«El cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad».
PAPA FRANCISCO (mayo 2015)
En junio pasado se editó la Carta encíclica Laudato si’, del Papa Francisco. Toda ella es un grito de alarma que pretende sacudir a la sociedad ante lo que él mismo califica de «desafío para la humanidad». De hecho, comienza la carta recordando la Carta encíclica que el Papa Juan XXIII escribió hace más de cincuenta años «cuando el mundo estaba vacilante sobre el hilo de una crisis nuclear». Así como Juan XXIII, en esa Carta decía que: «no se conformaba a rechazar la guerra, sino que quiso transmitir una propuesta de paz», el Papa Francisco hace un grito de denuncia y de condena contra las políticas y las prácticas empresariales y individuales que amenazan la vida sobre el planeta, pero también propone un programa de actuaciones que deberían ser asumidas por toda la sociedad, empezando por los gobiernos, especialmente los más poderosos, y terminando por todos los individuos. De hecho, lo que propugna es una profunda revolución cultural: «lo que está pasando nos pone ante la urgencia de avanzar en una valiente revolución cultural… es indispensable ralentizar la marcha para mirar la realidad de otra manera… recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano». Y continúa: «La cultura ecológica debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático».
Pero no se limita a unos planteamientos filosóficos, sino que desciende al análisis de cada problema para el que propone soluciones. Así, defiende: «reemplazar la utilización de combustibles fósiles y desarrollar fuentes de energía renovable». O cuando habla de la escasez del agua con su crítica: «la tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía que se regula por las leyes del mercado. El acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal… «Y alerta de la pérdida de la biodiversidad, concretamente se refiere a: «propuestas de internacionalización de la Amazonia, que sólo sirven a los intereses económicos de las corporaciones transnacionales».
Advierte que, junto con el patrimonio natural, hay un patrimonio histórico, artístico y cultural igualmente amenazado. Contra quien sostiene que en el mundo sobran lenguas, él defiende que: «la ecología también supone tener en cuenta las riquezas culturales de la humanidad en su sentido más amplio». Y también que: «la desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal».
Denuncia el control de la producción de alimentos por las grandes compañías y la proliferación de cultivos transgénicos: «la expansión de la frontera de estos cultivos arrasa el complejo entramado de los ecosistemas, disminuye la diversidad productiva y afecta al presente y al futuro de las economías regionales». Por ello, defiende las producciones locales: «Las autoridades tienen el derecho y la responsabilidad de tomar medidas de apoyo a los pequeños productores y a la variedad productiva. Para que haya una libertad económica de la que todos se beneficien, a veces, puede ser necesario poner límites a los que tienen más recursos y poder financiero».
Y, todo ello, enmarcado en la denuncia de la «iniquidad planetaria»: «Un verdadero planteamiento ecológico se convierte siempre en un planteamiento social». «No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental».
Propone una «ética de las relaciones internacionales»: «La deuda externa de los países pobres se ha convertido en un instrumento de control, pero no ocurre lo mismo con la deuda ecológica».
Tras constatar que el poder económico se ha impuesto sobre la política, apela a todos los individuos a constituirse en grupos de presión para hacer cambiar las formas de gobierno: «Dado que el derecho a veces se muestra insuficiente a causa de la corrupción, se requiere una decisión política presionada por la población». Critica la inmediatez política de los gobernantes que se dejan llevar por intereses electoralistas y les pide grandeza política: «La grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo».
En resumen, el Papa Francisco dirige un grito de atención serio a toda la humanidad, con independencia de las creencias de cada individuo. No en vano José María Aznar dijo de él: «este Papa gusta a los que no van a misa». Vayamos a misa o no, el Papa tiene más razón que un santo.