Primero fue el PASOK, el partido socialista de Grecia, que desapareció del mapa electoral; después ha venido la derrota de los demócratas en EEUU –si es que se pueden considerar izquierda– de las manos de un personaje estrafalario; hace unas semanas el Partido Socialista Francés no superó la primera vuelta de las elecciones presidenciales. En Alemania los socialdemócratas no inquietan a la Merkel. En España, el PSOE, tras el golpe de estado a Pedro Sánchez, estaba tocado de muerte –ahora veremos como Sánchez gestiona su victoria. En el resto de Europa, con contadas excepciones, gobiernan las fuerzas conservadoras y las opciones de extrema derecha suben de manera preocupante. Y la pregunta es: ¿qué le pasa a la izquierda?

La pregunta es doblemente pertinente cuando el neoliberalismo defendido por la derecha ha causado estragos entre las clases medias y trabajadoras. ¿Por qué, pues, cuando el capitalismo ha mostrado su peor cara, la izquierda tiene los peores resultados de la historia?

El día 7 de mayo se publicaron dos artículos: «Los demócratas no van a recuperar a sus votantes con su ideología de Davos» de Thomas Frank, publicado en eldiario.es; y «¿Por qué mi padre vota a Le Pen?» de Edouard Louis, publicado en el Ara. Ambos articulistas coinciden en el análisis. Dice Louis: «Mi padre se había sentido abandonado por la izquierda desde los 80, cuando empezaron a adoptar el lenguaje y las ideas del mercado libre». Dice Frank: «Lo que necesita el Partido Demócrata es un cambio, entender que la ideología de Davos, que adoptaron durante años, ha provocado un daño real y concreto a millones de personas de su antigua base…, y se empeñan a culpar de la derrota al FBI o a la injerencia rusa, y no quieren reconocer los años de traición a la clase trabajadora».

En la misma línea, Noam Chomsky, en una reciente entrevista afirma: «el Partido Demócrata se rindió con la clase trabajadora hace 40 años. La clase trabajadora no es su distrito electoral. Nadie los representa en EEUU». Y respecto al Laborismo británico añade: «el problema del Partido Laborista es que no representa a la clase trabajadora».

Observamos, en todos estos analistas, una coincidencia en el diagnóstico del porqué de la crisis de la izquierda. Pero, esto no acaba de explicar el salto electoral que muchos trabajadores han hecho desde la izquierda a la extrema derecha. Quizás sea porque los medios de comunicación sólo destacan su discurso racista y xenófobo, o «nacionalista». Pero la retórica que ha catapultado a Trump a la presidencia de los EEUU o a Le Pen a disputar la presidencia de Francia en segunda vuelta, va mucho más allá. Tanto uno como el otro, además de señalar a la inmigración como la culpable de la pérdida de los puestos de trabajo, han denunciado con mucha contundencia la connivencia de las élites económicas y políticas y la corrupción como las culpables de la pérdida de las condiciones de vida de las clases medias y trabajadoras. Aún más, ambos han coincidido en el acercamiento a Rusia a fin de promover la distensión y la paz. Por lo tanto, por mucho que alguien se escandalice, Trump y Le Pen han ocupado el espacio que ha dejado vacío la izquierda oficial. Es verdad que cien días han bastado para desenmascarar a Trump, que ya ha rebajado los impuestos a los ricos, ha lanzado misiles sobre Siria y vendido armas a Arabia. Pero ya había ganado las elecciones por incomparecencia de la izquierda.

En definitiva, entre las puertas giratorias y la guía de medios de comunicación falsamente progresistas, la izquierda oficial ha cavado su tumba. Es cuando Macron se convierte en un mal menor.