No. No me refiero a la guerra cada vez más evidente y encarnizada entre Estados Unidos y sus aliados, por una parte, intentando controlar una supremacía global que se les va escapando de las manos, y, por otra, China y los suyos. Ni tampoco a la extraña y peligrosa operación militar Defender Europe 20 que Estados Unidos está desplegando en este momento cerca de Rusia en el norte de Europa. Me refiero a la Gran Guerra, que dura ya siglos pero que ahora vive un nuevo momento crítico, entre las élites de nuestro mundo (el 0,001 de los seres humanos) y los pueblos (el 99,999 restante). Me refiero a la Guerra Final a la que aludía, ya en 1875, el historiador y político inglés Lord Acton: “La lucha dormida, latente durante siglos, y que tendrá lugar tarde o temprano es la lucha del pueblo contra los bancos”. Que triunfe ese 0,001 de seres que han conseguido apropiarse de la Fed y otros bancos centrales, no significará otra cosa que el totalitarismo. Es mucho lo que está en juego en esta hora tan crítica y son muchas las lecciones que nos ofrece la historia para entender este presente e intentar aprovechar las oportunidades que nos brinda.

Este salto desde una hipotética guerra biológica de Estados Unidos contra China (una gran crisis sanitaria y económica global, como mínimo) a otra guerra financiera entre las élites y los pueblos (esta sí bien real, que ciertamente ya está tomando el relevo a la “guerra” de la pandemia, tanto si esta ha sido accidental como intencionada) no es en absoluto arbitrario. La historia demuestra que el perverso actual sistema bancario fiduciario anglosajón-occidental nació y se reforzó siempre en torno a grandes crisis como las guerras. Inmediatamente antes de ellas, durante ellas o inmediatamente después de ellas. Independientemente de quienes las hayan iniciado. Ya en 1773 el alemán Mayer A. Rothschild había afirmado: “Las guerras tienen que ser dirigidas en forma tal que las naciones implicadas se hundan todavía más en sus deudas y queden entonces bajo nuestro poder”. Esta gran crisis del coronavirus podría ser de nuevo un momento en el que los pueblos abran los ojos y retomen las riendas del control monetario que les fue robado. Ya se ha logrado otras veces en la historia, como luego explicaré. Y sabemos que crisis viene de crisálida. Sabemos que una prodigiosa metamorfosis puede transformar de un día para otro una pupa en una maravillosa mariposa. Si no aprovechamos este momento, seguro que una vez más las élites saldrán reforzadas. Pero ¿serán capaces los pueblos de liberarse de los grilletes de una propaganda masiva y controlada como nunca en la historia, más poderosa incluso (aunque sea incomparablemente más sutil) que la de Joseph Goebbels?

Por eso es tan importante la información frente a tanto adoctrinamiento. Por eso me pareció importante el intentar mostrar, en el artículo anterior https://l-hora.org/?p=13441&lang=es, las escandalosas diferencias entre el rescate bancario iniciado en 2008 y el actual rescate social a partir del momento en el que el COVID-19 se convirtió en pandemia. Ahora, en este nuevo artículo, me centraré en analizar por qué algunas voces lúcidas y dispuestas a enfrentarse al sunami de la opinión de los “expertos” oficiales y de lo políticamente correcto nos están alertando desde hace tiempo: una cosa es que algún sistema bancario sea necesario y otra es que el actual sistema occidental sea el único posible, como parece darse por sentado de modo incuestionable en todo medio “serio” de información. Estos son los dos últimos párrafos de mi libro Los cinco principios superiores:

“Es posible enfrentarse al actual totalitarismo imperialista de los grandes financieros occidentales, es posible abandonar la actual sumisión. Siempre hay alternativas: Abraham Lincoln no solo se negó a pagar a los banqueros los intereses de la deuda sino que, para acabar de raíz con el problema, emitió los llamados greenbacks; John F. Kennedy se enfrentó igualmente a la Reserva Federal iniciando la emisión de dólares a los que se llamó los United States Notes; existe vida fuera de este euro (ni el Reino Unido, ni Suecia, ni ocho países más de la Unión Europea lo han adoptado) y de esta Unión Europea (ni Noruega, ni Islandia, ni Suiza forman parte de ella) con este Banco Central Europeo; no tenemos necesidad de formar parte de la OTAN, que supuestamente nos asegura la defensa frente a agresiones externas pero que ahora es más bien la agresora (no es Rusia el peligro en esta hora)…

No es necesario buscar modelos económicos nuevos en la Latinoamérica de gobiernos populistas y antiestadounidenses (según nos dicen). O en los Países Nórdicos, países demasiado pequeños y atípicos (según nos dicen también). Basta con estudiar la historia del país desde el que ha surgido este gran problema, Estados Unidos. Los verdaderos antiestadounidenses son aquellos grandes monopolistas que secuestraron la democracia en esa gran nación. Es ya hora de abrir los ojos frente a la falacia de que tan solo tenemos esta alternativa. Necesitamos pueblos despiertos y verdaderos estadistas dispuestos, al igual que Abraham Lincoln o John F. Kennedy y tantos otros no estadounidenses, a dimitir o incluso a ser asesinados antes que convertirse en títeres de los grandes financieros y de las encuestas electorales. Es la hora de la dignidad. Las únicas batallas que realmente se pierden son aquellas en las que sacrificamos nuestra dignidad.”

Pero quizá las lecciones más recientes y claras que demuestran que se puede vencer a estos grandes prestamistas son las que nos proporcionan los acontecimientos sucedidos en Estados Unidos en torno a la gran recesión de 1929 y a su participación en la II Guerra Mundial. En su artículo “Al borde de un colapso financiero: Es la hora de una Comisión Pecora del siglo XXI” Matthew Ehret no solo lo explica magistralmente sino que es capaz de mostrar sus estrechos paralelismos con la crisis actual: https://l-hora.org/?p=13366&lang=es. Aquellos acontecimientos son mucho más que un enérgico y urgente recordatorio sobre cuál es la verdadera Guerra Final: son también la prueba de que los pueblos pueden ser los vencedores.

El totalitarismo fascista y nazi también estaba bien presente en Estados Unidos de manos de los grandes banqueros. Sin referirnos a los colaboracionistas franceses ni a quienes en el Reino Unido mantenían posiciones enfrentadas a las del primer ministro Winston Churchill. Paralelamente a la guerra entre Estados Unidos y las potencias del Eje, el presidente Franklin D. Roosevelt tuvo que enfrentar a las grandes familias de banqueros. Si no hubiese triunfado frente a ellas, superando incluso intentos de asesinarlo, las partes enfrentadas en la II Guerra Mundial podrían haber sido diferentes y nuestro mundo hoy sería otro. Pero medio siglo más tarde las intrigas de los grandes especuladores, lideradas por David Rockefeller,  fueron consiguiendo de nuevo sus objetivos y fueron llegando las desregulaciones de todos los controles impuestos a los bancos por Franklin D. Roosevelt, haciendo así posible la crisis bancaria de 2008.

Pero remontémonos más atrás. Ya lo hice en mi citado libro Los cinco principios superiores y basta recoger algo de lo que allí expresé:

“[…] en mayo de 1949 también Albert Einstein (1879-1955) anticipó a su vez en su artículo ‘Why Socialism?’ (¿Por qué el socialismo?) la tercera clave que nos interesa. Se trata de la más importante, desde mi punto de vista, de las muchas claves que nos ayudan a entender por qué esta hora presente […] es tan decisiva: la concentración del capital y del poder. […] es prácticamente innecesario aclarar que ese reducido círculo [de grandes financieros] ni han logrado tanto poder de modo lícito ni lo usan para el bien común. Más aún, estoy convencido de que quienes componen la cada vez más reducida elite que cada día está acumulando más capital y poder, son realmente un serio peligro para la humanidad. Seguramente, el mayor de los peligros actualmente.

[…] En vida de Albert Einstein, el reducido número de ‘familias’ que estaban, y que actualmente siguen estando, detrás de tal concentración del poder aún no había conseguido ni tan siquiera el pleno control del Gobierno estadounidense. Solo habían trascurrido unas décadas desde que el presidente Theodore Roosevelt (1858-1919, vigésimo sexto presidente y primer estadounidense en recibir el premio Nobel de la Paz, galardón que aún no sufría la politización y manipulación que padece hoy) había librado una tremenda batalla legal contra los grandes monopolios de esta elite: el del ferrocarril, el del acero o el del petróleo. Y también contra el más importante de todos los monopolios: el de la ‘fabricación’ de los dólares, el de acuñar la moneda y emitir los billetes. Tras sus dos presidencias (1901-1909) y una legislatura ausente de la política, Theodore Roosevelt no podría continuar a partir de 1913 esta tremenda batalla, al no poder superar diversas dificultades durante su nueva candidatura presidencial a lo largo del 1912 (entre ellas un atentado), dificultades en las que ciertamente tenían mucho que ver sus grandes enemigos.

Era demasiado reciente la creación por estos grandes monopolistas, en 1913, de la Reserva Federal (banco central estadounidense), para que fuesen ya evidentes las decisivas consecuencias que se seguirían. Albert Einstein no podía tener la completa perspectiva que hoy tenemos nosotros. Con ‘su’ Reserva Federal ya aprobada, a pesar de que la Constitución prohibía explícitamente la creación de un banco central en manos privadas, estos financieros eran ya dueños y señores del más importante de todos los monopolios: el de la emisión del dólar, el de su fabricación desde la nada y el del control absoluto de la masa monetaria circulante, con todo lo que ello comporta. Consiguieron tal prerrogativa tras una tenaz lucha de décadas, en una sesión parlamentaria en la noche del 22 al 23 de diciembre, aprovechando el hecho de que muchos congresistas que se oponían a este proyecto estaban ya de vacaciones.

Eran expertos en este tipo de intrigas: los Rothschild y los Morgan ya habían creado en 1790 el First Nacional Bank of the United States, que no fue renovado por el Gobierno en 1811 pero que tuvo que ser restablecido poco después, a fin de poder financiar la guerra que en 1812,  tres décadas después de terminada la Guerra de la Independencia, de nuevo enfrentó a Gran Bretaña y a los Estados Unidos recientemente creados. Otra vez suspendido en 1836 por el presidente Andrew Jackson, tuvo que reaparecer cuando en 1861 estalló la Guerra Civil y hubo que encontrar de nuevo la necesaria financiación. Todo ello sin referirnos a la creación, por estas mismas familias financieras y con métodos parecidos, de otros bancos centrales europeos, como el de Inglaterra o el de Francia. Cuando gentes como Napoleón Bonaparte (1769-1821) necesitaban financiar sus enloquecidas aventuras imperiales, allí estaban ellos para sostener tan ‘nobles’ propósitos, endeudando por décadas o siglos a los países que habían recibido su ‘ayuda’. Existe pues, desde el comienzo, una estrecha relación entre la financiación de las guerras y el poder de estas familias financieras.

 […] La prerrogativa de crear dinero desde la nada para sí mismos y para el Estado, cobrándole, claro está, los correspondiente intereses (un dinero que además se devalúa y pierde poder adquisitivo), prerrogativa arbitraria en manos de un reducido círculo de poderosas ‘familias’, es el gran problema de nuestro mundo. Esa prerrogativa es el gran instrumento con el que han logrado la enorme concentración actual de poder, concentración que Albert Einstein calificó como ‘la verdadera fuente del mal’. Esa prerrogativa es la principal causante del terrible abismo, que se agranda día a día, entre una reducidísima elite de adictos a la riqueza y al poder y el resto de los mortales.

Dicen que tan solo 85 personas (Bill Gates, Carlos Slim, Amancio Ortega, etc.) poseen ¡la misma riqueza que los 3500 millones que constituyen la mitad de la humanidad![1] Pero eso es tan solo el nivel que yo llamaría ‘visible’. Porque el enorme poder que han concentrado las antiguas familias financieras, un poder hecho de muchas más cosas que el dinero, se sale del marco de estas estadísticas. Aun en lo que al dinero respecta, no se trata de que ellas tengan más dinero sino de mucho más: ellas son las que fabrican a su antojo el dinero, son sus dueños y señores. […]

Y ese modelo es el que ahora están imponiendo en la Unión Europea, con un Banco Central Europeo controlado por ellos, que está por encima de los estados y que tiene la competencia de manejar la política monetaria en la Eurozona. Un Banco Central Europeo, institución teóricamente pública pero en realidad un lobby de la gran banca, que no puede inyectar dinero directamente a los estados. Como hemos visto, en sus últimas subastas de liquidez, sin límite en cuanto a la cantidad, los bancos podían obtener cuantos euros quisieran al 1% y a un plazo de tres años. Estos, a su vez, compraban bonos del Estado español incluso al 7%, creando de este modo, en unos pocos años, una inmensa deuda pública (del 40,20% del Producto Interior Bruto en 2008 al 98,40% en el segundo trimestre de 2014), que tendremos que pagar nosotros y nuestros hijos.

En el momento en el que la deuda pública era equivalente al 90% del Producto Interior Bruto, el economista Eduardo Garzón calculó cual sería la deuda pública del Estado español si hubiera tenido un Banco Central que le hubiera prestado dinero al 1% de interés, sin tener que recurrir a la banca privada pagando los elevadísimos intereses que ha pagado: un 14% del Producto Interior Bruto. Lo que significa que no hubiesen sido necesarios los duros recortes sociales que se vienen realizando. […]

Además de Albert Einstein, han sido muchas las personalidades que supieron ver lúcidamente este problema. Pero sus denuncias nunca fueron recogidas como se merecían, ni lo son aún ahora, por los grandes medios de la que son propietarios esas mismas elites financieras. Sus citas al respecto podrían ser numerosas, pero me limitaré a dos, tomadas de extremos aparentemente opuestos. La primera es de uno de los más influyentes Padres Fundadores estadounidenses, un verdadero demócrata y luchador contra el imperialismo, el principal autor de la Declaración de la Independencia de Estados Unidos, su tercer presidente (1801-1809) y uno de los más respetados y queridos, Thomas Jefferson (1743-1826). Su oposición al Banco Central de Estados Unidos en manos privadas fue frontal. La segunda es de uno de los héroes más admirados por jóvenes y no tan jóvenes, un revolucionario que no necesita presentación, el argentino Ernesto Che Guevara (1928-1967):

‘Creo, sinceramente, con ustedes, que los establecimientos bancarios son más peligrosos que los ejércitos permanentes y que el principio de gastar dinero para ser pagado por la posteridad, bajo el nombre de la financiación, es sin embargo una estafa futura a gran escala.’

‘Pueden [los banqueros internacionales] darse el lujo hasta de financiar una izquierda controlada que en modo alguno ni denuncie ni ataque el corazón del Sistema: el Banco Central y los ciclos de expansión-inflación / recesión-deflación.’

Aquellos intelectuales que son tan reacios a cualquier afirmación que pueda oler a conspiración (o mejor, a cualquier afirmación sobre la que se haya conseguido que nuestro cerebro la asocie rápidamente, de un modo automático y conductista, a aquello que llaman conspiracionismo), deberían preguntarse si es lógico o normal el gran desconocimiento por parte de la población de un hecho tan trascendental como es esa prerrogativa de crear el dinero desde la nada en régimen de monopolio y de incluso fabricarlo para sí mismos sin control alguno. […] Si no hay conspiraciones ¿cómo puede ser que en las encuestas periódicas sobre las preocupaciones de la sociedad, en las que la desocupación laboral o la corrupción política suelen ocupar las primeras posiciones, ni tan siquiera figure nunca esta problemática, que es la última responsable de todos nuestros males, incluidas la desocupación laboral y la corrupción política?

Al extraño desconocimiento de lo que es la Reserva Federal se añade otro. No conozco a casi nadie que sea consciente de que todos aquellos presidentes estadounidenses que, al igual que Theodore Roosevelt, se enfrentaron enérgicamente (antes o después de él) a esos grandes monopolios, especialmente al monopolio del dólar, fueron asesinados o sufrieron, como él, intentos de asesinato: Andrew Jackson (1767-1845, séptimo presidente, al que se intentó asesinar), Abraham Lincoln (1809-1865, decimosexto presidente, asesinado a los cinco meses de iniciado su segundo mandato) [es decir, el mismo año en el que, enfrentándose a sus financiadores, la familia Rothschild, hizo que el Tesoro emitiese casi 500 millones de dólares propios], James A. Garfield (1831-1881, vigésimo presidente, asesinado seis meses después de iniciar su presidencia) [pocos días después de un discurso en el Congreso en el que había denunciado el dominio de los banqueros sobre el gobierno], John F. Kennedy (1917-1963, trigésimo quinto presidente, asesinado a la mitad de su mandato aproximadamente)… Y ello sin contar ni a aquellos presidentes que ‘desaparecieron’ de la escena de manera menos violenta ni a las muchas otras personalidades políticas que sufrieron toda clase de serios problemas por causa de su enfrentamiento a tales monopolios.”

El caso de John F. Kennedy es especialmente relevante, como mínimo por el hecho de que algunos de nosotros vivimos en nuestra adolescencia su impactante asesinato:

“El 4 de junio de 1963, medio año antes de ser asesinado, había despojado a la Reserva Federal de su prerrogativa de emitir en exclusiva el dólar. Había firmado la Orden Ejecutiva Nº 11110 que devolvió al Gobierno la facultad de emitir moneda, sin tener que pedirlo prestado a la Reserva Federal. Inició la emisión de dólares por parte del Tesoro, con la pretensión de sustituir totalmente los de la Reserva Federal. Se dio la orden de emitir unos 4.293.000.000 dólares, a los que se llamó los United States Notes, que tendrían la garantía del Estado. Inmediatamente después del magnicidio, su sucesor, Lyndon B. Johnson (1908-1973, trigésimo sexto presidente), decidía la retirada de todos los que estaban en circulación.”

Hace unos días, Matthew Ehret recordaba lo que se decía en la revista The Nation en los días en los que era juzgado el banquero John P. Morgan: “Si robas 25 dólares, eres un ladrón. Si robas 250.000 dólares, eres un malversador. Si robas 2,5 millones de dólares, eres un financiero”. Es solo gracias a la desinformación y el consentimiento que son tolerados por nuestro mundo estos grandes estafadores causantes de tanta muerte y desolación. Solo gracias a la desinformación casi nadie conoce informes tan importantes como este:

“las conclusiones que hizo públicas el jueves 27 de enero de 2011 la Comisión del Congreso estadounidense para la supervisión de los Servicios Financieros, tras investigar la actual [lo escribía en 2011] crisis financiera. En dichas conclusiones queda claro que la crisis no fue el resultado de una especie de fuerzas naturales impredecibles o de los inexorables procesos de ‘los mercados’ sino de las actuaciones de muchos responsables de la banca y las finanzas. […]

En su informe final la Comisión enumera diferentes causas de la crisis: la desregulación en el año 2000 de los controles estrictos ya existentes sobre las políticas de supervisión de créditos e hipotecas de alto riesgo (es decir, no hablamos de la falta de regulación sino de la derogación de lo ya regulado), desregulación realizada no solo por los neocon del republicano Bush sino sobre todo por los ‘progresistas’ del ‘carismático’ Bill Clinton; la ambición y la avaricia de los banqueros que se enriquecieron con exorbitantes beneficios mediante inversiones arriesgadas y acompañadas de presuntas violaciones de la ley, violaciones cuyas pruebas la Comisión remitió al Departamento de Justicia y a los fiscales generales de los Estados; la oposición de dichos banqueros a una supervisión exhaustiva de sus actividades, por considerar que la interferencia gubernamental sofocaría la ‘innovación financiera’; la inacción negligente de las altas instancias federales que, frente a esas violaciones, optaron sistemáticamente por no actuar…

La Comisión afirma que la crisis era evitable y, lo que es peor, que las estructuras básicas del sistema financiero que llevaron al derrumbe no solo siguen firmemente en pie sino que la concentración de activos financieros, en los bancos comerciales y de inversión más grandes, es significativamente mayor ahora que antes de la crisis, como resultado del vaciamiento de algunas de las instituciones y de la unión y fusión de otras para conformar entidades más grandes: ‘La mayor tragedia sería aceptar que nadie vio que esto se avecinaba y por consiguiente que no se podía hacer nada. […] De aceptar este corolario, volverá a ocurrir’.”

Oigo últimamente con frecuencia este cuestionamiento: ¿Cómo va a ser posible que los Estados Unidos inicien una guerra bacteriológica que acabará perjudicándoles a ellos mismos? Es un cuestionamiento que tiene un error de base: no se trata de los Estados Unidos sino de unas élites que siendo estadounidenses son capaces de volver a llevar a la ruina a la gran masa de sus conciudadanos en otro crack como el que ya provocaron en 1929. Una élite en la que algunos, siendo judíos, son capaces de financiar a los nazis. Son gente que no tiene otra patria que la del dinero y el poder. El que no llegue a entender esto, no podrá entender lo que está pasando en nuestro mundo.

¿Repetiremos otra vez en esta gran crisis la misma historia? ¿Hasta cuándo los bancos centrales tendrán la última palabra y todo seguirá pasando por ellos? ¿Llegará por fin esta vez a la economía real el dinero de este nuevo rescate o, como temen bastantes expertos, solo se estará salvando de nuevo, con la excusa del coronavirus, a los bancos “demasiado grandes para caer” (JPMorgan Chase, Citigroup y Goldman Sachs…) que están sentados sobre una bomba de 1.500 billones de dólares de derivados?  ¿No habrá hoy en Occidente ningún estadista dispuesto a enfrentarse, con todas las consecuencias -al estilo de Abraham Lincoln, Franklin D. Roosevelt o de John F. Kennedy-, a ese sistema financiero que se ha adueñado de nuestro destino? ¿Seguiremos dando nuestra confianza a unos líderes mediocres y sumisos a “los mercados”? ¿Se ha extinguido ya entre nosotros la especie de los verdaderos rebeldes de la dignidad frente a lo “políticamente correcto”? ¿O la solución que acabe con este estado de cosas tendrá que venir de afuera o de la mano de acontecimientos de una magnitud que sobrepase a la insignificante especie humana?

Quiero terminar este artículo con las mismas palabras con las que Matthew Ehret termina el suyo:

“Pecora hizo una advertencia más que las generaciones actuales deberían tomar en serio: ‘Si se hubiera revelado plenamente lo que se hizo para promover estos planes [de derrocamiento de Franklin D. Roosevelt y apoyo de Estados Unidos a las Potencias del Eje], no podrían haber sobrevivido mucho tiempo a la feroz luz de la exposición y la crítica. Las artimañas legales y la oscuridad total eran los aliados más fuertes de los banqueros’.

El colapso económico que se avecina hoy en día sólo puede evitarse si se toman en serio las lecciones de 1933, y los patriotas que realmente se preocupan por sus naciones y pueblos dejan de legitimar la economía de casino de capital ficticio, derivados, esclavitud por deudas y antihumanismo que se ha convertido en algo tan común en los estratos gobernantes de la élite tecnocrática y bancaria que hoy en día trata de controlar el mundo. Esta élite, al igual que los financieros de los años veinte, no se preocupa en última instancia por el dinero como un fin, sino que lo ve simplemente como un medio para imponer formas fascistas de gobierno a la población mundial. De la misma manera que los enemigos de Wall Street/Londres de Franklin D. Roosevelt buscaron un gobierno mundial bajo los verdugos nazis de entonces, los herederos actuales de ese legado antihumano están impulsados por un compromiso de apariencia religiosa de ‘gestionar’ un nuevo colapso de la civilización mundial bajo un Nuevo Pacto Verde y un Gobierno Mundial.”

[1] “Gobernar para las elites. Secuestro democrático y desigualdad económica”, informe de Oxfam de enero de 2014.

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