Con los resultados de las pasadas elecciones generales, de las cuatro candidaturas más votadas, PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos, sólo hay una que es totalmente prescindible para formar una mayoría que permita la investidura de un nuevo presidente, y esta es Ciudadanos. Así es, Ciudadanos no le basta al PP para obtener más votos a favor que en contra. Tampoco le basta al PSOE, con la particularidad de que la presencia de Ciudadanos hace inviable el voto a favor de las fuerzas de izquierdas y soberanistas e impide que Sánchez pueda obtener más votos a favor que en contra. De hecho, sólo hay dos mayorías posibles, la gran coalición de PP y PSOE o la coalición de PSOE con Podemos. A esta última, sólo le faltarían cinco votos favorables y unas cuantas abstenciones para superar el previsible voto en contra de PP y de Ciudadanos. Entonces, ¿por qué Sánchez y el PSOE se han abrazado a Ciudadanos, si saben que esta alianza impide formar una mayoría progresista? Ni siquiera han intentado la opción progresista. Sólo hay una explicación: Sánchez y el PSOE, pese a que reclamen un voto favorable al cambio, están para evitar el cambio.
España se encuentra ante una gran crisis económica, moral y política originada, sobre todo, por dos factores: el sometimiento del poder político a las oligarquías económicas y la negativa a admitir la plurinacionalidad del Estado. El primer factor es el origen de la corrupción y de la persistencia de la crisis económica. El saqueo de las cuentas públicas ha alcanzado unas dimensiones colosales: entidades financieras que han transferido su deuda al Estado, eléctricas que imponen unas tarifas caras y que impiden un cambio de modelo energético, contratistas de inútiles obras públicas faraónicas, sociedades explotadoras de servicios públicos privatizados, grandes empresas que evaden impuestos mediante paraísos fiscales… Este es el poder real, que se ha servido de los dos partidos que se tornan en el poder –y de la monarquía– para perpetuar un sistema corrupto. El segundo factor es un gran reto que consiste en abordar, de una vez por todas, la realidad de un Estado plurinacional con todas las consecuencias. Y eso pasa por dejar ejercer el derecho de autodeterminación a las naciones que forman parte del Estado. Tal vez todavía es posible conseguir que estas no rompan definitivamente todos los vínculos con España, pero esto supondría que el nacionalismo español renunciase a sus históricas ansias imperiales.
Este es el cambio pendiente que debe abordar España y que Sánchez y el PSOE no tienen intención de hacer. No quieren pactar con Podemos y con la izquierda por no enfrentarse a los grandes poderes económicos. Y no quieren pactar con los partidos soberanistas para no dejar ejercer el derecho a decidir. Para ello se abrazan a Ciudadanos. Cuando Ciudadanos es el instrumento creado por las oligarquías económicas, gracias a un gran apoyo económico y, sobre todo, mediático, para evitar que fuerzas de izquierda puedan impulsar un verdadero cambio de modelo económico que acabe con las puertas giratorias y la sumisión del poder político al gran capital. Y Ciudadanos es, en sus orígenes, anticatalanista. Es decir, este partido al que ha abrazado el PSOE supone todo lo contrario del cambio que España necesita para convertirse en un estado moderno, eficiente y orgulloso de su riqueza y diversidad cultural.
Volviendo al principio, los dos escenarios posibles, es evidente que Sánchez no puede permitir que Rajoy vuelva a formar gobierno gracias a la abstención del PSOE, porque sería su suicidio político –aunque vacas sagradas como Felipe González se hayan mostrado favorables. Tampoco puede formar un gobierno de izquierdas con acuerdos con las fuerzas soberanistas porque tendría una revolución interna. Sus barones y baronesas no podrían consentir perder la batalla con el PP por la españolidad.
Por este motivo se ha de inventar una realidad virtual. Ciudadanos, para el PSOE, ha pasado de ser un partido anticatalanista que sigue la doctrina de la FAES y que se niega a condenar el franquismo, a ser un partido progresista que ayuda a impulsar el cambio político. Y el clamor pacífico y democrático por el derecho a decidir de Cataluña, una de las sociedades más integradoras de Europa, se reduce a un problema de convivencia.
En definitiva, nos esperan tiempos de declaraciones grandilocuentes, de emplazamientos públicos a Podemos, de acusaciones de hacer la pinza con el PP, de apelaciones a hacer posible el cambio. Y, sin embargo, el cambio que se nos promete es simple maquillaje de una España que no quiere cambiar.