Fueron los medios de comunicación, encabezados por The Guardian, los que mantuvieron a Assange entre rejas. Su villanía pronto será borrada porque ellos escriben el guión sobre lo que pasa en el mundo.

Es justo que todos nos tomemos un momento para celebrar la victoria de la liberación de Julian Assange tras 14 años de detención, en diversas formas, para reunirse, por fin, con su mujer y sus hijos, dos niños a los que se les ha negado la oportunidad de conocer adecuadamente a su padre.

Sus últimos cinco años los pasó en la prisión de alta seguridad de Belmarsh, mientras Estados Unidos trataba de extraditarlo para que se enfrentara a una condena de 175 años de cárcel por publicar detalles de sus crímenes de Estado en Irak, Afganistán y otros lugares.

Durante los siete años anteriores estuvo confinado en una pequeña habitación de la embajada de Ecuador en Londres, después de que Quito le concediera asilo político para eludir las garras de un imperio estadounidense infractor de la ley decidido a converirlo en un ejemplo.

Su secuestro por parte de la policía británica de la embajada en nombre de Washington en 2019, tras la llegada al poder en Ecuador de un gobierno más alineado con Estados Unidos, demostró lo claramente equivocados, o malintencionados, que habían estado quienes le acusaban de «eludir la justicia».

Todo lo que Assange había advertido que Estados Unidos quería hacerle se demostró correcto durante los cinco años siguientes, mientras languidecía en Belmarsh totalmente aislado del mundo exterior.

Nadie en nuestra clase política o mediática parecía darse cuenta, o podía permitirse el lujo de admitir, que los acontecimientos se estaban desarrollando exactamente como el fundador de Wikileaks había predicho durante tantos años que lo harían, y por lo que fue, en ese momento, tan rotundamente ridiculizado.

Esa misma clase política-mediática tampoco estaba preparada para tener en cuenta otros contextos vitales que demostraban que Estados Unidos no estaba tratando de hacer cumplir algún tipo de proceso legal, sino que el caso de extradición contra Assange tenía como único objetivo llevar a cabo una venganza y dar un ejemplo con el fundador de Wikileaks para disuadir a otros de seguirle y arrojar luz sobre los crímenes de Estado de Estados Unidos.

Eso incluía revelaciones de que, fiel a su estilo, la CIA, que fue expuesta como una agencia de inteligencia extranjera deshonesta en 250.000 cables de embajadas publicados por Wikileaks en 2010, había planeado varias veces asesinarlo o secuestrarlo en las calles de Londres.

Otras pruebas revelaron que la CIA había estado llevando a cabo amplias operaciones de espionaje en la embajada, grabando todos los movimientos de Assange, incluidas sus reuniones con sus médicos y abogados.

Sólo por este hecho, los tribunales británicos deberían haber desestimado el caso de Estados Unidos. Pero el poder judicial del Reino Unido miraba por encima del hombro, hacia Washington, mucho más de lo que acataba sus propios estatutos.

Los medios no vigilan

Los gobiernos occidentales, los políticos, el poder judicial y los medios de comunicación le fallaron a Assange. O mejor dicho, hicieron lo que en realidad están ahí para hacer: impedir que la chusma -es decir, usted y yo- sepa lo que realmente están haciendo.

Su trabajo es construir narrativas que sugieran que ellos saben más, que debemos confiar en ellos, que sus crímenes, como los que están apoyando ahora mismo en Gaza, en realidad no son lo que parecen, sino que son, de hecho, esfuerzos en circunstancias muy difíciles para mantener el orden moral, para proteger la civilización.

Por esta razón, hay una necesidad especial de identificar el papel crítico desempeñado por los medios de comunicación para mantener encerrado a Assange durante tanto tiempo.

La verdad es que, con unos medios de comunicación adecuadamente críticos desempeñando el papel que declaran para sí mismos, como vigilantes del poder, Assange nunca podría haber estado desaparecido durante tanto tiempo. Habría sido liberado hace años. Fueron los medios de comunicación los que lo mantuvieron entre rejas.

Los medios de comunicación del establishment actuaron como una herramienta voluntaria en la narrativa demonizadora que los gobiernos estadounidense y británico elaboraron cuidadosamente contra Assange.

Incluso ahora, cuando se ha reunido con su familia, la BBC y otros medios siguen difundiendo las mismas mentiras desacreditadas desde hace tiempo.

Entre ellas se incluye la afirmación repetida constantemente por los periodistas de que se enfrentó a «cargos de violación» en Suecia que supuestamente fueron retirados. Aquí está la BBC cometiendo este error una vez más en su información de esta semana.

De hecho, Assange nunca se enfrentó más que a una «investigación preliminar», que los fiscales suecos abandonaron en repetidas ocasiones por falta de pruebas. La investigación, ahora lo sabemos, se reavivó y se mantuvo durante tanto tiempo no por Suecia, sino principalmente porque la Fiscalía de la Corona del Reino Unido, entonces dirigida por Sir Keir Starmer (ahora líder del partido laborista), insistió en que se prolongara.

Starmer hizo repetidos viajes a Washington durante este período, cuando Estados Unidos estaba tratando de encontrar un pretexto para encerrar a Assange por delitos políticos, no sexuales. Pero como ocurrió tantas veces en el caso Assange, todas las actas de esas reuniones fueron destruidas por las autoridades británicas.

El otro engaño favorito de los medios de comunicación –que se sigue promoviendo– es la afirmación de que las publicaciones de Wikileaks ponen en peligro a informantes estadounidenses.

Eso es un completo disparate, como sabe cualquier periodista que haya dedicado un mínimo de tiempo a estudiar los antecedentes del caso.

Hace más de una década, el Pentágono estableció una revisión para identificar a los agentes estadounidenses muertos o perjudicados como consecuencia de las filtraciones. Lo hicieron precisamente para ayudar a ablandar la opinión pública contra Assange.

Y, sin embargo, un equipo de 120 oficiales de contrainteligencia no pudo encontrar ni un solo caso de ese tipo, como reconoció en 2013 ante un tribunal el jefe del equipo, el general de brigada Robert Carr.

A pesar de contar con una redacción repleta de cientos de corresponsales, incluidos los que dicen estar especializados en defensa, seguridad y desinformación, la BBC sigue sin acertar en este dato básico sobre el caso.

No es un accidente. Es lo que ocurre cuando los periodistas se dejan alimentar con información de aquellos a los que supuestamente vigilan. Es lo que ocurre cuando los periodistas y los servicios de inteligencia viven en una relación incestuosa permanente.

La difamación

Pero no son sólo estos fallos evidentes en la información los que mantuvieron a Assange confinado en su pequeña celda de Belmarsh. Fue que todos los medios de comunicación actuaron de forma concertada en su difamación, haciendo no sólo aceptable sino respetable odiarle.

Era imposible publicar en las redes sociales sobre el caso Assange sin que aparecieran docenas de interlocutores para decirte lo profundamente desagradable que era, lo narcisista que era, cómo había maltratado a su gato o manchado de heces las paredes de la embajada. Ninguna de estas personas, por supuesto, le había conocido nunca.

Tampoco se les ocurrió nunca que, aunque todo esto fuera cierto, no habría justificado que se despojara a Assange de sus derechos legales básicos, como ocurrió con toda claridad. Y aún más, no podría justificar la erosión del deber de interés público de los periodistas de denunciar los crímenes de Estado.

Lo que en última instancia estaba en juego en las prolongadas audiencias de extradición era la determinación del gobierno estadounidense de equiparar el periodismo de investigación sobre seguridad nacional con el «espionaje». El hecho de que Assange fuera un narcisista no tenía precisamente ninguna relación con ese asunto.

¿Por qué tanta gente estaba convencida de que los supuestos defectos de carácter de Assange eran de crucial importancia para el caso? Porque los medios del establishment –nuestros supuestos árbitros de la verdad– estaban de acuerdo en el asunto.

Las calumnias podrían no haber pegado tan bien si hubieran sido lanzadas sólo por los tabloides de derecha. Pero los periodistas supuestamente del otro lado del pasillo, sobre todo en The Guardian, insuflaron vida a esas afirmaciones con su repetición incesante.

Liberales e izquierdistas se vieron expuestos a un flujo constante de artículos y tuits menospreciando a Assange y su desesperada y solitaria lucha contra la única superpotencia mundial por el derecho a no ser encerrado el resto de su vida por hacer periodismo.

The Guardian –que se había beneficiado al aliarse inicialmente con Wikileaks para publicar sus revelaciones– le mostró precisamente cero solidaridad cuando el establishment estadounidense llamó a la puerta, decidido a destruir la plataforma Wikileaks, y a su fundador, por hacer posibles esas revelaciones.

Para que conste, y para que no olvidemos cómo se mantuvo confinado a Assange durante tanto tiempo, estos son algunos ejemplos de cómo The Guardian lo convirtió a él –y no al Estado de seguridad estadounidense que viola la ley– en el villano.

Marina Hyde en The Guardian en febrero de 2016 –cuatro años después de su cautiverio en la embajada– casualmente desestimó como «crédulas» las preocupaciones de un panel de las Naciones Unidas de expertos legales de renombre mundial de que Assange estaba siendo «detenido arbitrariamente» porque Washington se había negado a emitir garantías de que no pediría su extradición por delitos políticos.

Ese mismo día, Joshua Rozenberg, corresponsal de asuntos jurídicos de la BBC desde hace muchos años, obtuvo espacio en The Guardian para equivocarse tanto al afirmar que Assange simplemente estaba «escondido» en la embajada, sin amenaza de extradición (Nota: Aunque su comprensión analítica del caso ha demostrado ser débil, la BBC le permitió opinar de nuevo esta semana sobre el caso Assange).

Dos años más tarde, The Guardian seguía propagando la misma línea de que, a pesar de que el Reino Unido gastó muchos millones en rodear la embajada con agentes de policía para evitar que Assange «huyera de la justicia», fue sólo el «orgullo» lo que lo mantuvo detenido en la embajada.

O qué tal esta de Hadley Freeman, publicada por The Guardian en 2019, justo cuando Assange iba a desaparecer para los próximos cinco años en lo más parecido que Gran Bretaña tiene a un gulag, sobre la «intensa felicidad» que ella presumía que debía estar sintiendo el personal de limpieza de la embajada.

Cualquiera que no entendiera la hostilidad personal de tantos escritores de The Guardian hacia Assange necesita examinar sus tuits, donde se sentían más libres para quitarse los guantes. Hyde lo describió como «posiblemente incluso el mayor cabrón de Knightsbridge», mientras que Suzanne Moore dijo que era «la mierda más grande».

La constante degradación de Assange y la burla de su difícil situación no se limitaron a las páginas de opinión de The Guardian. El periódico incluso colaboró en un informe falso –supuestamente proporcionado por los servicios de inteligencia, pero fácilmente refutable– diseñado para provocar el antagonismo de los lectores del periódico difamándolo como títere de Donald Trump y los rusos.

Este notorio engaño informativo –que afirma falsamente que en 2018 Assange se reunió en repetidas ocasiones con un asesor de Trump y «rusos anónimos», sin ser grabado por ninguna de las docenas de cámaras de circuito cerrado de televisión que vigilan cada aproximación a la embajada– todavía está en el sitio web de The Guardian.

Esta campaña de demonización allanó el camino para que Assange fuera arrastrado por la policía británica fuera de la embajada a principios de 2019.

También, y de forma útil, mantuvo a The Guardian fuera de los focos. Porque fueron errores cometidos por el periódico, no por Assange, los que llevaron al supuesto «crimen» en el corazón del caso de extradición de EE.UU. –que Wikileaks había publicado apresuradamente un alijo de archivos sin editar– como he explicado en detalle antes.

Demasiado poco y demasiado tarde

Los medios de comunicación del establishment que colaboraron con Assange hace 14 años en la publicación de las revelaciones de los crímenes de Estado de EE.UU. y el Reino Unido sólo comenzaron a cambiar tímidamente su tono a finales de 2022, más de una década demasiado tarde.

Fue entonces cuando cinco de sus antiguos socios en los medios de comunicación enviaron una carta conjunta al gobierno de Biden en la que le pedían que «pusiera fin a su persecución de Julian Assange por publicar secretos».

Pero incluso cuando fue liberado esta semana, la BBC continuó con el goteo de difamación. Un titular apropiado de la BBC, si no fuera simplemente un taquígrafo del gobierno británico, podría decir: «Tony Blair: ¿Multimillonario o criminal de guerra?».

Porque mientras los medios del establishment se han afanado en fijar nuestra mirada en los supuestos defectos de carácter de Assange, han mantenido nuestra atención alejada de los verdaderos villanos, aquellos que cometieron los crímenes que él sacó a la luz: Blair, George W Bush, Dick Cheney y muchos más.

Tenemos que reconocer un patrón aquí. Cuando los hechos no se pueden rebatir, la clase dirigente tiene que disparar al mensajero.

En este caso, fue Assange. Pero la misma maquinaria mediática se desplegó contra el ex líder laborista Jeremy Corbyn, otra espina en el costado del establishment. Y como en el caso de Assange, The Guardian y la BBC fueron los dos medios más útiles para hacer que las calumnias calaran.

Lamentablemente, para conseguir su libertad, Assange se vio obligado a llegar a un acuerdo declarándose culpable de uno de los cargos que se le imputaban en virtud de la Ley de Espionaje.

El mismo periódico que ridiculizó tan fácilmente los años de detención de Assange para evitar ser encerrado en una cárcel de máxima seguridad de Estados Unidos, publicó un artículo esta semana, cuando Assange fue puesto en libertad, destacando el «peligroso precedente» para el periodismo establecido por su acuerdo de culpabilidad.

El trato de Washington a Assange siempre estuvo diseñado para enviar un mensaje escalofriante a los periodistas de investigación de que, si bien está bien exponer los crímenes de los Enemigos Oficiales, los mismos estándares nunca deben aplicarse al propio imperio estadounidense.

¿Cómo es posible que The Guardian esté aprendiendo eso sólo ahora, después de no haber comprendido esa lección antes, cuando importaba, durante los largos años de persecución política de Assange?

La verdad aún más triste es que el papel de villano de los medios de comunicación en mantener encerrado a Assange pronto será borrado del registro. Eso es porque los medios de comunicación son los que escriben el guión que nos contamos a nosotros mismos sobre lo que está pasando en el mundo.

Rápidamente se pintarán a sí mismos como santos, no pecadores, en este episodio. Y, sin más Assanges que nos abran los ojos, lo más probable es que les creamos.

Fuente: Declassified UK

Foto: El fundador de WikiLeaks, Julian Assange, saluda a sus partidarios tras llegar al aeropuerto de Canberra, el miércoles 26 de junio de 2024. (AAP / Alamy)

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