¿Los pequeños podremos provocar el derrumbe del actual Imperio de la Mentira?

VOLUMEN I

Sinopsis

En esta hora tan crítica para nuestro mundo globalizado, en la que “nuestras” elites parecen estar dispuestas a llevarnos gradualmente hacia el Armagedón, el más decisivo reto para la teología y para el futuro del cristianismo es este: consolidar un paradigma en el que se integren de modo coherente unos lúcidos análisis geopolíticos, cada vez más imprescindibles, y la certeza de que Dios, que ya intervino decisivamente resucitando a Jesús, actúa realmente en la Historia. Sin realismo, la fe es ilusa. Y hoy, realismo significa lucidez geopolítica.

Nuestro más decisivo reto teológico no creo que haya sido nunca el de unificar ciencia y Dios. Este es ciertamente un reto fundamental e ineludible para los cristianos. Y para muchos grandes científicos como Albert Einstein, un reto posible y hasta necesario. ¿Pero para qué nos servirá el llegar a la magnífica conclusión de que Dios es el creador de nuestro asombroso Universo, si tras una gesta tan maravillosa permanece en su esfera inaccesible, alejado de toda la injusticia y dolor que atraviesan la historia? ¿De qué nos servirá el Dios del deísmo en el que creen eminencias científicas como Albert Einstein?

Unos lúcidos análisis geopolíticos son hoy imprescindibles para no ser engañados por la poderosa propaganda del Imperio de la Mentira, que ha intoxicado las mentes de los nuestros. Hay que detener la locura que nos está acercando cada vez más al Armagedón. Se trata de un Imperio hegemónico que sabe que su estatus está en riesgo. Que pretende impedir, al precio que sea, el ascenso de cualquier competidor. Cuyo papel moneda fiat, sustentado solo en su poderío imperial y emitido de modo descontrolado y desbocado, está al borde del colapso. Que, en su huida hacia delante, se vuelve aún más violento.

De igual modo, para los cristianos debería ser también imprescindible la certeza de que, en nuestra “lucha” por la Justicia y la Paz, nunca nos faltará la poderosa fuerza del Señor de la Historia. Certeza que sostiene nuestra esperanza y nuestra audacia. La espiritualidad centrada en la búsqueda personal de una “iluminación” interior suele quedarse tan solo en un espiritualismo reduccionista. Pero la “lucha” por la Justicia y la Paz es una tarea que supera nuestras capacidades. La integración y el discernimiento son las claves. Sin comprender lo global, tampoco podremos entender “el aquí y ahora”.

En todo caso, la iniciativa es siempre de Él. Nosotros tan solo podemos ser unos pequeños instrumentos suyos, tal y como le pedía san Francisco de Asís en su conocida “Oración de Paz”. Él siempre llama, por un misterioso designio, a personas socialmente insignificantes y conscientes de serlo. Ni el mago Gandalf ni el rey Aragorn, solo los pacíficos hobbits, con su sencillez lúcida y su valiente generosidad, pueden llevar a cabo la misión: proteger al mundo del anillo único que activa el afán de poder y provocar así el derrumbe de Mordor.

La posición frente al Imperio Romano por parte de los seguidores de un judío marginal, Jesús de Nazaret, y los acontecimientos históricos en los siglos posteriores a su asesinato, son la evidencia de que el coraje y la audacia de personas socialmente insignificantes, y sin poder militar alguno, pueden ser decisivos para el derrumbe del actual Imperio de la Mentira. Un imperio con pies de barro, como el del sueño del rey Nabucodonosor, que el profeta Daniel interpretó tan certeramente.

La misión de Jesús no fue directa o explícitamente política, como esperaban sus discípulos. Sin embargo, la lúcida percepción de los acontecimientos geopolíticos de su tiempo condicionó totalmente su posición frente a las realidades y fenómenos sociales que le tocó vivir en el Israel de hace dos milenios. Condicionó incluso su propia misión en esta tierra. La condicionó hasta el punto de que, sin esa lucidez geopolítica, no hubiese podido llevarla a cabo. Es una lección que debería tener muy en cuenta cualquiera que se considere cristiano.

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Teilhard de Chardin, el investigador jesuita (La Rosa de los Vientos)