«Merecemos perder Cataluña. Esa cochina prensa madrileña está haciendo la misma labor que con Cuba. No se entera. Es la bárbara mentalidad castellana, su cerebro cojonudo (tienen testículos en vez de sesos en la mollera)»
MIGUEL DE UNAMUNO

Si observamos el tratamiento que los medios de comunicación «madrileños» han dado a las reacciones que la sentencia del Tribunal Supremo ha provocado en Catalunya, las palabras de Unamuno son de rigurosa actualidad. Conservadores o progresistas, da igual, tienen el mismo comportamiento: silenciar o minimizar las extraordinarias manifestaciones pacíficas, ejemplares, millonarias que han vuelto llenar las calles de Barcelona y de la totalidad de pueblos y ciudades de Catalunya; recrear hasta la exasperación las escenas de violencia en las calles; ocultar o justificar las agresiones salvajes y las detenciones arbitrarias –muchas de ellas a ciudadanos pacíficos–, practicadas por la policía. Así, la manipulación, la mentira descarada, la intoxicación permanente envenenan la sociedad y esparcen el odio y la xenofobia. Y es que la única solución del Estado no es el diálogo, sino la fuerza o la violencia –«el Estado tiene el monopolio de la violencia», en desgraciadas palabras del ministro del Interior.

Con este clima creado, ¿alguien se puede imaginar una sentencia absolutoria de los nueve políticos y activistas sociales?, o, como mucho, una inhabilitación temporal por desobediencia, como defienden la gran mayoría de juristas que han opinado al respecto. De ahí que, a pesar de descartar la rebelión que ha servido de excusa para mantener la prisión preventiva durante dos años, el Tribunal Supremo se ha ensañado en una sentencia decimonónica que es más venganza que justicia.

También es impensable que los partidos políticos españoles acepten el diálogo como solución al conflicto. Pobre de quien ose mostrar un mínimo de empatía con los presos, ni siquiera se puede atender la llamada del presidente de Catalunya. En consecuencia, cuando España necesita más que nunca estadistas capaces de enfrentarse a los problemas y buscar soluciones, los líderes de los partidos, en lugar de apaciguar los ánimos, actúan como gallos de pelea, probándose a ver quién la dice más gorda contra los catalanes.

Pensaban que «descabezando» al independentismo someterían otra vez a los catalanes. Han hecho creer a la población que el soberanismo es cosa de unos líderes políticos que manipulan a los catalanes. Ahora difaman al presidente Torra, pensando que una nueva descabezada silenciará las protestas. Desesperados, no quieren ver que Catalunya tiene la sociedad civil posiblemente más participativa, voluntaria, solidaria y organizada del mundo. No son los políticos quienes arrastran a la gente, es la gente que va por delante de los políticos. Y sino, ¿quien hizo posible la celebración de un referéndum, custodiando urnas, sobres y papeletas; burlando a los servicios secretos españoles y a los miles de policías desplegados; protegiendo los colegios electorales, y consiguiendo votar a pesar de los golpes de porra? Hoy no se puede doblar tan fácilmente a un pueblo tan movilizado y tan castigado. Son años de poner la otra mejilla, de aguantar los golpes verbales, políticos y físicos, hasta que el Pueblo ha dicho basta.

No, Catalunya no se va de España, ¡los catalanes son expulsados ​​de España! ¿Qué otro camino pueden tomar? ¿Resignarse, bajar la cabeza y renunciar a ser un Pueblo? ¿Abandonar a sus líderes después de haberles exigido que pusieran las urnas? Castilla-España no deja otra opción a los catalanes: o huir o desaparecer como Pueblo.