican como anarquistas, me recuerdan a Goldman en términos de personalidad, agallas e inteligencia; ellas, a diferencia de Goldman, han sido previamente estigmatizadas con etiquetas de enfermedad mental como trastorno de oposición desafiante, trastorno de conducta, trastorno de personalidad límite, trastorno de personalidad antisocial y trastorno bipolar.
Dado que Goldman, como adolescente y mujer joven, tenía los «síntomas» de todos los llamados «trastornos» mencionados anteriormente, los anarquistas y los supervivientes psiquiátricos reconocen inmediatamente que en el mundo actual –en lugar de convertirse en la mujer anarquista más famosa de la historia de Estados Unidos– probablemente se habría convertido en una paciente psiquiátrica (y luego en una activista superviviente). Hoy en día, muchas mujeres antiautoritarias, por su ira y sus comportamientos rebeldes –casi siempre mucho menos violentos que los de Emma– están etiquetadas con varios desórdenes psiquiátricos serios y fuertemente medicadas. Al igual que Goldman, sus «síntomas» han sido a menudo alimentados por el abuso físico y emocional de varias autoridades, experiencias que les enseñaron a desconfiar de las autoridades.
Habiendo crecido en el Imperio Ruso, el padre de Emma la golpeaba regularmente a ella y a sus hermanos por desobedecerle, y la rebelde Emma era la más golpeada. El interés de Emma por los chicos provocó la ira de su padre, y ella contó: «Me golpeó con los puños, gritó que no toleraría una hija descarriada», pero Emma no le hizo caso. Los maestros de escuela también abusaron de Emma. Su profesor de geografía abusó sexualmente de ella, y Emma se defendió e hizo que lo despidieran. Un instructor religioso golpeaba las palmas de las manos de los estudiantes con una regla; en respuesta, Goldman relató: «Solía organizar artimañas para molestarle: clavar alfileres en su silla tapizada… cualquier cosa que se me ocurriera para pagarle el dolor de esta regla. Sabía que yo era la cabecilla y me golpeaba más por ello».
Cuando Emma tenía 16 años, quería desesperadamente unirse a su hermana que había hecho planes para inmigrar a Estados Unidos, pero el padre de Emma se negó a permitirle hacerlo. Emma amenazó con arrojarse al río Neva y suicidarse, una estratagema que hoy en día bien podría conseguir que una adolescente estadounidense no sólo recibiera un par de los diagnósticos anteriores, sino que fuera ingresada en un hospital psiquiátrico. En cambio, su estrategia funcionó.
Poco después de llegar a Estados Unidos, Goldman se convirtió en una anarquista apasionada. De joven, Emma no era reacia a la violencia. Al final de su adolescencia, arrojó una jarra de agua a la cara de una mujer que estaba feliz con la ejecución de los mártires de Haymarket en 1887. A los veinte años, en 1892, Goldman, Alexander Berkman y su primo planearon el asesinato del gerente de la planta de acero Henry Clay Frick durante la huelga de los trabajadores del acero en Homestead, Pennsylvania. Cuando el mentor anarquista de Goldman, Johann Most, condenó el intento de asesinato de Berkman, Goldman usó un látigo de caballo para azotar públicamente a Most. En 1893, entonces con 24 años, después de que un discurso provocase que la arrestaran por «incitar a un motín», la policía se ofreció a retirar los cargos y a pagarle una «importante suma de dinero» si se convertía en informante, sobre lo que Goldman relató: «Tragué un poco de agua helada de mi vaso y tiré lo que quedaba a la cara del detective».
Mientras que el radicalismo apasionado de Goldman nunca disminuyó, sus acciones violentas sí que lo hicieron y finalmente desaparecieron. Sin ningún «tratamiento» psiquiátrico, sino más bien a través de la experiencia de la vida, adquirió la sabiduría de que los autoritarios disfrutan de la violencia para justificar su autoritarismo.
Un tercer grupo donde uno puede encontrar a los sublimemente locos es un grupo con el que he tenido poca familiaridad personal, los religiosos devotos que han adquirido intrepidez a través de la creencia de que tienen la protección de Dios. No hay mejor ejemplo que Harriet Tubman (1822-1913), quien, incluso con mayor seguridad que Emma Goldman, sería etiquetada hoy en día con enfermedades mentales graves, en el mejor de los casos, «psicosis orgánica» causada por la epilepsia del lóbulo temporal resultante de ser golpeada en la cabeza por un objeto pesado lanzado por un supervisor; o más probablemente, siendo una mujer afroamericana, «esquizofrenia paranoide».
Tubman «parecía totalmente desprovista de miedo personal», fue la observación de William Still, un abolicionista afroamericano que hizo una crónica del Ferrocarril Subterráneo (por donde huían los esclavos afroamericanos). Tubman a menudo hablaba de «consultar con Dios» y tenía plena confianza en que Dios la mantendría a salvo. El abolicionista Thomas Garrett informó que «nunca se reunió con ninguna persona, del color que fuera, que tuviera más confianza en la voz de Dios, en como le hablaba directamente a su alma».
En el mundo actual, ¿qué le sucedería a una mujer afroamericana que anunciara que había escuchado la voz de Dios, que había hablado con Dios y que creía que era el Moisés de su época? ¿Qué pasaría si acampara frente a una oficina en la ciudad de Nueva York pidiendo donaciones (como Tubman hizo frente a la oficina antiesclavista de la ciudad de Nueva York)? ¿Qué pasaría si llevara un revólver, alegando que lo necesitaba tanto para protegerse de los cazadores de esclavos como para amenazar a los que estaba rescatando si intentaban volver atrás? Dados estos «síntomas», en el mundo de hoy, en lugar de tener que estar siempre alerta con los cazadores de esclavos, tendría que estar siempre alerta con los psiquiatras, la mayoría de los cuales no tienen ni idea de la realidad de que cuando experimentamos una opresión extrema, las visiones y las voces pueden ser nuestros únicos antídotos a la impotencia psicológica.
En «A Time for ‘Sublime Madness'», Hedges informa:
Niebuhr escribió que «nada excepto la locura se enfrentará al poder maligno y a la ‘maldad espiritual de las altas esferas'». Esta sublime locura, como lo entendió Niebuhr, es peligrosa, pero es vital. Sin ella, «la verdad se oscurece». Y Niebuhr también sabía que el liberalismo tradicional era una fuerza inútil en momentos extremos. El liberalismo, dijo Niebuhr, «carece del espíritu de entusiasmo, por no decir de fanatismo, que es tan necesario para mover el mundo fuera de sus caminos trillados. Es demasiado intelectual y poco emocional para ser una fuerza eficiente en la historia».
Tubman fue una brillante estratega, ya que su sublime locura fue un poderoso combustible que le proporcionó valor pero que no socavó su astuto juicio sobre las consecuencias de sus acciones. Sin embargo, la locura puede ser peligrosamente debilitante. Mientras que la rabia por la injusticia puede ser un combustible útil, las humillaciones que crean rabia y los viajes del ego pueden subvertir el juicio, alimentando una violencia que es bienvenida por los autoritarios como justificación para un mayor autoritarismo. Hay muchos ejemplos en la historia de Estados Unidos de locura que no es sublime en absoluto.
En 1969, un grupo llamado The Weather Underground se separó de los no violentos Estudiantes por una Sociedad Democrática. El documental cinematográfico de 2002 The Weather Underground retrata cómo su rabia por la injusticia de la guerra de Vietnam junto con la impotencia para detener la guerra por medios pacíficos les convirtió en «locos», como reconoció más tarde un antiguo miembro de Weather Underground. Su locura no era en absoluto sublime, ya que recurrieron a la violencia, incluyendo múltiples explosiones. La combinación de rabia e impotencia actuaba como una droga desinhibidora que permitía justificaciones morales y estratégicas para acciones violentas que, como reconocieron finalmente algunos exmiembros del Weather Underground, más tarde no parecían en absoluto morales o estratégicas. Los mayores beneficiarios de la violencia de Weather Underground fueron los estadounidenses autoritarios, en particular Richard Nixon, ya que le proporcionó municiones para su campaña de reelección presidencial de «ley y orden» y contribuyó a su victoria aplastante de 1972.
Los seres humanos tenemos la capacidad de negación y cobardía, y también tenemos la capacidad de locura, tanto sublime como peligrosa. Si no nos avergonzamos de la totalidad de nuestra humanidad, podemos dialogar con los apasionados locos. Mi experiencia es que cuando nuestra locura es amada, somos más capaces de discernir entre la locura sublime y la peligrosa.
Para ser claro, no romantizo la locura, pero sin locura sublime, no hay ninguna Harriet Tubman lo suficientemente loca para volver trece veces a territorio de esclavos para liberar más esclavos. Sin locura sublime, aceptaremos la realidad de que el capital triunfa sobre la vida, y nos extinguiremos.
Bruce E. Levine, un psicólogo clínico en ejercicio que a menudo está en desacuerdo con la tendencia dominante de su profesión, escribe y habla sobre cómo la sociedad, la cultura, la política y la psicología se entrecruzan. Su libro más reciente es “Resisting Illegitimate Authority: A Thinking Person’s Guide to Being an Anti-Authoritarian-Strategies, Tools, and Models” (AK Press, septiembre 2018). Su sitio web es brucelevine.net
Fuente: CounterPunch