Seguramente no estamos hablando solo de una cuestión ética sino también de la insostenibilidad y la irracionalidad de semejante proyecto y de semejantes estrategias. Es una ley evolutiva, una ley que la historia ha puesto reiteradamente en evidencia. El declive de los imperios es una cuestión suficientemente tratada por los expertos. La caída de Napoleón, de Adolf Hitler o de tantos otros, muestra que es insostenible abrir tantos frentes a la vez, como ahora está abriendo el Gobierno de Barack Obama. No han aprendido nada, ni siquiera de un estrepitoso y trágico fracaso mucho más reciente, el de Vietnam. Estados Unidos consumía en aquel conflicto una tercera parte de sus presupuestos anuales (igual que con las guerras de ahora), lanzaron sobre las poblaciones vietnamitas el doble de toneladas de bombas que las lanzadas durante toda la Segunda Guerra Mundial,1 asesinaron a más de cuatro millones de seres humanos,2 perdieron unos sesenta mil conciudadanos… y sigue volviendo una y otra vez a las andadas. Ahora reconocen que la Teoría del Dominó, por la cual llevaron a cabo semejante locura, estaba equivocada… ¡pero repiten de nuevo con arrogancia y frialdad unos “errores” semejantes!

Es increíble el escaso sentido de realidad de tantos “expertos” en economía y realpolitik. ¿O será simplemente cinismo? Es increíble la seguridad con que pontifican tanto aquellos mismos que fueron incapaces de ver la gran crisis que ya estaba prácticamente encima nuestro como aquellos que fueron los artífices de tantos y graves desastres como el de Irak. Los grandes intereses económicos y el afán de poder parecen nublar totalmente la razón de gentes teóricamente muy inteligentes. Y tanto o más increíble que la autoafirmación y prepotencia de esos expertos es la gran depositación de autoridad que aún sigue teniendo hacia ellos un amplísimo sector de la sociedad. En un artículo titulado “El grandioso tablero de ajedrez y los usureros de la guerra”, Peter Dale Scott, manifiesta ante esta irracionalidad el mismo asombro que yo manifestaba en el apartado anterior:3

Gran parte de lo que escribí [en su libro The Road to 9/11] resumió los pensamientos de escritores que me precedieron como Paul Kennedy y Kevin Phillips. Pero hay un aspecto de la maldición de la expansión que no subrayé suficientemente: cómo la dominación crea ilusiones megalómanas de poder invencible y cómo a su vez esa ilusión es cristalizada en una ideología prevaleciente de dominación. Me sorprende que tan pocos, hasta ahora, hayan señalado que desde el punto de vista público esas ideologías son ilusorias, tal vez incluso demenciales. En este ensayo argumentaré, sin embargo, que lo que parece demencial desde un punto de vista público tiene sentido desde la perspectiva más estrecha de aquellos que se benefician con el negocio empresarial de la violencia y de la inteligencia privada.

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La engañosa pomposidad de la retórica de Brzezinski está ya en la misma falsa metáfora del título de su libro. Los “vasallos” no son piezas de ajedrez que se mueven sin esfuerzo con una sola mano. Son seres humanos con mentes propias; y entre los seres humanos es seguro que un exceso injusto de poder provocará no solo resentimiento sino finalmente una resistencia exitosa. […].

La noción de un solo jugador de ajedrez es igualmente falsa, especialmente en Asia Central, donde Estados dominantes (EE.UU., Rusia y China) y Estados locales son todos débiles por igual. Allí las corporaciones multinacionales como BP y Exxon son grandes protagonistas. En países como Kazajstán y Azerbaiyán dejan enanos al poder estatal local y también a la presencia gubernamental de EE.UU., sea oficial o encubierta. Los verdaderos poderes locales tienden a ser dos, en cuyo control los gobiernos se muestran notoriamente ineptos: primero, los “musulmanes agitados” que Brzezinski ridiculiza insensatamente, y segundo, el tráfico ilícito, sobre todo el narcotráfico.

En última instancia, sin embargo, Brzezinski no está limitado por su metáfora ajedrecística. El objetivo de un juego de ajedrez es ganar. El objetivo de Brzezinski es bastante diferente: ejercer permanentes restricciones sobre el poder de China y sobre todo de Rusia. Por lo tanto se ha opuesto sensatamente a acciones desestabilizadoras como la de un ataque occidental contra Irán, mientras apoya la permanente contención de Rusia con un cerco de bases y oleoductos occidentales. (En 1995 Brzezinski voló a Azerbaiyán y ayudó a negociar el oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan que une a Azerbaiyán con Turquía).

Como he argumentado en otro sitio, Brzezinski (aunque sin duda piensa él mismo en términos de estrategia) promueve por lo tanto una política que corresponde fuertemente a las necesidades de la industria petrolera y sus patrocinadores. Estos últimos incluyen a sus patrones, los Rockefeller, quienes inicialmente lo llevaron a una destacada posición nacional.

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Este modo de hablar temerario no es solo propio de Brzezinski. Su llamamiento a la dominación unilateral era un eco del borrador de la DPG (Guía de Planificación de la Defensa) de 1992, preparada para el secretario de defensa Cheney por los neoconservadores Paul Wolfowitz y Lewis Scooter Libby: “Debemos mantener los mecanismos para disuadir a potenciales competidores de cualquier aspiración a un papel regional o global más amplio”. Es repetido también en el Estudio PNAC [Proyecto para el Nuevo Siglo Americano] de 2000: Rebuilding America’s Defenses [Reconstruyendo las defensas de EE.UU.] y en la Estrategia de Seguridad Nacional de Bush-Cheney de septiembre de 2002 (NSS 2002). Y es resumido por el megalómano documento estratégico del JCS [Estado Mayor Conjunto] Joint Vision 2020, “La dominación de espectro completo significa la capacidad de las Fuerzas de EE.UU., operando solas o con aliados, de derrotar a cualquier adversario y de controlar cualquier situación a través de toda la gama de las operaciones militares”.

Una retórica tan exagerada pierde contacto con la realidad, es peligrosamente engañosa, e incluso posiblemente insana. Sin embargo es útil, incluso vital, para aquellas corporaciones que se han acostumbrado a beneficiarse con la Guerra Fría, y que enfrentaron profundos recortes en los gastos de Defensa e Inteligencia de EE.UU. en los primeros años después del colapso de la Unión Soviética. Se les suman otros grupos (mencionados a continuación) que también tienen interés en preservar el modo de pensar de dominación en Washington. Incluyen a los nuevos proveedores de servicios militares privatizados, o lo que puede ser llamado violencia empresarial, en respuesta a los recortes del presupuesto de Defensa.

En una entrevista que le fue realizada por la periodista y activista Silvia Cattori, Thierry Meyssan se arriesgaba a pronosticar el declive estadounidense en un plazo no demasiado largo. Bajo el título, “Estados Unidos y sus aliados-vasallos se organizan”, la entrevista estaba encabezada por una foto con este pie: “Los octogenarios que gobiernan los Estados Unidos en declive: Henry Kissinger (85 años), Zbigniew Brzezinski (81 años) y Brent Scowcroft (84 años). ¿Quién dijo cambio?”.

Ellos tienen que hacer frente a la crisis financiera, les falta cerca del 25% de los recursos necesarios para concretar el presupuesto 2009 del Departamento de Defensa. Eso quiere decir que no solo tienen que renunciar a la adquisición de nuevo equipamiento sino que tampoco pueden renovar el anterior y, además, van a tener que reducir muchísimo los acostumbrados presupuestos.

Al principio, Robert Gates y sus mentores, Brent Sowcroft y Henry Kissinger, decidieron no renovar los contratos de los mercenarios en Irak y detener los astronómicos programas de armamento. Después, se vieron obligados a suspender el supuesto “escudo antimisiles” y el mantenimiento de la “fuerza nuclear de disuasión”. Todo eso fue presentado como un gesto de buena voluntad hacia Rusia y como una iniciativa unilateral a favor de un mundo sin armas atómicas. Pero no será suficiente si se mantiene la crisis financiera.

En el plano estratégico, es un momento de retirada. El Pentágono busca la manera de salir de Irak con la frente alta y trata de poner en manos de sus aliados el despliegue militar en Afganistán y Pakistán. De hecho, ese Estado de 173 millones de habitantes ya explotó y va a ser imposible no intervenir allí porque habrá que supervisar en manos de quién va a caer la bomba pakistaní.

Henry Kissinger ha afirmado que la crisis era una ocasión inesperada para terminar de imponer la globalización explotando el debilitamiento de todos los que se oponían a ese proceso. Esa forma de pensar es, a mi entender, un síntoma del hybris, o delirio de poder. Ese tipo de razonamiento ya ha llevado a más de un imperio hacia su propia destrucción. Washington quiere salir de la crisis rediseñando el mundo a su propia conveniencia, pero sin cambiarse a sí mismo. Eso puede llevar a una ruptura brutal.

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Los regímenes títeres que Washington ha ido implantando en numerosos países no sobrevivirían al derrumbe de Estados Unidos. Asistiríamos entonces a una profunda transformación del paisaje político mundial, como sucedió con la desaparición de la URSS. Lo que estoy diciendo puede parecer surrealista, pero a principios de 1989 nadie preveía que el Pacto de Varsovia y la URSS iban a desaparecer a finales de 1991.

Posteriormente, a finales de febrero de 2011, el secretario de Defensa, Robert Gates, hizo una contundente afirmación en una charla a los cadetes de la Academia de West Point: “En mi opinión, cualquier futuro secretario de Defensa que asesore al presidente para enviar de nuevo un gran ejército americano a Asia, a Oriente Medio o a África, debería hacerse examinar la cabeza”. Pero esto no es solo un reconocimiento de la realidad, también forma parte de la estrategia que prepara ya la aceptación por el Congreso y por la sociedad de la futuras guerras secretas (en las que oficialmente no hay tropas estadounidenses sobre el terreno, pero para eso están las Fuerzas Especiales), guerras menos caras pero igualmente criminales.

En relación a España, es curiosa la frecuencia con la que se dan en la Red fuertes campañas contra el gasto que la “clase” política supone para nuestro Estado. Por el contrario no circula casi nada referente, por ejemplo, al desproporcionado presupuesto militar de España, un país que en realidad no tiene enemigos externos y que tan solo marcha y guerrea, con un penoso seguidismo, tras el belicoso proyecto de dominación anglosajón. Es un seguidismo que en realidad la sociedad española no desea, aunque los gobernantes electos de nuestra encorsetada “democracia” pretendan que el voto popular ejercido una vez cada cuatro años supone un espaldarazo incondicional a todo el paquete de sus propuestas. Es un seguidismo que nos está saliendo muy caro.

El presupuesto militar, el real no el oficial, consume 18 250 millones de euros anuales, es decir, más de cincuenta millones diarios.4 Pero aun así, el “jefe” de la “pandilla”, el Goliat estadounidense, no está satisfecho con lo “poco” que aportan sus subalternos. El 10 de junio de 2011, el secretario de Defensa de Estados Unidos, Robert Gates, se despidió de su cargo reprochando a sus aliados de la OTAN su insuficiente compromiso económico y alertando sobre las graves consecuencias que esto puede conllevar. Cinco días después, el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, repetía tales lamentos en The Guardian. La economía estadounidense se va deslizando por una peligrosa pendiente de creciente endeudamiento, a pesar de lo cual el Gobierno de Barack Obama se lanza a una nueva guerra en Libia. Es la huida hacia delante de todos los imperios ya en declive. Esta guerra, que el Gobierno de Barack Obama pretende que no es una guerra, a fin de eludir así la preceptiva autorización del Congreso, está teniendo una creciente y frontal oposición entre los congresistas. Y entre tanto, ¡el señor Robert Gates se dedica a reñir a los países aliados! ¿Qué respuesta le darán los Gobiernos europeos que están recortando drástica y dramáticamente la financiación de todas las cuestiones sociales prioritarias y que se enfrentan a una incipiente rebelión popular?

1 Si se consideran el conjunto de las lanzadas sobre Vietnam, Laos y Camboya se trataría de unos 8 millones de toneladas de bombas, cuatro veces la cantidad lanzada durante la Segunda Guerra Mundial.

2 Entre 3,8 y 5,7 millones según informó el gobierno de Hanoi, junto a otros organismos internacionales, con ocasión del 20.º aniversario, Agence France Presse, 4 de abril de 1995. Ver un extenso y buen artículo en Wikipedia: “Guerra de Vietnam”.

3 Fuente original: Global Research, 17 de agosto de 2009. Traducido para Rebelión por Germán Leyens.

4 Cifras del Centre d´Estudis per la Pau J M. Delás.