Con demasiada frecuencia los seguidores de Jesús de Nazaret hemos velado más que revelado su figura y su mensaje. Así lo han reconocido los más lúcidos e íntegros hombres de las instituciones eclesiales. Y es una pena, porque aquel hombre extraordinario que pasó por esta vida haciendo el bien hace ya dos mil años, nos da las mejores claves que conozco para interpretar lo que hoy está sucediendo en este Occidente tan cristiano, democrático e informado… Es tiempo de contar cuentos de Navidad, como el magnífico clásico de Charles Dickens. Y es bueno hacerlo en esta hora en el que una patológica avaricia y una insaciable ambición han trastornado a nuestras elites. Unas elites que han perdido no ya la percepción de la eternidad de la que nos habla Dickens sino el mismo sentido de la realidad, la decencia y la vergüenza. Y que carecen, por supuesto, de la menor empatía.
Pero el Jesús al que quiero referirme hoy no es el del pesebre de Belén sino el Jesús azote de poderosos hipócritas: «Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo…» (Jn. 2,15). Aquella sí que fue verdadera violencia, comparada con la de tantos manifestantes actuales acusados de ser «gentes antisistema». Ese Jesús nos da las mejores claves para que podamos valorar y encuadrar las omnipresentes e inacabables fotos de nuestras elites en los asientos de honor de los recientes homenajes a Martin Luther King (en el cincuentenario de su histórico discurso a los pies del monumento a Abraham Lincoln en Washington) y a Nelson Mandela (en sus funerales). Y esta no es una cuestión trivial: es altamente reveladora de la radical perversión del sistema politicoeconómicomediático occidental. Un sistema que insiste en idiotizar y desmovilizar a nuestra sociedad. Entre otras muchas terribles invectivas de Jesús contra esas elites (Mt. 23,12-36), los evangelios recogen aquella en la que las maldijo porque, mientras edificaban monumentos a los antiguos profetas asesinados por sus padres, estaban ya maquinando su propio asesinato.
Hace ya siglos que en Occidente el poder secuestró a la figura incómoda de Jesús de Nazaret y su mensaje subversivo. Ahora se está apropiando de figuras como las de Martin Luther King o Nelson Mandela. Da vergüenza ajena el ver a Barak Obama intentando asociar su imagen a la de aquel que con sus denuncias frontales a la guerra de Vietnam se enfrentó no solo al gobierno estadounidense sino incluso a un sector importante de sus propios compañeros de lucha por los derechos civiles de los afroamericanos. Obama, el candidato por el que apostó fuertemente Wall Street; el seductor en favor del cual se puso en marcha la que seguramente ha sido la mayor campaña de imagen de la historia; el promotor de tantas guerras de agresión y de miles de crímenes con sofisticados drones que asesinan, desde la distancia y sin juicio alguno, a quince civiles por cada supuesto terrorista que logran «eliminar»; el presidente que emplazó en cargos decisivos a aquellos mismos corruptos que provocaron una crisis financiera que está dejando a millones de personas en las cunetas; el responsable último de unos servicios de «inteligencia» que están violando todas las reglas legales y morales… solo se parece a Luther King en el color de su piel. Y sobre Nelson Mandela, ¿quien nos recuerda que podría haberse evitado casi tres décadas de prisión con tan solo estampar su firma en una hoja de papel en la que estaba redactada su renuncia a la lucha armada frente a un apartheid sostenido sobre todo por Estados Unidos, aunque también por el Reino Unido, Israel y las dictaduras chilena y brasileña?
Durante estos mismos días, exactamente el 13 de diciembre, fue condenada en Ruanda a quince años de prisión la candidata a la presidencia Victoire Ingabire Umuhoza. También el día 1 de enero fue asesinado en Sudáfrica el exjefe de los servicios de inteligencia de Paul Kagame, Patrick Karegeya. Sabía demasiado y estaba convencido de que Kagame conducía a Ruanda y a la vecina RD del Congo hacia el desastre. Y el día 2 fue asesinado el coronel congoleño Mamadou Ndala. Era el comandante de las operaciones en las que estaban siendo derrotadas las fuerzas agresoras de Ruanda y Uganda. Sin hablar de los otros muchos opositores que siguen en prisión, como Déogratias Mushayidi o Bernard Ntaganda. Si casi nadie en nuestra sociedad conoce a Victoire no es porque su altura moral y su liderazgo no sean comparables a los de Nelson Mandela o a los de la también premio Nobel birmana Aung San Suu Kyi, sino porque forma parte de otra categoría: la de los líderes vivos que en el presente son un obstáculo para el pillaje que llevan a cabo las grandes multinacionales occidentales. En este caso se trata del pillaje de los ingentes recursos de la RD del Congo. Muchos de quienes conocen su historia creen que el único responsable de su encarcelamiento es el criminal presidente ruandés Paul Kagame. Yo estoy convencido de que los responsables últimos son ciertos poderosos lobbies: en el mismo momento en que ella dijo «no» al alto cargo de la administración estadounidense que le propuso (según la confidencia que ella misma me hizo) que colaborase con ellos en la anexión por Ruanda del rico este de la RD del Congo, esos lobbies la condenaron a desaparecer.