Los que habéis visto la película Hotel Ruanda recordaréis la heroicidad de Paul Rusesabagina, asistente de dirección del «Hotel des Mille Collines» en Kigali, que consiguió salvar del genocidio ruandés de 1994 a mil trescientos tutsis y hutus. Pues bien, Rusesabagina, gran defensor de los derechos humanos galardonado internacionalmente, fue detenido por la policía ruandesa; de hecho, el 27 de agosto de 2020, fue trasladado por la fuerza de Dubai a Kigali en circunstancias inciertas y no reapareció hasta el 31 de agosto en la sede de la Oficina de Investigación de Ruanda. Al Sr. Rusesabagina se le ha negado poder elegir abogado; incluso, a los abogados internacionales que ha contratado para que lo defiendan, les siguen negando las autorizaciones necesarias para que lo puedan representar. Además, no se le han suministrado los medicamentos que la familia le ha enviado y se encuentra en una situación de salud crítica.
Paul Rusesabagina ha seguido los pasos de cientos de opositores al régimen dictatorial de Paul Kagame, como Victoire Ingabire, Yvonne Iryamugwiza Idamange o el cantante Kizito Mihigo (asesinado por el régimen ruandés), entre muchos otros.
Es curioso que, a pesar de los últimos acuerdos del Parlamento europeo que condenan los secuestros y la represión practicada a los opositores al régimen ruandés, la mayoría de estados occidentales sigue apoyando al dictador más sanguinario que ha existido desde la caída de Hitler. Y no sólo eso, muchos de los grandes medios de comunicación de masas siguen tratando a Kagame como el liberador de la etnia tutsi, víctima del genocidio hutu de 1994. Por este motivo, gracias a la compra de voluntades, Kagame se permite masacrar impunemente a todos los que se atreven a cuestionarlo.
Pero, el silencio y la complicidad de tantos gobernantes, de periodistas y de grandes ONG es mucho más grave cuando hay resoluciones judiciales que, tras exhaustivas investigaciones, han concluido que Kagame no es el héroe liberador que nos han vendido todos estos años, sino el provocador y el principal causante del conflicto que culminó con el genocidio de 1994. Concretamente, el magistrado Bruguière del Tribunal de Grande Instance de Francia, concluyó que el Frente Patriótico Ruandés fue el autor del atentado mortal contra el avión en el que viajaban los presidentes hutus de Ruanda y de Burundi, desencadenando así la furia de la etnia hutu.
Aún más contundente es el Auto Judicial del magistrado Fernando Andreu de la Audiencia Nacional Española, a instancias de la querella interpuesta por la Fundación S’Olivar de Estellencs. En el Auto, de 183 páginas, el magistrado describe cómo desde 1990 las fuerzas del FPR, desde Uganda, hostigaban a la población ruandesa de mayoría hutu, lo que provocó el terror y la fuga de cientos de miles de hutus hacia la capital, Kigali, hasta crear las condiciones que desataron la violencia y así poder justificar la intervención «humanitaria» del FPR. Y, aún peor, después provocó el asesinato de millones de personas refugiadas en el vecino Congo.
Por todo ello, el magistrado dictó una Orden de detención internacional contra cuarenta altos cargos de la Administración ruandesa a quienes acusó de crímenes contra la humanidad, de torturas, de terrorismo, de pillaje…
Así, Kagame, formado en las academias militares de Estados Unidos, y con el apoyo político de Clinton y de Blair, habría conseguido el poder para la etnia tutsi, muy minoritaria en el país y en toda la región de los Grandes Lagos de África. El motivo, el de siempre, el pillaje de los recursos naturales de Ruanda y, sobre todo, del Congo, donde en la región de Kivu, que hace frontera con Ruanda, se concentran una gran cantidad de recursos naturales, especialmente el famoso coltán.
Como casi siempre, la historia no es como la cuentan los vencedores.