Boris Johnson se ve a sí mismo como el heredero de un manto imperial que domina el mundo, pero en realidad no puede dominar el Mar de Irlanda. El eclipse de la cumbre del G7 por su peculiar preocupación de que las salchichas irlandesas no deben ser consumidas por aquellos en Irlanda del Norte que no creen en la evolución, fue un fascinante ejemplo de la impotencia británica, ya que no logró persuadir a nadie más para que lo apoyara. Parece que el tocino danés para las tiendas de Belfast y Derry tendrá que importarse a través de Dun Laoghaire y no de Larne. Ho hum.
Lo realmente interesante de la cumbre del G7 es que no fue interesante. Nadie esperaba que cambiara el mundo, y no lo hará. John Pilger señaló el hecho clave. Hace veinte años el G7 constituía dos tercios de la economía mundial. Ahora constituye un tercio. Ni siquiera representa ya a la mayoría de los multimillonarios del mundo, aunque los multimillonarios a los que representa -y, de hecho, algunos de los multimillonarios a los que no representa- movían naturalmente los hilos de estas marionetas más bien perezosas.
Antes, en cualquier acontecimiento deportivo importante en cualquier país en vías de desarrollo aparecían vallas publicitarias de multinacionales occidentales, como Pepsi Cola y la leche infantil Nestlé. Hoy en día veo los campos de fútbol de la Eurocopa rodeados de vallas electrónicas en chino. Lo que ocurre con el poder es que cambia con el tiempo.
Ninguno de los compromisos adquiridos en materia de Covid o cambio climático ha constituido ningún dinero nuevo, ninguna transferencia real de riqueza o tecnología. Ha sido un no-evento. Nadie recordará nada más allá de lo personal, como pasar un fin de semana en Cornualles.
De ahí pasaron a pretender dominar el mundo militarmente desde la OTAN, donde el primer trabajo fue fingir que no habían perdido la larga guerra afgana que acaban de, erre que erre, perder.
En la OTAN, le sacaron la lengua a China, que les ha molestado mucho al convertirse en la nación más poderosa del mundo. Se acusó a China de una postura militar agresiva, lo cual es divertido por su absoluta falta de verdad. Aparte de la construcción de diminutas islas artificiales (que, de hecho, China se equivoca al afirmar que pueden generar reclamaciones marítimas según la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar), es muy difícil entender en qué se basa esta acusación de la OTAN de agresión.
Si China realmente está tratando de superar muchos siglos de conquista imperial occidental -que se extiende hasta las recientes destrucciones de Libia y Siria- mediante la construcción de pequeñas islas artificiales, es un plan de extrema astucia y paciencia. La OTAN parece haber descubierto a su nuevo enemigo leyendo a Ian Fleming.
Déjenme decirles algo que realmente es cierto. No se me ocurre ningún caso en la historia del mundo en el que una potencia haya disfrutado del nivel de dominio económico del que goza actualmente China y, sin embargo, haya mostrado tal moderación y falta de interés en la conquista imperial. No es China la que navega con portaaviones hacia Boris Johnson, sino al revés. De hecho, la moderación que muestra China al no llevar a cabo la simple tarea de hundir el ridículo portaaviones de Johnson, socava la propaganda de miles de funcionarios de prensa y agentes de los medios sociales de la OTAN, incluida la propia 77ª Brigada e Iniciativa de Integridad del Reino Unido.
Es aún más estúpido intentar aterrorizarnos a todos con la idea de que vienen los rusos. Sé que molesta a los fans de Putin cuando lo digo, pero la participación de Rusia en la economía mundial ha disminuido al igual que la del G7. Como Rusia siempre ha sido, y sigue siendo, más pobre que las naciones más pobres del G7, el intento de la OTAN de presentar a Rusia como una gran amenaza es realmente bastante absurdo. Si es cierto que un par de superoficiales de inteligencia militar viajan mucho pero no matan a mucha gente, y que astutos hackers informáticos rusos se dedican a la ciberguerra dejando huellas dactilares cirílicas, de una manera extrañamente idéntica a la guía de la CIA sobre cómo colocar banderas falsas rusas, como se muestra en las publicaciones de la bóveda 7 de Wikileaks, entonces me sigue resultando difícil entender por qué todo esto requeriría billones de dólares en hardware militar para detenerlo.
Interrumpir el hackeo con misiles Trident no parece ni rentable ni proporcionado. Pero no soy un gran estratega militar de la OTAN.
Sigue el dinero. Por supuesto, el espectáculo de la OTAN consiste en desviar cantidades sencillamente increíbles de nuestro dinero y recursos hacia el complejo industrial militar, que es permanentemente rentable para los políticos; la industria armamentística sigue siendo la única industria «legítima» más corrupta que la banca, lo cual es toda una hazaña.
Dormiré seguro en mi cama por la noche sabiendo que el dinero que la OTAN gasta sólo este año para mantenerme a salvo de los tanques rusos y chinos que están absolutamente preparados para rodar por Princes Street, podría haber eliminado la malaria para siempre. Dios bendiga a nuestros gloriosos líderes.
Fuente: Craig Murray