Si algo ocurre es porque puede ocurrir. Rajoy hizo lo que hizo porque pudo. Porque la Unión Europea se lo permitió, aunque con matices, y porque la sociedad española lo permite. La sociedad española, en su conjunto, es capaz de avalar la intervención por la fuerza en Catalunya. Es lo que hay.
Contra los pronósticos razonables y contra la propaganda con que nos ahogan, la sociedad española es hoy más reaccionaria que hace cuarenta años. En 1977 Adolfo Suárez constató que si sometía a referéndum la jefatura del estado los ciudadanos españoles de entonces optarían por una república. Como la Transición ya estaba diseñada de antemano y se basaba en la Ley de Sucesión y en la Ley de la Reforma Política aprobadas en Cortes, evitó preguntar a los españoles y dio por hecho el establecimiento nuevamente de la monarquía de la casa de Borbón y a Juan Carlos I como sucesor de Franco. Pero si les preguntan a los españoles de hoy si prefieren monarquía o república, ¿qué creen que contestarían esas personas que cuelgan la bandera monárquica en sus balcones y los que gritan “¡A por ellos!”? ¿Qué votaría esa “mayoría silenciosa” a la que apela el Gobierno y a la que teme la oposición?
Quedan para la triste historia de España los discursos del Presidente del Gobierno y del rey Felipe anunciando la intervención de la Generalitat y la ocupación de Catalunya
El resultado de estas décadas pasadas, fuera de Catalunya, no fue una población más informada y, sobre todo, más libre. Por el contrario, consiguieron ahogar las voces disidentes y la ideología dominante es el conformismo y la sumisión al poder establecido como algo natural. El concepto borreguil de “mayoría silenciosa” supone una población mayoritariamente incapaz de razonar y expresarse libremente y que actúa como una masa amorfa a la que hay que conducir con la vara. Fue introducido al final del franquismo por periodistas del Régimen, creo recordar que Emilio Romero, y ahora acaba de ser recuperado oportunamente en el debate político en este final de régimen y en esta atmósfera de renovado franquismo.
Es lógico que mucha gente crea que la monarquía es “lo normal” y que no se atreva a pensar otra cosa y, mucho menos, manifestarlo. A eso se refiere el presidente del gobierno más corrupto desde Arias Navarro cuando apela “al sentido común” y “la gente normal”. En España “la gente normal” tiene miedo a pensar y tiene miedo a expresarse. En el Reino de España manda el miedo. Quedan para la triste historia de España los discursos del Presidente del Gobierno y del rey Felipe anunciando la intervención de la Generalitat y la ocupación de Catalunya. Son dos discursos llenos de violencia, particularmente el de quien ostenta el mando de las Fuerzas Armadas, en los que se amenaza a una población desarmada y se les anuncia castigos. Ese lenguaje verbal y gestual, que los mayores reconocemos perfectamente como franquista, sólo es posible en un país con una población indefensa e incívica, que carece de respeto por sí misma. Desde el punto de vista democrático esos discursos agresivos y amenazantes son intolerables, sólo se comprenden en una España que no salió del franquismo, simplemente lo continuó reformándolo. Sólo la cárcel de la conciencia que es el sistema mediático español al servicio del estado y el IBEX impide que la población española vea lo que ve el mundo.
El gran mérito político de Aznar y la FAES, sobre el que descansa el reinado de Rajoy, es haber transformado el franquismo sociológico existente en franquismo político
El mundo ve un estado incapaz de gestionar sus contradicciones internas a través del diálogo y la negociación y que, para enfrentar las consecuencias de su autoritarismo, llega a planear el asalto militar al parlamento de los catalanes. Un estado que no es democrático. El gran mérito político de Aznar y la FAES, sobre el que descansa el reinado de Rajoy, es haber transformado el franquismo sociológico existente en franquismo político. Y es un franquismo sociológico y político que, sobre todo en ciertos territorios del estado, es transversal a la llamada izquierda y a la derecha, unidas ambas en un arco que tiene como clave a la monarquía.
Se nos suele ocultar que los generales que se rebelaron contra la República se llamaban a sí mismos “nacionalistas” y que el régimen de Franco fue ideológicamente un régimen nacionalista. El régimen nacionalista que nos educó a varias generaciones con su relato de la historia castellanista, la reina Isabel y demás, su ideología de la lengua castellana, su incivismo borreguil y, sobre todo, su miedo. Prueben a decir en voz alta “¡Viva la república!” en algún barrio donde campan ostentosamente esas banderas borbónicas. Fuera de Catalunya el miedo es el aire invisible que se respira, el miedo a expresarse. Precisamente lo que ha querido hacer el Gobierno, y en parte lo ha logrado, es hacer que los catalanes también tengan miedo.
“El miedo guarda la viña”, lo sabe la casta de privilegiados que se benefician del statu quo y es el miedo lo que tienen interiorizado los habitantes de territorios empobrecidos que son viables gracias precisamente a las transferencias económicas de otros territorios. Los pobres en España, como en todas partes, padecieron la violencia y la interiorizaron, eso es lo que hemos visto cuando despedían con un “A por ellos” a sus hijos enviados a Catalunya para castigar y someter a su población. A los oprimidos primero se les castiga y luego se les utiliza como represores, desplazando su rencor hacia sus congéneres que se rebelan. La casta de la corte madrileña que parasita el estado, que saquea las empresas creadas en otros territorios, se debió de partir de risa enviando buques y caravanas de policías animados a pegar a ciudadanía catalana. Fue, es, absolutamente obsceno. O sea, franquista.
Si la sociedad catalana se amedrenta, si la vencen con el miedo, estará perdida, será solamente otras provincias más sometidas a la corte y no conseguirá nada. Hay un diálogo complejo entre la sociedad movilizada, el movimiento cívico, y los partidos que tienen que buscar soluciones, pero a lo que no debe renunciar la sociedad es a tener fuerzas políticas propias. Tras las elecciones habrá negociación o imposición. Sólo negocia quien tiene fuerza propia para hacerlo. Sólo tener partidos propios permite la bilateralidad frente a los intereses y la fuerza de la corte, ese agujero negro que parasita a este estado autoritario y centralista.