Tras el colapso de la URSS, muchos ucranianos, incluidos miembros de la Rada, tenían una nueva agenda, escribe Edward Lozansky. Pero a Washington no le interesaba.

La guerra en Ucrania se ha convertido en una crisis de la civilización occidental.

Gerard Baker, redactor jefe del Wall Street Journal, escribe que Occidente está «perdiendo nuestra alma, nuestro sentido de propósito como sociedad, nuestra identidad como civilización. En Occidente estamos en las garras de una ideología que repudia nuestro genio, denuncia nuestro éxito, desdeña el mérito, eleva el victimismo, abraza el autodesprecio social, y lo impone todo en una red de normas excluyentes y autoritarias, grandes y pequeñas».

No obstante, Baker nos recuerda que «el capitalismo liberal ha hecho más por la prosperidad, la salud y la libertad humanas que cualquier otro sistema económico o político», pero olvida mencionar a qué precio.

En lo que se refiere a la prosperidad, no sólo se logró gracias al trabajo duro o a las innovaciones tecnológicas, sino también, en un grado desgraciadamente elevado, al colonialismo, mediante el cual diversas naciones europeas exploraron, conquistaron, colonizaron y explotaron grandes zonas del mundo, a menudo en detrimento de los pueblos que ya vivían en esas tierras colonizadas.

¿Recordaremos que la mayor parte del saqueo nunca fue compensado ni devuelto?

En lo que respecta a la libertad, ¿olvidaremos también el exterminio más mortífero de los pueblos indígenas de América, Australia, África y Asia? ¿Y la esclavitud? Según el Wilson Center, la gran contradicción de la sociedad estadounidense fue su nacimiento como bastión autoproclamado de la libertad humana, incluso mientras creaba teorías sobre la raza para justificar la esclavitud.

El «espíritu del Elba«

Más cerca de nuestros días, al final de la Segunda Guerra Mundial, existía un espíritu de camaradería, cuando no de hermandad, entre estadounidenses y rusos, a veces llamado el «Espíritu del Elba», simbolizado por el encuentro de soldados estadounidenses y soviéticos en el río Elba, en la ciudad alemana de Torgau, el 25 de abril de 1945, en vísperas de su victoria conjunta sobre la Alemania nazi.

Desgraciadamente, este espíritu fue traicionado casi de inmediato cuando miles de nazis y sus colaboradores fueron invitados a establecerse en Estados Unidos, Canadá y otros países occidentales, a menudo con la ayuda directa de funcionarios de los servicios de inteligencia estadounidenses que los veían como potenciales espías e informantes en la Guerra Fría contra la Unión Soviética.

Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha iniciado, o se ha visto directamente implicado, en muchos conflictos militares; con las guerras de Corea, Vietnam, Afganistán, Irak y Siria entre las principales. Esta república de la libertad ha causado más de 5 millones de muertes de civiles, más de 50 millones de refugiados y una enorme devastación en estos países.

En cuanto a la guerra actual en Ucrania, todo el país fue involucrado por el Occidente colectivo en una guerra por poderes contra Rusia, con quien durante muchos siglos estuvo unido por estrechos lazos religiosos, históricos, económicos, culturales y familiares.

He puesto la religión en primer lugar para subrayar que quienes declaran su adhesión a los valores judeocristianos y a la democracia han provocado la guerra entre las dos naciones cristianas no para promover la democracia sino, más bien, para utilizar a los ucranianos como carne de cañón para preservar la ventaja geopolítica de Estados Unidos.

Muchos de los principales políticos estadounidenses, empezando por el líder de los republicanos en el Senado, Mitch McConnell, declaran abiertamente que apoyar una guerra por poderes en Ucrania es una inversión muy buena y barata, ya que son otros soldados, y no estadounidenses, los que están muriendo.

Benjamin Abelow, en su libro How the West Brought War in Ukraine (Cómo Occidente provocó la guerra en Ucrania), expone la historia relevante y explica cómo Occidente produjo innecesariamente este conflicto, sometiendo a sus ciudadanos –y al resto del mundo– al riesgo de una guerra nuclear.

Muchos otros expertos internacionales de renombre afirman que esta guerra era evitable, y que es Occidente quien provocó la crisis y quien sigue impidiendo que termine.

La mayor mentira de quienes quieren continuar esta guerra «todo el tiempo que haga falta» es que, tras ganar en Ucrania, Putin se desplazará más hacia el oeste.

Rusia no tiene interés, deseo ni medios para hacerlo, pero quienes se benefician de las guerras –como el Complejo Militar-Industrial, los miembros corruptos del Congreso, los think tanks, la campaña de reelección del presidente Joe Biden y los medios de comunicación– siguen repitiendo esta mentira.

[El propio Biden, así como el secretario de Estado Antony Blinken y el secretario de Defensa Lloyd Austin dieron pábulo a la mentira la semana pasada para tratar de asustar al Congreso para que entregara 40.000 millones de dólares más a la causa perdida ucraniana antes de que el presidente Volodímir Zelenksi llegara a Washington. Se fue con las manos vacías.]

Tras el colapso de la URSS, muchos ucranianos, incluidos los miembros de su Parlamento –la Rada–, tenían una agenda diferente que puede resumirse así: libre del yugo comunista, con unos sectores industrial y agrícola fuertes, un clima favorable y tierras fértiles, Ucrania tenía un gran potencial para convertirse en uno de los países europeos más prósperos.

Unas reformas eficaces contra la corrupción, un cierto nivel de autonomía para las regiones con gran población étnica rusa y un estatus neutral sin pertenencia a ningún bloque militar habrían hecho de Ucrania un Estado definitivamente feliz y próspero.

En 1993, Washington no estaba interesado

Sin embargo, Washington no estaba interesado, lo que quedó patente en mayo de 1993, cuando se celebró en el Capitolio una reunión trilateral organizada por algunas ONG estadounidenses con legisladores del Congreso de Estados Unidos, la Duma de Rusia y la Rada de Ucrania para discutir qué estaba dispuesto a hacer Estados Unidos para ayudar a Rusia y Ucrania en su difícil transición del comunismo a la democracia.

El congresista Tom Lantos, de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, que presidió esta reunión, dijo que si Mijaíl Gorbachov hubiera dicho a Estados Unidos en 1989 que estaba dispuesto a disolver la URSS y el Pacto de Varsovia –y hubiera pedido un billón de dólares para hacerlo– lo más probable es que el Congreso hubiera estado de acuerdo, autorizando 100.000 millones de dólares anuales durante un período de 10 años.

Sin embargo, resultó que los rusos lo hicieron todo ellos solos. Entonces, ¿por qué gastar el dinero de los contribuyentes estadounidenses cuando el trabajo ya está hecho?

«Estáis solos, chicos», dijo Lantos.

El director de la CIA, James Woolsey, y otros congresistas que hablaron después repitieron más o menos las mismas frases.

Pero lo que dijeron era totalmente engañoso, ya que Estados Unidos no dejó en paz a Rusia y Ucrania: los yanquis no se fueron a casa. Miles de millones de dólares de los impuestos estadounidenses se vertieron en Ucrania, no para impulsar su economía, sino para reformar la opinión pública que estaba predominantemente a favor del estatus neutral y en contra de unirse a la OTAN.

Esto condujo finalmente al golpe de Estado respaldado por Estados Unidos en Kiev en 2014.  Y aquí nos encontramos, al borde del abismo.

Edward Lozansky es presidente y fundador de la Universidad Americana de Moscú y del Foro Estados Unidos-Rusia. También es profesor en la Universidad Estatal de Moscú y en la Universidad Nacional de Investigación Nuclear.

Fuente: Consortium News

Foto: Abril de 1945 – William Robertson del Ejército de Estados Unidos i Alexander Silvashko del Ejército Rojo conmemoran el encuentro de los ejèrcitos soviético y estadounidense (William E. Poulson, US National Archives and Records Administration, Wikimedia Commons).

Benjamin Abelow: Cómo Occidente provocó la guerra en Ucrania - Parte 3 (The Brainwaves Video Anthology, 04.10.2022)
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