Hace tiempo que han triunfado. Y son cada vez más poderosos. No solo han conseguido mantener las escandalosas desigualdades entre ellos -una reducidísima pero poderosa élite- y el resto de los mortales -una inmensa masa- sino que incluso las están incrementando. Y como colofón y remate, hasta han conseguido que la gente no se rebele. Han conseguido que la gente no se subleve ni en una situación tan crítica como la actual. Situación crítica, sobre todo por la extrema injusticia que en ella reina. No creo que tanta pasividad se deba solo al consentimiento sumiso al que tan lúcidamente se refería Antonio Gramsci hace ya ocho décadas. Creo que actualmente la clave fundamental para explicar semejante situación es que han conseguido que nuestras sociedades deambulen perdidas, crisis tras crisis, en una visión absolutamente distorsionada de la realidad. Una realidad paralela que han logrado imponernos gracias a las agendas de sus grandes medios. Agendas en las que lo realmente importante nunca tiene espacio. Sin olvidarnos del seguidismo y sometimiento por parte de la gran mayoría de los otros medios.

¿Estoy exagerando? Veámoslo. A todas horas, cada día, estos importantes medios tratan sobre el IVA de los 0,90€ que cuesta una mascarilla y otras muchas cuestiones por el estilo, pero hasta la fecha yo no he visto ni oído que en alguno de ellos se tratase, ni aún en un momento sin gran audiencia, aquella cuestión que es la que de verdad debería importarnos: ¿cuáles son las posibilidades reales que tiene el BCE (Banco Central Europeo) de tomar decisiones extraordinarias que verdaderamente estén a la altura de la también extraordinaria crisis que estamos viviendo? Seguramente algunos, los que saben, evitan semejante cuestión. Y seguramente también, casi nadie en la gran masa de gente corriente se hace tal pregunta porque se da por supuesto que no hay dinero ni para un auténtico rescate económico de todos aquellos que se han visto obligados a cerrar sus establecimientos o han perdido su trabajo ni para acabar con tantos recortes criminales en Sanidad.

Pero, ¿seguro que las limitaciones son tan reales y están tan claramente delimitadas que ni tan solo es necesario tratar esta cuestión? ¿Seguro que la cúpula plutocrática de la Unión Europea no tiene otra alternativa que la de hacer lo que está haciendo? A diferencia de la época de los rescates bancarios, ¿una especie de fuerza indomable de la naturaleza impediría ahora que el BCE pusiera sobre la mesa cuantos billones de euros sean necesarios? Y esa pregunta sobre si lo que falta es dinero o voluntad no es la única pregunta importante y posible que, extrañamente, jamás llega a ser formulada. En el inicio de esta crisis, más concretamente el pasado 13 de marzo, Christine Lagarde, la presidenta del BCE afirmaba que este no tenía por qué estar en la primera línea frente a esta crisis. Pero unos días después sorprendía a todos con el anuncio de que compraría bonos públicos y privados por valor de 750.000 millones de euros. ¿Quiénes toman este tipo de decisiones tan trascendentales? ¿Con qué criterios las toman? Si pretenden que creamos que no se trata de un organismo privado, ¿cómo es que nunca dan ningún tipo de explicación de sus decisiones? También podríamos cuestionarnos, por ejemplo, sobre la posibilidad de que las ayudas sean directas y no necesariamente mediante créditos y a través de las entidades bancarias. Habrá que recordar lo que ya escribí hace años:

“Y ese modelo [el de la Reserva Federal de Estados Unidos] es el que ahora [las grandes ‘familias’ financieras anglosajonas] están imponiendo en la Unión Europea, con un Banco Central Europeo controlado por ellos, que está por encima de los estados y que tiene la competencia de manejar la política monetaria en la Eurozona. Un Banco Central Europeo, institución teóricamente pública pero en realidad un lobby de la gran banca, que no puede inyectar dinero directamente a los estados. Como hemos visto, en sus últimas subastas de liquidez, sin límite en cuanto a la cantidad, los bancos podían obtener cuantos euros quisieran al 1% y a un plazo de tres años. Estos, a su vez, compraban bonos del Estado español incluso al 7%, creando de este modo, en unos pocos años, una inmensa deuda pública (del 40,20% del Producto Interior Bruto en 2008 al 98,40% en el segundo trimestre de 2014), que tendremos que pagar nosotros y nuestros hijos.

En el momento en el que la deuda pública era equivalente al 90% del Producto Interior Bruto, el economista Eduardo Garzón calculó cual sería la deuda pública del Estado español si hubiera tenido un Banco Central que le hubiera prestado dinero al 1% de interés, sin tener que recurrir a la banca privada pagando los elevadísimos intereses que ha pagado: un 14% del Producto Interior Bruto. Lo que significa que no hubiesen sido necesarios los duros recortes sociales que se vienen realizando.”

En Estados Unidos los hechos son aún más escandalosos. Ya me he referido en diversas ocasiones a los más de 16 billones de dólares (trillones estadounidenses) que en los primeros tiempos de la crisis de 2008 fueron regalados por la Fed (Reserva Federal), según la auditoría de la Oficina Gubernamental de Rendición de Cuentas (GAO), a los bancos de las grandes “familias” financieras. Y dado que, además, desde lo local no se suele entender la gran interdependencia entre la red de entidades financieras mundiales, red en las que la Fed juega un papel determinante, en este artículo me limito a referirme solo al ámbito europeo.

“Habéis vivido por encima de nuestras posibilidades”, nos decían en aquella penúltima gran crisis. Una crisis que, curiosamente, no habíamos provocado nosotros sino el establishment financiero. “No queda más remedio que inyectar todo el dinero que haga falta a las entidades bancarias a un mínimo interés; no las podemos dejar caer -aseveraban-, sería el caos”. “Ya los estados se cuidarán -pensaban aunque no lo verbalizasen- de pagarles intereses de hasta el 7% en sus compras de Bonos del Estado”. Mentiras y más mentiras de gentes enfermas que no saben lo que es la empatía, sino que solo viven para satisfacer su adicción a la acumulación desenfrenada. Un afán de acumulación que jamás podrán satisfacer por tratarse de una obsesión insaciable en sí misma.

Sí, han triunfado, pero son incapaces de ver que eso es solo por ahora. Ni quieren ni se atreven a ver que son poderosos pero, a lo sumo, solo en este “ahora” espacio-temporal. Un “ahora” que, según ellos mismos se han autoconvencido, es lo único que existe. Seguro que, al igual que el avaro y huraño Ebenezer Scrooge del famoso cuento de Charles Dickens, piensan que eso de ver la propia vida con todo detalle en un solo instante -como le ha ocurrido a millones de seres humanos que han estado en el límite de la vida y la muerte- son paparruchadas. O que aquellas parábolas de Jesús en el Evangelio sobre la desesperación final de quienes en vida se desentendieron del sufrimiento de sus semejantes[1] son puro mito. O que sus duras invectivas contra los avariciosos, como aquella contra el rico que pasó su vida acumulando, “Necio, esta misma noche vendrán a pedirte el alma”,[2] son solo desahogos de un hiperventilado, como llaman ahora a quienes no soportan la injusticia.

¿O quizá se trate de pura maldad? En todo caso, yo los considero seres humanos fallidos. Ellos, que elaboraron la categoría de estados fallidos como calificación previa a las “intervenciones” militares que los “liberará” de “sátrapas” y “tiranos”. En un sentido muy parecido, en 1967, Martin Luther King ya advirtió: “Una nación que sigue año tras año gastando más dinero en defensa militar que en programas de mejora social se está acercando a la muerte espiritual”. Creo que nuestros tiempos personales no son los tiempos evolutivos y que nos falta perspectiva para entender aquello de que los “anavim” -los pequeños, los pacíficos, los misericordiosos- poseerán la tierra y que de ellos es el Reino.[3] Nuestro “realismo” suele ser de muy cortos vuelos. En este sentido Ernesto Cardenal se preguntaba qué veríamos en 100 años, en 1000 años o en 100.000 años.

Y si, a estos “triunfadores”, “el más allá” o estos plazos tan prolongados de tiempo solo les provocan sonrisas condescendientes, deberían ir dándose cuenta de que, muy probablemente, en este mismo “ahora” dejarán de ser “los triunfadores” incluso antes de lo que ellos piensan. Todo va muy deprisa. ¿Cómo frenarán a China o Rusia sin desencadenar un caos que los engulla también a ellos mismos? ¿Cómo la Fed y el resto de bancos centrales occidentales sobrevivirán a retos como el del bitcoin, un bitcoin que no son capaces de controlar y cuyo valor ha pasado en menos de diez años de 1 dólar a casi 16.000 dólares? ¿Hasta cuándo les seguirá funcionando eso de imprimir billones (trillones en Estados Unidos) y más billones de esos papeles que llamamos dólares, papeles que siempre llegan tan escasamente a la plebe?

[1] Evangelio de Lucas 16, 19-31

[2] Evangelio de Lucas 12, 15-21.

[3] Evangelio de Mateo 5, 3-12.