Este titular ya contiene en sí mismo un buen número de supuestos. El primero de ellos sería este: es posible reconducir el desastre que estamos sufriendo; es posible acabar con la gran estafa que estamos padeciendo y con las guerras imperiales de agresión que nuestros criminales líderes económicos y políticos están desencadenando; es posible desenmascarar las mentiras con las que se está anulando a nuestra sociedad occidental; es posible recuperar la dignidad y el bien común como valores absolutos; es posible acabar de una vez con la dictadura que una reducida élite de enfermos de avaricia y ambición nos quieren imponer… El segundo supuesto sería este otro: tal cambio tendrá que pasar necesariamente por el rescate de la democracia; hay que refundar un sistema en el que el poder de decisión no esté en manos de las reducidas élites que nos están llevando hacia el desastre. No sé si, por ejemplo, tuvo sentido en algún momento la ley d’Hont, que concede la mayoría absoluta a una exigua minoría que decidirá por todos nosotros. Pero lo cierto es que en este momento no sirve para asegurar supuestamente la gobernabilidad y la alternancia sino para neutralizar a las minorías que podrían frenar por la vía democrática la tiranía de “los mercados”.
¿Pero, quién le pondrá el cascabel al gato? Ciertamente la pregunta es inevitable. Aunque los “realistas” de siempre aún no se han dado cuenta de que, como dice José Luis Sampedro, no es que otro mundo sea posible, otro mundo es seguro, porque el que ahora tenemos es ya insostenible. Los grandes cambios solo llegaron cuando se alcanzó una masa crítica social suficiente que se sobrepuso al miedo y luchó por sus derechos. Occidente necesita una masa crítica lo suficientemente lúcida para detectar las trampas de este sistema “democrático” bipartidista y para no dejarse atrapar por la masiva y eficaz propaganda que lo sostiene. Hay demasiada “buena gente” sosteniendo este sistema perverso, al menos con su silencio. Como se lamentaban Albert Einstein y Martin Luther King, hay demasiada gente buena silenciosa frente a tantas mentiras y crímenes. Monseñor Hélder Cámara también lo sabía muy bien: “Cuando doy de comer a los pobres me llaman santo, pero cuando me pregunto por qué hay tantos pobres me llaman comunista”. Hay en Occidente demasiados cristianos a los que, paradójicamente, les incomoda el Jesús de Nazaret que gritaba “con voz fuerte” a los poderosos de entonces: “¡Hipócritas, raza de víboras…!”.
Pero esa masa crítica siempre ha sido generada por una pequeña minoría dispuesta a darlo todo, una minoría que no se limite a luchar por sus propios derechos sino que sienta en sus propias entrañas el sufrimiento de los más desprotegidos. ¿Quiénes serán capaces de apuntarse a esta aventura? No será fácil, aunque quienes se lancen a ella podrán tener la gran satisfacción de decirse un día a sí mismos: “Yo estuve allí”. De una cosa sí estoy seguro: como siempre ha ocurrido a lo largo de los siglos, este histórico cambio no será obra ni de “aquellos que cuentan” ni de los “sabios” y “entendidos”. Solo los pequeños, solo los que tienen plena conciencia de sus límites pero no se resignan ante tantas injusticias y sufrimientos absurdos, solo los esclavos que nunca dejaron de elevar sus cantos, solo las madres y abuelas que no dejaron de dar vueltas y vueltas en torno a un obelisco, solo ellos cambiarán la historia. Los Jubilats per Mallorca, los jóvenes del 25-S y tantos otros, merecen toda nuestra gratitud por su decisión de darlo todo para salvar la dignidad de nuestro pueblo. A ellos les dedico esta otra cita de Gandhi: “Una sola persona, si actúa guiada por esta ley de nuestro ser [esto es: la verdad y la bondad son las fuerzas invencibles que fundamentan las relaciones humanas], puede desafiar a todo el poder de un imperio injusto para salvar su honor, su religión, su alma, y sentar las bases para la caída o regeneración de tal imperio”.