En los últimos meses la situación en el Mediterráneo ha servido como un dramático recordatorio de lo que los líderes de Europa han intentado dificultosamente olvidar. La crisis de Siria ha llegado a Europa. Aunque se ha hablado mucho de números y porcentajes de refugiados que cada país puede o no aceptar, no nos olvidemos de que detrás de esos números y las escenas de engañosa emoción de los políticos, se esconde el lado feo de la política mundial.
Los planes para derrocar a los regímenes «molestos» del Medio Oriente comenzaron en el momento en que los halcones de la guerra de Washington y sus aliados europeos prepararon la primera guerra de Irak.
En un discurso de 2007, el general estadounidense Wesley Clark relató una conversación que tuvo en 1991 con el entonces subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz. Durante esa charla, el secretario general dijo que el Pentágono ya había elaborado planes para lograr el cambio de regímenes en Irak, Siria e Irán. «…Tenemos unos 5 o 10 años para limpiar los antiguos regímenes soviéticos -Siria, Irán, Iraq- antes de que la próxima gran superpotencia esté en condiciones de desafiarnos».
El general Clark llegó a revelar que seis semanas después del ataque a las torres gemelas en 2001, un funcionario del Departamento de Defensa le dijo que el Pentágono había emitido un documento clasificado que describe la estrategia de los EE.UU. para derrocar a los regímenes de los siete países en los próximos cinco años. El comienzo se haría con Irak, seguido por Siria y el Líbano, a continuación, Libia, Somalia, Sudán y, por último, Irán.
Esas afirmaciones fueron confirmadas por el exministro de Asuntos Exteriores francés, Roland Dumas, cuando dijo en el canal de televisión FrenchTV que Gran Bretaña estaba entrenando y apoyando a rebeldes sirios, al menos dos años antes de la revuelta, con el objetivo de derrocar a Assad del poder.
El dinero que alimenta la guerra
Entre 2006 y 2010, los EE.UU. gastaron 12 millones de dólares para apoyar e instigar manifestaciones y propaganda contra el Gobierno sirio. WikiLeaks lanzó más de 7.000 cables diplomáticos secretos que documentan la financiación. Los cables revelaron que hasta 6,3 millones de dólares se canalizaron al Movimiento por la Justicia y el Desarrollo, una organización siria disidente con sede en Londres. El Movimiento operaba el canal satelital Barada, que difundió la propaganda antigubernamental en Siria y jugó un papel importante en las protestas contra Assad de los años 2010-2011.
Los 6 millones restantes los gastó EE.UU. para apoyar a los rebeldes y los activistas y educar a los periodistas en las formas de manipulación de las noticias sobre la crisis siria de una manera que beneficiase a los rebeldes. En abril de 2011, el portavoz del Departamento de Estado, Mark Toner, admitió que los documentos de WikiLeaks eran auténticos y afirmó que EE.UU. apoyó varios «movimientos civiles en Siria» con «el objetivo de fortalecer la libertad de expresión».
En 2012 el ministro francés de Asuntos Exteriores, Laurent Fabius, junto con el Reino Unido, impulsó un relajamiento en el embargo de armas de la UE a Siria para permitir que «las armas defensivas lleguen a los combatientes de la oposición». Francia fue la primera potencia europea que reconoció a la Coalición Nacional de Oposición Siria y a las Fuerzas Revolucionarias, una coalición de varios grupos rebeldes formada en Doha que, según el presidente francés, François Hollande, era la «única representante del pueblo sirio». La coalición también fue reconocida por la vecina Turquía y la Liga Árabe como «representante legítimo de las aspiraciones del pueblo sirio».
En diciembre de 2012, en una reunión celebrada en Marrakech, Estados Unidos apoyó a la Coalición Nacional como Gobierno de transición de Siria. Por ese tiempo más de 100 países, incluida la Unión Europea, habían reconocido a la oposición siria, a pesar de los temores de que podría estar vinculada a grupos relacionados con Al Qaeda. De acuerdo con el ministro de Relaciones Exteriores francés, Laurent Fabius, se dieron a conocer en la reunión «importantes» contribuciones financieras: Arabia Saudí ofreció 100 millones de dólares, los EE.UU. se comprometieron a dar 14 millones más en ayuda médica y Alemania ofreció 29 millones.
Dos años más tarde, en 2014, el presidente francés Hollande dijo cínicamente a los medios franceses que Francia estaba armando y entrenando a los rebeldes sirios, por un período indeterminado de tiempo, porque «son los únicos participantes del proceso democrático». En una entrevista al diario francés Le Monde, admitió que Francia no puede «hacerlo sola» y que había «un buen entendimiento con Europa y los estadounidenses».
Por cierto, había tal entendimiento.
La conexión libia
Ya en septiembre de 2012 el consulado estadounidense en Bengasi y una base de la CIA que se encuentra a una milla del consulado, fueron atacados por las milicias locales. Los ataques causaron la muerte de cuatro personas, entre ellas el embajador estadounidense en Libia, Christopher Stevens.
El presidente Obama y Hillary Clinton fueron fuertemente criticados por la falta de seguridad en el consulado y por el retraso de la respuesta.
Pero la narrativa oficial no abordó algunas cuestiones claves: ¿por qué la base de la CIA fue atacada y cuál fue el papel exacto del consulado en una zona parcialmente controlada por la milicia local?
Oficialmente, el papel del consulado era establecer un centro cultural y una biblioteca en Bengasi. Pero los informes de prensa indican que el consulado cumplía una función mucho más oscura.
Poco después de que comenzase la guerra para derrocar a Muammar Gadafi en Libia, en febrero de 2011, la CIA estableció una base para sus operaciones de espionaje en Bengasi. La base de la CIA era conocida como el Anexo y, según el Wall Street Journal, el único objetivo del consulado era «dar cobertura diplomática al Anexo».
El Sunday Times de Londres informó de que los Estados Unidos habían estado comprando en secreto las armas almacenadas de Gadafi, incluyendo misiles antiaéreos SA-7, misiles antitanques, granadas propulsadas por cohetes y proyectiles de mortero. Algunas de estas armas se canalizaron hacia los rebeldes a través de una conexión con los países de Oriente Medio que ya estaban apoyando a diversos grupos de la oposición en Siria.
El periodista de investigación Seymour Hersh, ganador del Premio Pulitzer, ha revelado también que el presidente Obama y el primer ministro turco, Erdogan, habían llegado a un acuerdo secreto a principios de 2012. El acuerdo fue que la CIA y el MI6 británico se comprometerían a trasladar las armas pesadas de Gadafi fuera de Libia y las utilizarían para abastecer al Ejército Libre de Siria; Turquía, Arabia Saudí y Catar proporcionarían los fondos para esta operación que estaba bajo los auspicios de una entidad australiana.
Es muy probable que la mayoría de esas armas terminaran en manos del frente Al-Nusra, un grupo extremista vinculado a Al Qaeda en Siria. Cuando los EE.UU. y sus aliados europeos y de Oriente Medio estaban canalizando armas pesadas a los rebeldes en Siria, hasta un 9% de los combatientes totales del Ejército Libre de Siria pertenecía al Frente Al-Nusra. En 2012, el Washington Post informó de que el grupo yihadista estaba creciendo rápidamente, «en parte porque ha sido el brazo más agresivo y exitoso de la fuerza rebelde».
De hecho, en 2013, prácticamente todas las áreas controladas por los rebeldes en Siria, serían dirigidas por los yihadistas.
La masacre de Ghouta
En agosto de 2013, un humo amarillo se levantó sobre el suburbio de Ghouta, cerca de Damasco, controlado por los rebeldes. Unas horas más tarde yacían en las calles los cuerpos sin vida de 1.000 personas, entre ellas 300 niños. Fue uno de los peores ataques con gas sarín de la historia de la guerra civil siria.
El presidente Obama acusó al régimen sirio de, supuestamente, cruzar la «línea roja» que él había establecido en 2012 sobre el uso de armas químicas y anunció la intervención militar en Siria.
Sin embargo, dos días antes del ataque previsto, Obama dijo que buscaría la aprobación del Congreso para la intervención.
Entonces, ¿qué ha hecho al presidente de Estados Unidos cambiar de opinión?
Seymour Hersh presenta una narración alternativa de los acontecimientos: La inteligencia de Estados Unidos temía que Turquía estuviera suministrando gas sarín a los rebeldes meses antes del ataque. Esta información nunca se hizo pública.
Hersh escribe que «la Agencia de Inteligencia de Defensa de Estados Unidos emitió un documento altamente clasificado de cinco páginas sobre los «temas de conversación» de la reunión informativa el 19 de junio, cuando se declaró que el grupo rebelde sirio Al-Nusra, mantenía una célula de producción de gas sarín». Según el documento «Turquía y los facilitadores químicos con sede en Arabia estaban tratando de obtener precursores de sarín a granel, decenas de kilogramos, probablemente para el esfuerzo de producción a gran escala previsto en Siria».
Según la denuncia de Hersh, en 2012 los servicios de inteligencia estadounidenses creían que los rebeldes perderían la guerra. Esto llevó a la agencia de inteligencia nacional de Turquía y a la Gendarmería, el brazo de aplicación de la ley paramilitar del país, a trabajar con el Frente Al-Nusra en Siria con el fin de ayudarle a construir su desarrollo químico. Supuestamente Erdogan esperaba que el uso de armas químicas contra los civiles sirios provocara una respuesta militar de Estados Unidos contra Asad.
El informe de Hersh desató la polémica y el New Yorker y The Washington Post se negaron a publicarlo.
Transcurrirán años hasta que los juegos políticos y militares que rodean el conflicto sirio salgan a la luz.
Mientras tanto, cuatro millones de sirios se ven obligados a escapar del conflicto y más de 250.000 personas han tratado de llegar a Europa en agosto de 2015. Los países occidentales están dispuestos a concederles asilo, pero no están dispuestos a detener las acciones que alimentan la guerra.
Parece que los cuerpos de los niños sirios ahogados sorprendieron a muchas conciencias, pero no cambiaron ninguna política.
Fragkiska Megaloudi es una periodista griega especializada en la presentación de informes de derechos humanos. Su último libro sobre Corea del Norte se publicará este otoño.