Hace unos días, Wikileaks hizo una nueva entrega de documentos secretos: 8.761 documentos confidenciales de la CIA (Central de Inteligencia de Estados Unidos). Según estos documentos, la CIA nos podría espiar a través de los teléfonos móviles, de las televisiones conectadas a internet o, incluso, mediante nuestros coches. La noticia tuvo una amplia difusión en la mayoría de los medios de comunicación… durante un día. Después, silencio. Ni artículos valorativos de los expertos, ni indignación ciudadana, nada, ninguna consecuencia. Hemos llegado a tal punto de anestesia colectiva que un atentado tan flagrante a nuestra intimidad, a nuestros más elementales derechos democráticos, es tolerado por la sociedad.
Quizá piense, la gente en general, que si la CIA nos espía es por nuestra seguridad, para defendernos de los terroristas o de los rusos, o para defender a la democracia en todo el mundo.
Pero, los que ya tenemos una cierta edad no podemos dejar de recordar uno de los traumas políticos de nuestra juventud. El golpe de estado en Chile contra Salvador Allende, la brutal represión de Pinochet y el asesinato de miles de personas, como el cantante Victor Jara. Con el tiempo, se confirmó lo que en un principio sólo era un rumor: la participación directa de la CIA en la organización y la financiación del levantamiento fascista. Años después cayeron, uno a uno, todos los gobiernos progresistas de Centro y Sudamérica: Panamá, Uruguay, Argentina… con la misma inspiración y apoyo organizativo y logístico de la Central de Inteligencia Norteamericana, el mismo baño de sangre y la persecución de los militantes progresistas. ¿Y de Vietnam, ya nadie se acuerda? O del golpe de estado en Irán, inicio de muchos desastres…
Batallitas de abuelito, pensarán los jóvenes, condescendientes. Pero, ¿y la guerra de Irak, aquella guerra ilegal propiciada por Bush, Blair y el comparsa de Aznar, instigada por un informe falso de la CIA que aseguraba que Irak disponía de armas de destrucción masiva? El tiempo demostró que el informe sólo era una excusa para justificar los bombardeos de la OTAN. ¿Y qué ha quedado? Un Estado fallido, que exporta refugiados y, aún peor, mercenarios terroristas que son el instrumento para desestabilizar Oriente Medio.
Las hazañas de la CIA por África todavía superan todas estas fechorías. Pero, ya lo sabemos, es África y no interesa. Aunque hablemos de más de seis millones de muertos en Ruanda y el Congo, gracias al apoyo de la CIA al dictador Kagame, el cual, en el colmo del cinismo ha sido presentado al mundo como el pacificador de la Región de los Grandes Lagos. Cuando todos los gobernantes africanos que han intentado ser independientes de las multinacionales occidentales han sido brutament asesinados y sustituidos por dictadores dóciles a los intereses occidentales.
La CIA también se atribuye el nacimiento de los talibanes, con el objetivo de expulsar a los rusos de Afganistán. Después de aquel «éxito», ha seguido el apoyo al yihadismo islámico, disfrazado de primaveras árabes. Libia ha pasado de ser el país con más renta per cápita de África a ser un Estado fallido. Los mercenarios islamistas también han sido utilizados en Siria, y ya sabemos con qué resultado.
Desde los años setenta, la mecánica siempre es la misma para lograr cumplir la agenda exterior de Estados Unidos: campaña internacional contra el gobierno que se quiere derribar, creación de una oposición «democrática» que es reprimida por un gobierno «totalitario», algunas ONG que reclaman una intervención «humanitaria» y, finalmente, acción armada, más o menos encubierta. Lo que viene a continuación es la explotación de los recursos naturales de ese país.
Esta es la historia, y yo, para recordarla, seré tachado de «conspiranoico». Es el guión.