La izquierda, en el mundo occidental, ha perdido los referentes políticos, el espejo donde reflejar su modelo. Cuando la socialdemocracia abrazó el modelo económico neoliberal se habló de la crisis de las ideologías. Más allá de poner más o menos énfasis en las políticas sociales, los gobiernos de izquierda nunca han cuestionado el hegemonismo de los grandes oligopolios y de un sistema financiero especulativo, hasta el punto que el PSOE de Zapatero promovió la modificación de la Constitución para dar preeminencia al pago de la deuda con las entidades financieras. Ante la dicotomía entre Trump y Clinton, la izquierda europea ha optado, sin reservas, por una mujer considerada progresista. Digo considerada porque, en cuanto a su modelo económico, Clinton era la candidata de Wall Street y de la industria del armamento. Curiosamente, Trump, considerado de extrema derecha, coincide con Sanders –el otro candidato demócrata, que fue derrotado– en promover el restablecimiento de la ley Glass-Steagall, aprobada en 1933 a instancias del presidente Roosevelt, para prevenir nuevas catástrofes económicas como la del crack del 29. Esta norma establecía severas regulaciones al sistema bancario y financiero a fin de evitar la especulación financiera. Reagan inició su derogación y Clinton terminó la tarea, secundado por el laborista Tony Blair en el Reino Unido. Los resultados son bastante conocidos.
La izquierda, llamémosla alternativa, no puede evitar transmitir una cierta nostalgia de la romántica revolución cubana, reivindicando el modelo sanitario cubano –convertida en un referente mundial– y la educación universal. Desgraciadamente, el fracaso del modelo económico cubano ha servido para descalificar globalmente la obra de Castro y la revolución cubana, por mucho que los indicadores de pobreza, malnutrición, educación… sean mucho mejores que los de los países de su entorno. Pero la falta de libertades políticas y el modelo económico lo invalidan para ponerlo como ejemplo.
En cuanto a las relaciones internacionales, la izquierda europea se alineó con Estados Unidos, entrando en la OTAN y permitiendo el mantenimiento de bases estadounidenses en territorio europeo. Tras la desaparición de la Unión Soviética, con la siguiente distensión entre los bloques, ningún gobierno europeo ha cuestionado la política agresiva de Estados Unidos, sirviéndose de la OTAN, que ha destruido Estados como Afganistán, Irak, Libia, Siria… mediante la creación y el apoyo al Estado Islámico. Tampoco, ningún gobierno ni la izquierda europea han cuestionado que cercara Rusia mediante el despliegue de misiles nucleares en su entorno, o que se propiciase el golpe de estado en Ucrania, que provocó el acceso al poder de un partido neonazi antiruso. La impulsora de esta política tan agresiva fue Hillary Clinton, la cual había prometido endurecer, aún más, las relaciones con Rusia y el apoyo a los rebeldes sirios, los terroristas del Estado Islámico. La crisis ya era tan grave, la amenaza de guerra tan real, que Rusia ordenó el repliegue del personal diplomático de muchos países de la OTAN, lo que ha sido ignorado por la gran mayoría de medios de comunicación occidentales.
Así que, nos encontramos en la paradoja de que los candidatos de la derecha son los promotores de la distensión con Rusia, frente a los liberales y progresistas. Trump ha hecho bandera de ello durante toda la campaña, lo que le ha provocado fuertes ataques de los demócratas y de buena parte de los republicanos. De manera sorprendente, o no tanto, el recién elegido candidato de la derecha francesa, François Fillon, también se ha mostrado partidario de la distensión y de la colaboración con Rusia. En pocas palabras, lo que deberían ser banderas de la izquierda, el pacifismo, la distensión y el diálogo entre naciones, o la regulación y el control del sistema financiero, son asumidos por la derecha más radical.
En definitiva, entre el modelo cubano y el estadounidense de los Clinton hay todo un mundo en el que la izquierda debería encontrar el camino: hacer frente a la carrera armamentista, combatir la concentración de riqueza en pocas manos, recuperar el control sobre la planificación de sectores estratégicos como el energético, entre muchas otras políticas. Pero, sobre todo, retirar a los grandes bancos la potestad de emisión de moneda y el control de la política monetaria, como hacen a través de la Reserva Federal o del Banco Central Europeo. Quien ha provocado tantos muertos, miseria y sufrimiento no es la izquierda, sino los que, en nombre de la economía de Mercado, han pervertido las reglas del Mercado. Es la hora de abandonar los complejos, de hablar claro y de ofrecer alternativas que ilusionen a la gente. ¿O tenemos que dejarlo en manos de la extrema derecha?