Barra libre para el terrorismo y los crímenes masivos 

¡Por fin libres! ¡Ayer murió el tirano! ¡El pueblo de Libia, y todo el mundo por extensión (en especial las gentes de izquierda, los luchadores por los derechos humanos y por la democracia), debemos todo nuestro agradecimiento a los liberadores de la OTAN! Aunque el CNT ya se ha cuidado de aclarar que el “mérito”, en la cacería y la ejecución del tirano, es del pueblo libio. ¡Manifestaciones de júbilo entre los rebeldes! Pero una nube se cruza por mi mente: las imágenes del júbilo de otras gentes el 11-S del 2001. ¡Se parecen tanto a las de hoy! Enseguida me digo a mí mismo: ¡ahora es diferente, ahora se trata de una “causa justa”, de un legítimo júbilo! Sin embargo no consigo reponerme del asco y repugnancia que me producen las imágenes del linchamiento de Muamar Gadafi, las de tanto júbilo espontáneo y las de nuestros democráticos líderes occidentales haciendo sus ecuánimes declaraciones. Al igual que me conmovieron hace diez años los pequeños cuerpos de quienes se lanzaban al vacío desde los pisos altos de las Torres Gemelas y al igual que me provocaron un profundo rechazo las manifestaciones de júbilo de las horas siguientes.

Manifestarse en París a mediados del pasado septiembre junto a más de un millar de ruandeses y congoleños, así como junto a algunos compañeros de la plataforma Basta de Impunidad en Ruanda, contra la recepción que Nicolas Sarkozy ofreció al presidente ruandés Paul Kagame; manifestarse contra la recepción que el Gran Líder Sarkozy (que ha liberado a Libia del Gran Guía Muamar Gadafi) ofreció al gobernante más sanguinario en activo en nuestro mundo y sobre el que existen las imputaciones judiciales más firmes; manifestarse contra unos grandes crímenes que parece interesar a muy pocos pero que son incomparablemente más masivos que los que se le atribuyen a Muamar Gadafi… da una perspectiva del conflicto libio bastante diferente a otras.

Barack Obama afirmó que la “liberación” de Libia era el modelo a seguir. Algunos analistas como Santiago Alba la siguen considerando como una auténtica “revolución popular” y “una causa justa”, a pesar del decisivo y criminal papel jugado por las potencias que lideran la OTAN (un papel jugado antes incluso de los ataques, aunque a algunos parece costarles mucho el reconocerlo). Otros ponen el acento en la otra cara de tal “liberación”: la consideran un grave precedente de violación de los más elementales principios del derecho internacional y de utilización indigna de la ONU. Sin embargo creo que es un precedente aun más grave que todo eso: lo que ha hecho Occidente en Libia abre barra libre a cualquier tipo de terrorismo y de crímenes masivos.

Tras haber podido atravesar la falsaria versión oficial del genocidio ruandés (un genocidio, según ella, planificado y realizado por motivaciones étnicas, imprescindibles para la calificación como genocidio), llegué a una conclusión semejante a la que llegó hace cuarenta años Daniel Ellsberg, el analista de la CIA y de la Corporación Rand enviado a Vietnam por el secretario de Defensa Robert McNamara: nosotros, el Occidente liderado por poderosos lobbies fundamentalmente anglosajones, somos los malos. Se trata de algo mucho más grave que el haber apoyado a los malos.

Las claves más reveladoras para entender lo que ha pasado y sigue pasando en Ruanda y el Congo no son las internas sino las internacionales. Y me temo que eso vale también para Libia. Es evidente que el sufrimiento del pueblo libio no puede dejarnos indiferentes y que a las poblaciones víctimas como las de Bengasi no les bastaban los análisis antiimperialistas de salón. Pero a la vez es triste que, en sus análisis de este conflicto, ciertas personas de izquierda no tengan en cuenta, o incluso nieguen, el criminal proyecto hegemónico anglosajón que avanza a sangre y fuego, proyecto que sus mismos inspiradores y promotores ni tan solo se cuidan demasiado en disimular.

He leído y releído el tan debatido artículo de Santiago Alba1 así como la posterior entrevista que le realizó Salvador López2 y, francamente, semanas después sigo sin entender como se pueden hacer algunas de las afirmaciones que aparecen en ambos textos. Y sobre todo, sigo sin entender cómo se puede pasar tan de puntillas por algunos otros hechos absolutamente clamorosos. Sigo sin entender que, por ejemplo, haya evitado cualquier referencia a las grandes manifestaciones populares en Trípoli contra la agresión de la OTAN y sus “rebeldes”.

Una de las cosas que me parece más paradójica es la seguridad con la que Santiago Alba se refiere a “lo que demanda el pueblo libio” (la caída del tirano). Es sorprendente que quien tanto insiste en el monismo de los demás (como por ejemplo, según él, el monismo de la Secretaría de política internacional del PCE), no sea capaz de referirse en ningún momento a la otra cara de la moneda, a la cara a la que se han referido tantos testigos directos, presentes en Trípoli durante los bombardeos: el desconcierto y estupor de la muchos de sus habitantes, que no entendían porqué la “comunidad internacional” los bombardeaba y que no estaban ni mucho menos suspirando por la caída del tirano.

Aquellas grandes manifestaciones, como la del 1 de julio3, testificadas por tantos observadores verdaderamente independientes y de la que existen imágenes, ¿no merecían ser consideradas también una expresión del sentir y de “las demandas” del pueblo libio? Santiago Alba parece dar por supuesto que, ya que Muamar Gadafi era un tirano, “el” pueblo libio, incluida la población de la capital, deseaba su eliminación. Es extraño que no tenga en cuenta el dato histórico tan reiterado de que los dictadores pueden llegar a tener un gran apoyo popular. Un español de una cierta edad debería ser bastante consciente de ello.

Si evitando el dichoso monismo, que tanto critica Santiago Alba, se reconoce honestamente el dato de que los dictadores también tiene sus partidarios, se nos plantea enseguida el primer dilema, que no parece ser tenido demasiado en cuenta en sus análisis: ¿seguro que nos encontramos ante una realidad tan unívoca que nos obliga a recaer en la sempiterna lucha entre el Bien (los rebeldes) y el Mal (el gadafismo) o nos encontramos más bien, una vez más, empantanados en la maniquea mirada sobre la realidad, mirada que ha hecho correr torrentes de sangre a lo largo de la historia? Y el segundo dilema viene a continuación: aun dando por bueno que los rebeldes son los buenos y que, por el contrario, los muchos cientos de miles de tripolitanos que se manifestaron el 1 de julio forman parte del colectivo de los malos ¿todo vale para “vencerlos”, incluido el masacrarlos?, ¿cualquier alianza es buena?, ¿seguro que no había vías menos sangrientas para acabar con la dictadura?, ¿seguro que fue Gadafi el que las boicoteó?, ¿seguro que el llamado “mal menor” (Trípoli bombardeada y Sirte arrasada) no es una situación tan injusta o más que la anterior?

Las formulaciones de Santiago Alba están llenas de sutilezas y matices. Pero insiste tanto en la situación de peligro a la que estaba expuesta la población de Bengasi, en los crímenes de la dictadura, en la incuestionable voluntad de liberación de “el pueblo libio”… a la vez que elude (o al menos no destaca suficientemente) el hecho innegable del apoyo de importantes sectores de la sociedad libia al dictador, o a la vez que minimiza los crímenes de “los rebeldes” (según nos dice, estos “siguen siendo abusos muy pequeños por contraste con los crímenes de Gadafi”, ¿qué dirá ahora frente una Sirte en escombros y llena de cadáveres?) así como minimiza también los crímenes de la OTAN (que, según dice, “ha bombardeado muy poco Libia”), que no consigo librarme de la sensación de que sus análisis distorsionan notablemente la realidad del conflicto libio, y más aún la realidad de las grandes estrategias internacionales.

No hay tampoco, por supuesto, la menor alusión al asesinato de un hijo y tres nietos del dictador, cuando se intentaba asesinarlo a él mismo. En este contexto tan escorado ¿las abstractas formulaciones teóricas en las que se dice no a los bombardeos de la OTAN tienen el énfasis que se merecen? Permitiendo la intervención de la OTAN para derrocar a Muamar Gadafi con la excusa de la exclusión aérea ¿no se la autorizó, de hecho, a actuar libremente en territorio libio, a pesar de que conocemos suficientemente como funcionan estas cosas, ocasionando siempre, y en Libia también, decenas de miles de víctimas? No había que ser especialmente intuitivos para preveer carnicerías como las de Sirte, para preveer lo que ocurre cuando se desestabiliza tan bestialmente un país.

Pero, está bien, aceptemos que los crímenes del tirano y sus secuaces eran de una extrema gravedad, mucho mayor que los crímenes de los rebeldes. Aceptemos que, por ello, los miles de ataques aéreos de la OTAN sobre Trípoli, o el sacrificio de decenas de miles de partidarios de Gadafi, o la utilización de cualquier tipo de alianzas (incluso la alianza con la OTAN), o el asesinato selectivo de familiares del dictador no son, en el conjunto de esta tragedia, los elementos realmente relevantes. Sin embargo, en tal caso, la cuestión que me importa es esta: ¿por qué deberían ser por el contrario tan relevantes las miles de víctimas que provocaron los terroristas del 11-S al atacar los centros neurálgicos financieros del Imperio, un Imperio que tantos crímenes masivos viene cometiendo en las últimas décadas? ¿O porqué deberían ser relevantes los hipotéticos atentados, que espero no lleguen nunca, en los que se asesine a las familias de Barack Obama, de Toni Blair, de Nicolas Sarkozy o de tantos otros líderes occidentales responsables de crímenes aun mayores que los de Muamar Gadafi? Solo veo dos diferencias entre los crímenes de éstos y los de Muamar Gadafi: los de los primeros son mucho más graves pero se cuidan de cometerlos en el interior de sus propios países.

Aunque seguro que aquellos terribles crímenes que ensangrentaron Wall Street o los que hipotéticamente podrían sufrir las familias de “aquellos que cuentan” nunca gozarán del mismo grado de comprensión y tolerancia por parte de tanta gente bienpensante de nuestras sociedades occidentales ni de tantos ecuánimes analistas. Más aun, los que nos atrevemos a hacer semejantes comparaciones, los que denunciamos que “nosotros somos los malos”, pasamos automáticamente a engrosar las filas de los “radicales antisistema”. Puede que incluso tengamos algún día serios problemas.

De hecho yo ya los he tenido por denunciar que fueron Estados Unidos, el Reino Unido y Bélgica los que dieron la luz verde para el exterminio de cientos de miles de refugiados hutus en el Zaire a partir de octubre de 1996 (¡estos si que fueron crímenes “como Dios manda”!) y por haber promovido en la Audiencia Nacional la querella que provocó una Orden de arresto contra cuarenta máximos cargos del actual Gobierno ruandés de Paul Kagame (cuyos crímenes multiplican en muchos centenares de veces los de Muamar Gadafi, pero goza de la más inmoral de las protecciones por parte de Occidente): un grupo de expertos de la ONU sobre el Congo decidió acusar a la Fundación que presido de ser la principal financiadora de “los genocidas hutus”, de los que se afirma que siguen amenazando la seguridad de Ruanda desde el Congo (antiguo Zaire).

Las recientes revelaciones sobre, por ejemplo, las torturas en las prisiones libias (que al parecer confirman tan fehacientemente la calaña del tirano), nos hablan de acciones conjuntas entre los Servicios Secretos de Occidente, los del Reino Unido en concreto, y el Régimen libio. ¿Qué hacemos pues con Londres? ¿Lo bombardeamos también al igual que a Trípoli? Del mismo modo que cientos de miles de oponentes libios no toleraban más una dictadura criminal, somos millones los que estamos ya hartos de los más terribles y masivos crímenes cometidos por nuestros democráticos gobiernos occidentales contra pueblos de los que nos consideramos hermanos. ¿Abrimos pues barra libre para el terrorismo y crímenes masivos contra Occidente? ¿Nos aliamos con terroristas al igual que los “rebeldes” libios se han aliado con los criminales de la OTAN que han llevado el terror a Trípoli y Sirte? Si se pueden bombardear libremente multitud de objetivos en una ciudad como Trípoli ¿porqué no atacar igualmente otros objetivos en New York, Londres, París o Madrid?

Santiago Alba inicia su artículo así: “La última semana de agosto, tras la entrada de los rebeldes en Trípoli, el mundo árabe estalló en un grito de alivio y júbilo”. ¿“El” mundo árabe al que se refiere es todo el mundo árabe o se trata de nuevo de una generalización tan sesgada como aquella otra en la que se refería a “el pueblo libio”? ¿Nos tendremos que dedicar a analizar si las masivas e internacionales manifestaciones de júbilo tras el 11-S fueron mayores, y por tanto con más capacidad de conferir legitimidad moral, que las habidas en el mundo árabe en esa “última semana de agosto”? A pesar de que desde hace casi cuarenta años me considero miembro del movimiento de la No violencia, siempre he defendido el derecho de los pueblos a su legítima defensa. Sin embargo, me parece penoso el no querer ver en este conflicto la centralidad de algo que no tiene nada que ver con la legítima defensa sino con un criminal proyecto de hegemonía global económica, política y militar.

Hay otras afirmaciones suyas igualmente llamativas, por no calificarlas más duramente. Pero no creo que haya necesidad de tratarlas a fondo puesto que o ya han sido replicadas en otros artículos o los hechos irán dejando en evidencia su falsedad. Algunas de ellas son, en particular, especialmente sorprendentes: “tampoco las potencias occidentales habían previsto ni deseado lo ocurrido”, ya que “sus intereses” estaban “asegurados bajo Gadafi”; los Estados Unidos han sido “muy renuentes” a intervenir frente a este “seísmo inesperado” y cuando la OTAN se ha decidido a actuar lo ha hecho con “gran improvisación”.

¿Dónde encajamos entonces, en este análisis (tan benevolente hacia unas potencias occidentales tan desprevenidas y renuentes), las reiteradas declaraciones de Henry Kissinger, del general Clark y de tantos otros sobre el proyecto (existente al menos desde 2007, según los cables de WikiLeaks) de derrocar el Régimen de Gadafi? ¿O donde encajamos el profundo descontento estadounidense e incluso la alarma e indignación (reflejados también en los cables de WikiLeaks) frente a las condiciones comerciales cada vez más nacionalistas que, en la renegociación de contratos, Gadafi estaba imponiendo a Occidente; frente a las concesiones cada vez más numerosas de Gadafi a petroleras competidoras de las occidentales; frente a los contratos de todo tipo cada vez más importantes entre Gadafi y China o Rusia?

El oportunismo imperial no es incompatible con las estrategias largamente planificadas, sino todo lo contrario: es un magnífico aliado de ellas. Un buen analista debería saber diferenciar entre los proyectos imperiales a largo plazo y el oportunismo en cuanto al momento en el que se debe intervenir y en cuanto a los métodos que deben ser utilizados en ese momento concreto. Pero sobre todo, un buen analista debería evitar el monismo. Y para ello no debería eludir o minimizar los datos que no encajan en la propia versión de la realidad, como el dato de las grandes manifestaciones en Trípoli. Ni debería silenciar ninguna fuente de información, especialmente una que tiene la ventaja de reflejar lo que realmente hablan y escriben los representantes del Imperio cuando creen que no hay ningún micrófono u otro tipo del control registrando lo que realmente piensan: WikiLeaks.

En definitiva, algunos vemos en todo esto no solo un doloroso proceso interno de emancipación de una dictadura sino también un grave precedente de agresión internacional que legitima el libre recurso al terror y a crímenes masivos. Somos además conscientes del terrorífico mensaje que las imágenes de linchamiento de Muamar Gadafi son para cualquier dirigente que tenga la menor duda sobre si someterse o no a los designios del Imperio. Pero lo que a Santiago Alba parece importarle es que “El sofocamiento a sangre y fuego de la revuelta libia hubiera puesto en peligro los logros revolucionarios de Túnez y Egipto, alentado una represión aún mayor en Yemen y Siria y congelado todas las protestas que retoñan de nuevo en Marruecos, Jordania y Bahrein”.

Pero donde riza ya el rizo hasta caer a mi entender en un puro ejercicio de sofista es cuando afirma: “Paradójicamente, los que apoyan a Gadafi apoyan sin darse cuenta la ofensiva contrarrevolucionaria de la OTAN en el norte de África”. Así que no solo hay que someter a cientos de miles o millones de partidarios de Muamar Gadafi y asesinar a decenas de miles de ellos en Trípoli y Sirte en aras de lo que pueda pasar en Túnez, Egipto, Yemen, Siria, Marruecos, Jordania y Bahrein, sino que incluso las víctimas de Sirte (la ciudad natal de Muamar Gadafi, en la que contaba con un gran apoyo), increíblemente arrasada, apoyaban en realidad a quienes han asesinado a sus familias, destruido sus vidas y arrasado su ciudad. Se ve que los silogismos mentales no tienen por qué tener ninguna relación con la realidad.

Por desgracia, todo esto no acaba en Libia. La siguiente ficha del dominó en el Oriente Medio es Siria (sin referirnos a “el Gran Oriente Medio” y a Pakistán en concreto), como ya anunciaron el general Clark y tantos otros. Pero de nuevo Santiago Alba tan solo se refiere a “el carácter espontáneo y legítimo de las revueltas libia y siria” y solo le importa denunciar a los “dos tiranos que disparan sobre sus pueblos”. No debe haber leído a verdaderos expertos que documentan la otra cara de la realidad: las importantes campañas y fondos estadounidenses dedicados a desestabilizar Siria (que de nuevo nos revelan los cables de Wikileaks). Ni quizá haya visto las también masivas manifestaciones en Damasco contra cualquier agresión internacional. O quizá tenga unas extraordinarias, fiables y directas fuentes de información, como la televisión, que le permiten descartar de un plumazo, y con tanta seguridad, los otros informes que hablan no solo de manifestantes tiroteados por el régimen sino también de auténticos provocadores armados y de centenares de víctimas entre los miembros de las fuerzas de seguridad sirias.

Juan Carrero Saralegui

Presidente de Fundació S’Olivar

21 de octubre de 2011

1 http://www.rebelion.org/noticia.php?id=135938

2 http://www.rebelion.org/noticia.php?id=136083

3 http://www.voltairenet.org/1er-juillet-2011-manifestation