Tenemos que estar atentos a los cambios que se producen en el continente. Durante décadas oscurantistas vivimos dictaduras impuestas mediante golpes de Estado y luego el retorno de los gobiernos constitucionales y las democracias frágiles en los años 80’s y 90’s, que se fueron fortaleciendo en el tiempo con gran esfuerzo, tratando de encontrar caminos de desarrollo y resistencia en su lucha contra la pobreza, el hambre y la marginalidad.
Luego de un período de grandes avances en el siglo XXI, hoy la región está viviendo situaciones conflictivas, con nuevos intentos de desestabilización de instituciones democráticas en países con gobiernos progresistas.
Nos preocupan los ataques de la oposición política, los medios de comunicación y sectores del poder judicial contra la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, y el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, quien fue recientemente víctima de un gran operativo policial para llevarlo detenido. Una clara y desmedida acción política, que sólo buscó generar el desprestigio público del ex mandatario, acusándolo de corrupción para que parezca culpable sin que nada se haya demostrado.
La oposición política y sus aliados han iniciado una fuerte campaña para derrocar a la presidenta Dilma y destruir al PT, utilizando la metodología de golpe blando, impuesta en el continente para derrocar al ex presidente Manuel Zelaya en Honduras y a Fernando Lugo en Paraguay, con la complicidad del poder judicial y/o parlamentario, las fuerzas armadas, corporaciones empresariales y el aval de Estados Unidos.
Golpes que se suman a los intentos de golpes de Estado con acciones violentas como el de Venezuela en 2002, fracasado por la movilización popular en defensa de Hugo Chávez. El alzamiento policial contra el presidente Rafael Correa de Ecuador en 2010, fracasado por la rápida intervención de la UNASUR. Y los del presidente de Bolivia, Evo Morales, que sufrió varias envestidas y acciones violentas dirigidas a derrocarlo.
Hoy el gobierno de Venezuela sufre el asedio de la guerra económica para generar hartazgo como sucedió en el planificado golpe de Estado de 1973 en Chile. Mientras que la oposición sigue intentando revocar al presidente Nicolás Maduro, como en su momento intentaron y fracasaron con Chávez.
Hay grandes intereses económicos y políticos que buscan desgastar y provocar todo el daño posible para desprestigiar a ciertos gobiernos –y no otros– buscando quitarle el apoyo de sus pueblos.
Casi todos los políticos que apoyan el impeachment a Dilma tienen varios procesos penales en curso por actos de corrupción. Esto indica que esa no es la variable determinante, sino que lo que está en juego es la orientación de las políticas de Estado y quien las debe llevar a cabo.
La corrupción no se combate violando la Constitución. Se combate con transparencia y más democracia. Transparencia no sólo del poder ejecutivo, sino también de los poderosos poderes judiciales y sus funcionarios.
Quiero expresar mi solidaridad y apoyo a Dilma y Lula, por su servicio al pueblo brasileño y la unidad continental. Y también hacer un llamado al pueblo brasileño a evaluar críticamente los aportes realizados, sin dejarse arrastrar por quienes buscan desestabilizar al país provocando los golpes blandos.
El progresismo latinoamericano sabe perder elecciones porque es democrático. Los últimos ajustados comicios de Argentina y Bolivia son otro claro y reciente ejemplo de esto. Quienes no saben perder y piden y apoyan el neogolpismo en nombre de la democracia, de su vocación autoritaria, o de su impoluta moralidad, no son muy diferentes a quienes antes apoyaban o callaban con las dictaduras genocidas de nuestro continente.
Los gobiernos progresistas permanentemente atacados por osar tomar medidas contra los poderosos y a favor de la redistribución del ingreso, deben replantearse sus estrategias de diálogo y construcción de confianza y consensos, con el fin de evitar confrontaciones estériles que los alejen del apoyo popular. Deben tener la capacidad de inicitiva para proponer la esperanza en el cambio de estructuras de dependencia y desigualdad que nuestra región necesita, y que también el Papa Francisco ha señalado cuando pidió que “digamos NO a las viejas y nuevas formas de colonialismo” para que no haya “ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez”.
Ninguna democracia es perfecta, pero son perfectibles, si existe la voluntad política de los pueblos y sus gobernantes democráticamente elegidos.
Esperamos que el hermano pueblo de Brasil pueda desandar este camino para no abandonar las buenas políticas de Estado que ha logrado conquistar y le pertenecen, y no tengan que vivir una avanzada de políticas antipopulares como las que hoy vivimos en Argentina.