Se habla bastante de la gran coalición entre el PP y el PSOE, con o sin Ciudadanos, como una seria posibilidad. Algunos incluso tememos que ahora, tras el paripé del PSOE simulando intentar un proyecto “progresista” con Ciudadanos, el establishment español esté pensando que están dadas las condiciones para que la gran coalición sea aceptada y tolerada por nuestra sociedad como la única alternativa posible. Tras dicho paripé, en el que en un primer momento el PSOE (que había conseguido algo más de 5,5 millones de votos) cerró unos acuerdos con Ciudadanos (con solo 3,5 millones de votos ) y en un segundo momento se rasgó la vestiduras porque Podemos (con casi 5,2 millones de votos) no quisiera unirse a ellos y refrendar sumisamente sus acuerdos, se hizo evidente que al PSOE no le interesa un proyecto verdaderamente progresista compartido con Podemos. En buena lógica, menos aún le interesará ahora, cuando la coalición Unidos Podemos (que se acaba de pactar hoy, viernes 13 de mayo de 2016, día en el que escribo estas líneas) sobrepasará previsiblemente al PSOE y hará muy difícil el liderazgo de este en una posible alianza con dicha coalición. 

En realidad yo no veo exactamente la gran coalición como un futuro casi inevitable. Ni siquiera como un futuro posible. Yo la veo como un pasado, como una realidad soterrada que nos ha acompañado desde hace ya décadas, una realidad incontestable por más que se haya disfrazado de bipartidismo, una realidad que las urnas del 26J no darían a luz sino que tan solo refrendarían en esta histórica encrucijada en la que dicho bipartidismo ha muerto. Un refrendo, por si alguien duda del término, no es otra cosa que la legalización de un documento, o la corroboración de un acuerdo, mediante la firma de una o varias personas autorizadas. En el 26J ese sujeto autorizado no será otro que la sociedad española. Una sociedad que, en unos pocos meses, acudirá por segunda vez a las urnas con la esperanza de que, ahora sí, surja un gobierno estable.

Ciertamente han existido diferencias notables entre los sucesivos programa electorales del PP y del PSOE. Y también, aunque en una medida mucho menor, entre las políticas llevadas a cabo por sus respectivos gobiernos. Pero no veo ninguna diferencia en las cuestiones realmente importantes: las que tienen que ver con la globalización impuesta por los grandes financieros occidentales (que se escudan en “los mercados”, presentándolos como una especie de entelequia que se autoregula para el bien común) o las que tienen que ver con las estrategias de dominación de la OTAN (una Alianza “defensiva” que, incumpliendo sus promesas a Mijaíl Gorvachev, sigue ampliándose imparablemente hasta las mismas fronteras rusas; una Alianza que acaba de instalar hoy mismo una nueva base de misiles en Polonia; una Alianza que está siendo utilizada en grandes crímenes contra la paz, arrasando ciudades libias, por ejemplo).

En esas decisiones importantes hace ya demasiado tiempo que se viene funcionando en régimen de gran coalición (siguiendo el modelo republicanos-demócratas), aunque esta haya sido disfrazada de alternancia. Y para todo ello, ambos partidos se sirven de unos medios de “información” que en estas cuestiones tienen líneas editoriales demasiado semejantes (no hay alternativa a este nuestro sistema económico, nos dicen; nuestras “intervenciones” militares son liberadoras, nunca agresiones internacionales, afirman). Y todo ello sin hablar de otras muchas cuestiones como la de su actuación conjunta para acabar con la jurisdicción universal española, concediendo así una repugnante impunidad a los asesinos de españoles en Ruanda, Congo, Irak… Asesinos, sobre todo, de sus propios pueblos. Asesinos protegidos férreamente por Estados Unidos, como demuestran un gran número de cables de Wikileaks.

Hace muchas décadas que nuestro Occidente funciona en régimen de monopolio mientras guarda la apariencia de libre mercado y leal competencia en régimen de democracia informada y libre. Una élite mucho más reducida de lo que imaginamos pacta los “precios”: las medidas, de altísimo coste humano, que nuestra sociedad deberá pagar quiera o no quiera. Como quedó probado ya en 2007 en una investigación gigantesca, realizada en la Escuela Politécnica de Zúrich, sobre la relación entre los propietarios de las 43.060 mayores empresas multinacionales del mundo, tan solo el 0,123% de todos los accionistas, controlan el 80% del valor de estas. Es decir, existe una alta concentración del control. Y, lo que es quizás todavía más importante, esos accionistas están extremadamente conectados entre ellos. Y son principalmente instituciones financieras de Estados Unidos y el Reino Unido.

Me temo, pues, que esta vez todos aquellos que en el 26J voten a alguno de los dos grandes partidos del bipartidismo decadente, o a Ciudadanos, la flamante versión del ya añejo neoliberalismo, no harán otra cosa que refrendar la gran coalición que ya lleva décadas funcionando de una manera no explícitamente visible para la gran masa social pero sí de modo muy real y satisfactorio para los verdaderos poderes que deciden por nosotros todo aquello que es realmente importante. Frente a esa gran coalición, la otra coalición aglutinada en torno a Podemos no parece que tenga demasiadas oportunidades. Para los verdaderos poderes en la sombra cualquier alternativa es buena (mejor si consiguen que tenga aspecto “progresista”) con tal de que Podemos no alcance el poder.

El acoso con el que se aplastó a la izquierda en la pequeña Grecia (pequeña en PIB), llegando casi a cortar la liquidez de los bancos, no fue nada comparado con el acoso que se desplegaría aquí si Podemos llegase al Gobierno de España y no estuviese dispuesto a traicionar o rebajar demasiado sus programas (en realidad ya los ha rebajado bastante). Tal y como parecen estar las fuerzas sobre el tablero español (con la “peligrosa” coalición Unidos Podemos que hoy acaba de crearse), la única alternativa que les está quedando a esa reducida élite para frenar el ascenso de Podemos es la gran coalición. A no ser que… consigan secuestrar a Podemos, o al menos domesticarlo lo suficiente en un plazo lo suficientemente breve. Algo parecido a lo consiguieron hace ya décadas con el tándem republicanos-demócratas. O parecido a lo que consiguieron cuando recondujeron la Transición española. O parecido a lo que han conseguido al aplastar las ilusiones que el pueblo griego depositó en Alexis Tsipras y su partido Syriza. Es por eso que, cuando en la  cubierta trasera de mi libro Los cinco principios superiores intenté destacar lo más relevante de él, comencé así:

“En las más decisivas batallas de la humanidad, aquellas que marcarán para siempre la evolución misma de nuestra especie, la más profunda clave es la de la dignidad. Y ahora estamos librando una de ellas. Ni el ‘realismo’, ni la ‘prudencia’, ni el pragmatismo serán efectivos en esta hora crítica. Solo la dignidad nos permitirá liberarnos de la ‘tutela’ de los grandes financieros y de las reglas de sus ‘mercados’. En estos días en los que los ‘realistas’ se sonríen ante quienes proponen nuevas alternativas y los colaboracionistas de siempre pretenden asustarnos con la más que probable fuga de capitales y el abandono e incluso el acoso que sufriremos por parte de ‘los mercados’, no debemos olvidar que esto es realmente una guerra. Y que, como frente a todas las guerras, solo existen dos alternativas: sacrificios o sumisión.”

De todos modos, algo habremos avanzado: al menos habrá caído la máscara de un bipartidismo en el que una de los dos partes luchaba con energía por llevar a cabo políticas de izquierda. Y si el PSOE llega a “cometer” semejante coalición, con la caída de su máscara comenzará posiblemente su inexorable decadencia. Esto es el fin de una época para el PSOE. La posible toma de conciencia por parte de socialistas relevantes de estar al borde del abismo es lo único que aún me mantiene en una frágil esperanza de que el PSOE se atreva finalmente a pactar un gobierno moderadamente progresista con la coalición Unidos Podemos. Un gobierno al estilo de nuestro Govern. Aunque, si se diese el sorpasso del que tanto se habla en estos días, el PSOE muy probablemente habrá perdido una oportunidad histórica para presidir esa posible coalición.

Para un PSOE ya debilitado, serían demasiados sus votantes actuales que tras una gran coalición se darían cuenta de que hace décadas que estábamos llamando gobiernos de izquierdas a gobiernos como el de aquel Felipe González que, tras ser aupado al poder por los grandes financieros anglosajones (ya he expuesto en diversas ocasiones los argumentos al respecto), nos introdujo sin más demora en la OTAN. Un presidente “socialista” que aún sigue empeñado en hacernos comulgar con ruedas de molino. O como el Gobierno de aquel José Luis Rodríguez Zapatero que, en lugar de dimitir, al estilo Suarez, cuando se vio presionado por los grandes intereses financieros, esprintó como el mejor corredor olímpico para cambiar en un par de semanas la Inmaculada Constitución según la moda y el modelo neoliberal.

En todo caso, si se perpetra por fin la gran coalición, continuará aún por muchos años el sufrimiento de los más vulnerables… mientras crecerá y crecerá nuestra deuda soberana. Una deuda que trasmitiremos a nuestros hijos. Siento mucho tener que exponer unos análisis tan duros respecto a la cúpula nacional del PSOE (son unos análisis que en una buena medida no serían justos si se los trasladase a nuestro escenario autonómico y menos aún al municipal), pero esa creo que es la realidad. Ya expresé en un artículo anterior mi agradecimiento personal a figuras socialistas de Mallorca como Francina Armengol, Teresa Riera o Mercé Amer. Pero el respeto que siento hacia ellas no me impide ver lo que veo en la cúpula nacional de su partido.

Es lo mismo que podría decir de Margarita Robles, que en estos días es noticia por haberse convertido en la número dos, tras Pedro Sánchez, de la lista por Madrid. No tenía por qué haber firmado mi candidatura al Premio Nobel de la Paz si no fuese realmente una persona honesta y preocupada por las incontables víctimas de Ruanda y Zaire-Congo. Preocupación por las víctimas que pude comprobar también cuando, como secretaria de Estado del Ministerio de Interior del Gobierno de Felipe González, jugó un digno papel en la mediación con ETA que llevó a cabo Adolfo Pérez Esquivel, al que acompañé en diversas ocasiones a Euskadi a partir de los penosos días del secuestro de Miguel Ángel Blanco. Margarita Robles impulsó la investigación del secuestro y asesinato de José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala y retiró los fondos para la guerra sucia del GAL. Fue una pena que el PSOE, que podría haber sido el gran partido progresista que España necesitaba, se dejase secuestrar por los grandes poderes financieros. Pero será una pena aún mayor que, participando en una gran coalición, prolongue por más tiempo aún, en esta hora decisiva, tanta “austeridad” y tanto sufrimiento como el que soporta desde hace años nuestra sociedad.