Hace unas semanas, acababa la segunda parte de este artículo con el siguiente párrafo: “Algo tan profundamente impopular [la probabilidad cada vez más seria de una guerra nuclear] debe ser ocultado tanto a las sociedades europeas como a las norteamericanas. Por eso, las alertas en los medios no occidentales sobre la gravedad de la crisis que está viviendo la humanidad contrastan con el silencio al respecto en ‘nuestros’ grandes medios. Ni tan solo han informado de algo tan revelador como es el hecho de que […] el Kremlin haya dado órdenes para que sean repatriadas las familias de sus diplomáticos y otro personal que trabaja en Occidente. […] Y tal chatura de horizontes queda aún más en evidencia cuando se consideran las numerosas situaciones precedentes en las que la humanidad ha estado al borde del abismo sin que se haya informado de ello a la población. Es decir, sin que se informase a aquellos en cuyo nombre se llevaban a cabo supuestamente tales guerras. Pero ese será ya el objeto de la tercera parte de este artículo.”
Por otra parte, aunque la belicista candidata presidencial de las élites financieras y del complejo industrial-militar ha sido derrotada, las manifestaciones contra Donald Trump (financiadas por gentes como George Soros), la gran cobertura mediática que estas recibieron (incluso en el exterior), la descarada hostilidad de los grandes medios globalistas contra el futuro presidente (medios que han distorsionado e incluso ridiculizado sistemáticamente su imagen), los incipientes intentos de cuestionar la legalidad de los resultados electorales (a fin de empezar a plantear su destitución), así como otros muchos movimientos parecidos, muestran con toda claridad que las élites estadounidenses no van a renunciar a su proyecto de dominación mundial porque haya triunfado un “despreciable” advenedizo que no quiere más gastos en intervenciones militares sin fin. Por ello, esta tercera parte del presente artículo es doblemente oportuna, a pesar del triunfo de un outsider (Donald Trump no es ciertamente un antisistema pero sí un outsider en relación al núcleo duro de ese sistema) que, como afirma Ignacio Ramonet, “estima que con su enorme deuda soberana, Estados Unidos ya no dispone de los recursos necesarios para conducir una política extranjera intervencionista indiscriminada”. Así que, a pesar de la derrota de la belicista Hillary Clinton, sigue siendo necesario alertar sobre la crítica situación por la que transita la humanidad.
Recientemente, en una reveladora entrevista, Udo Ulfkotte, excorresponsal de uno de los más influyentes diarios alemanes, el Frankfurter Allgemeine Zeitungun, explicaba su decisión de denunciar en su libro Gekaufte Journalisten (Periodistas comprados) todo cuanto conoce sobre las presiones de los políticos estadounidenses y alemanes a los medios alemanes así como cuanto él mismo ha tenido que soportar durante muchos años al tener que acatar las directrices que recibía referentes a distorsionar sistemáticamente la información a favor de Estados Unidos y de la OTAN. Una de las preguntas realizadas por el colega entrevistador era esta: “¿Por qué ha decidido recién ahora divulgar públicamente su opinión sobre el periodismo alemán?”. La respuesta de Udo Ulfkotte contenía unas graves denuncias: “He tenido tres ataques al corazón, ya no tengo hijos que apoyar, y día tras día veo a los estadounidenses en las noticias, preparándose para su próxima guerra. Esta vez es de Ucrania contra Rusia. Pero siempre es el mismo juego. Ni siquiera un idiota total podrá dejar de reparar en la propaganda tendenciosa contra Moscú de los estadounidenses después de la caída del vuelo MH17. Ahora los estadounidenses incluso consideran volar una planta de energía nuclear en Ucrania e insistir en que los culpables eran separatistas o rusos. Lo oigo continuamente. ¡Es inmoral!”.
“Siempre es el mismo juego”, afirmaba con toda razón Udo Ulfkotte. A su vez, otro alemán lúcido y honesto, político profesional, Willy Wimmer (ex vicepresidente de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, OSCE, y ex secretario de Estado del Ministerio de Defensa de Alemania) lo expresaba con toda claridad: “[…] actualmente todos los peligros provienen de Estados Unidos. Sólo nos queda la esperanza de que haya algún cambio a raíz del 8 de noviembre [día de las pasadas elecciones estadounidenses]. […] la situación alrededor de Rusia es explosiva”. “Siempre es el mismo juego” desde que, el 6 de agosto de 1945, el bombardero estadounidense «Enola Gay» dejase caer a las 8:15h el «Little Boy» sobre la ciudad de Hiroshima.
Después de aquel espantoso “aviso” a la Unión Soviética (al que siguió el de Nagaski), uno de los momentos más críticos fue sin duda el de la crisis de los misiles en Cuba. Crisis cuyas causas estamos empezando a conocer mejor. Como se mostraba en un programa reciente del canal de televisión francés Arte, el plan estadounidense Dropshot fue la causa inicial de dicha crisis. Gracias a las estaciones de escucha del Ejército Rojo instaladas en el pico Brocken, situado en el macizo de Harz, los soviéticos llegaron a descubrir el contenido de un increíble plan que preveía la destrucción de treinta grandes ciudades soviéticas mediante un ataque nuclear. Todo esto puede parecer delirante. Y lo es. Pero el “pequeño” problema es que se trata de un plan real. El delirio no está, por tanto, en el hecho de referirse a semejante plan sino que hay que buscarlo en las mentes de quienes lo elaboraron.
Ya me he referido otras veces a otro delirio semejante: el que revelan las grabaciones desclasificadas de las terribles conversaciones en las que el presidente Richard Nixon y Henry Kissinger expresaban el mayor desprecio por la vida de cientos de miles de civiles vietnamitas y en las que el primero le llegaba a pedir al segundo que fuese “capaz de pensar por una vez a lo grande, de pensar en la bomba atómica”. No deberíamos olvidarnos tan rápidamente de las locuras que este tipo de gentes han sido capaces de desatar muy recientemente. Seguramente hay una única diferencia entre aquellas conversaciones y las que ahora deben estar teniendo lugar: de estas últimas aún no tenemos las grabaciones. No nos engañemos, estas gentes son un verdadero peligro. Hillary Clinton no era solo la candidata del corrupto Wall Street sino también del complejo industrial-militar y de los actuales psicópatas belicistas semejantes a Richard Nixon y Henry Kissinger.
A diferencia del general Michael T. Flynn, próximo consejero estadounidense para la Seguridad Nacional (que en su momento se enfrentó enérgicamente a Hillary Clinton y a Barack Obama por causa de su respaldo a la creación del Emirato Islámico), los generales del entorno de la candidata demócrata (David Petraeus o John Allen), empeñados en seguir sosteniendo a los yihadistas como eficaz instrumento para alcanzar la plena dominación mundial estadounidense, son los herederos no de los militares profesionales del desembarco en Normandía que se levantaron contra el nazismo y lo vencieron, sino de quienes fueron capaces de decidir fríamente que dos ciudades sin una especial relevancia militar debían ser arrasadas. Debido a la calaña de estas gentes, el atlantismo (que nos liga a ellos y nos enfrenta a tantos países con los que compartimos el Continente Euroasiático) está actualmente haciendo un daño casi irreparable a Europa.
Lo cierto es que, como alertan Noam Chomsky y otros expertos, no tenemos conciencia de lo cerca que la humanidad ha estado en diversas ocasiones de un holocausto global. En un artículo titulado “Perspectivas de supervivencia” enumera diversas situaciones límite (un perturbador incidente ocurrido en septiembre de 1983 o las peligrosas maniobras realizadas por la OTAN en noviembre de 1983). Lo que le lleva a concluir de la siguiente manera: “Es difícil contradecir la conclusión del general Lee Butler, el mando último del Comando Aéreo Estratégico, cuando afirmaba que hasta ahora la humanidad ha sobrevivido a la era nuclear gracias a ‘una combinación de habilidad, suerte e intervención divina, y sospecho que sobre todo gracias a esto último’.”
En el caso de la crisis de los misiles de Cuba, ni los mismos protagonistas eran conscientes de lo cerca que se había estado de la hecatombe. “Un tipo de apellido Arkhipov salvó al mundo”, explicó Thomas Blanton, del Archivo de Seguridad Nacional de Washington, en una conferencia organizada por esta entidad en La Habana el 22 de octubre de 2002, con motivo del cuadragésimo aniversario de la crisis. Vasili Arkhipov, el recto y cuerdo oficial de un submarino soviético, bloqueó en el momento más crítico, el 27 de octubre de 1962, la orden de disparar los torpedos con cabezas nucleares. Los submarinos soviéticos acababan de ser atacados por los destructores estadounidenses y la utilización de los torpedos con cabezas nucleares hubiese desatado la devastación total.
La actual situación, extremadamente crítica para nuestra especie por causa del acoso al que la élite que quería a Hillary Clinton en la presidencia somete a la Federación Rusa, se asemeja peligrosamente a aquella crisis de octubre de 1962. Sin olvidar la relación directa de la agresión internacional a Siria con ese acoso a Rusia. Esta defiende en el Medio Oriente su propia seguridad: la victoria de la coalición encabezada por Estados Unidos traería como consecuencia que en Siria, Líbano, Jordania e Irak, se impusiesen los mercenarios provenientes del Cáucaso (chechenos, inguches, daguestaníes…), mercenarios que, ciertamente, no se detendrían en el Medio Oriente.
Es por eso que la elección de Donald Trump nos proporciona tiempo. Un tiempo imprescindible, incluso para seguir intentando frenar el cambio climático. Un tiempo para que el mismo entorno de Donald Trump rectifique sus errores sobre esta grave cuestión. Un tiempo que me temo que no tendríamos si hubiésemos vuelto a caer en manos de políticos sádicos-sumisos lacayos de las élites, como Hillary Clinton. Lacayos que, aunque públicamente se llenan la boca con proclamas medioambientalistas y progresistas de todo tipo, en realidad están dispuestos a mantener hasta el mismo límite nuclear un pulso bélico contra cualquier potencia emergente, en especial contra la Rusia de Putin. ¿De qué servirán a nuestra especie tantos buenos propósitos contra el cambio climático en el caso de que se desatase una gran guerra entre las potencias nucleares en un plazo mucho más breve que aquel en el que se está produciendo el cambio climático?
En el año 2002, una década después de que George Bush proclamase que el Nuevo Orden Mundial estaba ya próximo, la Defence Planning Guidance (Guía de Planificación de la Defensa) del Departamento de Defensa esbozaba un mundo en el que debía existir un único poder militar dominante, el estadounidense, cuyos dirigentes controlarían los mecanismos para disuadir a cualquier competidor potencial e incluso a cualquier aspirante a un mayor papel regional. Rusia y China eran identificadas como las principales amenazas. Sugería además que Estados Unidos también podría extender a naciones de Europa Central algunos compromisos de seguridad similares a los otorgados a Arabia Saudí, Kuwait y otros Estados árabes a lo largo del Golfo Pérsico. Y están siendo la “guerra contra el terrorismo” o la “responsabilidad de proteger” las que se están convirtiendo en los instrumentos para implantar el dominio total [Full-spectrum dominance] al que se refiere el importante informe del Pentágono del año 2000, titulado Joint Vision 2020, que llamaba a garantizar “la capacidad de las Fuerzas estadounidenses, operando solas o con el apoyo de los aliados, para derrotar a cualquier enemigo y controlar cualquier situación mediante la gama de operaciones militares [disponibles]”.