En el proyecto inicial de la serie de artículos que durante las últimas semanas estoy escribiendo sobre la Covid-19, uno de ellos ya estaba dedicado al conflicto de Ucrania. Porque la criminal “política” internacional de Occidente (plagada de agresiones internacionales o crímenes contra la paz) solo es la cara expansionista del proyecto de dominación de unas élites “filantrópicas” que hace un par de años decidieron que, de puertas adentro, ya había llegado “La hora”. La hora de las tinieblas, la de controlar el “exceso” poblacional y de imponer el pasaporte “verde” al resto.
Desde el punto de vista de alguien profundamente convencido de que la única receta definitiva para que un día nuestros hijos lleguen a conocer una humanidad reconciliada, justa y en paz es la No violencia, la primera pregunta antes de seguir cualquier otra reflexión es esta: ¿la intervención militar de Rusia en Ucrania es una operación ofensiva o defensiva? En el caso de que se tratase de una agresión internacional semejante a las decenas de crímenes contra la paz que viene realizando desde hace décadas el Occidente liderado por Estados Unidos, solo cabría nuestra condena sin paliativos.
Pero estoy convencido de que ese no es el caso. De ahí que para mí el único debate que cabe ahora es el que trata sobre la necesidad o no de una medida tan extrema, como es siempre el uso de la fuerza militar, para defender a las dos repúblicas recientemente reconocidas como tales por Rusia así como para la autodefensa de la misma Rusia. Y mi respuesta es que creo que Vladimir Putin tiene toda la razón cuando afirma que Occidente ha cruzado ya la línea roja, que para Rusia ya es cuestión de estricta supervivencia el detener en seco el acoso cada vez más estrecho al que se la está sometiendo, que el próximo paso ya será dotar a Ucrania de armas nucleares, que Rusia ya no puede permitirse caer de nuevo en el gran error que cometió reaccionando demasiado tarde frente a la Alemania nazi, que Rusia tiene ya derecho a desarmar a los colectivos nazis incrustados en las instituciones de Ucrania así como a juzgar a quienes hayan cometido crímenes durante los últimos años…
Llegados hasta aquí, debo aclarar que mi punto de vista es el de un seguidor convencido de la No violencia, pero un seguidor un poco heterodoxo: alguien que siempre ha reconocido el derecho de los pueblos a su legítima defensa. Cuando en 1974 me declaré el tercer objetor de conciencia (sin contabilizar los testigos de Jehová) al servicio militar no me movió el rechazo al uso defensivo y legítimo de las armas, sino mi profundo rechazo de un sistema mundial en el que la carrera armamentística despilfarraba ingentes recursos, en teoría para defender a los pueblos, mientras los pueblos morían de hambre y miseria. Mi profunda admiración hacia mahatma Gandhi no me impide pensar que su amable carta a Adolf Hitler invitándole a recapacitar fue un error de perspectiva por causa de una mirada tan benévola que no le permitía reconocer la psicopatía y la perversión en grados tan extremos como los que se daban de este monstruo.
Pues bien, personalmente estoy convencido de que finalmente, en el momento de la agresión de Occidente a Siria y tras haber comprobado antes el absoluto cinismo criminal de Occidente en Libia, la Rusia de Vladimir Putin comprendió a qué tipo de enemigo se enfrentaba y que ya no podía seguir cediendo ante él. Por eso estoy absolutamente de acuerdo con las valoraciones sobre el actual presidente ruso de un estadounidense especialmente lucido: el director de cine, coautor de del voluminoso libro Historia no oficial de Estados Unidos (a partir del cual se ha realizado toda una serie de excepcionales documentales), Oliver Stone, que realizó una serie de entrevistas a Putin entre julio de 2015 y febrero de 2017.
En septiembre de 2021 volvió a hacer unas lúcidas y valientes declaraciones sobre todas estas cuestiones: Si no fuera por Putin, Rusia ya habría sido destruida y convertida en un vasallo de Estados Unidos; el mundo y Estados Unidos solo habrían empeorado; Washington se habría vuelto más y más poderoso y se habría convertido en una tiranía; nadie debe tener demasiado poder… No creo que sea necesario extenderme más en mis análisis. Los hay ya muy buenos. Aparte de muchos en el ámbito internacional, aquí en España se pueden leer los de Mikel Itulain en su blog «¿Es posible la paz?».
En definitiva, Vladimir Putin está impidiendo que una reducida élite de perversos “filántropos” occidentales construyan un mundo de muerte y neoesclavismo. Hasta tal punto me parecen exactas las declaraciones de Oliver Stone, que no dudo en considerar el actual liderazgo de Vladimir Putin como un acontecimiento semejante a la reciente aparición de la variante Ómicron: un acontecimiento en el que un misterioso Élan vital (cuyo origen se remonta al mismo Big Bang y las sorprendentes constantes físicas fundamentales ya en él inscritas) va obstaculizando una y otra vez el demoníaco proyecto exterminador de “nuestras” diabólicas élites “filantrópicas”.