Al inventar una polémica mediática sobre la vigilancia policial de las marchas londinenses contra el genocidio, el lobby israelí sabía que se anotaría una victoria, pasara lo que pasara
El pasado fin de semana se hizo un espantoso descubrimiento en Gaza. Unos 300 cadáveres palestinos –de hombres, mujeres y niños– fueron desenterrados de una fosa común sin identificar en el patio del hospital Nasser de Jan Yunis.
Incluso teniendo en cuenta el historial de atrocidades implacables cometidas por Israel en Gaza en los últimos seis meses –asesinando a decenas de miles de palestinos, la mayoría de ellos mujeres y niños–, este caso destacaba.
Según los informes, algunos cadáveres habían sido encontrados con las manos y los pies atados y despojados de sus ropas, lo que sugiere claramente que habían sido ejecutados durante una invasión de tres meses de la ciudad por soldados israelíes. Otros habrían sido decapitados o se les habría extraído la piel y los órganos.
Unas 10.000 personas se habían refugiado en el segundo hospital más grande de Gaza cuando fue atacado en febrero. En aquel momento se informó de que los pacientes y el personal habían sido abatidos por francotiradores. El centro médico quedó en ruinas.
Otras 400 personas siguen desaparecidas en Jan Yunis. Ya se han descubierto más fosas comunes.
Refiriéndose a algunos de los cadáveres, Yamen Abu Suleiman, líder de la defensa civil en Jan Yunis, dijo a la CNN: «No sabemos si fueron enterrados vivos o ejecutados. La mayoría de los cuerpos están descompuestos».
Las revelaciones de Jan Yunis se ajustan a un patrón que ha ido surgiendo gradualmente a medida que las tropas israelíes se han ido retirando.
La semana pasada se halló la última de varias fosas comunes en el mayor hospital de Gaza, Al Shifa. Israel abandonó la zona a principios de este mes tras destruir el hospital. Según los informes, las fosas contienen cientos de cadáveres.
En Beit Lahiya se han descubierto más fosas comunes sin identificar.
El jefe de derechos humanos de las Naciones Unidas, Volker Turk, se declaró «horrorizado» por los informes.
Cólera generalizada
En la década de 1990, la identificación de fosas comunes de miles de hombres musulmanes de la ciudad bosnia de Srebrenica llevó a la creación de un tribunal especial de crímenes de guerra en el Tribunal Penal Internacional. Este tribunal dictaminó en 2001 que en Srebrenica se había producido un genocidio cometido por serbobosnios, sentencia confirmada posteriormente por el Tribunal Internacional de Justicia, a veces denominado Tribunal Mundial.
Dadas las circunstancias, cabría haber esperado que el descubrimiento de fosas comunes con cientos de palestinos fuera noticia de primera plana, sobre todo porque el mismo Tribunal Mundial dictaminó hace tres meses que existía un caso «plausible» de que Israel estaba cometiendo actos de genocidio en Gaza.
Y sin embargo, como tantas otras atrocidades israelíes, ésta apenas causó una ondulación en el ciclo de noticias.
Hace meses, los medios de comunicación británicos del establishment perdieron en gran medida el interés en informar sobre la continua matanza en Gaza. El contraste con la cobertura mediática inicial de Ucrania ha sido enorme. El descubrimiento de una fosa común con un centenar de cadáveres en el barrio de Bucha, en Kiev, atribuido a las tropas rusas, provocó la indignación internacional.
Bucha se convirtió rápidamente en sinónimo del salvajismo ruso, y el descubrimiento dio pie a meses de peticiones para que los líderes rusos fueran juzgados por genocidio.
La indiferencia general de los medios de comunicación británicos ante las fosas comunes halladas en Gaza resulta enormemente conveniente para los dos principales partidos políticos del Reino Unido.
El Reino Unido ha evitado presionar a favor de un alto el fuego que ponga fin a la sangría israelí en Gaza. Se niega a dejar de vender armas y componentes a Israel que han contribuido a la matanza de palestinos, y potencialmente también de trabajadores humanitarios.
Por orden de Israel, Gran Bretaña ha recortado la financiación de la UNRWA, la agencia de ayuda de la ONU mejor situada para detener la hambruna que Israel está provocando deliberadamente en el enclave al bloquear la ayuda. Y una abstención británica contribuyó a frustrar una votación en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas este mes para reconocer a Palestina como Estado, algo que ya han hecho otras 140 naciones.
El Partido Laborista sólo se ha opuesto en silencio.
El apoyo bipartidista en el Reino Unido al genocidio plausible de Israel ha provocado una oleada de ira pública, incluidas protestas periódicas en Londres que atraen a cientos de miles de manifestantes.
Bulo proisraelí
Una vez más, sin embargo, los medios de comunicación británicos han parecido mucho menos interesados en informar de las atrocidades israelíes que en imputar motivaciones malignas a amplios sectores de la opinión pública británica indignados por lo que está ocurriendo en Gaza.
Fue bastante extraordinario que el descubrimiento de fosas comunes en el enclave quedara casi completamente ahogado por un engaño demasiado obvio de un grupo de presión israelí.
Gideon Falter, director ejecutivo de la Campaña contra el Antisemitismo, lleva más de seis meses intentando impedir las marchas pacíficas que se celebran en Londres para pedir el fin de la matanza de hombres, mujeres y niños en Gaza desde que Israel comenzó su ataque militar.
En palabras de Falter, los cientos de miles de personas que acuden regularmente a pedir el alto el fuego –incluido un gran bloque de judíos– son «turbas sin ley» que suponen una amenaza directa para los judíos como él.
Ha encontrado poderosos aliados en el gobierno. El ministro del Interior, James Cleverly, ha dicho que los organizadores de la marcha tienen «verdaderas intenciones malignas», mientras que su predecesora, Suella Braverman, calificó las protestas que pedían un alto el fuego de «marchas del odio».
Ambos han presionado a la policía para que prohíba las protestas por ser supuestamente antisemitas
Precisamente no hay pruebas de ninguna de estas afirmaciones. De hecho, según cifras de la policía, los asistentes al festival de música de Glastonbury tenían casi cuatro veces más probabilidades de ser detenidos que los asistentes a las marchas de Londres.
Lo que ha hecho que las marchas masivas continúen siendo una gran vergüenza tanto para el gobierno del Reino Unido como para el partido laborista de la oposición, al poner de relieve su continua complicidad en lo que se ha convertido –con revelaciones como el descubrimiento de fosas comunes– cada vez más claramente en un genocidio.
«Cruzar la calle»
Este es el contexto adecuado para entender la última intervención de Falter.
Como bien sabe la policía metropolitana, el grupo de Falter, junto con otros activistas proisraelíes, tiene todos los incentivos para urdir una provocación que se sume a la ya considerable presión sobre la policía para que prohíba las marchas de Londres y recorte aún más una libertad civil fundamental: el derecho a protestar.
Un vídeo difundido en las redes sociales muestra a Falter enfrentándose a la policía en un incidente anterior en el que intentó conducir una gran furgoneta con mensajes proisraelíes por el recorrido de la marcha.
Sin embargo, su irrupción se produjo este mes cuando, acompañado por un equipo de seguridad formado en Israel y un equipo de rodaje, intentó en repetidas ocasiones atravesar una línea policial a lo largo del recorrido y caminar en contra de la corriente de la marcha. Responsables de mantener el orden público en las grandes protestas, los agentes de la Met se lo impidieron.
Son bien conocidas las normas impuestas por la policía en torno a las grandes protestas sobre cuestiones de gran carga ideológica como ésta.
Los manifestantes no pueden desviarse de la ruta establecida por la policía, y los opositores –ya sean apologistas de Israel como Falter o nacionalistas blancos islamófobos– no pueden acercarse a los manifestantes y provocar su antagonismo. El trabajo de la policía es mantener separados a los bandos.
Bloqueado por los agentes, Falter tenía listo su guión. Se limitó a insistir en su derecho a «cruzar la calle» como judío que va a lo suyo.
Dada la forma en que el discurso público sobre Israel y el antisemitismo ha sido malévolamente manipulado por el establishment británico en los últimos ocho años -después de que el activista por la solidaridad con Palestina Jeremy Corbyn fuera elegido líder laborista- Falter no podía perder en este encuentro.
Si la policía lo detenía, tendría pruebas filmadas de que estaba siendo victimizado como judío por una fuerza policial antisemita.
Si se negaban a dejarle «cruzar la calle», habría filmado la prueba de que la marcha estaba llena de personas que odiaban a los judíos y que suponían una amenaza para su seguridad.
Y si la policía no cumplía con su deber y le dejaba a él y a su séquito caminar a contracorriente de la multitudinaria protesta, él –como cualquiera que intentara hacerlo– sería como mínimo empujado. Basándose en la credulidad demostrada por los medios de comunicación del establishment a la hora de cubrir el antisemitismo, es de suponer que Falter confiaba en que esto podría ser interpretado como un delito de odio contra él.
Nefasta política
La policía parecía entender claramente el plan de Falter. Parecían muy reacios a detenerle, a pesar de que un antiguo superintendente jefe, Dal Babu, observó que, al intentar pasarles por encima, Falter podría haber sido acusado de «agresión a un agente de policía y alteración del orden público».
En lugar de ello, los agentes discutieron pacientemente con Falter durante al menos un cuarto de hora, señalándole que podía rodear la marcha por otra ruta.
Pero en este largo e irritable encuentro, el jefe de la Campaña contra el Antisemitismo consiguió finalmente lo que quería. Un agente cometió un desliz al sugerir que el problema era que el casquete que llevaba Falter era «abiertamente judío».
Como se ha señalado, muchos judíos asisten a la marcha y lo hacen con pancartas en las que se declaran judíos. A pesar de ser «abiertamente judíos», todos dicen ser bien recibidos por los demás manifestantes.
El error del agente era comprensible. Los apologistas de Israel y el establishment británico pasaron años manipulando el discurso público para fusionar Israel, la ideología política nacionalista del sionismo y el judaísmo en una estratagema descarada para vilipendiar a los partidarios de Corbyn, el exlíder laborista antirracista, como antisemitas.
El problema no es que Falter sea «abiertamente judío», sino que es un partidario declarado y abiertamente sionista de Israel, que excusa su genocidio y vilipendia a quienes se oponen al derramamiento de sangre. No es su etnia ni su religión lo que es una provocación, sino su nefasta política.
Pero con el comentario del oficial en bandeja, Falter dio a conocer una versión muy editada de su enfrentamiento con la policía a unos medios de comunicación del establishment demasiado dispuestos -al menos, inicialmente- a tragarse dos ideas completamente inverosímiles que Falter estaba vendiendo.
En primer lugar, que el comentario del agente de policía era una prueba de que la Met es institucionalmente racista contra los judíos y que por eso ha permitido que se celebren las marchas contra el genocidio. Falter pidió el despido del jefe de la Met, Sir Mark Rowley.
Y en segundo lugar, y lo que es más importante, que el comentario del agente era una prueba de que las marchas son, en efecto, «marchas del odio» compuestas por –como declaró a un entrevistador de la BBC– «racistas, extremistas y simpatizantes del terrorismo».
Acusaciones de «falsedad»
Puede que todo fueran noticias falsas, pero encajaban en una agenda que los medios de comunicación llevan años promoviendo: que todo lo que no sea una crítica ligera a Israel es prueba de antisemitismo.
La clase política y los medios de comunicación han tenido cada vez más dificultades para sostener de forma creíble esa idea ante el genocidio cometido por Israel, pero el vídeo de Falter sirvió brevemente como inyección de moral.
A partir de un breve desliz verbal de un agente de policía, fue capaz de encender un debate nacional que tomó como premisa la idea de que la policía estaba en connivencia con «marchas de odio antisemita».
En un segundo plano, la Met se apresuró a reunirse con Falter y «líderes de la comunidad judía», aparentemente para obtener su consejo sobre lo que había que hacer con respecto a las marchas.
El noticiario nocturno de la BBC del domingo informó de que estaba aumentando la presión sobre la Met «para que encuentre el equilibrio adecuado entre permitir las protestas legítimas y tomar medidas enérgicas contra la incitación al odio y la intimidación».
Los presentadores de Good Morning Britain adulaban a Falter el lunes por la mañana, aceptando acríticamente que la marcha suponía una amenaza para él como judío y expresando su preocupación por que la policía no estuviera consiguiendo ese equilibrio.
Pero a diferencia de las acusaciones de falso antisemitismo que Falter y otros lanzaron durante años para desbancar a Corbyn, acusaciones que fueron amplificadas con entusiasmo por los medios de comunicación corporativos del Estado, la Policía Metropolitana tenía poderosos aliados dentro de la clase dirigente que se opusieron.
Antes de que el bulo de Falter pudiera arraigar, Sky publicó un vídeo mucho más largo de su enfrentamiento con la policía.
En él se veía cómo le cerraban el paso tras identificarle como un provocador. Se oye a la policía acusarle de «falso» y decirle que deje de «chocar con los manifestantes».
Exagentes de policía, entre ellos Babu, fueron invitados a la televisión para ofrecer una versión contraria que arrojaba sobre Falter una luz mucho menos simpática.
El martes, el jefe de la Met, Rowley, se sintió lo bastante seguro como para pasar al ataque, elogiando al agente en el centro de la polémica y acusando a los activistas proisraelíes de utilizar la «farsa» para debilitar a la Met.
Táctica favorita
Pero incluso herido, Falter salió decisivamente vencedor.
Nadie está hablando –como debería– de por qué grupos como la Campaña contra el Antisemitismo, que de forma regular y tan visible se inmiscuyen profundamente en la política británica en interés de una potencia extranjera, Israel, son tratados como organizaciones benéficas.
En lugar de ello, Falter ha dado a la clase política y mediática más munición para argumentar que las marchas deben ser prohibidas, y ha puesto la toma de decisiones de la policía bajo un escrutinio aún mayor.
Sea cual sea la bravuconería de Rowley en público, sus batallas entre bastidores contra un gobierno deseoso de silenciar las marchas se habrán complicado mucho más.
Pero, lo que es más importante, Falter ha desempeñado un papel inestimable en el refuerzo de la táctica favorita de Israel.
Ha desviado la atención en el Reino Unido de sus crímenes de guerra –incluidas las fosas comunes de Jan Yunis– hacia disputas totalmente divorciadas de la realidad sobre si los judíos están a salvo del movimiento contra la guerra.
Precisamente la misma dinámica se está produciendo en Estados Unidos, donde la clase dirigente –desde el presidente Joe Biden hasta el último de sus colaboradores– está pintando las protestas pacíficas en los campus universitarios contra el genocidio como focos de odio y antisemitismo.
Allí, las cosas están aún más descontroladas, y se ha llamado a la policía para que detenga a estudiantes y profesores.
En ambos casos, el verdadero debate –sobre por qué Gran Bretaña y Estados Unidos siguen apoyando activamente el bombardeo y la hambruna de la población de Gaza tras seis meses de genocidio– ha sido silenciado una vez más por las noticias falsas del lobby israelí.
Los medios de comunicación del establishment han aprovechado una vez más cualquier pretexto a su alcance para centrarse en una ramita en lugar de en el bosque.
La verdad oscurecida
El patrón es difícil de pasar por alto: el establishment británico, incluidos el gobierno y la BBC, están trabajando codo con codo para ayudar a Israel y a sus apologistas del genocidio a ganar la batalla de las relaciones públicas.
Sólo brevemente, cuando el honor de la policía –el puño de la clase dirigente– se ensangrentó, hubo cierto grado de rechazo.
Tomemos, por ejemplo, el día de enero en que el Tribunal Mundial dictaminó que había un caso «plausible» presentado por los abogados de Sudáfrica de que Israel está cometiendo genocidio en Gaza.
Ese mismo día, Israel logró sabotear la devastadora noticia con una primicia propia.
Alegó que unos 12 miembros del personal de la UNRWA que había detenido en Gaza –de un total de 13.000 en el enclave en nómina de la agencia– habían confesado haber participado en el ataque de Hamás del 7 de octubre, en el que murieron unos 1.150 israelíes.
Israel exigió a los Estados occidentales que cortaran inmediatamente toda financiación a la UNRWA.
El objetivo a largo plazo de Israel ha sido eliminar la agencia para los refugiados y suprimir permanentemente el derecho de los palestinos a regresar a los hogares de los que sus familias fueron expulsadas en 1948 en lo que hoy es Israel.
La mayoría de las capitales occidentales, incluido el Reino Unido, cumplieron obedientemente, a pesar de que la decisión iba a sumir a Gaza aún más en una hambruna que Israel ha estado diseñando como parte de sus políticas genocidas.
Pero el momento del anuncio también fue importante.
Los medios de comunicación occidentales centraron su cobertura en una noticia sobre la UNRWA que debería haber sido marginal, aunque fuera cierta.
La conclusión del Tribunal Mundial de que Israel estaba cometiendo un genocidio plausible era mucho más significativa.
Sin embargo, la información sobre la sentencia -especialmente el hecho de que el tribunal sospechara que Israel estaba llevando a cabo actos genocidas- quedó totalmente eclipsada por las denuncias contra la UNRWA.
Esta semana, meses después, un estudio independiente encargado por la ONU y dirigido por la exministra francesa de Asuntos Exteriores, Catherine Colonna, ha concluido que Israel sigue sin presentar pruebas que respalden sus acusaciones contra la UNRWA.
Pero al igual que con el engaño de Falter, el objetivo de tales acusaciones por parte de Israel nunca es exponer la verdad.
El objetivo es distraer de la verdad.
Lo mismo puede decirse de las acusaciones de Israel, aún sin fundamento, de salvajismo sin precedentes cometido por Hamás el 7 de octubre, desde decapitar bebés hasta llevar a cabo violaciones masivas sistemáticas.
Ninguna de estas acusaciones, ampliamente difundidas por los medios de comunicación occidentales, ha sido respaldada con pruebas. Siempre que se han examinado los testimonios, se han desmontado.
Pero todas estas afirmaciones han servido para algo. Mantienen a la opinión pública occidental centrada en los malvados trabajadores de ayuda humanitaria y los malvados manifestantes contra la guerra, en lugar del tipo de maldad que se atreve a matar a 15.000 niños, destruir hospitales y ocultar cadáveres en fosas comunes a plena luz del día.
Fuente: Jonathan Cook
Israel-Gaza: recuperan 73 cuerpos más de la fosa común de Jan Yunis (RTVE, 22.04.2024)