Ante lo que vemos y escuchamos, ante las burlas, los sarcasmos, las vejaciones y los ultrajes diarios que sufrimos en cada momento de nuestras vidas, no podemos callar ni queremos. Yo no me callo. Humillaciones, ofensas y vituperios en todos los escalones del vivir cotidiano. Violencia de género, violencia lingüística, política, de raza, de cultura, económica, judicial y en todos los ámbitos de la vida en común. J. J. Rouseau se ha salido con la suya: todos los males del hombre están generados por la vida en sociedad. El principal responsable de esta situación torpe es el Estado. Los Estados. En todos los sentidos. Es cierto que quien comete los delitos y las fechorías son los hombres a título personal, pero espoleados por las asambleas, los clubs, las peñas, las asociaciones, las sectas en particular y todas las instituciones en general. Siempre son otros los instigadores de nuestro comportamiento criminal y transgresor. Ésta, al menos, es la excusa. Pero en última instancia somos nosotros, a nivel individual, quienes cometemos los delitos. La sociedad y las asociaciones del cariz que sean no son nadie, no son nada en el fondo. Somos los hombres los que perpetramos la discordia, las disputas y las guerras. La sociedad no puede examinarse a sí misma, el hombre sí que puede hacerlo y debe hacerlo.
¿Es que no vemos lo que ocurre en el mundo? ¿Es que no vemos lo que ocurre en nuestra casa? ¿No sufrimos los ataques permanentes del Tribunal Supremo al catalán? ¿Cómo podemos callar? Yo no me callo. Cada día se sacan de los cementerios calaveras perforadas, huesos enterrados hace más de ochenta años, se descubren nuevas fosas comunes, se excavan cunetas con el odio pisoteado, con ilusiones quemadas, con vidas y vidas y más vidas hace demasiado tiempo derrotadas y estropeadas y hechas añicos sus pasiones y sus anhelos. Casi, ahora mismo, con todo lo que ocurre y lo que nos pasa, estamos donde estábamos. No podemos callar. Callar es consentir, es aprobar los hechos, aprobar las humillaciones, torturas, violencia, asesinatos y silencios. Los tapabocas en nuestra lengua. No, yo no me callo.
Fuente: Última Hora