Con el asesinato de Sayed Hassan Nasralá y de varios altos dirigentes de Hezbolá en Beirut –expresamente sin previo aviso al Pentágono– Netanyahu dio el pistoletazo de salida a una implícita ampliación israelí de la guerra a –utilizando el término de Israel– los «tentáculos del pulpo»: Hezbolá en Líbano, Ansarulá en Yemen, el gobierno sirio y las fuerzas iraquíes Hash’ad A-Shaabi.
Pues bien, tras el asesinato de Ismail Haniye y de parte de los cuadros dirigentes de Hezbolá (entre ellos un general iraní de alto rango), Irán – demonizado como «la cabeza del pulpo»– entró en el conflicto con una andanada de misiles que tuvieron como objetivo aeródromos, bases militares y el cuartel general del Mossad, pero que intencionadamente no causaron ninguna muerte.
Israel convirtió así a Estados Unidos (y a la mayor parte de Europa) en socios o cómplices de una guerra que ahora se ha convertido definitivamente en una guerra del neoimperialismo contra todos los países no occidentales. Los palestinos, iconos mundiales de la aspiración a la liberación nacional, iban a ser aniquilados de la Palestina histórica.
Además, el bombardeo de Beirut, y la respuesta de Irán, enfrenta ahora a Israel, respaldado y apoyado materialmente por Estados Unidos , contra Irán, respaldado y apoyado materialmente por Rusia. Israel, advierte el corresponsal militar de Yedioth Ahronoth, «debe volverse loco y golpear a Irán, porque golpear a Irán “pondrá fin a la guerra actual”».
Claramente, marca el fin de «jugar limpio» –de escalar gradualmente, un paso calculado tras otro– como si se jugara al ajedrez con un oponente que calcula de forma similar. Ambos amenazan ahora con dar un martillazo en el tablero. «Se acabó el ajedrez».
Parece que Moscú también comprende que no se puede jugar al «ajedrez» cuando el oponente no es un»»adulto», sino un sociópata temerario dispuesto a arrasar el tablero, a jugárselo todo a una efímera jugada de «gran victoria».
Visto desapasionadamente, o bien los israelíes están invitando a su propia desaparición al extenderse excesivamente en siete frentes. O su esperanza reside en invocar la amenaza de su desaparición como medio para atraer a Estados Unidos. Como en el caso de Zelenski en Ucrania, «no hay esperanza» a menos que Estados Unidos añada su poder de fuego de forma decisiva –así lo asumen tanto Netanyahu como Zelenski.
Así, en Asia Occidental, Estados Unidos está apoyando ahora, nada menos, que una guerra contra la humanidad per se, y contra el mundo. Está claro que esto no puede redundar en interés propio de Estados Unidos. ¿Se dan cuenta sus panjandrums de las posibles consecuencias que puede tener para él ponerse en contra del Mundo en un acto de flagrante inmoralidad? Netanyahu está apostando su casa –y ahora la de Occidente– al resultado de su «apuesta» en la ruleta.
¿Existe entre los Panjandrum la sensación de que Estados Unidos está apostando por el caballo equivocado? Aunque parece que hay algunos contrarios situados a un alto nivel en el ejército estadounidense que sí tienen reservas –como en cada «partida de guerra» que Estados Unidos pierde en Oriente Próximo–, sus voces son escasas. La clase política en general clama venganza contra Irán.
El dilema de por qué hay tan pocas voces contrarias en Washington ha sido abordado y explicado por el profesor Michael Hudson. Hudson explica que las cosas no son tan sencillas, que falta contexto. La respuesta del profesor Hudson se parafrasea a continuación a partir de dos largos comentarios (aquí y aquí):
«Todo lo que ha ocurrido hoy se planeó hace apenas 50 años, en 1974 y 1973. Trabajé en el Instituto Hudson durante unos cinco años, de 1972 a 1976. Asistí a reuniones con Uzi Arad, que se convirtió en el principal asesor militar de Netanyahu después de dirigir el Mossad. Allí trabajé muy estrechamente con Uzi… Quiero describir cómo fue tomando forma toda la estrategia que condujo a Estados Unidos hoy, que no quiere la paz, sino que quiere que Israel se apodere de todo Oriente Próximo.
En una ocasión, llevé a mi mentor, Terrence McCarthy, al Instituto Hudson, para hablar de la visión islámica del mundo, y cada dos frases, Uzi interrumpía: ‘No, no, tenemos que matarlos a todos’. Y otras personas, miembros del Instituto, también hablaban continuamente de matar árabes.»
La estrategia de utilizar a Israel como ariete regional para lograr los objetivos (imperiales) de Estados Unidos fue elaborada esencialmente en la década de 1960 por el senador Henry «Scoop» Jackson. Jackson era apodado «el senador de Boeing» por su apoyo al complejo militar-industrial. Y el complejo militar-industrial le apoyó para que se convirtiera en presidente del Comité Nacional Demócrata. También fue dos veces candidato sin éxito a la nominación demócrata para las elecciones presidenciales de 1972 y 1976.
También contó con el apoyo de Herman Kahn, que se convirtió en el estratega clave de la hegemonía estadounidense en el Instituto Hudson.
Al principio, Israel no desempeñaba realmente ningún papel en el plan estadounidense; Jackson (de ascendencia noruega) simplemente odiaba el comunismo, odiaba a los rusos y tenía mucho apoyo dentro del Partido Demócrata. Pero cuando se estaba armando toda esta estrategia, el gran logro de Herman Khan fue convencer a los constructores del Imperio estadounidense de que la clave para lograr su control en Oriente Medio era contar con Israel como su legión extranjera.
Y, según Hudson, ese acuerdo permitió a Estados Unidos desempeñar el papel de «policía bueno», mientras designaba a Israel para que desempeñara su papel de implacable apoderado. Y por eso el Departamento de Estado entregó la gestión de la diplomacia estadounidense a los sionistas: para separar y distinguir el comportamiento israelí de la pretendida probidad del imperialismo estadounidense.
Herman Khan describió al profesor Hudson la virtud de Jackson para los sionistas precisamente como que no era judío, defensor del complejo militar y firme opositor al sistema de control de armamentos que estaba en marcha. Jackson luchó contra el control de armamentos: «tenemos que tener guerra». Y procedió a atiborrar el Departamento de Estado y otras agencias estadounidenses de neoconservadores (Paul Wolfowitz, Richard Pearl, Douglas Fife, entre otros) que, desde el principio, planearon una guerra mundial permanente. La toma de control de la política gubernamental fue dirigida por los antiguos ayudantes de Jackson en el Senado.
El análisis de Herman era un análisis de sistemas: En primer lugar, hay que definir el objetivo general y luego trabajar hacia atrás: «Bueno, ya ven cuál es la política israelí hoy. En primer lugar, se aísla a los palestinos [en] aldeas estratégicas. En eso se ha convertido Gaza en los últimos 15 años».
«El objetivo ha sido siempre matarlos. O, en primer lugar, hacerles la vida tan desagradable que emigren. Ese es el camino fácil. ¿Por qué querría alguien quedarse en Gaza cuando lo que les está pasando es lo de hoy? Se irán. Pero si no se van, vas a tener que matarlos, idealmente bombardeándolos porque eso minimiza las bajas internas», señala Hudson.
«Y nadie parece haberse dado cuenta de que lo que está ocurriendo ahora en Gaza y Cisjordania se basa en la idea de las ‘aldeas estratégicas’ de la guerra de Vietnam: el hecho de que se podía dividir todo Vietnam en pequeñas partes, con guardias en todos los puntos de transición de una parte a otra. Todo lo que Israel está haciendo a los palestinos en Gaza y en otras partes de Israel se inició en Vietnam.»
Si se analizara a estos neoconservadores, relata Hudson:
«Tenían una religión virtual. Conocí a muchos en el Instituto Hudson; algunos de ellos, o sus padres, eran trotskistas. Y recogieron la idea de Trotski de la revolución permanente. Es decir, una revolución en desarrollo –mientras que Trotski dijo que comenzó en la Rusia soviética y iba a extenderse por todo el mundo. Los neoconservadores adaptaron esto y dijeron: ‘No, la Revolución permanente es el Imperio estadounidense –se va a expandir y expandir y nada puede detenernos– en todo el mundo.»
Los neoconservadores de Scoop Jackson fueron traídos –desde el principio– para hacer exactamente lo que están haciendo hoy. Para dar poder a Israel como representante de Estados Unidos, para conquistar los países productores de petróleo, y hacerlos formar parte del gran Israel.
«Y el objetivo de los Estados Unidos siempre fue el petróleo. Eso significaba que Estados Unidos tenía que asegurar el Cercano Oriente y había dos ejércitos apoderados para hacerlo. Y estos dos ejércitos lucharon juntos como aliados, hasta hoy. Por un lado, los yihadistas de Al Qaeda; por otro, sus jefes, los israelíes, mano a mano.
Lo que estamos viendo es, como he dicho, una farsa de que de alguna manera lo que Israel está haciendo es ‘todo culpa de Netanyahu, todo culpa de la derecha de allí’ –y sin embargo, desde el principio fueron promovidos, apoyados con enormes cantidades de dinero, todas las bombas que necesitaban, todo el armamento que necesitaban, toda la financiación que necesitaban… Todo eso se les dio precisamente para hacer exactamente lo que están haciendo hoy.
No, no puede haber una solución de dos Estados porque Netanyahu dijo: ‘Odiamos a los gazatíes, odiamos a los palestinos, odiamos a los árabes, no puede haber una solución de dos Estados y aquí está mi mapa’, ante las Naciones Unidas, ‘aquí está Israel: no hay nadie que no sea judío en Israel –somos un Estado judío–’, lo dice directamente.»
Hudson llega al fondo de la cuestión. Nos señala el punto de inflexión fundamental: La guerra de Vietnam había demostrado que cualquier intento de reclutamiento por parte de las democracias occidentales era inviable. Lyndon Johnson, en 1968, tuvo que renunciar a presentarse a las elecciones precisamente porque, allá donde iba, no paraban de producirse manifestaciones para detener la guerra.
El «fundamento» que subraya Hudson es que las democracias occidentales ya no pueden formar un ejército nacional mediante el servicio militar obligatorio. “Y lo que eso significa es que las tácticas actuales se limitan a bombardear, pero no a ocupar países. Por lo tanto, Israel –cuyas fuerzas son limitadas– puede lanzar bombas sobre Gaza y Hezbolá, y tratar de derribar cosas, pero ni el ejército israelí, ni ningún otro ejército, sería realmente capaz de invadir y tratar de apoderarse de un país, o incluso del sur del Líbano –de la forma en que los ejércitos lo hicieron en la Segunda Guerra Mundial– por lo que EE.UU. aprendió la lección. Recurrió a sus apoderados».
«Entonces, ¿qué le queda a Estados Unidos? Bueno, creo que sólo hay una forma de guerra no atómica que las democracias pueden permitirse, y es el terrorismo [es decir, buscar enormes muertes colaterales]. Y creo que deberías mirar a Ucrania e Israel como la alternativa terrorista a la guerra atómica», sugiere Hudson.
La cuestión de fondo, señala, es qué implica entonces que Israel siga insistiendo en implicar a EE.UU. en su guerra regional. Estados Unidos no va a enviar tropas. No puede hacerlo. Los cuadros dirigentes han probado el terrorismo y el resultado del terrorismo es alinear al resto del mundo contra Occidente, horrorizado por la matanza gratuita y por la ruptura de todas las reglas de la guerra.
Hudson concluye: «No veo que el Congreso sea razonable. Creo que el Departamento de Estado y la Agencia de Seguridad Nacional y los dirigentes del Partido Demócrata, con su base en el complejo militar-industrial, están absolutamente comprometidos».
Estos últimos podrían decir: «Bueno, ¿quién quiere vivir en un mundo que no podemos controlar? ¿Quién quiere vivir en un mundo donde otros países sean independientes, donde tengan su propia política? ¿Quién quiere vivir en un mundo en el que no podamos desviar sus excedentes económicos para nosotros? Si no podemos quedarnos con todo y dominar el mundo, ¿quién quiere vivir en un mundo así?».
Esa es la mentalidad con la que estamos tratando. «Jugar limpio» no cambiará ese paradigma. El fracaso sí.
Fuente: Strategic Culture Foundation
Foto: Benjamín Netanyahu recibe el Premio Herman Kahn 2016.
Richard D. Wolff y Michael Hudson: ¿Explosión en Oriente Próximo, hundimiento de Ucrania? ¿Actuación de Estados Unidos? (Dialogue Works, 03.10.2024)