El resultado del referéndum celebrado en el Reino Unido ha sacudido las estructuras políticas europeas. Aunque todas las encuestas habían augurado una victoria del Brexit, todo el mundo confiaba en que, a última hora, gracias a la ofensiva de los principales partidos, estamentos empresariales y principales medios de comunicación, se impondría la voluntad mayoritaria de los ciudadanos británicos de seguir formando parte de la Unión europea; pero no ha sido así y, ahora, se abre la incertidumbre, o la amenaza, tanto sobre el futuro del Reino Unido como del conjunto de la Unión Europea. De hecho, la extrema derecha, especialmente en Francia, ya se frota las manos, soñando un escenario similar al británico.

La verdad es que, desde hace tiempo, la Unión Europea está provocando la desafección de la mayoría de ciudadanos europeos. Los referendos de ratificación de la Constitución europea celebrados en 2005 en los Países Bajos y en Francia supusieron el triunfo del No. Así como el celebrado en Irlanda, en 2008, en el que también triunfó el No. Estos resultados ya eran un indicio de la poca identificación de buena parte de la ciudadanía con el proyecto europeo. Desde entonces, con el estallido de la crisis económica, el rechazo a las políticas europeas se ha multiplicado. Las políticas de austeridad impuestas por unos dirigentes que no son elegidos directamente por el pueblo, la xenofobia contra los inmigrantes fomentada por la extrema derecha, el rescate de grandes entidades financieras… son un conjunto de factores que han debilitado aquel gran proyecto político que debía trascender el Mercado Común. A todos estos factores, debemos añadir las negociaciones del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, llevadas con un gran secretismo hasta que Greenpeace divulgó el borrador del Tratado, que reveló que daba carta blanca a las grandes corporaciones empresariales para burlar la legislación europea de protección de la salud y del medio ambiente.

¿Y ahora qué? ¿Hacia dónde debe ir la Unión Europea? El sentido común nos diría que sólo hay un camino para salvar a la Unión Europea y potenciarla: profundizar en los valores que han hecho de Europa el territorio del mundo con más democracia, bienestar social y protección de los desfavorecidos. Por este motivo, el respeto a la diversidad cultural, la sanidad universal, la educación pública y laica, un sistema fiscal redistributivo, la regulación del sistema financiero, el respeto al medio ambiente, la defensa de la Europa de los pueblos… son principios que deberían enarbolar para volver a seducir a la ciudadanía europea. Pero dudo mucho que los actuales dirigentes estén a la altura. Al frente de la Unión y de sus instituciones, como el Banco Central Europeo, se han puesto seguidores acérrimos de la Escuela de Chicago. Fanáticos seguidores de la doctrina de Friedman, que tanto daño ha provocado en todos los países donde se ha implantado. Se ha visto en el tratamiento de la crisis económica, cuando nos han impuesto unas políticas de austeridad que ni la Reserva Federal de Estados Unidos ha seguido y que han retrasado y hecho más dolorosa la salida de la crisis económica.

En definitiva, por un lado está la extrema derecha, que hace volver el miedo y la miseria de la gente contra los inmigrantes, predicando un nacionalismo de Estado supuestamente liberador. Curiosamente, las personas más vulnerables son las que buscan refugio en esta ideología ya que ignoran que serán las primeras damnificadas de las privatizaciones y de la abolición de los servicios públicos, lo que supondría el triunfo de esta política. En el otro lado están los que, como Varufakis, defienden los ideales europeos de democracia, participación, igualdad, defensa del medio ambiente… ¿Qué Europa triunfará?