El peligro, cada vez mayor, de un gran conflicto nuclear que acabe con la humanidad tal y como la conocemos, va robando relevancia y protagonismo al gran reto actual de la ciencia: la mayor unificación posible entre las leyes conocidas
PRIMERA PARTE
El actual gran reto de la ciencia, el de unificar la mecánica cuántica y la relatividad general (el reto de integrar las leyes que rigen el mundo de lo inconcebiblemente pequeño con aquellas que rigen nuestro sorprendentemente inmenso mundo tangible), o el más modesto reto de seguir avanzando por el camino de las muchas unificaciones ya logradas, se están volviendo retos cada vez más irrelevantes en la misma medida en la que va siendo cada día mayor el peligro de que un gran conflicto nuclear acabe con la humanidad tal y como la conocemos. Es el gran y ya milenario peligro, pero llevado ahora al paroxismo: el originado por unos poderosos avances tecnológicos en manos de seres humanos dominados aún por sus instintos más primitivos (en el sentido de egocéntricos).
También, por tanto, se hace cada vez más apremiante y decisiva la “lucha” llevada a cabo por quienes, al igual que mahatma Gandhi o Martin Luther King, se esfuerzan enérgica y radicalmente en una búsqueda de la Paz, recurriendo a aquellas fuerzas que (desde certezas espirituales, como la de la propia inmortalidad) algunos consideramos que son las más poderosas que existen: la fuerza de la Verdad, la fuerza de la Belleza, la fuerza de la Felicidad, la fuerza del Amor, la generosidad, el coraje, la dignidad…
La humanidad necesita, como nunca antes, tanto místicos auténticos y empáticos como buscadores de la Paz generosos y abnegados. Pero, sobre todo, necesita seres que sean capaces de integrar y poner en práctica ambas cosas a la vez. Seres, quizá “insignificantes”, pero que, como san Francisco de Asís, sean unos pequeños instrumentos en manos de Dios. O que, como el Frodo de John R R Tolkien, sin la menor apariencia mística, movidos por la solidaridad, sean inmunes a la seducción del “triunfo” y del “poder”.
Solo las integraciones unificadoras hicieron posible en el pasado y harán posible en el futuro el avance de la ciencia, de la espiritualidad y, en definitiva, de la humanidad. Pero, al igual que sucede en la búsqueda científica de la llamada Teoría del Todo, que hipotéticamente unificaría las interacciones físicas fundamentales (la fuerza gravitatoria, la electromagnética, la nuclear fuerte y la nuclear débil), el primer paso en el intento de unificar la espiritualidad y la búsqueda de la Paz sería el de reconocer los propios reduccionismos. Lo cual a su vez exige el reconocer la existencia de aquellos elementos que no encajan en nuestros propios paradigmas dominantes, ya sean paradigmas fundamentalmente místicos o de contenido fundamentalmente sociopolítico.
Se trata de un reconocimiento de nuestros propios reduccionismos nada fácil en absoluto. Como ya es sabido, el mismo Albert Einstein tuvo, a pesar de su enorme genialidad, grandes problemas para aceptar el Big Bang y la expansión del Universo propuestos por Alexander Friedmann y Georges Lemaitre, así como para aceptar la mecánica cuántica con todo su indeterminismo. Pero siempre tuvo la honestidad intelectual de reconocer que existían unos elementos que no encajaban en sus propios paradigmas. Fue por ello que recurrió a la llamada constante cosmológica (que introdujo en su ecuación original del campo gravitatorio a fin de conseguir una solución que resultara compatible con un Universo estático) y por lo que también dedicó sus últimos años a la búsqueda de la Teoría del Todo.
Unificación tras unificación, la ciencia avanza
Isaac Newton unificó en 1687, con su ley de la gravitación universal, las leyes que rigen fenómenos tan diferentes como la caída al suelo de una manzana, las mareas provocadas por la masa de la luna o los movimientos de los planetas en torno al sol. Tal unificación significó, como sucede con cada nueva unificación, una más profunda comprensión de cada uno de esos fenómenos. En 1865, en la que es considerada la segunda gran unificación de la física, James Clerk Maxwell formuló por primera vez de modo completo la teoría electromagnética presentada por Michael Faraday, que integra las leyes que rigen la corriente eléctrica y las que rigen el campo magnético, cuya conexión había sido descubierta en 1820 por Hans Christian Oersted.
La mayoría de las fuerzas que observamos en nuestra experiencia cotidiana, a excepción de la gravedad, son consecuencia de electromagnetismo. No estamos tratando de lejanos mundos teóricos. Sus aplicaciones han transformado totalmente nuestro estilo de vida: las máquinas eléctricas, la radio, la televisión, los teléfonos, los microondas, las antenas, la fibra óptica, el láser… Las interacciones eléctricas entre pequeñísimas partículas de la materia son también las causantes de fenómenos como la elasticidad, la viscosidad, la presión o la fricción.
En 1967 y 1968, Sheldon Glashow, Steven Weinberg y Abdus Salam unificaron el electromagnetismo y las fuerzas nucleares débiles. La fuerza nuclear fuerte y la electrodébil coexisten en el modelo estándar de partículas, pero se mantienen distintas. Y la Teoría del campo unificado no ha conseguido tampoco unificar la gravedad con el electromagnetismo. Los intentos actuales de unificación están centrados fundamentalmente en intentar entender las tres fuerzas cuánticas.
Por otra parte, es frecuente que tales avances unificadores se hayan logrado gracias a que algunas de las mentes más abiertas tuvieron la honestidad intelectual y la audacia de atreverse a no descartar ciertos datos o fenómenos por el solo hecho de que no encajasen en el paradigma dominante o todavía no tuviesen explicación científica alguna. Solo haré al respecto algunas breves referencias.
En Astronomía, por ejemplo, la constatación de que diversas observaciones eran incompatibles con el geocentrismo fue llevando al heliocentrismo. Más tarde, otras observaciones fueron llevando a la comprensión de que las órbitas planetarias eran elípticas, a la plena diferenciación entre estrellas y planetas, a la certeza de que tampoco el Sol es el centro del Universo sino tan solo una estrella más, etc.
Tras más de una década de enfrentarse a contradicciones relacionadas con la velocidad de la luz, Albert Einstein llegó a formular la Relatividad general a partir del problema de la incompatibilidad de las ecuaciones de Maxwell con el principio de la relatividad. Y también Max Plank, Albert Einstein, Niels Bohr y otros, desarrollaron la teoría cuántica, precisamente a fin de explicar resultados experimentales anómalos sobre la radiación de los cuerpos. En 1905, al estudiar el efecto fotoeléctrico, Albert Einstein empezó a observar que la luz, considerada una onda hasta entonces, también tenía propiedades de partícula: estaba constituida por paquetes de energía o cuantos de luz, que más tarde serían denominados fotones.
Además de extenderme en estos procesos de unificación que se realizan en ciencias tan fundamentales como lo son la Astronomía o la Física, completadas por las ciencias formales, como son las Matemáticas, debería referirme, aunque sea brevemente, a la necesidad de otras unificaciones más amplias. Si en el ámbito académico se rehúsa por ahora el seguir integrando en los actuales paradigmas científicos algunos hechos ciertos y comprobados pero que todavía no son explicables ni validables con los actuales métodos científicos (como, por ejemplo, las experiencias cercanas a la muerte), al menos se debería intentar una unificación científica mayor, respetuosa hacia otras ciencias.
En el libro ¿La humanidad va hacia el Armagedón? ¿O hacia la plenitud del Punto Omega? relato nuestro encuentro en Milán el 6 de diciembre de 1996 con una decena de premiados con el Nobel, en nuestra marcha a pie desde Asís al encuentro en Ginebra con el Alto Comisionado para los Derechos Humanos. Destaco especialmente el llamamiento de Christian de Duve al gran desafío de unificar los aparentemente inconmensurables dominios intelectuales de cada una de las diferentes ciencias:
“A diferencia de los otros galardonados con el premio Nobel, Steven Weinberg (fallecido en 2021), ateo militante, no solo no quiso firmar nuestros documentos de denuncia (lo cual era totalmente respetable) sino que organizó un desagradable espectáculo ante los medios de comunicación, llegando incluso a quejarse ante las cámaras de televisión de haber sufrido ‘una encerrona’ (por el solo hecho de que los organizadores del evento nos hubiesen permitido el acceso a la sala con una pancarta que decía ‘Paz para el corazón de África’).
Lo cual me confirmó que existe una profunda relación entre la sensibilidad religiosa auténtica y la empatía con el sufrimiento humano. De modo que quien es insensible a lo que le ocurre a un semejante, difícilmente podrá abrirse al misterio de Dios (no me refiero necesariamente a tener fe en la existencia de Dios sino solo a no cerrarse a tal posibilidad) o asombrarse y conmoverse ante la armonía del Cosmos, asombro que era para Albert Einstein un auténtico sentimiento religioso.
No es por ello extraño que, en su famoso libro sobre los tres minutos posteriores al Big Bang (en los que seguramente se formaron, en una escena inconcebible, casi todos los elementos del Universo), Steven Weinberg haya manifestado también su desconcierto hacia la armonía y la racionalidad del Universo: ‘Cuanto más comprensible aparece el universo, más sin sentido aparece a la vez’.
Y es que, seguramente, estamos hablando del mismo ámbito, un ámbito sutil, intuitivo y sagrado, que está ‘más allá’ de la especulación y el raciocinio. Y, por supuesto, más allá de prejuicios, complejos y disputas cargadas de implicaciones emocionales. En todo caso, ningún científico debería llegar al extremo de optar por una determinada teoría o modelo cosmológico porque sea ‘el que menos se asemeja’ al relato bíblico de la creación.
[…]
Por el contrario, entre aquellos otros laureados con el Nobel que sí firmaron nuestro llamamiento ‘Paz para el corazón de África’ destacaría al amable y sensible Christian de Duve (fallecido en 2013). Ambos científicos ejemplifican a la perfección los dos posibles (y opuestos) posicionamientos de los científicos respecto a cuestiones como la de la espiritualidad o la de la solidaridad. En definitiva, las dos actitudes respecto a la empatía frente a nuestros semejantes, frente a la hermana Naturaleza, frente a la Vida.
Respecto a la imposibilidad de que la Vida haya surgido por azar, Christian de Duve fue muy claro: ‘Opté a favor de un Universo significante y no desprovisto de sentido. No porque desee que tal sea el caso, sino porque es así como interpreto los datos científicos de los que disponemos’. Su sensato llamamiento en Vital Dust fue un tremendo desafío a los biólogos y filósofos que buscan unificar sus aparentemente inconmensurables dominios intelectuales:
‘Tradicionalmente, el diálogo con filósofos ha sido sostenido principalmente por físicos teóricos y matemáticos, probablemente debido a un lugar común de encuentro en la abstracción. La imagen cosmológica resultante comprende todas las facetas del mundo físico, desde las partículas elementales a las galaxias, pero ignora la vida o considera la vida y la mente como algo añadido al enfoque global […]. Esto es incorrecto. La vida es una parte integral del Universo; incluso es la parte más compleja y significativa del Universo conocido. Las manifestaciones de la vida deberían dominar nuestra imagen del mundo, no ser excluidas de ésta. Esto se ha vuelto especialmente obligatorio en vista de los revolucionarios avances en nuestra comprensión de los procesos fundamentales de la vida’.
Al menos, si no se desea ni se aspira a ninguna síntesis en la que esté incluida la teología o la religión, no se debería renunciar tan fácilmente a una visión unificada de todas las facetas del mundo físico, una visión en la que estén presentes la vida y la mente, y lo estén ocupando el lugar central que seguramente les corresponde.
En los primeros cinco años que transcurrieron desde la publicación de la petición de Christian de Duve de un diálogo interdisciplinario, los primeros indicios de un revolucionario nuevo modelo cosmológico, centrado en la biología, ya comenzaron a emerger.”
Foto: La Reina Beatriz de los Países Bajos recibe a los Premios Nobel: Premio Nobel de Química 1980 Paul Berg, Premio Nobel de Fisiología o Medicina 1974 Christian de Duve, Premio Nobel de Física 1979 Steven Weinberg, reina Beatriz, Premio Nobel de Química 1967 Manfred Eigen y Premio Nobel de Física 1981 Nicolaas Bloembergen. Foto tomada el 31 de agosto de 1983. Fuente: Archivos Nacionales Holandeses. CC BY-SA 3.0 nl vía Wikimedia Commons Foto: Rob C. Croes/Anefo.
El Dios de Albert Einstein: uniendo ciencia y religión (Saber y Sentido, 18.07.2023)