“Los que hacen imposible una evolución pacífica, harán inevitable una revolución violenta”. Esa lúcida observación la hizo el carismático y ya casi mítico presidente estadounidense John F. Kennedy, asesinado poco después de haber despojado a la Reserva Federal de su prerrogativa de emitir en exclusiva el dólar. Había firmado la Orden Ejecutiva N º 11110 que devolvió al Gobierno la facultad de emitir moneda, sin tener que pedirla prestada a la Reserva Federal. Inició la emisión de dólares por parte del Tesoro, con la pretensión de sustituir totalmente los de la Reserva Federal. Se dio la orden de emitir unos 4.293.000.000 dólares, a los que se llamó los United States Notes, que tendrían la garantía del Estado. Inmediatamente después del magnicidio, su sucesor, Lyndon B. Johnson, decidía la retirada de todos los que estaban en circulación.
John F. Kennedy cierra por ahora la lista de los altos responsables políticos estadounidenses asesinados por causa de ese enfrentamiento con las grandes familias que durante siglos han entablado una lucha a muerte –nunca mejor dicho– por controlar el Banco Central estadounidense. Un listado de víctimas encabezado por Abraham Lincoln. Durante la Guerra Civil tuvo que recurrir al crédito de la familia Rotschild, al igual que los Confederados del sur, con un interés del 25% y hasta del 36%. Ya en 1773 Mayer A. Rotschild había afirmado: “Las guerras tienen que ser dirigidas en forma tal que las naciones implicadas se hundan todavía más en sus deudas y queden entonces bajo nuestro poder”. En 1865, el mismo año en el que fue asesinado, Abraham Lincoln se había negado a pagar a los banqueros los intereses de la deuda y, gracias a su Ley de Moneda de Curso Legal, había hecho que el Tesoro emitiese 449.338.902 dólares propios. Tras el magnicidio su ley fue inmediatamente derogada. Durante la Guerra Civil, había afirmado: “Tengo dos grandes enemigos: el Ejército del Sur frente a mí y los banqueros detrás. De los dos, el que está atrás es mi mayor enemigo”.
Algunos analistas mucho mejor informados que aquellos que llenan con sus mediocres artículos las páginas principales de “nuestros” más importantes diarios vienen explicado desde hace años el decisivo papel de aquellas mismas familias financieras en la implantación de la socialdemocracia en Europa como válvula de escape para las tensiones provocadas por la lucha de clases y como vacuna contra el socialismo revolucionario triunfante en el este de nuestro Continente Euroasiático. Podríamos remontarnos incluso a las estrechas relaciones del Establishment financiero estadounidense y la Sociedad Fabiana, estudiadas por Martin Lozano en su libro El Nuevo Orden Mundial. Otros, en especial el profesor suizo Daniele Ganser, han documentado abundantemente la creación de la red terrorista Gladio por los servicios secretos de los países que integran la OTAN, así como sus crímenes y atentados de falsa bandera –sin hablar de sus muchas maquinaciones políticas–, adjudicados a la izquierda comunista. Aún después de que en 1990 el primer ministro italiano Giulio Andreotti revelase ante el Parlamento la existencia de dicha red secreta, “nuestros” medios de “información” han cubierto con una gruesa manta tanto cadáver y tanta conspiración.
Pero, volviendo ya al hilo de mi argumentación, aquellos mismos que tras la Segunda Guerra Mundial vieron la necesidad de introducir en Europa una socialdemocracia controlada por ellos optaron más tarde por servirse también de ella en estas últimas décadas como instrumento privilegiado para sus actuales políticas neoliberales e imperiales. Así, la socialdemocracia ha dejado de cumplir su función inicial de válvula de escape, para convertirse –unida ahora a la derecha– en un nuevo tapón de cualquier “efervescencia” socialistoide. Situación que nos retorna a la cita inicial de este artículo, “Los que hacen imposible una evolución pacífica, harán inevitable una revolución violenta”, pero aplicándola ahora específicamente a aquellos barones del PSOE que, con sus puertas giratorias y sus medios globalistas, han traicionado a su electorado y a los principios de su partido.
Creo que estas gentes, a las que el poder parece habérsele subido a la cabeza, se equivocan una vez más: lo que consideran como una molesta “efervescencia” es más bien una poderosa fuerza en ebullición, como la del magma que empuja incontenible desde debajo de la corteza terrestre. Una poderosa fuerza que se manifiesta en toda una amplia gama de acontecimientos: desde el “intolerable” y “violento” escrache que sufrieron hace algunos días dos próceres de la Transición, Felipe González y Juan Luís Cebrián, hasta la “loca” y “fanática” pretensión de millones de catalanes de decidir solo por sí mismos su futuro; pasando por la “ignorante” y “resentida” opción “populista” de muchos otros millones de europeos en recientes plebiscitos de resultados “absurdos”.
El geoestratega Zbigniew Brzezinski y otros como él no se limitan a alertar sobre un despertar político global, al que califican desde hace años como populista-nacionalista. Un despertar que -afirman- es cada vez más probable gracias a Internet y a las más recientes tecnologías. Un despertar que, combinado con las luchas internas entre las élites, está poniendo en peligro la “noble” aspiración de lograr un Gobierno mundial. También insisten en la puesta en marcha de medidas para evitar las seguras revueltas populares que vendrán antes o después, medidas que deben ir desde las más avanzadas técnicas de control del pensamiento (ahora son los grandes medios los que alertan frente a la falsa información que circula por Internet) hasta las “necesarias” inversiones en seguridad y represión.
Es en este amplio marco en el que tenemos que entender acontecimientos como el del reciente escrache a Felipe González y Juan Luís Cebrián, así como todas aquellas movilizaciones que a partir de ahora se puedan ir sucediendo. ¡Hay que ser cínicos para presentar como una gran agresión ese escrache sufrido por quienes tienen tan graves complicidades en tantos crímenes contra la paz de los que son responsables tanto la OTAN como aquellos grandes medios sin cuya “colaboración” no habría sido posible poner en marcha tales agresiones internacionales (como han reconocido diversos periodistas)! ¡Hay que ser cínicos para presentarse como pobres víctimas amordazadas por unos universitarios antisistema que no respetan la libertad de expresión! ¡Ellos que han silenciado sistemáticamente desde hace años tanta información sensible y tanta voz alternativa!
Si un gran medio, como es el caso de El País, se presentase como un puro negocio y como un instrumento propagandísticos de las élites, nada habría que objetar. Estaría en su derecho de silenciar cuantos acontecimientos e informaciones quiera. Pero se presenta y se le supone como un gran medio (¡y además progresista!) para informar a una sociedad que tiene derecho a ser informada. ¡Hay que ser cínicos para atreverse a jugar el papel de grandes intelectuales que han sido silenciados por una horda de radicales antisistema! Después de la gran traición organizada por estos dos personajes a millones de votantes socialistas que apostaron por el cambio, ¡hay que ser cínicos para afirmar que las cosas se deben cambiar con los votos y no con movilizaciones y escraches!
Análisis muy parecidos podrían hacerse sobre la represión de la aspiración de millones de catalanes de decidir solo por sí mismos su futuro. Esta misma semana, tras conocerse la decisión del Constitucional de suspender la resolución del Parlament catalán y prohibir el referéndum anunciado para 2017, era Iñaki Gabilondo el que alertaba: “Nos encontramos más cerca cada día del punto de ignición. […] Por cierto, nadie parece creer que esto puede acabar mal, muy mal, dramáticamente. Pero puede, ya lo creo que puede”. En cuanto a los últimos plebiscitos, ¿cómo extrañarse de que, como formula con gracia Isaac Rosa, “cuando las urnas no sirven para decidir, se usen para castigar”.
Acabo con uno de los párrafos que seleccioné para figurar en la cubierta trasera de mi libro Los cinco principios superiores: “En este tiempo en el que nuestras instituciones representan cada vez menos a los ciudadanos y sirven cada vez más descaradamente a los grandes poderes financieros, será de gran utilidad comprender qué son la desobediencia civil y la no violencia, cómo las descubrieron Gandhi y Luther King, de dónde nacen, cuál es su fuerza… La realidad no es algo que esté ‘ahí afuera’, sólida e inamovible. El observador altera siempre lo observado. No solo lo afirman numerosas tradiciones espirituales milenarias sino también, desde el Siglo XX, la física. La generosidad (tercer principio superior), la verdad (cuarto) y la dignidad (quinto) aún cuentan. El antónimo de la bella palabra utopía no es realismo sino mezquindad. Y sus sinónimos, igualmente hermosos, son empatía, magnanimidad y coraje.”