Sólo faltan tres días para Navidad y ya nos hemos resignado a no disfrutar de las entrañables comidas familiares ni de los encuentros con los amigos, ¡maldecimos este año horrible! Y eso no es lo peor, seguro que para los trabajadores que se han quedado sin trabajo o para los empresarios obligados a cerrar la empresa, el comercio o el restaurante, los problemas son mucho más graves.
Este tiempo que nos ha tocado vivir nos ha mostrado lo mejor y lo peor de nuestra sociedad. Nos ha mostrado como somos realmente. Por un lado, hemos visto pruebas entrañables de solidaridad humana, de amor al prójimo, de entrega gratuita… Hemos visto como agricultores y empresarios sacaban todo su ingenio para sobrevivir económicamente. Nos hemos concienciado de la necesidad y de la bondad de consumir productos de proximidad. Hemos valorado la profesionalidad más allá del deber de los profesionales de la sanidad. Hemos entendido la necesidad de reforzar el sistema público de servicios y de prestaciones sociales… Y estamos a punto de admirar la creatividad de los científicos capaces de descubrir vacunas contra los virus en un tiempo récord.
Por otra parte, por desgracia, cada día también vemos el lado oscuro de la sociedad. El griterío ensordecedor de políticos y de telepredicadores, la culpabilización del adversario para sacar provecho de la pandemia, la persecución de los más débiles, la inconsciencia de quienes nos ponen en peligro a todos, la torpeza del periodismo amarillo… Y, para colmo sólo nos faltaban los militares, algunos militares, aunque este «algunos» tendría más valor si hubieran sido desautorizados de forma contundente por parte del Gobierno del Estado y, sobre todo, por el Rey. Un Rey que ha dejado pasar una gran oportunidad de recuperar su papel de defensor de los valores democráticos. Como destinatario de la repulsiva carta que le enviaron los mandos militares en la reserva, les debería haber recriminado duramente su actitud golpista, y poner en su papel a la Monarquía y al ejército. Un papel que no es otro que la neutralidad. Monarquía y ejército, en una democracia, no deben erigirse en defensores de ninguna esencia ni, sobre todo, en amenaza contra una parte de la población.
Igualmente, se ha querido minimizar la gravedad del chat entre militares en la reserva que insultaba gravemente a 26 millones de ciudadanos amenazándonos de muerte. Con la tradición de pronunciamientos y golpes de Estado perpetrados por los militares en España, nos lo deberíamos tomar más en serio.
Estos tiempos nos vuelven a mostrar la cara del fascismo. Y la mayoría de progresistas y de demócratas miran hacia otro lado, tal como lo hicieron cuando los policías enviados a Cataluña a reprimir el referéndum gritaban «a por ellos» ávidos de venganza. Ahora los «ellos» ya somos 26 millones. Es hora de enfrentarse a este problema. Es hora de investigar qué educación se imparte en las academias militares y en los cuarteles, y porque se toleran exaltaciones fascistas entre militares en activo. Es hora de inculcar a militares y policías, que son servidores públicos pagados por el conjunto de ciudadanos, que el ejercicio de autoridad que el Pueblo les ha otorgado no los justifica en insultar ni en denigrar a ningún ciudadano, ni mucho menos a menospreciarlo por razón de ideología, de raza, de religión o de idioma.
Esperemos que la vacuna inminente no sólo nos inmunice contra el virus sino también contra los totalitarismos. Que el 2021 sea mejor que este 2020 horrible.