Estimat amic Josep
Como hacías últimamente con motivo de cada fiesta litúrgica significativa, el pasado sábado tenías que venir a celebrar con nosotros en S’Olivar la eucaristía del domingo posterior al de la Resurrección del Señor: la solemnidad del Señor de la Paz (el Shalom hebreo y el Salam árabe), el patrono de S’Olivar. Aquel que, en los instantes culminantes de la historia, pronunció premeditadamente un saludo profético que a la larga será eficaz: “Shalom”. Pero Él ha querido que celebrases ya esa solemnidad en su presencia, cara a cara, en el banquete intemporal de su Reino eterno. De todos modos estuviste bien presente en nuestro pequeño banquete pascual presidido por Él mismo, el Señor resucitado. El Rabbuní aparentemente ausente en nuestras celebraciones (y no digamos en nuestro mundo absurdo y cruel) pero tan realmente presente como lo estaba en las comidas pascuales con sus discípulos en aquellos benditos días posteriores a su asesinato. Al fin y al cabo se trata del mismo y único Banquete sin fin que sucede en el continuum espaciotemporal del que nos habló Albert Einstein; que sucede en la tempiternidad (ni solo temporalidad ni solo eternidad) de la que hablaba nuestro común amigo Raimón Panikkar; que sucede en el Hoy intemporal litúrgico del que nos hablan los místicos cristianos.
Ambos, Él y tú, erais invisibles a nuestros ojos físicos en la celebración del pasado sábado pero, tal y como supo descubrir y expresar tan genialmente Antoine de Saint-Exupéry, es tan solo con el corazón con el que vemos bien, ya que lo esencial es invisible a los ojos. Ya sé que este es un lenguaje ininteligible para muchas personas, incluidas no pocas que se consideran cristianas. Pero si aún en la memorable fecha de tu paso al Reino de la luz eterna no podemos hablar con libertad entre nosotros de lo realmente importante, de aquello que sabemos con certeza, de aquello que sostiene nuestras vidas y nuestras luchas por la justicia y la paz, ¿en qué otro momento podríamos hacerlo? Soy bien consciente de que Pablo de Tarso tuvo su mayor fracaso cuando habló en estos mismos términos en el Areópago ateniense: “unos [de los filósofos que lo escuchaban] lo tomaron en broma; otros le dijeron ‘de eso [la resurrección de Jesús] ya nos hablarás otro día’ (Hechos de los apóstoles 17, 16-34)”. Y sé bien que, tras dos milenios, la conciencia de nuestra especie no ha cambiado mucho. Pero, francamente, a estas alturas de mi vida me importa bien poco la aceptación o rechazo de los demás.
Bernat ya ha escrito sobre ti mucho mejor y de modo más completo de lo que yo podría escribir. Por eso me limito a recordar lo bien que supiste integrar tu servicio a los empobrecidos de aquí mismo, de tu estimada Mallorca (por algo don Teodor Úbeda te nombró delegado de Acción Social), con la cooperación internacional, que siempre estaba en tu boca y en tu corazón. Pero si hay una imagen tuya que retorna una y otra vez a mi memoria es la de aquella noche en Valence, camino de Ginebra. ¡Qué frio pasamos en el corazón del invierno de 1996 en nuestra marcha desde Barcelona para entregar al primer Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, José Ayala Lasso, nuestras denuncias y peticiones en favor de los millones de refugiados hutus ruandeses que malvivían y morían en el este del Zaire! ¡Qué frio pasamos especialmente en Valence, en aquellas instalaciones deportivas en las que pernoctamos! No pegamos ojo, pero al día siguiente seguiste caminando con los refugiados en el corazón. Y pensar que cuando, tres años después, me propusisteis al Nobel de la Paz, aparecieron aquellas cartas en los diarios acusándome de “ir de hoteles” durante aquel mes de marcha.
Pep, ¿cómo ha sido tu encuentro con esos millones de víctimas (¡tantos niños, tantas mujeres y tantos ancianos indefensos!) por los que pasaste tanto frío? ¡Qué prodigioso habrá sido ese acontecimiento! ¿Cómo es ese inimaginable Banquete junto a ellos? ¡Y pensar que aquí tantos cristianos no tienen, en esta vida tan breve, otra prioridad que su seguridad económica! ¡O que incluso se dedican a acumular incomparablemente más de lo que necesitan! ¡Qué adicción tan alienante esa adicción al dinero, una adicción no reconocida como tal pero que se enseñorea de tantas y tantas vidas, malográndolas para siempre! ¿Cómo puede un cristiano creerse propietario de los bienes terrenales cuando el Señor nos repitió una y otra vez que tan solo somos unos administradores a los que se pedirán cuentas del uso que de ellos hayamos hecho? Tanta mezquindad como existe en nuestro mundo está absolutamente relacionada con la chatura de horizontes intelectuales y espirituales en la que estamos viviendo.
Pero el misterio que más me intriga consiste en saber cómo se puede seguir caminando junto a las víctimas mientras se participa de ese Banquete intemporal del que tú ya disfrutas. Me intriga mucho porque… ¿qué cielo sería aquel en el que nos desentendiésemos de nuestros hermanos más necesitados, angustiados y desesperanzados? En todo caso, ¡hasta pronto, Pep!, porque los meses y los años no corren sino que vuelan. No te olvides de nosotros y ayúdanos a seguir estando siempre del lado de la verdad (aunque acabemos una y otra vez en los márgenes de todo, de las instituciones e incluso de los movimientos), ayúdanos a seguir estando siempre al costado de las víctimas (junto a las que tú nos esperas).