El peligro, cada vez mayor, de un gran conflicto nuclear que acabe con la humanidad tal y como la conocemos va robando relevancia y protagonismo al gran reto actual de la ciencia: la mayor unificación posible entre las leyes conocidas
Respecto a mi propia entrega a la “lucha” por la Paz también podría decir que se dio bastante pronto en mi vida. Tan solo unos años después de volcarme totalmente a la búsqueda espiritual. Fue a partir de 1974, cuando, a la edad de 23 años, el choque interior con la terrible realidad de la guerra, el hambre o el armamentismo me llevó al movimiento de la No violencia. Así lo explico en el libro El Shalom del resucitado, al inicio mismo de la introducción:
“Eran los primeros años de la década de los setenta del pasado siglo XX. En un mundo en el que las plagas del hambre y la pobreza continuaban ocasionando sufrimiento y penalidades sin cuento, la costosísima carrera armamentística y la tenebrosa Guerra Fría, protagonizadas por las dos grandes potencias que habían emergido tras la Segunda Guerra Mundial, eran como unos enormes y opresivos nubarrones que lo cubrían todo. Aquellos años eran también para mí, que había nacido en febrero de 1951, los primeros tras mi mayoría de edad. Mi dolor y rebelión internas frente al mundo tan injusto que iba descubriendo, eran considerables. Sin embargo, ciertos rayos de esperanza, belleza y consuelo se filtraba por algunos pequeños claros entre tales nubarrones, iluminando mis preocupaciones y mi vida cotidiana. Eran los milenarios textos proféticos de la Biblia:
‘Al final de los días […] De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra (Isaías 2, 2-5).’
Más de cuarenta años después de mi descubrimiento de la doctrina y el movimiento de la no violencia y de mi decisión de convertirme en el tercer objetor de conciencia español al servicio militar, sin contabilizar a los testigos de Jehová, aún recuerdo aquella década con agradecimiento. Y con una cierta nostalgia, que en buena medida no está exenta del sufrimiento de entonces. Con el paso de los años, otras claves igualmente luminosas fueron gestando en mí la certeza inconmovible de que tales anuncios proféticos no eran las ensoñaciones o quimeras de unos visionarios que vivieron hace milenios en un oscurantista mundo teísta, sino unos certeros augurios y unas fiables promesas que, en nuestro mundo actual, escéptico y positivista, deberían ser leídos con gran respeto.
Dichas claves fueron gestando en mi corazón la certeza de que los pequeños y misericordiosos poseerán un día la Tierra, de que la verdad y el amor tendrán la última palabra en la Historia, de que la Paz llegará finalmente como el gran don mesiánico que reconciliará a la Humanidad y enjugará todas sus lágrimas. En el centro de toda esa red de claves y certezas (en gran medida empíricas, como intentaré mostrar), fue arraigando cada vez con más fuerza un relato que con el paso de los años se hace para mí cada vez más conmovedor y revelador, más fundamental y determinante en mi vida:
‘Al atardecer de aquel mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: ¡La paz esté con vosotros! [¡Shalom!] Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: ¡La paz esté con vosotros! […].
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: ¡Hemos visto al Señor! Él les respondió: Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no meto el dedo en la herida de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré. Ocho días más tarde, los discípulos estaban de nuevo reunidos en la misma casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: ¡La paz esté con vosotros! Luego dijo a Tomás: Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe. Tomás respondió: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: ¿Porque me has visto has creído? ¡Felices los que creerán sin haber visto! (Evangelio de Juan 20, 19-29).’
Si este texto relata unos hechos que efectivamente sucedieron durante las primeras horas de la noche de un domingo de primavera en la Jerusalén de hace casi dos milenios, algo esencial debería cambiar no solo en nuestra comprensión del fenómeno humano sino incluso en nuestra misma visión de la Vida y del Cosmos.”
Los reduccionismos que se dan en el activismo
Empecé la segunda parte de este extenso artículo con la afirmación de que conozco, por propia experiencia en mi juventud, los reduccionismos propios del espiritualismo. Pero también conozco, igualmente por propia experiencia, los reduccionismos que suelen darse en el activismo en favor de causas y “luchas” universales. Conozco y he sufrido personalmente la falta de valoración, incluso el rechazo visceral y el desprecio, hacia todo lo que huela a mística. Especialmente hacia todo lo cristiano.
Exactamente la misma falta de valoración e incluso rechazo que, como explicaba en la segunda parte de este artículo, he sufrido desde el espiritualismo hacia mi activismo “político” y hacia cualquier cosa que tenga que ver con “algo tan bajo y corrompido” –dicen– como es la política. Curiosamente, muchas personas aún no parecen ser conscientes (o al menos no lo integran en la práctica) de que lo realmente perverso se encuentra en niveles más profundos que el nivel político: en las elites del poder económico, del poder creador del relato “políticamente correcto” de la realidad y del poder militar. También parecen olvidar o no tener en cuenta que frente a estas poderosas elites solo los pueblos pueden revertir el curso de la historia. Unos pueblos que necesitan algún tipo mayor o menor de representatividad para neutralizar a dichas elites.
Soy bien consciente, por tanto, de que para muchas personas es una necedad el pretender, declarándolo incluso en el mismo título de este artículo, que la espiritualidad será decisiva para que la humanidad alcance la Paz. Pero no me cabe duda alguna de que, si el ser humano es inmortal y la realidad es tempiterna (ni temporal ni eterna, en expresión de Raimon Panikkar), como realmente lo son, inevitablemente todo eso deberá condicionar un día, quizá no demasiado lejano, nuestros análisis sociales y geopolíticos. No importa que algunos no veamos en vida esa Tierra Prometida, como le sucedió a Martin Luther King.
A esta altura de la historia, tras tantos avances científicos, pretender que la religión no es otra cosa que el “opio del pueblo” es vivir en un viejo y rancio mundo de ideologías y no en el mundo real. En el libro ¿La humanidad va hacia el Armagedón? ¿O hacia la plenitud del Punto Omega? me extiendo en la cuestión de la persecución criminal que se dio en la Unión Soviética contra los científicos que reconocían la evidencia de que la materia “eterna” tuvo, en realidad, un inicio.
Es un hecho incuestionable que, para bien o para mal, las religiones han sido en la historia y siguen siendo hoy una fuerza poderosísima. No solo teniendo en cuenta a los devotos pueblos del Islam, sino también al Occidente supuestamente secularizado y al Oriente de grandes avances tecnológicos que supuestamente se habría desconectado de sus milenarias raíces espirituales. Por tanto, el afirmar que las espiritualidades (es decir, los ámbitos y formas religiosas más profundas) serán fundamentales para la Paz, es puro realismo.
Se trata de un hecho incuestionable, aunque algunos marxistas apasionados sean unos reduccionistas al parecer irreformables y se empeñen aún en negarlo. Lo cual se complica muchísimo si además se manipula intencionadamente la información. En algún canal de video me ha llegado a suceder que, al mismo tiempo que nuestra conversación se centraba en el hecho de que todos los presentes éramos partidarios de Putin, ya en mi ausencia se ironizaba bastante despectivamente sobre mi persona por el hecho de ser cristiano, al mismo tiempo que se silenciaba, premeditada y sistemáticamente, que el presidente Putin también lo es. Y así lo proclama y lo practica.
Actitudes parecidas de rechazo a cualquier “veleidad” mística las he encontrado también, sorprendentemente, incluso entre cristianos. De nuevo en El Shalom del resucitado relato una dolorosa experiencia sufrida en un conocido Fórum cristiano:
“Una sola vez en mi vida me he animado a contar muy sintéticamente la experiencia tan personal e íntima que acabo de relatar [la de una certeza indudable de la presencia del Señor resucitado]. Fue en un conocido Fórum y lo hice porque, a diferencia de otras veces, se trataba de unas jornadas organizadas precisamente por cristianos, por cristianos preocupados por la trasmisión de la experiencia cristiana en el mundo de hoy, y porque lo que se me solicitó fue justamente que trasmitiese mis propias experiencias fundamentales. Sin embargo, acabó siendo uno de mis más sonados fracasos. Al recordar aquel día siempre viene a mi memoria lo que le sucedió a san Pablo en el Areópago de Atenas: ‘Al oír hablar de resurrección de los muertos, unos se burlaron y otros dijeron: Sobre esto ya te oiremos otra vez’ (Hechos de los Apóstoles 17, 32).
‘Esas cosas pertenecen al ámbito privado’, me ha aleccionado a veces algún amigo activista cristiano. ‘No hay que mezclar política y religión’, se me ha dicho otras veces. Es como si en los ambientes del activismo de izquierdas toda espiritualidad cristina quedase asociada negativa e inevitablemente al nacional catolicismo. Asociaciones negativas que no sufren nunca las místicas de Oriente –y todo lo demás venido de allí–, idealizadas siempre de manera bastante acrítica. Sin embargo, entre las muchas personas que he conocido, aquellas que más han sacrificado por la justicia, por la paz y por causas directamente políticas han sido todas ellas verdaderos místicos: Adolfo Pérez Esquivel, Victoire Ingabire Umuhoza, Déogratias Mushayidi… Y no hace falta decir que también lo fueron los padres de la no violencia, Mahatma Gandhi o Martin Luther King. Al igual que aquellos que son unos referentes importantes desde el activismo cristiano: monseñor Romero en Latinoamérica o, aunque más silenciado por la propaganda occidental, monseñor Christophe Munzihirwa en África. La entrega de todos ellos surgió no solo desde la solidaridad sino también, precisamente, desde el Espíritu.
Yo estaba ya curtido en menosprecios de parte de los omnipresentes ‘expertos’ de lo ‘políticamente correcto’ (ya sea en los medios de comunicación, en el ámbito académico o en el mundo del activismo), sobre todo por causa de mi denuncia de la versión oficial del genocidio ruandés y de la inacabable tragedia tanto de este sufrido pueblo como del vecino Congo. E incluso conocía bien lo que son unos duros enfrentamientos públicos con dichos expertos. En tales ambientes, el menosprecio solía ir condimentado con críticas al misticismo o a mi condición de cristiano. Pero en el citado Fórum no esperaba tantos recelos y no actué con la debida prudencia.”
El hecho de haber dirigido o participado durante tres décadas en un buen número de jornadas, tanto sobre espiritualidad como sobre activismo por la Paz, me ha proporcionado las más variadas experiencias de reduccionismo en ambos sentidos. La integración de opuestos no parece ser fácil. Ni, por ello mismo, frecuente. El gran fenomenólogo de las religiones y teólogo protestante alemán Rudolf Otto (1869-1937) sabía muy bien lo que decía cuando afirmaba que lo más característico del verdadero místico es su integración de los aparentes opuestos. Por tal dificultad, en el espiritualismo se da con frecuencia, como he podido comprobar reiteradamente, un astuto autoengaño: sin negar esa obligación de trabajar en favor de causas universales (en el cristianismo la causa del Reino de Dios) se la pospone a una etapa posterior, siempre precedida por aquella etapa en la que lo único necesario es “trabajarse personalmente”.
Así, no es extraño que se manipule aquella frase de mahatma Gandhi, a la que ya me referí anteriormente, tan querida por los espirituales: “Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo”. No es extraño comprobar cómo se le añade un adverbio temporal que no aparece en ella: “Primero sé tú el cambio…”. El pleno compromiso evangélico no es en absoluto fácil (los textos al respecto en el Nuevo Testamento son muy variados). Y hay que capear, de alguna manera, una realidad que no somos capaces de integrar.
Podemos pasarnos toda nuestra existencia viviendo bien acomodadamente y a la vez volcados al “crecimiento personal” sin la menor dedicación a causas universales en las que está en juego la vida o la muerte de millones de seres humanos. A ningún espiritual se le ocurriría decir: “Primero alcanzaré la iluminación y después ya comeré”. Pero fue ese precisamente el comportamiento de Siddharta Gautama, el Buda histórico. Él sí se sentó bajo el gran ficus de Bodh Gaya dispuesto a alcanzar “el despertar” o a morir de inanición en el intento.
Como vengo afirmando, todo esto son experiencias que he vivido personalmente, no teorizaciones. Experiencias como la que viví en la última hora de un curso de fin de semana que impartí en el año 2000, en plena campaña de mi candidatura al Nobel de la Paz. La responsable de un grupo de meditación oriental apareció en esa última hora, tomó la palabra y, con una gran autoafirmación, se atrevió a decir ante unas 60 personas: “Tú ya sabes, Juan, que tienes muchas cosas personales que trabajarte antes de dar lecciones a nadie. Y además yo ya estoy harta de esperanzas proyectadas en el futuro”. Yo acababa de citar a un teólogo que dio su vida en Sudamérica: “Los cristianos no estamos amenazados de muerte, sino de resurrección”.
En ese mismo contexto sudamericano a veces se me ha ocurrido preguntarme qué no habría hecho alguien como el Che Guevara, con una generosidad tan excepcional en su lucha contra las injusticias sociales y contra el imperialismo, si además hubiese tenido experiencias místicas como las que tuvo Martin Luther King. Si había en él tanta solidaridad, generosidad y valentía (mucha más que en la inmensa mayoría de los creyentes), aún sin haber pasado por experiencias como las de King… ¿Qué no habría hecho si hubiese pasado por ellas? Como conclusión final de este largo artículo en tres partes seleccionaría los cuatro primeros párrafos de la sinopsis del libro ¿La humanidad va hacia el Armagedón? ¿O hacia la plenitud del Punto Omega?, sinopsis que figura en la tapa trasera del mismo:
“En esta hora tan crítica para nuestro mundo globalizado, en la que ‘nuestras’ elites parecen estar dispuestas a llevarnos gradualmente hacia el Armagedón, el más decisivo reto para la teología y para el futuro del cristianismo es este: consolidar un paradigma en el que se integren de modo coherente unos lúcidos análisis geopolíticos, cada vez más imprescindibles, y la certeza de que Dios, que ya intervino decisivamente resucitando a Jesús, actúa realmente en la Historia. Sin realismo, la fe es ilusa. Y hoy, realismo significa lucidez geopolítica.
Nuestro más decisivo reto teológico no creo que haya sido nunca el de unificar ciencia y Dios. Este es ciertamente un reto fundamental e ineludible para los cristianos. Y para muchos grandes científicos como Albert Einstein, un reto posible y hasta necesario. ¿Pero para qué nos servirá el llegar a la magnífica conclusión de que Dios es el creador de nuestro asombroso Universo, si tras una gesta tan maravillosa permanece en su esfera inaccesible, alejado de toda la injusticia y dolor que atraviesan la historia? ¿De qué nos servirá el Dios del deísmo en el que creen eminencias científicas como Albert Einstein?
Unos lúcidos análisis geopolíticos son hoy imprescindibles para no ser engañados por la poderosa propaganda del Imperio de la Mentira, que ha intoxicado las mentes de los nuestros. […].
De igual modo, para los cristianos debería ser también imprescindible la certeza de que, en nuestra ‘lucha’ por la Justicia y la Paz, nunca nos faltará la poderosa fuerza del Señor de la Historia. Certeza que sostiene nuestra esperanza y nuestra audacia. La espiritualidad centrada en la búsqueda personal de una ‘iluminación’ interior suele quedarse tan solo en un espiritualismo reduccionista. Pero la ‘lucha’ por la Justicia y la Paz es una tarea que supera nuestras capacidades. La integración y el discernimiento son las claves. Sin comprender lo global, tampoco podremos entender ‘el aquí y ahora’.”
Foto: Capilla de la Fundació S’Olivar, presidida por Joan Carrero, la Navidad de 2023.
El Señor resucitado se aparece a los apóstoles (Iglesia de Jesucristo, 19.08.2015 )
¡Felices los que creerán sin haber visto! (Iglesia de Jesucristo, 19.08.2015)